La mañana del 23 de abril de 1934 no parecía distinta a otra en la incipiente ciudad de México. David Heredia, gendarme de la policía capitalina, había terminado su jornada nocturna y se dirigió al número 80 de la calle Patriotismo, en los rumbos de Tacubaya, donde vivía con su madre Juana, su hermana Estela y su novia Teresa, quienes además atendían una pequeña peluquería llamada La Flor de Oaxaca, cuyo negocio habían puesto con grandes sacrificios.
Al llegar a la puerta de la casona, David se encontró con Leonardo Torres, un chamaquillo de 10 años, quien les hacía algunos mandados. Eran las siete de la mañana, se les hizo extraño que las puertas estuvieran cerradas, por lo regular a esa hora las tres mujeres ya andaban de aquí para allá con sus actividades cotidianas. Así que tocaron con fuerza por varios minutos, pero no obtuvieron respuesta.
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El joven gendarme se preocupó y a empujones y patadas voló los candados de la puerta, no imaginó que al hacerlo, se adentraría en otra dimensión, la del horror.
Al ingresar en la peluquería, varias manchas de sangre en el piso llamaron su atención, el rastro rojo provenía de la pequeña habitación donde moraba con las tres mujeres, ya no podía tener duda, algo horrible había pasado, con el corazón sobresaltado entró y vio la macabra escena: Teresa, su novia ensangrentada y semidesnuda sobre la cama, su madre Juana y hermana Estela, en el suelo, ambas en sendos charcos de sangre, golpeadas y con heridas horrendas causadas por un puñal o navaja.
Muebles y objetos estaban revueltos, las manchas y coágulos de sangre teñían de rojo la habitación. Quiso gritar y a la vez vomitar, pero se reprimió y enloquecido salió con el pequeño Leonardo, quien también había visto la escena espantosa del crimen.
Ya en la calle, David pidió ayuda a un policía, quien de inmediato dio aviso a la Decimoprimera Delegación, en cuestión de minutos, el número 80 de la calle Patriotismo, se atiborró de autoridades policiacas y de curiosos quienes no daban crédito a la tragedia ocurrida a mujeres tan buenas.
Luego que el ministerio público Francisco Campos, los comandantes Silvestre Fernández, Felícitos Hernández, Sabás Francia y el perito Luis Esparza inspeccionaron y realizaron las diligencias correspondientes en la escena del crimen, los cuerpos de las víctimas infelices fueron subidos a una ambulancia de la Cruz Verde y trasladados al anfiteatro de la Decimoprimera Delegación, en la calle de Revillagigedo, en el centro de la ciudad de México.
Mientras a bordo de una patrulla y destrozado por perder a su familia, el gendarme David Heredia y el niño Leonardo fueron conducidos también a la delegación para rendir su declaración ante el agente del Ministerio Público. De camino y repentinamente, una pregunta le surgió al gendarme: ¿Dónde estaba Santiago?, su amigo y novio de su hermana, y quien también trabajaba con ellos en la peluquería.
Dictamen de los forenses
Los agentes investigadores recabaron toda clase de huellas y pistas que los pudieran conducir al culpable y al esclarecimiento del crimen. David Heredia rindió su declaración, destrozado hizo un esfuerzo por recordar cómo encontró a las tres mujeres muertas en su pequeño cuarto donde dormían.
Mientras el dictamen de los forenses sobre las heridas que registraron las tres mujeres estableció que la señora Juana recibió 15 puñaladas, su hija Estela 17 y Teresa 22, la mayoría en sus cuellos. Además, Juana y Estela tenían golpes en el cráneo, provocados seguramente por un barretón que se encontró en la escena y el cual estaba manchado de sangre.
Otro detalle que llamó la atención de los detectives, fue que Teresa tenía una cortada que le prolongó la comisura de los labios, además de que al igual que la señora Juana, tenían heridas en las manos y dedos, causadas seguramente al tratar de defenderse de su despiadado asesino.
