El Coqueto: Después de violar y matar, tiraba los cuerpos de sus víctimas y continuaba una vida normal

“No quiero lastimarte, no me hagas hacerte daño”, les decía César Librado mientras se acercaba y en su mirada estaba el odio y tras el odio llevaba la muerte

Carlos Álvarez | La Prensa

  · viernes 6 de agosto de 2021

Foto La Prensa

Con un bolso en la mano, cerca de las 6:00 horas del 26 de diciembre de 2011, César Librado regresó a su casa después de una mortal doble jornada de trabajo. Se paró frente a la puerta por un instante, sabía lo que había hecho, pero no le importó, no sintió culpa ni arrepentimiento. Habiendo cometido su crimen, El Coqueto era un asesino y desde hacía año y medio, aproximadamente, nadie lo había detenido.

A muy corta edad inició su vida laboral como cacharpo y luego se convirtió en chofer de una unidad Ford tipo Havre modelo 1991, en la ruta que corre de Izcalli a Metro Chapultepec. Aquella unidad se hacía llamar El Coqueto, de tal suerte que ambos se convirtieron en cómplices desde que comenzaron a compartir el mote.

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Casi en voz alta, antes de entrar a su casa, se escuchó decir en su mente: “ya hace un par de horas que ella está muerta”. Pero una vez adentro fue otro; un ser que sabía fingir. Le dio el bolso a su esposa como sorpresa -no era la primera vez que le daba cosas- y le dijo que era su regalo de Navidad.

Desde hacía año y medio, un 21 de junio de 2010 César Armando Librado Legorreta había iniciado su actividad criminal. Y el mismo día le había dado su primera sorpresa a su esposa.

No era extraño, para quien lo conocía, reconocer que este sujeto era soberbio y tosco, pues siempre trataba de llamar la atención de las mujeres de una manera rudimentaria y elemental, como si con ello fuera capaz de cautivarlas; no obstante, en el fondo era un tipo de temperamento bilioso.

Aquel día de junio de 2010, una chica de 23 años subió a la unidad El Coqueto, en Santa Mónica Tlalnepantla. Pagó su pasaje hasta el Auditorio Nacional, pues se dirigía a la PGR; no obstante, al pasar por la clínica 58 del IMSS, la unidad comenzó a fallar, por lo cual César le dijo a la pasajera que descendiera; sin embargo, ella le pidió que la dejara más adelante, porque estaba muy oscuro y se sentía vulnerable.

No había lugar para las sospechas, puesto que al principio él le pidió que descendiera, lo cual generó cierta confianza en ella; no obstante, para él fue el indicio de que podría sacar ventaja de la situación y satisfacer una necesidad que quizás venía cargando. Ese odio por las mujeres, según se supo después.

Fue entonces cuando César cerró las puertas, dio marcha a El Coqueto y avanzó sin rumbo y sin dejarla bajar. Esa fue su primera víctima. Pero ella no murió, sino que tiempo más tarde sería una pieza clave para dejar constancia del hecho. Ya que a partir de su denuncia comenzó la caza del chacal, aunque para lograr el cometido de atraparlo tuvieron que pasar muchos meses.

Cuando comenzó a atacarla, sus palabras fueron lapidarias: “Ya valió madre, no te pongas al pedo”. Y ella quedó petrificada y luego vulnerable, también debido a la golpiza que le propinó. Entonces fingió estar muerta y él lo creyó. Era la primera vez que, desorganizadamente y guiado por un instinto sanguinario -como el de una bestia que ataca a su presa en la naturaleza-, El Coqueto delinquía.

Finalmente, luego de vejar su cuerpo despiadadamente y una vez colmado su apetito voraz, César Armado decidió arrojarla inerte (aunque ella solo fingía estar muerta) sobre la Avenida López Portillo, cerca de los tiraderos de basura de Rincón Verde.

