/ viernes 13 de enero de 2023

Drama en la San Rafael: Madre e hija se mataron con la misma pistola

El miércoles 18 de noviembre de 1942 se hizo pública la tragedia entre una familia acaudalada.

En la portada de LA PRENSA de la edición del 18 de noviembre de1942 se informó lo siguiente, acerca de un doble suicidio: “Angustiada por la detención de su esposo, el industrial Carlos Cuervo y cuando ya éste conseguía un amparo e iba a ser puesto en libertad, se quebraron los nervios de la señora Elena de la Torre, quien descargó una pistola en su bóveda palatina, cayendo con la cabeza destrozada […]. Al ruido de la detonación y ante el espectáculo horrible, su hija, señorita Elena Cuervo, repitió en su cuerpo el gesto fatal, cayendo muerta instantáneamente”. Finalmente, se daba detalle de las gráficas donde se mostraba al centro a la empleada Margarita Cardoso, quien sostenía entre sus manos el arma con la cual se consumó la tragedia.

Margarita fue la única testigo del drama. Sus ojos y su memoria serían el archivo para que los detectives destrabaran el enigma en este caso que parecía algo sencillo, a simple vista, pero lo evidente desentrañaría una verdad desgarradora.

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La desgracia de un magnate

El miércoles 18 de noviembre de 1942 se hizo pública la tragedia entre una familia acaudalada. El Periódico que Dice lo que Otros Callan informó que una angustiada madre se dio un tiro en la cabeza y que, asimismo su hija, al verla agonizante, buscó el arma para darse también un balazo como remedio para su cara desgracia.

Hasta donde se tenía conocimiento, dadas las circunstancias, la causa del doble suicidio se debió a que el esposo y padre, industrial tapatío y expolítico Calos Cuervo, en ese momento se encontraba procesado en la Penitenciaría por “azares del destino”, como escribió el reportero de LA PRENSA.

Alrededor de las nueve de la mañana, en la residencia de los Cuervo, ubicada en la calle de Ramón Guzmán 61, colonia San Rafael, las detonaciones fueron como un despertador para lo trágico, mientras las paredes y los pisos se teñían de rojo.

La sociedad quedó asombrada ante la determinación de ambas mujeres, y más porque parecía no faltarles nada en la vida, pues su posición en el círculo donde se desenvolvían, si bien no era de las más acaudaladas, sí les daba el lujo de suministrarse ciertos placeres sin dificultad.

Como ya se comentó, los hechos ocurrieron mientras el acaudalado industrial tequilero, Carlos Cuervo, se encontraba preso. El motivo, aunque parecía una simple riña entre familiares, quizá trascendía, ya que Carlos afrontó la envidia, el rencor y la burla de su sobrino, Alejandro Mendoza Cuervo, quien –con base en la información recabada hasta ese momento- lo envió a Lecumberri.

Se mencionó en la nota de la sección policial que Elena de la Torre estaba muy angustiada por la detención de su esposo y, cuando ya éste conseguía un amparo e iba a ser puesto en libertad, la señora no pudo resistir más la incertidumbre, entonces se le quebraron los nervios y disparó su pistola con una determinación insospechada, apuntando hacia la cabeza, la cual le produjo una terrible herida, ya que le deshizo el ojo, se le incrustó en el cerebro y le generó una intensa hernia encefálica.

La empleada doméstica, Margarita Cardoso, fue la única testigo presencial de los dramáticos hechos, no obstante, desconocía hasta cierto punto el trasfondo de la situación. Fue ella quien finalmente llamó a la policía.

Carlos Cuervo recibió la fatal noticia el 18 de noviembre de 1942; se encontraba procesado en la Penitenciaría.

Continuaba el relato en el sentido de que “penosísima tragedia en la que intervinieron factores escalofriantes e irreparables pérdidas de vidas, vino a ensombrecer fatalmente el hogar del conocido industrial tapatío, don Carlos Cuervo, quien se encontraba entonces procesado en la Penitenciaría por azares del destino que, en esa ocasión, hilvanándose entre sí dramáticamente, habían sido causa determinante de la espantosa tragedia desarrollada ayer, martes 17 de noviembre de 1942, por la mañana…”

“Tanto la señora De la Torre de Cuervo, como la señorita Elena, sufrían intensamente por la reclusión de don Carlos y este dolor culminó ayer, 17 de noviembre de 1942, en el drama que se desarrolló en el interior de la mansión de los Cuervo”, en la colonia San Rafael.

