/ viernes 26 de mayo de 2023

De novelista a preso de Lecumberri, José G. Cruz fue investigado por la muerte de una mujer

Una nota póstuma en la que advertía que la querían matar; huellas de golpes sobre su rostro y envenenamiento, ingredientes en la misteriosa muerte de Laura

José G. Cruz, el conocido editor y también pintor -quien con argumentos y dibujos inmortalizó a “Santo, El Enmascarado de Plata”- fue encarcelado al igual que una mujer, porque llevaron a la Cruz Roja a quien al parecer era pareja sentimental del historietista y ésta murió, aunque no sin que los médicos le apreciaran huellas de aparente agresión y una intoxicación grave.

LA PRENSA dio a conocer la noticia el domingo 8 de octubre de 1961 y el reportero Félix Fuentes Medina, quien cubrió la tragedia, anotó que pese a la falta de evidencia: “José G. Cruz permanecerá detenido hasta que este homicidio quede aclarado. De comprobarse cualquier responsabilidad en su contra, será consignado ante el juez penal”.

De tal suerte se encontró muy comprometido por la muerte de Laura Esperanza Córdoba Navarro, quien anotó antes de fallecer que la habían envenenado en la residencia donde vivía con su supuesto victimario.

Aunque los agentes de la Policía Judicial conjeturaron que Laura se había suicidado, no descartaron la posibilidad de un asesinato, pues los investigadores tenían una teoría -más bien creencia- con base en la cual la mujer se cortó la existencia y, en venganza por la mala vida que le dio José (dato que también tenían como supuesto, sin correlato en alguna evidencia), optó por inculparlo de su muerte, lo cual no dejaba de ser una simple sospecha.

En un recado póstumo que escribió Laura Esperanza, dirigido a su hermano José Manuel, aunque ambiguo, se alcanzaba a leer entrelíneas la intención:

Esta noche me han envenenado, José; lo encontrarán (se refería a su amante) con una mujer, después de haber pasa do así muchas noches, y él está loco. He sido víctima. Ya no puedo expresar más. Me llevo muchos secretos...

Y después de estampar su firma en un papel membretado de la compañía Ediciones José G. Cruz, la víctima demandó justicia en el mismo documento.

Final trágico

En aquel octubre de 1961, José G. Cruz tenía 44 años y Esperanza tan sólo 34. A él se le notaba con aplomo, como si todo se tratara de un mal entendido; por ello insistió en que “su amiga” se había suicidado.

Al decirlo, parecía cierto, y para aportar mayor peso a su declaración, nombró como testigo a Consuelo Cámara Rojas, quien acompañaba a la pareja cuando Laura fue presa de aguda intoxicación, según manifestaron ambos, quienes fueron las dos últimas personas que la vieron con vida.

El martes 3 de octubre de 1961, el millonario editor llegó a la capital, procedente de Estados Unidos; lo acompañó en el viaje su amiga Consuelo, quien también quedó detenida.

El viernes 6 de octubre, el dibujante invitó a su residencia de Homero 544, de la colonia Chapultepec Morales, a la pareja estadounidense conformada por Erwin y Patricia Toftman, donde festejaron el retorno de José a la metrópoli.

Al filo de la medianoche, las dos parejas y Consuelo Cámara se dirigieron al Cabaret Tío Sam, a sugerencia de José, pues deseaba entregar una corbata que había comprado para un amigo suyo, Rodrigo de León, quien era maestro de ceremonia en el centro nocturno. Al fin, se dirigieron al sitio e ingirieron más bebidas embriagantes de las que ya habían consumido.

Regresaron a la residencia de la calle Homero y los Toftman se despidieron, cansados del slalom por los cabarets, pues vivían no muy lejos de allí, en Newton 7, colonia Polanco.

Entonces, el editor siguió en la noche acompañado de sus amigas y continuaron la íntima fiesta con más bebida, al parecer.

