La hora que marcaba el reloj Mido hizo suponer a la policía que a las 18:05 horas su propietario sufrió la agresión que culminó con su muerte de forma violenta.
El reloj, muy apreciado por su dueño, estaba despivotado; quizá recibió un golpe y ese fue su fin, o dejó de marcar la hora cuando su dueño se quedó sin aliento.
El 29 de agosto de 1965, LA PRENSA dio a conocer el fatídico final del comandante Óscar Meade Arrevillaga, quien apareció sin vida en el bordo poniente del Río Churubusco. El servidor público murió víctima de un tiro en el tórax.
Como autor intelectual de la muerte de Meade, de acuerdo con el testimonio de su viuda, fue señalado el director general de Tránsito, general Francisco Martínez Peralta.
Poco tiempo antes, el occiso junto con otros oficiales habían sido ascendidos, pero con la condición de que entregaran al general Martínez Peralta, inicialmente, cinco mil pesos mensuales, los cuales luego serían diez mil.
El descontento cundía. Había que detener la ola de inconformidad por la “cuota”. Y Óscar Meade Arrevillaga fue señalado por los mafiosos para “terminar” de raíz con el origen de las protestas.
Al parecer, fueron pistoleros de Tránsito los que acosaron a Meade hasta su traslado a Churubusco, donde un disparo a quemarropa puso fin a sus días. Pero otros observadores plantearon la tesis de que Francisco Martínez Peralta había “contratado” mercenarios ajenos a Tránsito, para no dejar huellas.
Tal vez actuaron ambos grupos, porque el sábado 28 de agosto, a las 18:00 horas, Óscar dijo telefónicamente a su compañero Hiram Rivera Teja que “estaba cercado por gente extraña y por elementos de la Dirección General de Tránsito”.
Es probable que los “compañeros” de Óscar lo identificaran para que los otros conspiradores le dieran muerte.
Óscar Meade Arrevillaga, Hiram Rivera Teja y Rogelio Flores Berrones, el 7 de agosto de 1965 habían sido destituidos de sus cargos de primeros comandantes de Tránsito y solicitaron amparo contra la arbitraria disposición.
Tan sólo 36 días antes habían recibido los nombramientos, por méritos propios, después de un concurso convocado por el general Francisco Martínez Peralta, titular de la Dirección General de Tránsito.
Hiram Rivera Teja y Rogelio Flores Berrones dijeron al reportero Jorge Herrera Valenzuela, de LA PRENSA, que “indiscutiblemente, el autor intelectual de la muerte de Óscar fue el general Francisco Martínez Peralta, quien les había dicho que ahí no iba a parar, hasta hundirlos o eliminarlos”.
La declaración oficial la tomó el licenciado Hugo Córdoba Saldaña, agente del Ministerio Público en Iztacalco, en presencia de oficiales y suboficiales que llegaron hasta el sitio donde se encontraba el cadáver de Meade Arrevillaga.
-Responsabilizamos de nuestra seguridad, así como la de nuestras familias y la de nuestros abogados, al general Francisco Martínez Peralta, en virtud de sus amenazas en general, incluida la de la muerte -dijeron Rivera y Flores.
El comandante tenía 32 años de edad y era padre de tres menores. Frecuentemente se quejaba de que era seguido por elementos de Tránsito y por varios individuos a los que no podía identificar.
Hasta las 14:30 horas del sábado 28 de agosto de 1965, estuvo con su tío Salvador Sifón, con quien mantuvo una conversación que se prolongó bastante tiempo.
Salvador también temía una agresión y Óscar le confió que desde el día que solicitó amparo en el juzgado segundo de distrito en materia administrativa, junto con Hiram y Rogelio, “estaba siendo víctima de severas vigilancias y de ataques”.
Su tío le criticó tal forma de ganarse la vida, en Tránsito, cuando podía conseguir otro empleo, ya que había estudiado una carrera universitaria y se había recibido como ingeniero químico-biólogo.