Se llevó también los ahorros
Los agentes policiacos también hallaron un cuchillo de los llamados “fileteros”, una navaja y una hoja mellada del lado del filo, la cual se rompió al atacar a alguna de las víctimas. Encima de una pequeña máquina de coser, estaban una camisa, un pantalón negro y unos zapatos amarillos, pertenecientes a Santiago Rodríguez, novio de Estela, así lo confirmó David en su declaración ante el agente del Ministerio Público, por lo cual, todo indicaba que el asesino era probablemente su cuñado, quien también le hurtó un uniforme de gendarme y unos zapatos de charol para despistar a la policía.
Además, Santiago robó cerca de 60 pesos de una alcancía que guardaban debajo de la cama, y en su fuga dejó varios centavos regados por el suelo. Otros indicios más fueron ropas ensangrentadas que pertenecían a las tres mujeres y que se hallaron dispersas por la habitación. Con todas estas pruebas, los comandantes Felícitos Hernández, Sabás Francia y Silvestre Fernández dieron la orden de buscar a Santiago Rodríguez Silva, a quien consideraron el principal sospechoso del triple asesinato en la peluquería La Flor de Oaxaca.
¿Cómo conoció a Santiago Rodríguez?
En su declaración ante los investigadores, David Heredia explicó dónde y cómo conoció a Santiago Rodríguez Silva. El joven gendarme precisó que él y su familia partieron de la sierra de Oaxaca, su lugar de origen con rumbo a Guadalajara y luego a Michoacán, estados donde trabajó como zapatero.
En Maravatío conoció a Santiago, quien se encontraba enrolado en las filas del ejército, David le presentó a su madre y hermana y le comentó que se dirigirían a la ciudad de México, con la intención de encontrar un mejor trabajo que los sacara de la pobreza en la que estaban inmersos. Al saberlo, Santiago le insistió en acompañarlos por lo que desertó de la vida castrense.
Al llegar a la ciudad de México, David logró hacerse de un lugar en la policía como gendarme, juntó un dinerito y puso la peluquería, atendida por su madre y hermana. Santiago le pidió que lo recomendara para obtener un puesto en la corporación policiaca de la ciudad, pero no se lo dieron ya que no sabía leer ni escribir bien, así que le dio trabajo en la Flor de Oaxaca, donde comenzó a cortejar a su hermana Estela.
Se iba a casar con Estela
Al poco tiempo, Santiago se ganó el cariño de la señora Juana y el cariño de Estela, con quien tenía muchas atenciones y no tardaron en hacerse novios. Ella estaba muy enamorada de él, por lo que le pidió que se casaran.
David veía muy enamorada a su hermana así que le prometió hacerles un regalo de bodas, el cual consistía en pedir un préstamo de 150 pesos a la corporación policiaca capitalina y utilizarlo en la fiesta y por qué no, para que iniciaran su propio nidito de amor.
Se cargó a dos arrieros en Guanajuato
En su declaración, David también relató a los investigadores, que Santiago alguna vez le confesó que andando por la sierra de Guanajuato, había asesinado a dos arrieros durante una parranda en la que discutieron y sin más, Santiago los asesinó a sangre fría a cuchilladas.
Desde esa confesión, surgió desconfianza en él y en su señora madre, y aconsejaron a Estela que se fuera con pies de plomo con Santiago, ya que además, le gustaba cortejar a cuanta muchacha se le atravesaba en el camino.
Pero como el amor es ciego, Estela no le dio importancia a esos detalles, y los planes de boda siguieron en pie.
Se dio valor con mezcal
Cuando tocó el turno de dar su testimonio al niño Leonardo Torres, comentó a los agentes policiacos que el domingo se retiró del domicilio de la familia Heredia cerca de las 6 de la tarde, donde se encontraban la señora Juana, Estela, Teresa y el mismo gendarme David Heredia, mientras que Santiago estaba en la peluquería en compañía del señor Joaquín Sandoval, un zapatero amigo suyo.