Luego, sin precisar cómo o por qué, José Cruz tuvo una discusión acre con Laura Esperanza, porque a él le disgustó su comportamiento, quizás también a consecuencia de la borrachera que llevaban desde hacía varias horas.

A las 5:15 horas, Laura Esperanza comenzó a sentirse mal, o quizá en ese momento ya no aguantó el malestar y así lo manifestó. El editor probablemente en un gesto de antipatía e incomprensión, antes de prestar auxilio a Laura, hizo varias llamadas telefónicas, cuya finalidad nunca se determinó.

El reportero Félix Fuentes añadió que “después, y con la ayuda de Consuelo, la mujer intoxicada fue conducida hasta el automóvil Oldsmobile, placas 18-49-93; José G. Cruz se puso al volante y se dirigió hacia la Cruz Roja”...

Consuelo llevó recargada sobre su cuerpo a Laura, mientras José conducía en estado de semiebriedad. Llegaron alrededor de las 6:02 horas al nosocomio de Durango y Monterrey, en la colonia Roma.

Laura, que aún parecía estar viva, fue llevada de inmediato a la sala de emergencia; sin embargo, nada pudieron hacer por salvarle la vida, pues minutos después dejó de existir.

Le gustaban demasiado las mujeres

El 9 de octubre se informó sobre el dictamen de la necropsia, el cual determinó que Laura presentaba quemaduras en el rostro con la sustancia tóxica que le ocasionó la muerte

Ambos implicados, el dibujante y Consuelo, fueron conducidos a la agencia del Ministerio Público, adscrita en dicho hospital de la Cruz Roja.

Cuando los médicos que le brindaron los primeros auxilios la examinaron, detectaron que la desventurada Laura presentaba lesiones en el lóbulo de la nariz, en ambas mejillas, en los labios, en el mentón y en las regiones genianas.

Asimismo, se le apreció una contusión en el antebrazo derecho. La lengua apareció cianosada, es decir, con una coloración azulada o negruzca, propio del envenenamiento con cianuro u otro agente similar.

Con base en esa evidencia y de acuerdo con el dictamen del médico legista, el agente del MP preguntó sobre las lesiones que presentaba Laura en el rostro, máxime que también se encontró el recado que antes había escrito Laura.

Entonces, el novelista explicó que cuando la llevaban hacia el automóvil “Laura cayó y se golpeó fuertemente en las escaleras y como era corpulenta no la pudieron contener”...

Asimismo, refirió que cuando regresaron a la residencia de José G. Cruz, notó que Laura Esperanza entró varias veces al baño, después se tendió en un sillón y luego manifestó sus malestares. Ante tal circunstancia, alegó que probablemente la extinta tomó alguna sustancia tóxica sin que él o Consuelo se dieran cuenta.

No obstante, la versión de José G. Cruz parecía un tanto inverosímil, comentó el reportero Félix Fuentes, “porque lógico era que si Laura Esperanza cayó en las escaleras, sólo habría sufrido una o dos lesiones, pero presentaba heridas en ambas mejillas y hasta en un antebrazo. Se tenía la impresión de que la golpearon”...

El caso se tornó complejo y no había claridad: nadie sabía si se trató de un suicidio vengativo o fue un crimen “perfecto”...


En defensa de José Guadalupe Cruz Díaz participó su cuñado, el litigante Luis Garciadiego, uno de los mejores elementos con que contaba en 1961 el bufete Cárdenas-Gómez Mont.

Dijo el abogado a LA PRENSA que él se enteró que había sido en la misma Cruz Roja donde se lesionó Laura por descuido de los médicos que la atendían, cuestión que aún faltaba por determinarse.

Por otra parte y volviendo al supuesto de que Laura se hubiera golpeado en la escalera, el rastro de sangre en los escalones habría quedado; sin embargo, cuando el Ministerio Público se presentó, el lugar estaba limpísimo.