Lee también: Celos asesinos: La tragedia de Ramón Gay y Evangelina Elizondo

Madre e hija se mataron con la misma pistola

Ignacio Ramos Praslow, un reconocido abogado de la época y amigo íntimo de la familia Cuervo, fue uno de los primeros en enterarse de la tragedia y quien se dirigió a la Penitenciaría para dar la fatídica noticia a Carlos Cuervo

De la tragedia sólo quedaba una testigo, la empleada Margarita Cardoso Cruz, quien a diario presenciaba las emocionantes escenas de sufrimiento que entre madre e hija se desarrollaban con motivo de la situación de don Carlos.

La mañana del martes 17 culminó la desesperación de la señora De la Torre, quien tomó el arma y se voló la cabeza. Y como a pocos pasos de distancia estaba la señorita Elena, arreglándose para salir a la calle, al escucharla detonación volvió el rostro y angustiosamente vio a su madre caer; tenía el rostro destrozado y cubierto de sangre, la cual brotaba súbitamente.

Enloquecida por el dolor de la desgarradora escena, corrió al preciso sitio en donde su anciana madre yacía aparentemente muerta y exclamó con angustia, miedo e infinita tristeza: “¡ya se murió mi madrecita!”.

Margarita recogió la pistola, acertó a guardarla bajo un abrigo y salió de la habitación para pedir auxilio, pero apenas bajaba las escaleras cuando escuchó una segunda detonación.

La señorita Elena, incapaz de soportar el sobrehumano dolor que le causó la determinación de su madre, había buscado la misma pistola y, llevándose el cañón a la boca en la misma forma que lo hizo la autora de sus días, se disparó un balazo que le produjo una muerte instantánea.

Cuando la señora Margarita regresó a la estancia, encontró el cuerpo inerte de la señorita Elena y a la señora de la casa, que parecía ya muerta, pero levemente se movió como en el último y prolongado aliento; aun así, todavía alcanzó a reincorporarse para buscar el arma y accionarla de nuevo con la intención de terminar la agonía.

Sin embargo, vencida por la gravedad de su herida y por la intensa hemorragia, se desplomó ya sin fuerza para culminar su acto final.

Fue entonces cuando un señor de apellido Sánchez, a quien se alquilaba un despacho en la planta alta del edificio, acudió atraído por las detonaciones.

Notó que en la señora De la Torre aún había un soplo de vida; avisó a la Cruz Roja y la madre de Elena Cuervo fue llevada con rapidez a las calles de Monterrey y Durango, en la colonia Roma, para su urgente atención; mientras que el destino de la señorita Elena se bifurcaba para siempre de sus padres, pues su cuerpo fue conducido al anfiteatro del Hospital Juárez, donde más tarde y de manera pronta lo recuperaron otros familiares, quienes le darían digna sepultura.

Momentos después llegaron a la calle Ramón Guzmán 61, colonia San Rafael, el cabo 97 y el policía 112 para decomisar el arma de manos de la empleada Margarita.

Y como dato complementario de la entereza demostrada por la señora De la Torre, al ser internada en la Cruz Roja dijo: “que si las curaciones que se le iban a hacer eran para salvarla, mejor se abstuvieran de hacerlas, pues su deseo era morir”.

Agregó que fue ella quien primero trató de suicidarse y que su hija, Elena, seguramente presa de la consternación, “al creerla muerta, atentó contra su vida, pensando quizá en la cruel situación por la que atravesaba”.

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Declara la única testigo

Visiblemente azorada por los acontecimientos, compareció en la Séptima Delegación Margarita Cardoso Cruz, quien dijo que el lunes16, por la noche, vio a la señora Elena relativamente contenta, porque una amiga fue a decirle que el señor Cuervo iba a salir libre el martes 17.

De todo aquel drama quedaban sólo algunas fotografías que mostraban a la hija de Carlos Cuervo, tal como había sido encontrada en una de las habitaciones de su casa, y, en contraste con la lúgubre escena, también se apreciaba a la misma joven cuando la vida le sonreía.