El chiquillo narró que antes de irse, Santiago Rodríguez le pidió como último favor antes de que se retirara a su casa, le comprara mezcal, situación que se le hizo extraña al niño, pues nunca lo había visto beber alcohol.
Leonardo contó que fue a la tienda, compró el mezcal y se lo entregó a Santiago, siendo la última vez que los vio a todos antes de irse a casa. A la mañana siguiente, llegó antes de las 7 de la mañana, como era su costumbre, para ayudar a las tres mujeres en los mandados, pero encontró cerrada la peluquería y por más que tocó, nadie le abrió. Luego llegó David, quien derribó la puerta y se toparon con la espeluznante escena, las tres mujeres muertas, acuchilladas y sangre por todos lados.
Asimismo, David ratificó lo dicho por el niño, al señalar que en efecto, Santiago se encontraba bebiendo con el señor Joaquín, y antes de retirarse a su turno de la noche, se despidió de ellos dejándolos en la peluquería La Flor de Oaxaca.
Por último, el gendarme contó a los investigadores, la desconfianza que surgió en su madre al contarle que Santiago había asesinado a dos arrieros, desde ese momento, la señora Juana temía por la vida de él y de Estela, además de que era un galanteador sin escrúpulos, situación por la que no tenía suerte con las muchachas, pues notaban sus malas intenciones, sin embargo, su hija estaba muy enamorada de él, y pese a las advertencias de ella y su hermano, estaba convencida en unir su vida con Santiago.
“¡Madrecita linda, te juro que encontraré al asesino!”
Fue el miércoles 25 de abril, cuando se llevó a cabo el sepelio de las tres mujeres, queridas por todo el barrio de Tacubaya. En el panteón de Dolores se vivió un auténtico duelo popular, donde los vecinos acompañaron a David Heredia hasta donde sería el último lugar de descanso de su madre, hermana y novia.
Ante los féretros, destrozado por perder prácticamente a sus únicos seres queridos, el gendarme les dedicó unas últimas palabras: ––¡Juro ante ti, madre mía, revolver mar y tierra para encontrar al asesino y hacerlo pagar por lo que les ha hecho! ––David se hincó, prorrumpió en sollozos y no dijo más mientras los enterradores hacían su trabajo y los asistentes dedicaban porras, llanto dolorido y más aplausos a las tres difuntitas.
Una carta, un desengaño
A esas horas, en el lugar del crimen los investigadores Silvestre Fernández y Francisco Campos examinaban la escena y buscaban pistas que los llevara a desenredar la trama de la tragedia, ya que sabían que probablemente Santiago era el asesino, pero los motivos por los cuales les había quitado la vida, no los tenían muy claros.
Pero cuál fue la sorpresa de los detectives, al encontrar una carta, escrita por una mujer, quien se excusaba de haberle dado falsas esperanzas a su amante, sabedora de que tenía otros compromisos:
“Discúlpame, lo nuestro no puede ser, entiende que yo amo a otra persona, a quien no puedo traicionar, pues yo sé que me ama, por favor, no me metas en problemas y ya no insistas porque entre tú y yo no puede haber nunca nada, más que amistad”, atentamente: Teresa”.
Los detectives se miraron sorprendidos y de inmediato se cuestionaron si se trataba de Teresa, la novia de David Heredia, por lo que se llevaron el documento para su análisis y cotejarlo con la letra de la novia del gendarme, solo así sabrían si ella y Santiago tenían una relación a escondidas del policía.
La Prensa ubica al asesino
Al conocer la Policía Secreta de la ciudad de México que Santiago Rodríguez era originario de un pueblo llamado Los Tinacos, ubicado en León, Guanajuato, envió a una comitiva de tres detectives para buscar al presunto criminal, no obstante, el reportero de La Prensa Armando González Tejeda se les había adelantado en llegar y para cuando los agentes policiacos apenas iban llegando, el periodista ya tenía datos muy importantes, los cuales reportó mediante una llamada a la redacción de la editora.