Al conocerse el texto del recado, el defensor se asustó, pero un agente del MP le dijo que no se preocupara, porque “nadie puede obligar a una persona a que ingiera veneno”.

Tal vez tendría razón el litigante, pero un médico dijo que una persona en estado semiinconsciente puede aceptar lo que le den a ingerir. Por lo demás, tampoco descartaba la policía la hipótesis de que Laura Esperanza hubiese sido envenenada cuando tomaba alcohol.

Emilio Zavaleta Montes de Oca, agente del Ministerio Público de la Novena Delegación, se presentó en Homero 544 y encontró casi todo en orden. Sólo llamaba la atención que varias botellas de licor estuvieran a medio consumir, cerca de seis vasos con residuos de alcohol y envases de refrescos.

El licenciado Zavaleta hizo notar que en la alcoba donde se suponía que la mujer se intoxicó, había muchos medicamentos, pero no fue hallado veneno alguno.

El pasante de medicina, Roberto Córdoba Navarro, dijo que a las 4:15 horas del sábado 7 de octubre de 1961, recibió una llamada telefónica en su domicilio. Su hermana le dijo:

-¡Mi marido me amenaza de muerte, vengan pronto a salvarme.

Laura colgó la bocina y Roberto intentó comunicarse con ella, pero le fue imposible. Supuso el pasante que alguien había descolgado el auricular. De inmediato se puso ropa y fue en busca de su hermano José Manuel.

Ambos llegaron a Homero 544, donde llamaron con insistencia. Luego se enteraron que Laura Esperanza se encontraba en la Cruz Roja de Durango y Monterrey, colonia Roma.

Por su parte, José Manuel comentó que dos días antes anduvo de compras con su hermana y ella le dijo que el magnate de las revistas le daba muy mala vida y que temía algo grave; aunque no fue precisa tampoco encendió las alarmas a tal grado de que José Manuel sintiera que debían hacer algo. A lo más, quizás aconsejó a su hermana en el sentido de dejarlo, pues una relación de esas características sólo lleva a la destrucción de uno o de ambos.

El caso fue investigado por los agentes Gilberto Hernández, Francisco Vilslegas Rodríguez y Carlos Barrón Santana, a quienes dirigía el comandante Edmundo Arriaga.

El 10 de octubre se llevó a cabo la reconstrucción de los hechos en donde participaron los sospechosos, quienes aparecían demacrados. A las 2:30 del sábado 7 de octubre de 1961 regresaron a casa de José, donde riñó con Laura; luego, comenzó a desmoronarse la relación con su amasia y, finalmente, ésta bebió (o le dieron) veneno por licor suave. El 9 de octubre se informó sobre el dictamen de la necropsia, el cual determinó que Laura presentaba quemaduras en el rostro con la sustancia tóxica que le ocasionó la muerte.

A diario le gustaba estar con una mujer diferente

En agosto de 1960, el novelista conoció a la zacatecana Laura Esperanza Córdoba Navarro, cuando ella trabajaba en una mueblería como secretaria. Posteriormente, la invitó a una fiesta, se hicieron novios y ella aceptó vivir con él en unión libre.

La señora Córdoba comentaba que su amigo era muy morboso y que pregonaba que a diario le gustaba estar con una mujer diferente; las amigas de Laura le aconsejaban que abandonara al editor. Pero ella era de buen carácter y muy segura de sí misma, además de que estaba deslumbrada con la fortuna de José G. Cruz.

Laura Esperanza era periodista en su natal Zacatecas y como su familia era de condición humilde, ella vino al Distrito Federal para ganar más dinero. Por su parte, José G. Cruz comenzó a tener éxito con la revista “Pepín”; fue actor, pintó cuadros y se calculaba su fortuna en cinco millones de pesos.

El lunes 9 de octubre de 1961 sería practicada la autopsia respectiva y se esperaban importantes resultados; tal vez daría la clave para saber si se trató de un suicidio o podía especularse en torno a un asesinato.