El sobrino se retiró con la promesa de retornar “en una hora” para reanudar el diálogo. Salvador Sifón no volvió a tener noticias de su pariente hasta el domingo 29, por la mañana.
Rogelio Flores Berrones, también teniente del Ejército Nacional, estaba en las calles de Madero 26, despacho de la señora María Elena Villarreal, donde recibió una llamada telefónica.
Era Óscar, quien angustiosamente sostuvo el siguiente diálogo:
-¿Están ahí Rogelio e Hiram? Dígales que necesito balas. Me está cercando gente extraña y unos de Tránsito. Traigo sólo tres balas...
Por denunciar la corrupción, le dan un tiro al torax
Era una verdad velada aquello de los malos majenos en la institución, todos y nadie sabían y callaban, por temor o por contubernio; a tal grado llegó el rumor que tuvo que intervenir la Policía Judicial, el Servicio Secreto, en incluso, se dijo que el presidente hizo una llamada para dar carpetazo
La señora Villarreal le preguntó por su ubicación y la comunicación fue interrumpida violentamente. Antes de ello, Yolanda alcanzó a escuchar una voz de hombre con el mensaje: “Ya está bien, cállese, tal por cual”...
Media hora más tarde, Hiram Rivera Teja estaba en su domicilio platicando sobre el problema con su primo José Rico Ávila, cuando en el estanquillo ubicado en Joyas 55, colonia Estrella, repiqueteó el timbre del teléfono. Era una llamada de Óscar.
-Estoy cercado -decía- por unos extraños y otros de Tránsito, pero no conozco a ninguno-. La llamada se interrumpió también...
Los dos comandantes a quienes pidió ayuda comentaron que parecía como de “película” tal situación.
Comenzó la búsqueda de Óscar en oficinas de la Policía Judicial del Distrito, Jefatura de Policía, la Contraloría del DDF, pero terminó a las tres de la mañana sin la localización correspondiente. En el Servicio Secreto les dijeron que tuvieran cuidado porque “a lo mejor también los detenían”.
Y es que dos individuos que dijeron ser detectives, unos días antes quisieron detener a Meade por la “portación indebida de uniforme”.
Óscar intercambió golpes con los supuestos agentes, quienes se fueron sin lograr su objetivo. El sábado por la mañana, mientras un bolero le aseaba su calzado, unos compañeros le dijeron en las puertas del corralón de Tránsito que tuviera cuidado porque había rumores de que sería “atacado en serio”.
Una persona no identificada le llamó por teléfono al capitán Meade para advertirle que procurara no andar solo.
Poco después de las 8:00 horas del domingo 29 de agosto, algunos individuos descubrieron sobre el bordo poniente de Río Churubusco, a 300 metros al sur de la avenida Plutarco Elías Calles, el cadáver de un agente de Tránsito.
El comandante Joaquín Salazar Gutiérrez, del Servicio Secreto, recibió el llamado de emergencia y se dirigió al lugar de los hechos. Frente a unos sembradíos de la colonia Arenal estaba el cuerpo de Óscar boca arriba; vestía su uniforme reglamentario y en su chaquetín tenía su placa de jefe de sección.
Se dijo entonces que “allí no fue cometido el crimen, sino sólo fue arrojado el cuerpo de Meade”.
Se comprobó que el homicidio no fue para hurtar objetos personales ni dinero en efectivo, pero faltaba su arma, calibre .38 y una carpeta donde llevaba documentos relacionados con el conflicto entre él y sus amigos contra el general Francisco Martínez Peralta.
Por los exámenes médicos previos a la autopsia, se dedujo que Óscar Meade Arrevillaga recibió una ruda golpiza; los atacantes se concentraron en la zona hepática.
El cuerpo tenía dos heridas de bala, una correspondiente al orificio de entrada y el otro al de salida. El asesino disparó cuando Óscar estaba de espaldas, la bala penetró por el hombro izquierdo y salió a la altura de la tetilla derecha.