La empleada doméstica, angustiada y llena de consternación, sí debido a la muerte de su patrona, pero más por imaginar en qué sería de su futuro, pensaba en por qué el destino quiso que ella fuera la única testigo y, además, la que guardó el revólver, al mismo tiempo que la incertidumbre sobre la salud de la señora Elena de la Torre no la dejaba dormir, mientras se encontraba gravemente herida en el hospital

Pocas esperanzas de vida

Durante la noche fatídica, la señora preguntó a Margarita qué iba a llevarle de comer al día siguiente a su esposo y, tras escuchar el menú que le tendría preparado, salió para dirigirse a su cuarto en tanto la empleada se marchaba hacia la cocina. No transcurrió ni un minuto cuando escuchó la detonación.

Y al llegar al sitio de donde salió el estruendo, grande fue su sorpresa ante el cuadro de horror y sangre derramada. Después repitió la operación de salir de la habitación trágica y escuchó una segunda detonación; regresó y encontró un doble crimen consumado.

La noticia no demoró en llegar a los más cercanos conocidos de la familia Cuervo, pero en específico al abogado Ignacio Ramos Praslow, quien se encargó de contarle lo que había pasado en su casa al detenido.

­¡Para mí todo acabó! dijo el industrial tequilero al enterarse de la fatal noticia.

Sin demora, Carlos pidió entrevistarse con el director de la prisión a quien pidió que lo dejara salir para encargarse de todo lo relacionado con la desgracia que embargaba a su familia.

El militar David Pérez Rulfo, director de la Penitenciaría del Distrito, confió en la palabra de honor de Carlos Cuervo, quien sin demora se encaminó “a recuperar los cuerpos inertes de aquellos que para él fueron los seres más queridos, los compañeros de una vida abatida por la desgracia”.

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Mientras tanto...

La señora Elena de la Torre había llegado al hospital en estado grave y había pocas esperanzas de salvarle la vida, pero todo podía ser posible, había resistido el embate de dos tiros, uno de ellos fatal, y parecía que la muerte aún no llamaba a su puerta.

Por su parte, Carlos Cuervo no se separó del lado de su esposa, una vez que se le concedió un permiso especial para salir de prisión. Sin embargo, la cruenta tragedia familiar que se abatió sobre el hogar de la acaudalada familia aún estaba por resolverse definitivamente.

Nadie sabía a las causas del porqué el empresario se encontraba tras las rejas, pero el reportero de LA PRENSA se dio a la tarea de ahondar en el misterio. Entonces, se dirigió adonde se encontraba el señor Cuervo Labastida para entrevistarlo y conocer la compleja historia.

La gravedad de la señora había sufrido alteraciones favorables y en todo momento el ex[1]gobernador interino del estado de Jalisco y entonces principal víctima del gran drama, Carlos Cuervo, decía que una vieja deuda con su sobrino, Alejandro Mendoza Cuervo, había sido la causa indirecta de la tragedia.

­Hace varios años presté 15 mil dólares más 25 mil pesos a mi sobrino; aunado a esto, la complicidad de los licenciados Daniel Benítez y Gilberto Valenzuela, que fueron los que urdieron la trama que me condujo a la cárcel injustamente. Soy hombre honrado y tarde o temprano habrá justicia para todos ­dijo el industrial.

Hizo una pausa y luego añadió:

­No hubo manera de cobrar a mi sobrino aquella deuda. Todo se reducía a evasivas, a burletas, a negativas cuando iba a buscarlo a su despacho. Algunas veces prometió pagarme, pero finalmente desapareció por algún tiempo. Se fue a Estados Unidos. A su regreso compró una casa en 40 mil pesos y estableció un des[1]pacho en la calle Bolívar.

Agobiado por la situación, pero con deseos de desahogarse, continuó su relato:

­Me entregó una letra de cambio por 15 mil pesos, con un año de plazo y un cheque contra el Banco de Comercio por 3 mil 500 pesos. De inmediato me dirigí al banco para hacer el cobro del cheque y de la letra, pero allí con gran sorpresa vi que mi sobrino vociferaba que no se me pagara y, acompañado del gerente, hizo que me detuvieran. Fue después cuando me acusó que, pistola en mano, lo había amenazado de muerte para que firmara los documentos.

El empresario ingresó a prisión acusado de lesiones, amenazas, daño en propiedad ajena y allanamiento de morada. De aquello habían pasado tres meses durante los cuales pagó por un “crimen” que no cometió.

Carlos Cuervo, ante el reportero de LA PRENSA, quien y escuchaba los antecedentes de la tragedia, concluyó de la siguiente manera:

­¡Ahora ya lo ven ustedes…! ¡Para mí todo habrá concluido si muere mi esposa, mi Elena adorada! ¡Ya Elenita descansa en paz y la vida sólo tendrá aliciente si Elena se salva!