Como la necropsia que se practicó al cadáver de Laura Esperanza -informó Félix Fuentes Medina- reveló que ella sufrió quemaduras en el rostro con la sustancia tóxica que le ocasionó la muerte, el detenido, José G. Cruz, podía recuperar su libertad de un momento a otro.

De todos modos, los agentes de la Policía Judicial sospechaban que el conocido editor de historietas pudo obligar a su amasia a que ingiriera la materia venenosa.

José Cruz había sido objeto de estrechos interrogatorios. Los investigadores se enfocaban sobre la también detenida Consuelo, la que tal vez formaba parte del triángulo amoroso disuelto; creían que daría la clave de todo.

El médico Miguel Gilbón Maitrett, director del Servicio Médico Forense, estuvo presente hasta que concluyó la autopsia. Sabía el profesionista que un error ocasionaría graves consecuencias en la aplicación de la justicia.

Laura Esperanza sufrió una congestión visceral generalizada y lo que inicialmente se tomó por indicios de golpes, en realidad eran quemaduras por la misma sustancia que le provocó la muerte.

El doctor aventuró una especulación: “Probablemente se trata de ácido cianhídrico, nombre científico del ácido prúsico, tóxico violentísimo”.

Amparo y libertad

El médico creía que nadie la había forzado a tomar el cianuro, porque si la hubieran obligado “habría huellas de escurrimiento por las comisuras de los labios; las huellas de las quemaduras eran de forma irregular, pero punteadas”.

Las manos de José y Consuelo no presentaban quemaduras por ácido prúsico. El historietista reconoció que había tenido un disgusto con Laura Esperanza, a quien reprendió “porque no sabía comportarse como una dama de sociedad”.

Aclaró que la señora Consuelo Cámara “es casada y su esposo le permitió pasar unos días con nosotros”... En un arranque de histeria, Laura “corrió hacia la planta superior de la residencia y luego descendió con dificultad. Se colocó en un sillón y subió los pies al mueble. Se escucharon unos estertores y Laura comenzó a convulsionarse”...

Y en una reconstrucción de hechos, se encontró en la residencia un bote de hojalata que contenía cianuro, el que se supuso había tomado Laura. No tenía huellas dactilares aprovechables, ni siquiera las de ella.

El cianuro hizo contacto con el ácido clorhídrico del estómago y se convirtió en ácido cianhídrico, altamente cáustico. Por su parte, José G. Cruz lloró en los separos ante su impotencia para demostrar que no había dañado a Laura Esperanza.

El cianuro era del dibujante, quien pretendía experimentar en el proceso de fotografía. Y la lata del tóxico se hallaba en el baño de la alcoba de un segundo piso.

Es decir, estaba en la alcoba de donde salió Laura para después sentarse en un sillón donde dejó de existir. Un químico de la Procuraduría dijo que eran 300 gramos de cianuro en el bote de hojalata.


Por cierto, el bote estaba oxidado y nadie lo pudo abrir. Quien extrajo el poderoso veneno echó mano de un abrelatas e hizo un pequeño agujero en la base del recipiente metálico. El abrelatas apareció en un botiquín del mismo baño.

A pesar de todo, los detectives sospechaban de José Guadalupe Cruz, pero no le habían demostrado alguna responsabilidad en el deceso misterioso de Laura Esperanza, quien también había ingerido una pequeña dosis de barbitúricos.

Inesperadamente, la Procuraduría decidió consignar por homicidio al célebre dibujante y como copartícipe en la comisión del delito, iría Consuelo Cámara. Entre las supuestas pruebas del crimen, destacaba “la fama pública del sujeto, cuya conducta revelaba desviaciones mentales y sexuales”... También las declaraciones de sus cuñados José Manuel y Roberto Córdoba Navarro.