González Tejeda informó que Santiago Rodríguez llegó al pueblo de Tinacos, donde vivían sus padres, trató de conseguir empleo en una peluquería, propiedad de los hermanos Flavio y María Luisa Aranda, con quienes se entrevistó el reportero y al contarles lo hecho por Rodríguez Silva y enseñarles una foto de él, los peluqueros no dudaron en afirmar que, en efecto, ese hombre había llegado a pedirles trabajo, y hasta ratificaron que iba vestido de negro, con unos zapatos de charol y un suéter.
Luego, el reportero acudió al domicilio de los padres de Rodríguez Silva, donde habló con el señor Anacleto Rodríguez y la señora María Silva, al preguntarles si sabían algo de su hijo, se notaron muy nerviosos y solo le respondieron que se suponía andaba en la ciudad de México trabajando, que tenían más de un mes de no saber nada de él, fecha por la cual les mandó una carta. No obstante, el periodista se dio cuenta fácilmente de que mentían y que Rodríguez Silva, “El Chacal de Tacubaya” estaba escondido en un sitio muy cerca de ahí, si no es que en la misma casa de sus padres.
Con el aporte de esta información, La Prensa se comunicó con el jefe de la Policía de León, el general Rafael Márquez, y con Silvestre Fernández, jefe de la Secreta de la ciudad de México, quienes de inmediato enviaron a sus agentes al domicilio del criminal para de una vez por todas, detenerlo.
Horas más tarde, los padres de Rodríguez Silva fueron ingresados en prisión, acusados por la policía de encubrir al asesino, ya que se negaban a revelar dónde se encontraba.
Así pasaron tres días más, durante los cuales las policías de León y de la ciudad de México buscaron al “Chacal de Tacubaya” por las serranías guanajuatenses y distintas colonias de la capital mexicana, sin tener éxito, era evidente que el criminal era astuto, se estaba burlando de ellos, pero también era claro, que cada vez se sentía más acorralado.
“Lo capturamos”
Fue al mediodía del 28 de abril, mientras los agentes Francisco Krauss Morales y Eduardo del Prado Moray buscaban al asesino en un pueblito de León, llamado El Calvario, que lo sorprendieron mientras desayunaba huevos revueltos con frijoles en salsa verde, en lo que había sido alguna vez la casa de sus abuelos.
Al verse descubierto, trató de atacar a los detectives con una navaja de peluquero, pero Krauss y Moray sacaron sus pistolas, lo desarmaron y le recomendaron que por su bien, aceptara sus crímenes y se entregara. Ya esposado, Rodríguez Silva confesó que sí había matado a las tres mujeres, pero argumentó que fue en defensa propia, ya que ellas lo atacaron primero. Los agentes lo llevaron a la Comandancia de Policía de la ciudad de León, donde quedó bajo el resguardo de los generales Anastasio Méndez y Rafael Márquez, quienes de inmediato, se comunicaron con Silvestre Fernández, jefe de la Policía Secreta de la ciudad de México, para darle la buena nueva: ‑‑‑Mi general, ya tenemos a Rodríguez Silva. Aceptó haber matado a las tres mujeres. Quedamos a las órdenes de lo que usted disponga y mande.
‑‑‑¡Buen trabajo, mi general, los felicito! Téngalo bien encerrado, mañana mismo estaré en León para traerlo de vuelta y que rinda cuentas ante la justica ‑‑‑dijo el jefe de la Secreta, quien en compañía del mayor José Pérez Tejada, salieron de inmediato hacia Tlalnepantla para abordar el tren con rumbo a la ciudad de León, Guanajuato.
“David se ‘entendía’ con su hermana”
A la mañana siguiente y en cuanto llegaron los generales Tejada y Revueltas a la Comandancia de León, comenzó el interrogatorio contra “El Chacal de Tacubaya”. Al calabozo del asesino, ingresaron ambos detectives, y Tejada comenzó sin preámbulos las preguntas:
‑‑‑¿Por qué mataste a Juana, Estela y Teresa? ‑‑‑Yo no las maté, solo me defendí porque ellas me atacaron primero. ¡Yo escapé de la peluquería pero nunca me imaginé que estuvieran muertas!