Y como siempre ocurre en casos desconcertantes ocurridos en residencias, misteriosa[1]mente desaparecieron mil pesos en efectivo de la casa de don Carlos Cuervo. No había más sospechosos que los radiopatrulleros que entraron “para tomar datos y hacer su informe…”

Carlos Cuervo, al regresar a su casa, llamado por la voz de la tragedia que le privaba de sus dos seres más queridos, encontró a los vecinos Agustín Domínguez y Guillermo Sánchez García, acongojados todavía por el horrible hecho presenciado. Por su parte, el industrial escondía su rostro con su sombrero a la lente del fotógrafo de El Diario de las Mayorías, mientras se encontraba en el dispensario médico donde fue atendida de emergencia su esposa.

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Se odiaban a muerte

El 24 de noviembre de 1942, los abogados a quien culpaba el industrial dijeron que Carlos Cuervo contrató especialistas en derecho penal para que lo defendieran, pero el Tribunal Superior de Justicia confirmó el auto de formal prisión dictado contra el magnate.

Pero lo que no disculpaban los defensores del sobrino de Carlos Cuervo, fue su “calumnia” en el sentido de que ellos “habían preparado el enjuague con base en dinero”.

No se dio noticia posteriormente si la señora Elena había fallecido, lo que habría justificado el calificativo de “doble suicidio” en la tragedia de Ramón Guzmán 61, colonia San Rafael. No obstante, de acuerdo con archivos posteriores, se supo que falleció en 1967, pero en la edición del 15 de enero de 1944, cuando se suscitó un nuevo episodio de odio enconado entre familiares, se mencionó que sí había sobrevivido, pero quedó en muy grave condición.

En esa misma fecha, aconteció otro suceso inconcebible. Había pasado apenas poco más de un año de lo ocurrido mientras Carlos Cuervo estaba detenido, cuando se dijo que el mismo acaudalado tequilero “salvó la vida milagrosamente”.

El odio ancestral que existía desde hacía largos años entre Carlos Cuervo Labastida y Alejandro Mendoza Cuervo, ya había dado los frutos malditos con la muerte de la hija y el intento de suicidio de la esposa. Pero un nuevo episodio se originó cuando ambos estuvieron frente a frente.

Según los datos recabados entre la policía, Carlos Cuervo fue al Banco Internacional para hacer efectivo un documento por 10 mil pesos. Lo acompañaba su amigo Manuel Moreno Torres, que había arribado a la capital el día anterior y con quien se disponía a realizar un breve recorrido por el Centro Histórico.

Alrededor de la una de la tarde, se dirigieron al edificio Abed, en Isabel la Católica y Venustiano Carranza, donde permanecieron poco más de 30 minutos.

Cuando salían se toparon con Alejandro Mendoza Cuervo y, tras cruzar duras frases los parientes, Alejandro sacó una pistola y a quemarropa disparó varias veces, pero sólo hirió levemente al agredido.

Una de las balas “dirigida al corazón” se desvió al estrellarse contra un reloj de oro, de dos tapas, en cuyo canto pegó el proyectil e hizo rara trayectoria a través de las ropas de Carlos Cuervo, desgarrándose abrigo, chaleco y saco.

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El oficial de Tránsito, Manuel Roig, remitió al agresor a la 4a. Delegación, donde dijo que había disparado porque su tío “ya debía dos muertes en Jalisco y era de los hombres que no se tentaba el corazón para quitar de en medio a un enemigo”.

El doctor Daniel Manzano, médico de guardia en comisaría, dijo que Carlos Cuervo presentaba lesiones que no tardarían en sanar.

En resumen: no hubo doble suicidio (por lo menos en noviembre de1942), no se supo cómo falleció después la señora De la Torre y tampoco se dijo si el agresivo sobrino finalmente pagó lo que debía al industrial jalisciense.

Entre el industrial Carlos Cuervo y su sobrino Alejandro Mendoza existían odios que sólo podían ser comparados a las terribles vendettas de los corsos, explicaba el pie de la contraportada de LAPRENSA del 15 de enero de 1944 y añadía que, al encontrarse los dos hombres en la avenida Isabel la Católica, se produjo un choque dramático. El sobrino vació sobre el tío todas las balas del cargador de su pistola; pero el agredido tuvo la fortuna de que el plomo homicida, enviado al corazón, fuera rechazado al tropezar con el metal del reloj que llevaba.