Así fue como su primera víctima sobrevivió, pues tan pronto como se alejó el verdugo, se puso en pie con dificultades, pero dominando el temor y el pánico para solicitar ayuda, tras lo cual pudo regresar a su casa y, en compañía de sus familiares, acudió a levantar la denuncia correspondiente.

El suplicio que pasó para reponerse no terminaría pronto ni tan sencillo con sólo acudir a las autoridades, empero gracias a ella se inició con una investigación que demoraría largas jornadas de espera y trabajo e investigación, lo cual asentó que la procuración de justicia tenía un profundo vacío o negligencia y más bien reveló la inacción de las autoridades.

De tal modo que a final de cuentas, resulta inconcebible que El Coqueto haya asesinado a siete mujeres para que la autoridad hiciera algo, pues de acuerdo con testimonios de las madres de las víctimas, cuando denunciaron la desaparición de sus hijas, obtuvieron la indiferencia de algunos agentes del Ministerio Público y ellas mismas aportaron las pruebas para localizar y por fin se detuviera al asesino, ya que la Procuraduría General de Justicia del Estado de México (PGJEM) “nunca se preocupó por hacer su trabajo”, sentenció una de ellas.

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Entre la ciudad y el estado

Así fueron sucediendo los horripilantes crímenes. La segunda vez que actuó, cegado por la animalidad de su chacal, había pasado un año. No hay certeza de que durante ese periodo en el que no se consignó hecho alguno respecto a su otredad violadora, no haya incurrido en otros ilícitos que no alcanzaran magni­tudes desproporcionales como los que estaban por desatarse.

Luego, en julio de 2011, una joven de 28 años subió a El Coqueto, y, sin saberlo, pagó un pasaje al más allá. Antes de que descendiera de la unidad, el otro Coqueto le dijo que no se bajara y ofreció darle un “aventón”. Sin embar­go, siempre supo que abusaría de ella. Así pues, César Librado condujo alrede­dor de avenida Constituyentes y en una calle oscura, aledaña a la avenida, se estacionó, apagó el motor y repitió la misma operación que con su primera víctima.

La víctima subió a El Coqueto a la altura de avenida Santa Mónica esquina Convento de Tepotzotlán. Más tarde, César Armando Librado Legorreta conducía a la altura del restaurante Safari, cuando estaciona y apaga el microbús y se acerca a la víctima que se pone en estado de alerta, pero pronto El Coqueto se para enfrente de ella y la empieza a someter.

Luego de llevar a cabo sus fechorías realizó la misma acción que llevaba a cabo cuando terminaba sus crímenes. Les decía que las iba a matar y ellas no objetaban porque cuando se los decía ya lo estaba haciendo. Luego de que le aplicó la llamada “llave china” -o como el propio Coqueto declaró: “las chineaba”-, aunque ella luchó por su vida, no logró zafarse. Luego de aproximadamente cinco minutos, César percibió que había falleci­do. Entonces, se dirigió a la colonia Las Torres y arrojó su cuerpo en la zona indus­trial de Alce Blanco, en Naucalpan.



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Meses más tarde volvió a asesinar. La víctima en esa oca­sión fue una menor de edad que quería regresar a su casa luego de asistir a un concierto en el Auditorio Nacional. Afuera de ese recinto abordó la unidad y le preguntó a César si conocía un trans­porte que la acercara hacia el rumbo de Iztapalapa. Aprovechando la oportuni­dad de sacar ventaja, se ofreció a llevarla, no obstante, luego de perderse entre las calles adyacentes al Metro Chapultepec, la violó, estranguló y posteriormente abandonó en la calle de General Prim, Colonia Juárez, siendo la única víctima del entonces Distrito Federal.

En diciembre salió a recorrer la ruta con ganas de matar. El asedio era cons­tante. Si de la primera a la segunda víc­tima había transcurrido alrededor de un año, después de asesinar a la menor de edad comenzó a victimar cada mes, luego dos veces por mes, como en diciembre y enero; hasta que finalmente dieron con él, ya que su estela de sangre, muerte e iniquidad habían dejado un rastro negro y violento, que condujo a las autoridades a su detención.