‑‑‑¡No mientas, será mejor que nos digas la verdad! ¿Por qué las atacaste? ‑‑‑¡Está bien, yo no quise matarlas pero Estela se “entendía” con su propio hermano, David, y yo me iba a casar con ella!
‑‑‑Cómo puedes afirmar tal cosa, si ellos son hermanos ‑‑‑reprochó el general Tejada ‑‑‑Porque yo los vi muchas veces en situaciones muy sospechosas, se abrazaban no como hermanos sino como otra cosa, además, dormían muchas veces juntos…yo le pregunté a Estela si tenía algo que ver con su hermano, pero ella siempre lo negó ‑‑‑Pues claro, esas son puras suposiciones tuyas, no tienes ninguna prueba contundente para dar por hecho lo que estás diciendo ‑‑‑recalcó el general.
‑‑‑¿Cuéntanos qué pasó la noche del 22 de abril, en la peluquería? ‑‑‑Yo estaba en la peluquería tomando pulquito con el señor Joaquín, un zapatero amigo nuestro, mientras David, su mamá, su hermana y Teresa se encontraban descansando en el cuartito donde dormían. Luego le pedí a Leonardito que nos trajera mezcal. Como a las ocho de la noche, David se fue a trabajar y como media hora después, Estela, su mamá y Teresa salieron pero no me quisieron decir adónde. Tardaron como una hora en volver, y le pregunté a Estela que adónde habían ido, pero ella me contestó airadamente: “¡A ti qué te importa adónde fuimos!”. Luego me metí al cuartito a tomarme un café y acto seguido, mi general, las tres mujeres entraron y me agredieron, Estela con una navaja de rasurar, la señora Juana con un cuchillo y Teresa con la barreta.
‑‑‑Yo me defendí parando los golpes, pero me cortaron la mano izquierda, luego saqué mi navaja que llevaba, pero me la quitaron y me siguieron golpeando entre todas. Como pude me defendí, mi general, que juro que no me di cuenta de lo que pasó. Ahí estuve, junto a los cadáveres hasta las cuatro de la mañana, en lo que me curaba la herida de mi brazo. Me quité las ropas ensangrentadas y los zapatos y me puse un uniforme de gendarme de David.
‑‑‑Antes de salir, tomé de un mueble 12 pesos con 50 centavos que me correspondían por mi sueldo semanal. Salí a la calle y cerré la casa con candado para que no se fueran a robar algo, luego busqué a mi amigo Nicolás Montiel, le dije que me llevara a la estación del tren en Tlalnepantla, porque mi mamacita se había puesto muy grave. En la estación compré un boleto a Salamanca. Llegando me fui a un hotel donde pagué 75 centavos. Ahí estuve de lunes para martes, después me fui a casa de mis papás, en los Tinacos. Ese mismo día, fui a la peluquería de la señora María Luisa y del señor Flavio, para pedirles trabajo, pero me dijeron que por ahora no podían contratar a nadie.
‑‑‑Por la noche me enteré de que un reportero andaba preguntando por mí, así que decidí irme a esconder al rancho de mis abuelos, en el cerro de El Calvario, donde me atraparon los detectives. ‑‑‑De pronto tuvo otro arranque: ‑‑‑¡Pero yo no maté a las señoras, no sé nada de eso! ¡Sí estoy arrepentido de lo que hice, pero yo no las maté, soy inocente!
‑‑‑El general Silvestre Fernández soltó otra pregunta como pistoletazo: ‑‑‑¿Es cierto que tuviste relaciones íntimas con Teresa Pulido, la novia de David? ‑‑‑¡Eso no es verdad, yo no tuve nada qué ver con esa muchacha, ella se me insinuó varias veces, la muy buscona, pero yo la rechacé porque me iba a casar con Estela! ¡Mienten, todo es mentira… soy inocente! ‑‑‑contestó de forma desesperada Santiago y en ese momento el general Tejada le dijo, lo llevarían a la ciudad de México para procesarlo y ordenó a los gendarmes que lo devolvieran a su celda.