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En la portada de LA PRENSA de la edición del 18 de noviembre de1942 se informó lo siguiente, acerca de un doble suicidio: “Angustiada por la detención de su esposo, el industrial Carlos Cuervo y cuando ya éste conseguía un amparo e iba a ser puesto en libertad, se quebraron los nervios de la señora Elena de la Torre, quien descargó una pistola en su bóveda palatina, cayendo con la cabeza destrozada […]. Al ruido de la detonación y ante el espectáculo horrible, su hija, señorita Elena Cuervo, repitió en su cuerpo el gesto fatal, cayendo muerta instantáneamente”. Finalmente, se daba detalle de las gráficas donde se mostraba al centro a la empleada Margarita Cardoso, quien sostenía entre sus manos el arma con la cual se consumó la tragedia.

Margarita fue la única testigo del drama. Sus ojos y su memoria serían el archivo para que los detectives destrabaran el enigma en este caso que parecía algo sencillo, a simple vista, pero lo evidente desentrañaría una verdad desgarradora.

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La desgracia de un magnate

El miércoles 18 de noviembre de 1942 se hizo pública la tragedia entre una familia acaudalada. El Periódico que Dice lo que Otros Callan informó que una angustiada madre se dio un tiro en la cabeza y que, asimismo su hija, al verla agonizante, buscó el arma para darse también un balazo como remedio para su cara desgracia.

Hasta donde se tenía conocimiento, dadas las circunstancias, la causa del doble suicidio se debió a que el esposo y padre, industrial tapatío y expolítico Calos Cuervo, en ese momento se encontraba procesado en la Penitenciaría por “azares del destino”, como escribió el reportero de LA PRENSA.

Alrededor de las nueve de la mañana, en la residencia de los Cuervo, ubicada en la calle de Ramón Guzmán 61, colonia San Rafael, las detonaciones fueron como un despertador para lo trágico, mientras las paredes y los pisos se teñían de rojo.

La sociedad quedó asombrada ante la determinación de ambas mujeres, y más porque parecía no faltarles nada en la vida, pues su posición en el círculo donde se desenvolvían, si bien no era de las más acaudaladas, sí les daba el lujo de suministrarse ciertos placeres sin dificultad.

Como ya se comentó, los hechos ocurrieron mientras el acaudalado industrial tequilero, Carlos Cuervo, se encontraba preso. El motivo, aunque parecía una simple riña entre familiares, quizá trascendía, ya que Carlos afrontó la envidia, el rencor y la burla de su sobrino, Alejandro Mendoza Cuervo, quien –con base en la información recabada hasta ese momento- lo envió a Lecumberri.

Se mencionó en la nota de la sección policial que Elena de la Torre estaba muy angustiada por la detención de su esposo y, cuando ya éste conseguía un amparo e iba a ser puesto en libertad, la señora no pudo resistir más la incertidumbre, entonces se le quebraron los nervios y disparó su pistola con una determinación insospechada, apuntando hacia la cabeza, la cual le produjo una terrible herida, ya que le deshizo el ojo, se le incrustó en el cerebro y le generó una intensa hernia encefálica.

La empleada doméstica, Margarita Cardoso, fue la única testigo presencial de los dramáticos hechos, no obstante, desconocía hasta cierto punto el trasfondo de la situación. Fue ella quien finalmente llamó a la policía.

Carlos Cuervo recibió la fatal noticia el 18 de noviembre de 1942; se encontraba procesado en la Penitenciaría.

Continuaba el relato en el sentido de que “penosísima tragedia en la que intervinieron factores escalofriantes e irreparables pérdidas de vidas, vino a ensombrecer fatalmente el hogar del conocido industrial tapatío, don Carlos Cuervo, quien se encontraba entonces procesado en la Penitenciaría por azares del destino que, en esa ocasión, hilvanándose entre sí dramáticamente, habían sido causa determinante de la espantosa tragedia desarrollada ayer, martes 17 de noviembre de 1942, por la mañana…”

“Tanto la señora De la Torre de Cuervo, como la señorita Elena, sufrían intensamente por la reclusión de don Carlos y este dolor culminó ayer, 17 de noviembre de 1942, en el drama que se desarrolló en el interior de la mansión de los Cuervo”, en la colonia San Rafael.