A la caza de un chacal

Fue debido a un azaroso dato que lograron ubicar al chacal de la ruta 02, quien conducía su Ford Havre El Coqueto. Como parte de las investiga­ciones y al hacer el recuento del número de casos que en los últimos meses se había incrementado, los agentes se per­cataron de que el teléfono móvil de una de las víctimas seguía en funcionamiento.

Tras seguir esta pista y al hacer el balan­ce y la cadena de las similitudes entre los asesinatos registrados entre julio de 2011 y enero de 2012 -cuyo móvil había sido la violación y el estrangulamiento, para luego abandonar los cuerpos-, los investi­gadores dieron con testigos que afirmaron haber visto por última vez a las ultimadas abordando un microbús.

Así pues, al darse cuenta de que al celular sólo le habían cambiado el chip, se dieron a la tarea de localizar el equipo con base en la clave IMEI. De tal modo, lograron conseguir un historial de las últimas llamadas del usuario para obte­ner una probable ubicación.

Luego de tener los resultados dieron con una mujer que frecuentaba princi­palmente dos lugares: un kínder y el Fraccionamiento Izcalli Valle.

De tal suerte, la subprocuradora Italy Ciani Sotomayor, al atar los cabos, reto­mó la investigación de la primera víctima sobreviviente y acudió en su ayuda para solicitar que proporcionara datos certe­ros sobre el violador.

Pero su herida aún no cicatrizaba y sentía que las autoridades no habían hecho nada. No obstante, la subprocura­dora le habló de las otras víctimas, refi­riendo que habían estado siguiéndole el rastro al criminal, pero sólo hasta ese momento tenían indicios claros para poder apresarlo. Después de todo, un chacal es un depredador y es él quien caza, pero la situación se tornó distinta y ahora era él la presa de las autoridades.

Finalmente, la verdadera justiciera de esta historia, con todo el peso de lo ocu­rrido, aceptó colaborar.

Y una vez que tuvieron el retrato hablado de César Armando Librado Legorreta así como la ubicación de la colonia pudieron dar con su paradero. Entonces, la Procuraduría giró la orden de aprehensión en su contra y mediante un dispositivo de seguridad montado con 18 elementos se logró la captura de El Coqueto el día 26 de febrero de 2012.

Fuga y recaptura

Luego de su detención, “El Coqueto” fue llevado a la Subprocuraduría de Justicia con sede en Barrientos, en Tlalnepantla. Allí permaneció durante una semana en un tercer piso, esposado de manos y pies. Pero tan pronto como conociera los cargos que pesaban en su contra, lo único que albergó en su oscuro pensamiento fue evadir la justicia.

Allí permaneció supuestamente esposado, tanto de manos como de pies, en el interior de una oficina en el tercer piso y custodiado presuntamente por tres agentes de la Policía Ministerial; sin embargo, y sin que nadie se percatara se fugó durante la madrugada.

Pero no fue sino hasta el martes 28 de cuando se dio a conocer la noticia sobre la fuga del feminicida, quien, de acuerdo con el expediente, aprovechó el cansancio de los policías para escapar a través de una ventana, desde donde se descendió tres pisos con la ayuda de algunos cables que encontró en la oficina.

Como pudo, una vez que se había evadido, pidió ayuda a sus familiares para luego ocultarse en casa de uno de ellos, quien residía en la entonces delegación Magdalena Contreras.

Durante una semana se llevaron a cabo operativos de búsqueda, aunado a la presión de los familiares de las víctimas, que iniciaron una serie de manifestaciones para exigir justicia, pues era inconcebible que se hubiera fugado el homicida.

Al principio, se dijo que era custodiado por tres agentes de la Policía Ministerial; sin embargo, el procurador Alfredo Castillo dio cuenta de que sólo se trató de un elemento el que lo vigilaba cuando se fugó el letal asesino.