Ante tal relato, por momentos, incoherente y otros, desfachatado, los generales Tejada y Fernández estaban sorprendidos y no tenían duda de que Santiago era el asesino, pero seguían sin saber los motivos de por qué las había matado, sin embargo, el criminal se encontraba en un estado de locuacidad que no permitía respondiera con claridad.
Los detectives que encabezaban la investigación, ordenaron de inmediato detener a Nicolás Montiel, y acordaron al día siguiente, trasladar a “El Chacal de Tacubaya” a la ciudad de México para iniciar su juicio y realizar la reconstrucción de hechos en la peluquería La Flor de Oaxaca.
“¡Déjenme, lo voy a matar”
El martes 1 de mayo, un tumulto de personas se agolpó a las afueras de la Comandancia de Policía en la calle de Revillagigedo, en el centro de la ciudad de México, esperando el arribo del “Chacal de Tacubaya”. La comitiva estaba integrada por cinco patrullas Cadillac, en la segunda iba el criminal Santiago Rodríguez Silva, escoltado por los generales José Pérez Tejada y Silvestre Fernández.
La multitud rugía que lo mataran y al detenerse la patrulla para bajar al asesino despiadado, la policía tuvo que formar una valla de varios uniformados pues la muchedumbre estaba tan enardecida que querían abalanzarse contra Rodríguez Silva para lincharlo y hacer justicia por propia mano.
Los policías contuvieron como pudieron a la multitud mientras el criminal avanzaba a paso rápido para ingresar a la Comandancia, mientras esbozaba alguna sonrisa cínica y se daba aires de arrogancia.
Cuando ingresó a uno de los patios de la Comandancia, la cual estaba llena de policías también, David Heredia, hijo, hermano y novio de las asesinadas se abalanzó contra él y en el momento en que sacaba su arma de cargo, el coronel Guillermo Rosas Flores alcanzó a someterlo y desarmarlo para que no se manchara las manos: ‑‑‑¡Déjenme que lo mate! ¡Déjenme, este desgraciado mató a mi madre!
Bajo la tensión del momento, los generales que custodiaban al asesino lo metieron rápido a los separos mientras “El Chacal” se había puesto pálido del susto.
Media hora más tarde, frente al agente del Ministerio Público, Santiago Rodríguez comenzó con su declaración de los hechos, pero al ver a toda esa multitud y estar en el puño de todo el aparato de justicia, se sintió diminuto e indefenso.
Durante su declaración, Santiago cayó en contradicciones y disparates, discurría en afirmar que Teresa se le insinuaba constantemente y que David tenía relaciones íntimas con su hermana Estela, y afirmaba lo antes dicho, que solo se había defendido del ataque de las tres mujeres, pero que él no las había asesinado.
Pero “El Chacal” no pudo con ciertas preguntas de los detectives: ‑‑‑¿Te das cuenta que la gente está indignada contigo, por el espantoso crimen que cometiste? ‑‑‑Sí señor, por eso me remuerde la conciencia.
‑‑‑¿Creíste poder escapar de la persecución de la policía? ‑‑‑No, yo pensaba presentarme ante la autoridad, para que me castigara, pero primero quería curarme las heridas. Pero cómo ya les dije, yo no maté a esas mujeres y David se acostaba con su hermana y yo no podía soportar eso, porque ella iba a ser mi esposa. Y Teresa se me insinuaba, era una mujer que no valía la pena, no la merecía mi hermanito David.
‑‑‑El arranque del criminal volvía a dejarlo mal ubicado, ya que con esas palabras prácticamente aceptaba tener motivos para asesinarlas. Además, la forma en cómo ocurrió el crimen y la manera en cómo se encontraron los cuerpos, no sostenía la versión del “Chacal”.