Lee también: Celos asesinos: La tragedia de Ramón Gay y Evangelina Elizondo

Madre e hija se mataron con la misma pistola

Ignacio Ramos Praslow, un reconocido abogado de la época y amigo íntimo de la familia Cuervo, fue uno de los primeros en enterarse de la tragedia y quien se dirigió a la Penitenciaría para dar la fatídica noticia a Carlos Cuervo

De la tragedia sólo quedaba una testigo, la empleada Margarita Cardoso Cruz, quien a diario presenciaba las emocionantes escenas de sufrimiento que entre madre e hija se desarrollaban con motivo de la situación de don Carlos.

La mañana del martes 17 culminó la desesperación de la señora De la Torre, quien tomó el arma y se voló la cabeza. Y como a pocos pasos de distancia estaba la señorita Elena, arreglándose para salir a la calle, al escucharla detonación volvió el rostro y angustiosamente vio a su madre caer; tenía el rostro destrozado y cubierto de sangre, la cual brotaba súbitamente.

Enloquecida por el dolor de la desgarradora escena, corrió al preciso sitio en donde su anciana madre yacía aparentemente muerta y exclamó con angustia, miedo e infinita tristeza: “¡ya se murió mi madrecita!”.

Margarita recogió la pistola, acertó a guardarla bajo un abrigo y salió de la habitación para pedir auxilio, pero apenas bajaba las escaleras cuando escuchó una segunda detonación.

La señorita Elena, incapaz de soportar el sobrehumano dolor que le causó la determinación de su madre, había buscado la misma pistola y, llevándose el cañón a la boca en la misma forma que lo hizo la autora de sus días, se disparó un balazo que le produjo una muerte instantánea.

Cuando la señora Margarita regresó a la estancia, encontró el cuerpo inerte de la señorita Elena y a la señora de la casa, que parecía ya muerta, pero levemente se movió como en el último y prolongado aliento; aun así, todavía alcanzó a reincorporarse para buscar el arma y accionarla de nuevo con la intención de terminar la agonía.

Sin embargo, vencida por la gravedad de su herida y por la intensa hemorragia, se desplomó ya sin fuerza para culminar su acto final.

Fue entonces cuando un señor de apellido Sánchez, a quien se alquilaba un despacho en la planta alta del edificio, acudió atraído por las detonaciones.

Notó que en la señora De la Torre aún había un soplo de vida; avisó a la Cruz Roja y la madre de Elena Cuervo fue llevada con rapidez a las calles de Monterrey y Durango, en la colonia Roma, para su urgente atención; mientras que el destino de la señorita Elena se bifurcaba para siempre de sus padres, pues su cuerpo fue conducido al anfiteatro del Hospital Juárez, donde más tarde y de manera pronta lo recuperaron otros familiares, quienes le darían digna sepultura.

Momentos después llegaron a la calle Ramón Guzmán 61, colonia San Rafael, el cabo 97 y el policía 112 para decomisar el arma de manos de la empleada Margarita.

Y como dato complementario de la entereza demostrada por la señora De la Torre, al ser internada en la Cruz Roja dijo: “que si las curaciones que se le iban a hacer eran para salvarla, mejor se abstuvieran de hacerlas, pues su deseo era morir”.

Agregó que fue ella quien primero trató de suicidarse y que su hija, Elena, seguramente presa de la consternación, “al creerla muerta, atentó contra su vida, pensando quizá en la cruel situación por la que atravesaba”.

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Declara la única testigo

Visiblemente azorada por los acontecimientos, compareció en la Séptima Delegación Margarita Cardoso Cruz, quien dijo que el lunes16, por la noche, vio a la señora Elena relativamente contenta, porque una amiga fue a decirle que el señor Cuervo iba a salir libre el martes 17.

De todo aquel drama quedaban sólo algunas fotografías que mostraban a la hija de Carlos Cuervo, tal como había sido encontrada en una de las habitaciones de su casa, y, en contraste con la lúgubre escena, también se apreciaba a la misma joven cuando la vida le sonreía.

La empleada doméstica, angustiada y llena de consternación, sí debido a la muerte de su patrona, pero más por imaginar en qué sería de su futuro, pensaba en por qué el destino quiso que ella fuera la única testigo y, además, la que guardó el revólver, al mismo tiempo que la incertidumbre sobre la salud de la señora Elena de la Torre no la dejaba dormir, mientras se encontraba gravemente herida en el hospital

Pocas esperanzas de vida

Durante la noche fatídica, la señora preguntó a Margarita qué iba a llevarle de comer al día siguiente a su esposo y, tras escuchar el menú que le tendría preparado, salió para dirigirse a su cuarto en tanto la empleada se marchaba hacia la cocina. No transcurrió ni un minuto cuando escuchó la detonación.