Parecía obvio suponer que Óscar fue sometido por más de dos hampones, con o sin uniforme. Su ropa no estaba húmeda, cuando que el sábado había llovido y también por la madrugada del domingo.
El calzado de Meade presentaba lodo seco. Se supuso también que el crimen fue cometido en un local techado o en un automóvil.
La señora María Victoria Osorio recibió la triste noticia en su domicilio de Sur 101-B, número 317, colonia Héroes de Churubusco.
Alguien le dijo que ya era viuda posiblemente por la venganza del general Francisco Martínez Peralta. Estaba acompañada por sus hijos, los menores Virginia Victoria, Norma Nora y Ricardo Rafael.
La señora parecía resignada y comentó que Óscar se despidió de ella muy cariñosamente el sábado, después de decirle que pasaría a las oficinas de la Dirección General de Tránsito.
También le dijo su esposo que tenía miedo de que lo detuvieran, pues la situación había tomado curso extraño, e incluso, “estaba amenazado de muerte si no desistía del amparo que interpuso ante el juez segundo de distrito en materia administrativa”.
La señora sabía que el general Martínez Peralta había comentado que “esos comandantitos zapatistas (por la revolución que habían provocado en Tránsito, al oponerse a la corrupción) no se iban a salir con la suya, pues la única ley eran los pantalones del director”.
Para el lunes 30 de agosto de 1965 estaban citados los inconformes. El licenciado Roger Morales Palacios, uno de los asesores de los comandantes, expresó que el oficial Héctor Gómez, que ocupaba el cargo que tenía Meade, le ofreció todo el dinero que quisiera para que dejara el asunto, pues de lo contrario “sufriría las consecuencias”.
El oficial 7 de Tránsito también hizo la misma proposición. Era obvio que formaban parte de la mafia que dio muerte a Meade Arrevillaga. Por cierto, desde que se ampararon, a los tres comandantes se les prohibió el acceso a las oficinas de Tránsito.
El general Francisco Martínez Peralta, acosado por las evidencias, puso a disposición del Servicio Secreto a tres choferes del Jeep en el que Óscar Meade Arrevillaga hizo su servicio durante el tiempo que fungió como comandante.
Sin pruebas, el general Martínez los había acusado de “exaccionar a varias líneas camioneras” y como prueba de su buena fe hacia ellos, entregó recibos para los tres motociclistas, recibos de pago que “desde la primera quincena de julio hasta la primera de agosto, estaban a su disposición en la pagaduría de la Dirección General de Tránsito”.
Es decir, que el amparo que buscaban no tenía base, porque “no estaban cesados como motociclistas y si no tenían dinero, era porque no se habían presentado en la Pagaduría”.
El reportero Jorge Herrera Valenzuela informó que tres allegados al general Francisco Martínez Peralta eran sobre quienes estaba enfocada la investigación policiaca.
Eran el mayor Andrés Loreto García, el primer comandante Héctor Gómez (el que ofreció todo el dinero que pidieran los defensores) y el oficial Calixto Moreno.
Como todo funcionario que cuida “su prestigio”, Melchor Cárdenas González y Eduardo Estrada Ojeda, titulares de la Policía Judicial del Distrito y Servicio Secreto, respectivamente, trataron de desvirtuar las acusaciones contra Francisco Martínez Peralta.
Dijeron que “era muy aventurado” especular sobre su presunta responsabilidad en el asesinato de Óscar Meade Arrevillaga. Otro que “no cantaba mal las rancheras”, era el comandante Joaquín Salazar Gutiérrez, quien suponía que laborar “con absoluta discreción” era lo mejor... pero ¿para quién?
Al detective le tocó interrogar a los principales sospechosos del asesinato, pero no deseaba distanciarse con el divisionario.