La sustancia tóxica fue identificada finalmente como “sulfocianuro de potasio” y no había duda que el recado póstumo fue escrito por Laura Esperanza, quien asimismo ingirió algunos seconales (barbitúrico que se clasifica como un sedante hipnótico. Se usa para tratar el insomnio, para reducir la ansiedad o para ayudar a calmar a los pacientes antes de la cirugía).

Se rumoró entonces que era cierto que José G. Cruz reunía mujeres galantes e individuos de dudosa reputación, para organizar orgías en la residencia del editor, quien tenía problemas con Laura Esperanza porque siempre se negó a procrear hijos con ella, pero “le agradaba tener relaciones sexuales con más de una mujer al mismo tiempo”...

Por su parte la señora Consuelo Cámara Rojas dijo ser madre de cinco hijos y no tener responsabilidad alguna en el asunto, pero fue enviada a Lecumberri junto con el historietista que inmortalizó a “Santo, El Enmascarado de Plata”, con la magia de sus trazos y pinceles.

Y dos testigos de descargo comentaron en Lecumberri como dato curioso, que Laura “preguntó a su reloj”, durante dos horas, “si todavía la quería o ya la había abandonado”... y que deseaba morir porque estaba cansada de la vida...

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La distorsión mental de la señora se “daba con un par de copas y habría que recordar que la noche de la tragedia regresaron de una parranda donde abundó el licor”. Y no sólo esos antecedentes “raros” tenía, sino que con frecuencia pretendía cocinar huevos y arrojaba yemas y claras fuera del sartén para freír las cáscaras...

El juez Ramón Franco Romero anunció el martes 17 de octubre de 1961: “Se decreta la formal prisión a José G. Cruz y a Consuelo Cámara Rojas como presuntos responsables en el envenenamiento de Laura Esperanza Córdoba Navarro”.

Sin embargo, la congoja de la pareja no duró mucho: en diciembre del mismo año fue amparada por un juez y recuperó la libertad, al considerarse que la Procuraduría de Justicia del Distrito se había equivocado rotundamente al consignarlos como presuntos responsables de homicidio de Laura.

José G. Cruz abandonó el Palacio Negro de Lecumberri, donde estuvo a punto de pasar mucho tiempo en espera de una sentencia injusta, según se dijo al final del drama.

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José G. Cruz, el conocido editor y también pintor -quien con argumentos y dibujos inmortalizó a “Santo, El Enmascarado de Plata”- fue encarcelado al igual que una mujer, porque llevaron a la Cruz Roja a quien al parecer era pareja sentimental del historietista y ésta murió, aunque no sin que los médicos le apreciaran huellas de aparente agresión y una intoxicación grave.

LA PRENSA dio a conocer la noticia el domingo 8 de octubre de 1961 y el reportero Félix Fuentes Medina, quien cubrió la tragedia, anotó que pese a la falta de evidencia: “José G. Cruz permanecerá detenido hasta que este homicidio quede aclarado. De comprobarse cualquier responsabilidad en su contra, será consignado ante el juez penal”.

De tal suerte se encontró muy comprometido por la muerte de Laura Esperanza Córdoba Navarro, quien anotó antes de fallecer que la habían envenenado en la residencia donde vivía con su supuesto victimario.

Aunque los agentes de la Policía Judicial conjeturaron que Laura se había suicidado, no descartaron la posibilidad de un asesinato, pues los investigadores tenían una teoría -más bien creencia- con base en la cual la mujer se cortó la existencia y, en venganza por la mala vida que le dio José (dato que también tenían como supuesto, sin correlato en alguna evidencia), optó por inculparlo de su muerte, lo cual no dejaba de ser una simple sospecha.

En un recado póstumo que escribió Laura Esperanza, dirigido a su hermano José Manuel, aunque ambiguo, se alcanzaba a leer entrelíneas la intención:

Esta noche me han envenenado, José; lo encontrarán (se refería a su amante) con una mujer, después de haber pasa do así muchas noches, y él está loco. He sido víctima. Ya no puedo expresar más. Me llevo muchos secretos...