Y al llegar al sitio de donde salió el estruendo, grande fue su sorpresa ante el cuadro de horror y sangre derramada. Después repitió la operación de salir de la habitación trágica y escuchó una segunda detonación; regresó y encontró un doble crimen consumado.

La noticia no demoró en llegar a los más cercanos conocidos de la familia Cuervo, pero en específico al abogado Ignacio Ramos Praslow, quien se encargó de contarle lo que había pasado en su casa al detenido.

­¡Para mí todo acabó! dijo el industrial tequilero al enterarse de la fatal noticia.

Sin demora, Carlos pidió entrevistarse con el director de la prisión a quien pidió que lo dejara salir para encargarse de todo lo relacionado con la desgracia que embargaba a su familia.

El militar David Pérez Rulfo, director de la Penitenciaría del Distrito, confió en la palabra de honor de Carlos Cuervo, quien sin demora se encaminó “a recuperar los cuerpos inertes de aquellos que para él fueron los seres más queridos, los compañeros de una vida abatida por la desgracia”.

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Mientras tanto...

La señora Elena de la Torre había llegado al hospital en estado grave y había pocas esperanzas de salvarle la vida, pero todo podía ser posible, había resistido el embate de dos tiros, uno de ellos fatal, y parecía que la muerte aún no llamaba a su puerta.

Por su parte, Carlos Cuervo no se separó del lado de su esposa, una vez que se le concedió un permiso especial para salir de prisión. Sin embargo, la cruenta tragedia familiar que se abatió sobre el hogar de la acaudalada familia aún estaba por resolverse definitivamente.

Nadie sabía a las causas del porqué el empresario se encontraba tras las rejas, pero el reportero de LA PRENSA se dio a la tarea de ahondar en el misterio. Entonces, se dirigió adonde se encontraba el señor Cuervo Labastida para entrevistarlo y conocer la compleja historia.

La gravedad de la señora había sufrido alteraciones favorables y en todo momento el ex[1]gobernador interino del estado de Jalisco y entonces principal víctima del gran drama, Carlos Cuervo, decía que una vieja deuda con su sobrino, Alejandro Mendoza Cuervo, había sido la causa indirecta de la tragedia.

­Hace varios años presté 15 mil dólares más 25 mil pesos a mi sobrino; aunado a esto, la complicidad de los licenciados Daniel Benítez y Gilberto Valenzuela, que fueron los que urdieron la trama que me condujo a la cárcel injustamente. Soy hombre honrado y tarde o temprano habrá justicia para todos ­dijo el industrial.

Hizo una pausa y luego añadió:

­No hubo manera de cobrar a mi sobrino aquella deuda. Todo se reducía a evasivas, a burletas, a negativas cuando iba a buscarlo a su despacho. Algunas veces prometió pagarme, pero finalmente desapareció por algún tiempo. Se fue a Estados Unidos. A su regreso compró una casa en 40 mil pesos y estableció un des[1]pacho en la calle Bolívar.

Agobiado por la situación, pero con deseos de desahogarse, continuó su relato:

­Me entregó una letra de cambio por 15 mil pesos, con un año de plazo y un cheque contra el Banco de Comercio por 3 mil 500 pesos. De inmediato me dirigí al banco para hacer el cobro del cheque y de la letra, pero allí con gran sorpresa vi que mi sobrino vociferaba que no se me pagara y, acompañado del gerente, hizo que me detuvieran. Fue después cuando me acusó que, pistola en mano, lo había amenazado de muerte para que firmara los documentos.

El empresario ingresó a prisión acusado de lesiones, amenazas, daño en propiedad ajena y allanamiento de morada. De aquello habían pasado tres meses durante los cuales pagó por un “crimen” que no cometió.

Carlos Cuervo, ante el reportero de LA PRENSA, quien y escuchaba los antecedentes de la tragedia, concluyó de la siguiente manera:

­¡Ahora ya lo ven ustedes…! ¡Para mí todo habrá concluido si muere mi esposa, mi Elena adorada! ¡Ya Elenita descansa en paz y la vida sólo tendrá aliciente si Elena se salva!