A un costado de la tumba del comandante Óscar Meade Arrevillaga, la señora María Victoria Osorio, viuda de Meade, hizo saber que el único responsable del asesinato era el general Francisco Martínez Peralta, entonces director general de Tránsito. Respaldaron tal afirmación el primer comandante de esa corporación, Hiram Rivera Teja y Rogelio Flores Berrones.
Y en el Panteón Civil de Iztapalapa, bajo torrencial aguacero, el inmolado primer comandante de la Quinta Compañía de Tránsito, recibió cristiana sepultura.
Apenas se apagaba el ulular de 23 sirenas de motocicletas (13 de policías de la Federal de Caminos) y la de una ambulancia de la Cruz Roja, con entereza admirable la señora Osorio dijo:
-Te vas, mi Óscar adorado, mi querido Óscar. Te vas porque te quitaron de mi lado, no porque hayas querido dejarme. No te llevas el corazón que me entregaste, porque me dejas tres, los de nuestros hijos, a los que tanto quisiste. Te han asesinado y el único responsable de todo es el general Francisco Martínez Peralta. Confío en la justicia. Si es necesario llegaré hasta el Presidente Gustavo Díaz Ordaz. Yo educaré a nuestros hijos como tú lo hubieras hecho: con honradez, con disciplina, con moralidad, con todo lo que fuiste en la vida. ¡Justicia, señores!
Pero no la hubo, nunca llegó.
Hiram Rivera dijo que las balas fueron de Martínez Peralta, pero que el sacrificio de Óscar no sería inútil.
Hiram Rivera Teja y Rogelio Flores Berrones -pasó 13 años en Tránsito- dijeron que Óscar, hacía 10 días les dijo que el general Martínez Peralta le pidió 5,000 pesos mensuales, para “empezar”, luego serían 10,000 si querían conservar el trabajo los nuevos comandantes.
El ingeniero químico biólogo se negó rotundamente a fomentar la corrupción del titular de la DGT y “eso le costó la vida”.
Surgieron varios sospechosos en tránsito
El mayor Andrés Loreto García, jefe de la vigilancia del tránsito en la zona comercial de La Merced, se perfiló como primer sospechoso en el caso de Óscar Meade Arrevillaga.
Hacía poco menos de un mes que el mayor había insultado gravemente a Meade y sólo la intervención del coronel Luis Torres Fuentes impidió que las cosas pasaran a mayores.
Otro peligroso agente de tránsito, el suboficial Guillermo Córdova Chaparro, fue interrogado por los detectives secretos. En una ocasión intento matar a balazos a una mesera del Estado de México, cuando se encontraban en Iztapalapa.
Esa ocasión, Córdova viajaba en el Jeep 24 de la Dirección General de Tránsito. En principio, reconoció que “había hecho algunos disparos”, pero no contra persona, por ello “había salido positiva la prueba de la parafina”.
Algunas personas dijeron que “habían visto un Jeep” en el Río Churubusco pocas horas antes de que fuera descubierto el cadáver del comandante asesinado. El vehículo probablemente era de Tránsito.
Los comandantes amparados dijeron que en 1965, para entrar a Tránsito y quedar adscrito a un crucero más o menos “productivo”, el interesado debía pagar 3,000 pesos.
La cuota aumentaba a 5,000 pesos cuando se deseara ser patrullero o formar parte del escuadrón motorizado. Si después de un tiempo el agente de banquillo quería ser patrullero, debía pagar de 8,000 a 12,000 pesos.
Los patrulleros pagaban 250 pesos por turno en la Calzada Ignacio Zaragoza, Río Consulado, Calzadas Vallejo, Misterios y Guadalupe, eran cuatro turnos al día. Otras calzadas se cotizaban a 125 pesos por turno. El Viaducto era “barato” -50 pesos- porque ahí la atención debía concentrarse en cuidar de la circulación por el paso del presidente de la república y otros funcionarios.
El mayor Andrés Loreto García entregaba 15,000 pesos semanales al general Francisco Martínez Peralta, en el domicilio del divisionario, por las cuotas que generaba La Merced.