Al parecer, El Coqueto logró librar­se de las esposas fracturándose un dedo; luego se quitó un tenis y de esa forma se sacó las esposas de los pies. Entonces, con cables de computadoras y teléfonos trató de formar una soga; pero cuando bajó por la ventana y al percatarse de que no iba a soportar su peso, intentó regre­sar, pero fue inútil, ya que se rompió el cable y cayó aproximadamente ocho metros.

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Ya en el piso y fuera del edificio, heri­do se arrastró por la calle, ya que al caer se había fracturado una pierna y lastima­do la columna. Afortunadamente, un automovilista que transitaba por la zona, al ver en mal estado al prófugo, se detu­vo. Y con el pretexto de que había sido atropellado apeló a la buena voluntad del conductor, quien lo llevó a casa de un pariente.

Y estando ahí, César Armando Librado Legorreta solicitó ser llevado con su padre, a quien confesaría sus crí­menes. Luego entonces, su progenitor decidió brindarle apoyo; lo trasladó a la casa de una tía, donde permaneció seve­ros días sin poder moverse debido a las lesiones que sufrió luego de su fuga.

A raíz de los hechos ocurridos tras su huida, los elementos ministeriales tam­bién escaparon, lo cual hizo creer que lo habían ayudado a fugarse. De tal modo, se ofreció una recompensa para obtener indicios que llevaran fundamentalmente a la captura del feminicida serial conoci­do como El Coqueto, así como a los custodios que se habían fugado quizás por temor de ser reprendidos.

Finalmente, luego de perseguirlo afa­nosamente, el 3 de marzo de 2012 alrededor de las 19:00 horas, el gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila Villegas, confirmó la detención del feminicida a través de las redes sociales. El Coqueto había burlado la vigilancia de la subprocuraduría y por tal motivo, el gobernador solicitaría prisión vitalicia para El Coqueto.

Al dar a conocer los detalles de su recaptura, se informó que debido a las lesiones que se causó, al fugarse desde un tercer piso y no recibir atención médica, César Armando presentaba un estado de salud delicado con varias fracturas en el cuerpo, entre ellas, una en la columna. De inmediato lo trasladaron al hospital Adolfo López Mateos, pero se le dio el alta de allí. Finalmente, el 4 de marzo fue ingresado al área de enfermería del penal de Barrientos, donde se iniciaron dos procesos, uno por el feminicidio de seis mujeres y otro por violación y tentativa de homicidio.

Posteriormente y de acuerdo con el debido proceso, fue condenado a 264 años de prisión por los feminicidios contra seis mujeres y uno por violación y tentativa de homicidio.

Sin arrepentimiento por sus crímenes

El Coqueto fue operado de la columna en una intervención que se prolongó aproximadamente 10 horas y cuyo costo ascendió a unos 300 mil pesos. Pero el costo de las vidas que había arrebatado y que nunca volverían ni siquiera era equiparable.

En los pasillos del hospital los médicos murmuraban sobre la posibilidad de que quedara inválido; sabían quién era y un severo dilema se configuraba en torno al criminal… “quizás fuera mejor que muriera”; “se merece eso y algo peor”, susurraban voces. Pero asombrosamente superó la adversidad y regresó a Barrientos.

Transcurrieron cinco meses en los cuales convaleció y se recuperó aunque no del todo y, durante ese tiempo, la fiscalía y la defensa llevaron a cabo el cierre de la investigación y del proceso para así iniciar el juicio oral.

A César Armando Librado Legorreta se le vio participar en varias audiencias relacionadas con el caso contra los tres policías que lo custodiaban cuando escapó; en todas ellas apareció en camilla o en silla de ruedas. Era una extraña manera de generar quizás lástima o empatía falsa, verlo vulnerable, pero sólo era algo extraño, un asesino lesionado, sufriendo el dolor de una operación con la incertidumbre de no saber si volvería a caminar. Y si lo lograba, sería sólo para ir directo a prisión.