Y como siempre ocurre en casos desconcertantes ocurridos en residencias, misteriosa[1]mente desaparecieron mil pesos en efectivo de la casa de don Carlos Cuervo. No había más sospechosos que los radiopatrulleros que entraron “para tomar datos y hacer su informe…”

Carlos Cuervo, al regresar a su casa, llamado por la voz de la tragedia que le privaba de sus dos seres más queridos, encontró a los vecinos Agustín Domínguez y Guillermo Sánchez García, acongojados todavía por el horrible hecho presenciado. Por su parte, el industrial escondía su rostro con su sombrero a la lente del fotógrafo de El Diario de las Mayorías, mientras se encontraba en el dispensario médico donde fue atendida de emergencia su esposa.

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Se odiaban a muerte

El 24 de noviembre de 1942, los abogados a quien culpaba el industrial dijeron que Carlos Cuervo contrató especialistas en derecho penal para que lo defendieran, pero el Tribunal Superior de Justicia confirmó el auto de formal prisión dictado contra el magnate.

Pero lo que no disculpaban los defensores del sobrino de Carlos Cuervo, fue su “calumnia” en el sentido de que ellos “habían preparado el enjuague con base en dinero”.

No se dio noticia posteriormente si la señora Elena había fallecido, lo que habría justificado el calificativo de “doble suicidio” en la tragedia de Ramón Guzmán 61, colonia San Rafael. No obstante, de acuerdo con archivos posteriores, se supo que falleció en 1967, pero en la edición del 15 de enero de 1944, cuando se suscitó un nuevo episodio de odio enconado entre familiares, se mencionó que sí había sobrevivido, pero quedó en muy grave condición.

En esa misma fecha, aconteció otro suceso inconcebible. Había pasado apenas poco más de un año de lo ocurrido mientras Carlos Cuervo estaba detenido, cuando se dijo que el mismo acaudalado tequilero “salvó la vida milagrosamente”.

El odio ancestral que existía desde hacía largos años entre Carlos Cuervo Labastida y Alejandro Mendoza Cuervo, ya había dado los frutos malditos con la muerte de la hija y el intento de suicidio de la esposa. Pero un nuevo episodio se originó cuando ambos estuvieron frente a frente.

Según los datos recabados entre la policía, Carlos Cuervo fue al Banco Internacional para hacer efectivo un documento por 10 mil pesos. Lo acompañaba su amigo Manuel Moreno Torres, que había arribado a la capital el día anterior y con quien se disponía a realizar un breve recorrido por el Centro Histórico.

Alrededor de la una de la tarde, se dirigieron al edificio Abed, en Isabel la Católica y Venustiano Carranza, donde permanecieron poco más de 30 minutos.

Cuando salían se toparon con Alejandro Mendoza Cuervo y, tras cruzar duras frases los parientes, Alejandro sacó una pistola y a quemarropa disparó varias veces, pero sólo hirió levemente al agredido.

Una de las balas “dirigida al corazón” se desvió al estrellarse contra un reloj de oro, de dos tapas, en cuyo canto pegó el proyectil e hizo rara trayectoria a través de las ropas de Carlos Cuervo, desgarrándose abrigo, chaleco y saco.

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El oficial de Tránsito, Manuel Roig, remitió al agresor a la 4a. Delegación, donde dijo que había disparado porque su tío “ya debía dos muertes en Jalisco y era de los hombres que no se tentaba el corazón para quitar de en medio a un enemigo”.

El doctor Daniel Manzano, médico de guardia en comisaría, dijo que Carlos Cuervo presentaba lesiones que no tardarían en sanar.

En resumen: no hubo doble suicidio (por lo menos en noviembre de1942), no se supo cómo falleció después la señora De la Torre y tampoco se dijo si el agresivo sobrino finalmente pagó lo que debía al industrial jalisciense.

Entre el industrial Carlos Cuervo y su sobrino Alejandro Mendoza existían odios que sólo podían ser comparados a las terribles vendettas de los corsos, explicaba el pie de la contraportada de LAPRENSA del 15 de enero de 1944 y añadía que, al encontrarse los dos hombres en la avenida Isabel la Católica, se produjo un choque dramático. El sobrino vació sobre el tío todas las balas del cargador de su pistola; pero el agredido tuvo la fortuna de que el plomo homicida, enviado al corazón, fuera rechazado al tropezar con el metal del reloj que llevaba.

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