El relato del asesino enardeció cada vez más a la multitud, por lo que el agente del Ministerio Público y los detectives decidieron terminar con el interrogatorio. Al día siguiente, se acordó realizar la reconstrucción de hechos, en la misma peluquería La Flor de Oaxaca, donde sucedió el triple crimen, con el propósito de saber de una vez por todas, los motivos que llevaron a Santiago Rodríguez Silva a quitarles la vida a esas tres mujeres.
Tragedia que comenzó y terminó en el mismo lugar
El triple homicidio tenía indignados no solo a los vecinos de Tacubaya sino a la población de la ciudad de México en general, por lo que los detectives y el agente del Ministerio Público, decidieron llevar a cabo la reconstrucción de hechos a una hora en la que los habitantes no pudieran entorpecerla o que la situación se saliera de control y trataran de hacerse justicia por propia mano, por lo que a las 23 horas del 1 de mayo, sacaron de su celda a “El Chacal de Tacubaya” y lo trasladaron al número 80 de la calle Patriotismo, donde se ubicaba La Flor de Oaxaca y donde ocurrió el crimen.
Con sigilo llegaron autoridades y el despiadado asesino, entre los detectives se encontraban los generales Silvestre Fernández, José Pérez Tejada, y el coronel Francisco Krauss, así como el agente del Ministerio Público, Francisco Campos y su secretario Luis Esparza, además de ocho gendarmes más, quienes montaron una guardia en sus patrullas a las afueras del inmueble.
De inmediato se internaron en la pequeña habitación donde ocurrió el espantoso crimen, el general Tejada de inmediato dio la orden a Rodríguez Silva para que comenzara con su relato, recreando los hechos dantescos: ‑‑‑Cuéntenos a partir de que las mujeres regresaron de la calle, ¿qué estaba haciendo usted? ‑‑‑Como les dije antes, mi general, yo estaba tomando un café para bajarme un poco la borrachera, cuando ellas llegaron y yo le pregunté a Estela adónde habían ido, a lo cual me respondió de forma airada que eso a mí no me importaba y que quién me creía yo para darle órdenes. Entonces cerré la puerta del cuarto y de pronto, cuando yo estaba distraído, Estela entró y me atacó con una navaja por la espalda, luego llegaron la señora Juana con un cuchillo y Teresa, también con una navaja y se me vinieron encima. Yo lo único que hice, fue defenderme, mi general.
“El Chacal” volvió a relatar su misma versión que dio desde la primera vez, pero había muchas inconsistencias, mucha locuacidad, incoherencias con las que trataba de justificarse el asesino, lo cual desesperó a los detectives, pues los relatos de Silva no cuadraban con la manera en que se habían encontrado los cadáveres ni con las heridas que presentaron.
De pronto, el detective Silvestre Fernández hizo una afirmación que encendió al siniestro asesino: ‑‑‑¿Sabía señor Rodríguez que Estela estaba embarazada? Ayer nos entregaron los resultados de las autopsias y su prometida tenía tres meses de embarazo, ¿lo sabía? ¡ No solo mató a su novia sino también a su hijo!
‑‑‑Entonces “El Chacal” reaccionó como eso, como una verdadera fiera: ‑‑‑¡No puede ser! ¡Están mintiendo! ¡Ese hijo no era mío, lo ven, ese hijo era de su hermano David! ¡Me vio la cara la desgraciada! ¡Qué bueno que la maté!
‑‑‑De pronto el “El Chacal” con movimientos ágiles salió de la pequeña habitación y en la peluquería tomó una navaja, el primero en enfrentarlo fue el comandante Francisco Krauss, quien esquivó un intento de puñalada pero resbaló con los restos de sangre y agua que aún había en la escena del crimen. Cuando el desquiciado asesino intentó asestarle una puñalada en el cuello al detective, el general Tejada reaccionó en defensa de su compañero y disparó su pistola calibre .45 milímetros; la bala se incrustó en el pecho del lado derecho, muy cerca del cuello de Rodríguez Silva, quien se tambaleó y antes de caer, trató de atacar ahora a Tejada quien volvió a dispararle otra vez en el pecho.