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Audiencia suspendida

Un giro agraz sobrevino el 19 de octubre, fecha en la cual daría inicio el juicio, según lo había fijado el juez; sin embargo, la audiencia fue suspendida, ya que El Coqueto cambió de defensa y la fiscalía no entregó todas las notificaciones de los involucrados en el proceso.

Entonces, pasaron más meses. A él parecía no preocuparle que su caso llegara al final. Incluso recordaba cuando lo habían capturado la primera vez, en cómo quiso darse un baño para estar presentable ante los medios. Así el tamaño de su preocupación.

Tardaron las diligencias y había pasado mucho tiempo sin que El Coqueto hubiera estado presente. Luego, de la nada y como renovado, llegó al juzgado caminando, sin silla de ruedas, ni faja o collarín; era evidente su mejoría, pero no sólo eso, algo en él había cambiado notablemente: ya no era el cuajo que conducía su unidad, sino un poco más robusto y con cierto aire ensoberbecido. Se había depilado las cejas y en la muñeca lucía un reloj y también sobresalía una cadena que parecía de oro. En la sala de la audiencia, se levantaba y caminaba como sin preocupaciones.

Ajeno a lo que ocurría y a lo que ocurriría, se daba el placer de conversar y reír. La culpa y el arrepentimiento no estaban presentes en él. Y al aceptar sus crímenes, no se inmutaba, era como si reconociera que lo había hecho y se regocijara.

Ante tal espectáculo, los familiares de las víctimas manifestaban su deseo de que se aplicara todo el peso de la justicia; asimismo, exigían que el proceso concluyera cuanto antes.

De tal suerte, el 21 de noviembre, luego de casi 12 horas de audiencia, durante las cuales se volvió a leer cada uno de los casos, la defensa solicitó juicio abreviado, lo cual representó una pequeña victoria por los familiares y la fiscalía.

Recibe sentencia sin inmutarse

A finales de año, el 4 de diciembre se le dictó la primera sentencia, por el proceso que se le sigue por violación y tentativa de homicidio; el juez le dictó una condena de 61 años de prisión. En tanto, el 12 de diciembre, el juez dictó sentencia condenatoria acumulada por seis feminicidios, de 240 años de prisión, con lo que la pena se incrementó a 301 años.

Las familias de las seis mujeres violadas, asesinadas y cuyos cuerpos fueron abandonados en la vía pública por César Armando Librado, El Coqueto, por fin tienen un poco de tranquilidad, luego de conocerse la condena de 240 años de prisión dictada contra el feminicida confeso. Amparo Vargas, madre de Eva Cecilia –una joven de 17 años asesinada por Librado Legorreta– dijo que este caso despertó el interés de las mujeres mexiquense por organizarse para denunciar las irregularidades del sistema de justicia.

El pasado miércoles 12, el juez Juan Arturo Velázquez Méndez sentenció a 240 años de prisión a El Coqueto por violar y asesinar a cada una de sus víctimas: Cireni Dayana, Blanca Elia, Eva Cecilia, Fernanda, Patricia, y una mujer aun no identificada. Dayana tenía 23 años y era madre de dos niños; Blanca Elia era una abogada de 28; Fernanda contaba con 20, y Patricia se desempeñaba como cocinera y madre de tres hijos. Al conocer la resolución, Amparo Vargas aseguró que en comparación con las madres que llevan años buscando a sus hijas desaparecidas o exigiendo cárcel para los asesinos, ella se encuentra tranquila con este fallo. Durante el receso del juicio oral que se realizó ayer, las familias de las víctimas se reunieron para expresar su pesar y recordar a sus hijas. En ese encuentro algunas de las madres coincidieron en la necesidad de seguir denunciando la mala impartición de justicia en el Estado de México.

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