Y después de estampar su firma en un papel membretado de la compañía Ediciones José G. Cruz, la víctima demandó justicia en el mismo documento.

Final trágico

En aquel octubre de 1961, José G. Cruz tenía 44 años y Esperanza tan sólo 34. A él se le notaba con aplomo, como si todo se tratara de un mal entendido; por ello insistió en que “su amiga” se había suicidado.

Al decirlo, parecía cierto, y para aportar mayor peso a su declaración, nombró como testigo a Consuelo Cámara Rojas, quien acompañaba a la pareja cuando Laura fue presa de aguda intoxicación, según manifestaron ambos, quienes fueron las dos últimas personas que la vieron con vida.

El martes 3 de octubre de 1961, el millonario editor llegó a la capital, procedente de Estados Unidos; lo acompañó en el viaje su amiga Consuelo, quien también quedó detenida.

El viernes 6 de octubre, el dibujante invitó a su residencia de Homero 544, de la colonia Chapultepec Morales, a la pareja estadounidense conformada por Erwin y Patricia Toftman, donde festejaron el retorno de José a la metrópoli.

Al filo de la medianoche, las dos parejas y Consuelo Cámara se dirigieron al Cabaret Tío Sam, a sugerencia de José, pues deseaba entregar una corbata que había comprado para un amigo suyo, Rodrigo de León, quien era maestro de ceremonia en el centro nocturno. Al fin, se dirigieron al sitio e ingirieron más bebidas embriagantes de las que ya habían consumido.

Regresaron a la residencia de la calle Homero y los Toftman se despidieron, cansados del slalom por los cabarets, pues vivían no muy lejos de allí, en Newton 7, colonia Polanco.

Entonces, el editor siguió en la noche acompañado de sus amigas y continuaron la íntima fiesta con más bebida, al parecer.

Luego, sin precisar cómo o por qué, José Cruz tuvo una discusión acre con Laura Esperanza, porque a él le disgustó su comportamiento, quizás también a consecuencia de la borrachera que llevaban desde hacía varias horas.

A las 5:15 horas, Laura Esperanza comenzó a sentirse mal, o quizá en ese momento ya no aguantó el malestar y así lo manifestó. El editor probablemente en un gesto de antipatía e incomprensión, antes de prestar auxilio a Laura, hizo varias llamadas telefónicas, cuya finalidad nunca se determinó.

El reportero Félix Fuentes añadió que “después, y con la ayuda de Consuelo, la mujer intoxicada fue conducida hasta el automóvil Oldsmobile, placas 18-49-93; José G. Cruz se puso al volante y se dirigió hacia la Cruz Roja”...

Consuelo llevó recargada sobre su cuerpo a Laura, mientras José conducía en estado de semiebriedad. Llegaron alrededor de las 6:02 horas al nosocomio de Durango y Monterrey, en la colonia Roma.

Laura, que aún parecía estar viva, fue llevada de inmediato a la sala de emergencia; sin embargo, nada pudieron hacer por salvarle la vida, pues minutos después dejó de existir.

Le gustaban demasiado las mujeres

El 9 de octubre se informó sobre el dictamen de la necropsia, el cual determinó que Laura presentaba quemaduras en el rostro con la sustancia tóxica que le ocasionó la muerte

Ambos implicados, el dibujante y Consuelo, fueron conducidos a la agencia del Ministerio Público, adscrita en dicho hospital de la Cruz Roja.

Cuando los médicos que le brindaron los primeros auxilios la examinaron, detectaron que la desventurada Laura presentaba lesiones en el lóbulo de la nariz, en ambas mejillas, en los labios, en el mentón y en las regiones genianas.

Asimismo, se le apreció una contusión en el antebrazo derecho. La lengua apareció cianosada, es decir, con una coloración azulada o negruzca, propio del envenenamiento con cianuro u otro agente similar.