Y es que controlaba Loreto a quienes desearan estacionar sus transportes en la madrugada, todos entregaban una igual a los agentes de Tránsito. Además los discos de señalamientos sólo demostraban las zonas de descarga, pero no limitaban el estacionamiento.
Pero todos los ciudadanos eran infraccionados por estacionarse “en lugar prohibido”. También controlaba las rutas camioneras, sitios de autos de alquiler y de los estacionamientos y por las revistas de vehículos, se percibían 60,000 pesos mensuales.
Así que el general recibía alrededor de 500,000 pesos al mes, con apoyo de los mafiosos antes señalados. ¡Cómo se iba a permitir que tres comandantes amparados pusieran el mal ejemplo de no dar cuota!
Un coronel de apellido Victoria, un señor Ricardez Fierro y otro de apellidos Sánchez Arellanes fueron comisionados para “convencer” a los motociclistas de que debían “cuadrarse” y no pudieron en 1965.
Por ello siempre que las autoridades querían “hacer limpia” para “moralizar” Tránsito, los despedidos eran motociclistas honestos.
El comandante Hiram Rivera Teja denunció que había recibido algunas amenazas telefónicas y, por lo tanto, seguía considerando autor intelectual del crimen de Meade al general Martínez Peralta.
Y como siempre sucede, sin pruebas, se exculpó al general Francisco Martínez Peralta, pero se reconoció que el crimen fue porque Meade “se metió con alguno de los que controlan los ingresos”.
Por su parte, la viuda dijo que el 9 de agosto llegó a su domicilio un señor que dijo ser de Teléfonos de México, porque “la línea tenía tierra”. El desconocido descolgó la bocina, marcó un número, revisó la caja y después fue a la caja de la calle.
Desde aquel día comenzó a oírse un ruido extraño cada que se hablaba por teléfono.
Y la viuda del comandante Meade dijo que no tenía celos de su marido y que no tuvieron algún disgusto serio.
Añadió que en 1950 conoció a Óscar, cuando estudiaban en la Escuela Vocacional 4; fueron novios, se separaron, volvieron a encontrarse en 1954 y un año después de casaron.
Ya estaba en Tránsito, pero tenía un taller de encuadernación. Tránsito no era su “modus vivendi”.
Quedó sin castigo aquel homicidio
El 16 de junio fue lanzada la convocatoria para un concurso en la Dirección General de Tránsito, del cual saldrían los cuatro primeros comandantes. Óscar no quería participar, se oponía porque tendría menos tiempo para estudiar.
Por coincidencia, el mayor Dionisio Tostado, secretario particular de Francisco Martínez Peralta, invito a Meade a concursar. Óscar sabía que los puestos “ya tenían destinatario” y no quería hacer el ridículo.
Óscar Meade Arrevillaga no apareció en las listas iniciales de ganadores. Las pruebas fueron revisadas en la oficialía mayor, donde se notó una triquiñuela -de las que jamás podrán librarse los mexicanos- a favor de un allegado al divisionario Martínez y entonces se propuso a Meade para ocupar el cargo de comandante de una compañía “y así fue el nombramiento oficial”.
Obviamente, Martínez y su gente no querían a Meade sino como “segundo” comandante. Surgieron las diferencias y las denuncias de los Meade provocaron la salida de tres oficiales.
El propio divisionario llamó a Meade Arrevillaga para decirle que “no eran del mismo grupo y que era mejor que presentara su renuncia, por no ser apto para el cargo”.
El 3 de julio, en la revista mensual, le dieron el cargo a Óscar Meade. Claro que no le dieron oficina, sólo autorización para improvisar una en una bodega sucia.
También por coincidencia le fue asignado como “segundo” el oficial Héctor Gómez Rodríguez, quien quería tener el mando absoluto y controlar determinadas posiciones económicas.