“El Chacal de Tacubaya” cayó al suelo, dando los últimos estertores, a unos cuantos pasos de donde había asesinado cruelmente a Juana, Estela y Teresa. Su cuerpo se manchó de su sangre y de la de sus víctimas, en segundos murió.
Por unos instantes, los detectives se quedaron pasmados, y en medio de un silencio incómodo, Silvestre Fernández dijo: ‑‑‑¡Nadie nos va a creer lo que ha pasado! Miró su reloj y eran diez minutos antes de la una de la mañana del 2 de mayo.
La muerte de Santiago Rodríguez Silva, “El Chacal”, corrió por todo el barrio de Tacubaya, sin importar que era de madrugada. A las afueras de La Flor de Oaxaca, la multitud se agolpó igual o más que cuando este había asesinado a las tres mujeres, apenas nueve días atrás.
Cerca de las cinco de la madrugada, a oscuras aún, la muchedumbre exaltada vio cómo se llevaron el cuerpo de “El Chacal de Tacubaya” a la Comandancia de Revillagigedo, para hacerle la autopsia de ley.
Un dictamen y nueva versión del crimen
El 2 de mayo, peritos forenses entregaron el dictamen de las autopsias realizadas a las tres víctimas, en el cual quedó asentado que Teresa presentó heridas por arma punzocortante en cuello, tórax y brazos, además de registrar una cortada prolongada en los labios del lado derecho y lo más relevante fue, que tenía signos de agresión sexual.
La señora Juana Castellanos, madre de David Heredia, presentó heridas por arma punzocortante en cuello, manos, brazos, tórax; golpes policontundentes en el cráneo y espalda, posiblemente ocasionados con la barreta de metal que se encontró en la escena del crimen.
El cuerpo de Estela tenía heridas ocasionadas por arma punzocortante, en el cuello, tórax, espalda, manos, brazos, cabeza y abdomen, además de que presentaba un embarazo de tres meses, por lo que el feto también falleció.
Los resultados del dictamen trajeron una nueva versión del triple asesinato, cuyos detectives Tejada y Fernández dieron a conocer en una conferencia de prensa.
La nueva versión que armaron las autoridades señaló que Santiago Rodríguez Silva atacó a la jovencita Teresa Pulido, novia del gendarme David Heredia.
El asesino aprovechó que Juana y Estela habían salido para atacarla por ello se encontró semidesnuda y sobre la cama, por lo que gritó lo más fuerte que pudo para pedir ayuda, y cuando Juana y Estela regresaron, tomaron un cuchillo y la barreta para defenderla, pero “El Chacal” las navajeó primero para neutralizarlas y luego las remató con el cuchillo y la barreta.
Seguramente, afirmaron los detectives, Santiago estaba cansado de los rechazos de Teresa y esa noche se decidió a hacerla suya, pero no contó con que Juana y Estela llegarían para defenderla y todo devino en la tragedia. La cortada en la boca de Teresa, explicaba que el asesino se la causó al no quererlo besar.
Los generales Fernández y Tejada negaron que hubiera alguna relación incestuosa entre David y su hermana Estela, como lo afirmó “El Chacal” en sus declaraciones.
También acusaron a Rodríguez Silva de traicionar de la peor forma la confianza que le había dado la familia Heredia, ya que le dieron empleo en la peluquería, casa y hasta el amor de Estela con quien se iba a casar.
Y por último, destacaron el trabajo del reportero de La Prensa, Armando González Tejeda, quien fue el primero en dar con el paradero de “El Chacal de Tacubaya”, en el pueblo de Los Tinacos, en León Guanajuato, lo que posteriormente, llevó a su captura.
El caso de “El Chacal de Tacubaya”, en 1934, conmocionó a la sociedad de la capital mexicana, siendo una escalofriante historia que comenzó y terminó en el mismo lugar, con la muerte de las víctimas y del mismo asesino, teniendo por escena la Peluquería La Flor de Oaxaca, en el número 80 de la calle Patriotismo.
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