Todos los motociclistas le dijeron que se cuidara, porque “La Muñeca” Gómez, era servil, traidor y le gustaba con obsesión el dinero. No se quería en Tránsito a Meade, porque era de la “oposición”, o sea, de los honestos servidores que existían en la corporación.
En la última fase de su explicación, la señora Meade dijo que el sábado 28 de agosto de 1965, Óscar salió de su domicilio poco después de las 9:00 horas y hacia las 11:00 se comunicó telefónicamente con su mujer para saber si se le ofrecía alguna cosa.
A las 15:00 horas salieron la viuda y sus tres hijos para asistir al domicilio de una amiga que enseñaba corte y confección. Al comandante le dejó un recado y comida caliente. Al regresar, notaron que Óscar había retornado, pero no había comido. Faltaba el recado.
Sobre un mueble estaba una taza con café a medio consumir y un cigarrillo que comenzó a fumar Óscar, quien apagó pronto la brasa. En el Servicio Médico Forense, se informó que el asesino material había utilizado una pistola calibre .38.
Y unos chiquillos informaron que posiblemente Óscar Meade se fue con “los señores” que estaban en un auto verde, estacionado frente al domicilio del ahora desaparecido.
La viuda creía que su esposo fue atraído con engaños hacia tal automóvil y los ocupantes lo agredieron a bordo del mismo, para después dispararle por la espalda y abandonarlo gravemente herido en el Río Churubusco. Lo que nunca se aclaró es que si los plagiarios y agresores mantuvieron con ellos al lesionado comandante, ¿por qué no lo remataron?
La autopsia demostró que el deceso no fue instantáneo, sino que Meade sobrevivió media hora, según los cálculos forenses. Era probable que el homicida no hubiese sido un gatillero profesional, sino un agente de Tránsito (de los que “odiaban” a Meade), acostumbrado a timar automovilistas, pero no a matar personas, por lo que pudo asustarse por la hemorragia y la agonía del ingeniero y no se atrevió a darle el tiro de gracia.
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Comenzó a decirse que el general Francisco Martínez Peralta, no emparentado con Ernesto Peralta Uruchurtu, obtendría una licencia para “atender asuntos de carácter personal” o para “atenderse de un mal que lo aquejaba desde hacía tiempo”. Desde luego, la Dirección Federal de Seguridad investigó por su cuenta lo que supuestamente no habían podido aclarar los agentes secretos y judiciales.
La abogada Beatriz Álvarez Rocha recibió la denuncia formal de Jorge Meade Arrevillaga sobre la autoría intelectual del crimen de su hermano Óscar. Y simplemente señalo a Jorge, Hiram y Rogelio, como los autores del asesinato.
El procurador Gilberto Suárez Torres se enfureció por las aventuradas declaraciones de la licenciada Álvarez y comentó que no se buscarían chivos expiatorios.
El lunes 20 de septiembre de 1965, el general Francisco Martínez Peralta, quien no podía ocultar su angustia, “renunció” como director general de Tránsito.
La luz de los reflectores cayó sobre la cara del general. Sus ojos estaban rasos de lágrimas. (Antes que él, había llorado la familia Meade). Sin contundencia intentó calificar los ataques a su persona, como dirigidos “a los hombres que hicieron la Revolución” y con sorna comentó que 20 días después del crimen de Óscar Meade Arrevillaga “no se había determinado quién o quiénes eran los presuntos homicidas”.
La Dirección Federal de Seguridad no dio a conocer sus investigaciones, pero lo que parecía seguro en 1965 es que un puesto donde se obtenía el equivalente a 500,000 pesos mensuales, no se dejaba “voluntariamente” por ataques “a la Revolución”.
De todas formas, aparentemente quedó sin castigo el homicidio perpetrado el sábado 28 de agosto de 1965, cuando “varios desconocidos y algunos elementos de Tránsito, rodearon a un comandante que se había quedado con tres balas y necesitaba más para defenderse”.
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