Con base en esa evidencia y de acuerdo con el dictamen del médico legista, el agente del MP preguntó sobre las lesiones que presentaba Laura en el rostro, máxime que también se encontró el recado que antes había escrito Laura.

Entonces, el novelista explicó que cuando la llevaban hacia el automóvil “Laura cayó y se golpeó fuertemente en las escaleras y como era corpulenta no la pudieron contener”...

Asimismo, refirió que cuando regresaron a la residencia de José G. Cruz, notó que Laura Esperanza entró varias veces al baño, después se tendió en un sillón y luego manifestó sus malestares. Ante tal circunstancia, alegó que probablemente la extinta tomó alguna sustancia tóxica sin que él o Consuelo se dieran cuenta.

No obstante, la versión de José G. Cruz parecía un tanto inverosímil, comentó el reportero Félix Fuentes, “porque lógico era que si Laura Esperanza cayó en las escaleras, sólo habría sufrido una o dos lesiones, pero presentaba heridas en ambas mejillas y hasta en un antebrazo. Se tenía la impresión de que la golpearon”...

El caso se tornó complejo y no había claridad: nadie sabía si se trató de un suicidio vengativo o fue un crimen “perfecto”...


En defensa de José Guadalupe Cruz Díaz participó su cuñado, el litigante Luis Garciadiego, uno de los mejores elementos con que contaba en 1961 el bufete Cárdenas-Gómez Mont.

Dijo el abogado a LA PRENSA que él se enteró que había sido en la misma Cruz Roja donde se lesionó Laura por descuido de los médicos que la atendían, cuestión que aún faltaba por determinarse.

Por otra parte y volviendo al supuesto de que Laura se hubiera golpeado en la escalera, el rastro de sangre en los escalones habría quedado; sin embargo, cuando el Ministerio Público se presentó, el lugar estaba limpísimo.

Al conocerse el texto del recado, el defensor se asustó, pero un agente del MP le dijo que no se preocupara, porque “nadie puede obligar a una persona a que ingiera veneno”.

Tal vez tendría razón el litigante, pero un médico dijo que una persona en estado semiinconsciente puede aceptar lo que le den a ingerir. Por lo demás, tampoco descartaba la policía la hipótesis de que Laura Esperanza hubiese sido envenenada cuando tomaba alcohol.

Emilio Zavaleta Montes de Oca, agente del Ministerio Público de la Novena Delegación, se presentó en Homero 544 y encontró casi todo en orden. Sólo llamaba la atención que varias botellas de licor estuvieran a medio consumir, cerca de seis vasos con residuos de alcohol y envases de refrescos.

El licenciado Zavaleta hizo notar que en la alcoba donde se suponía que la mujer se intoxicó, había muchos medicamentos, pero no fue hallado veneno alguno.

El pasante de medicina, Roberto Córdoba Navarro, dijo que a las 4:15 horas del sábado 7 de octubre de 1961, recibió una llamada telefónica en su domicilio. Su hermana le dijo:

-¡Mi marido me amenaza de muerte, vengan pronto a salvarme.

Laura colgó la bocina y Roberto intentó comunicarse con ella, pero le fue imposible. Supuso el pasante que alguien había descolgado el auricular. De inmediato se puso ropa y fue en busca de su hermano José Manuel.

Ambos llegaron a Homero 544, donde llamaron con insistencia. Luego se enteraron que Laura Esperanza se encontraba en la Cruz Roja de Durango y Monterrey, colonia Roma.

Por su parte, José Manuel comentó que dos días antes anduvo de compras con su hermana y ella le dijo que el magnate de las revistas le daba muy mala vida y que temía algo grave; aunque no fue precisa tampoco encendió las alarmas a tal grado de que José Manuel sintiera que debían hacer algo. A lo más, quizás aconsejó a su hermana en el sentido de dejarlo, pues una relación de esas características sólo lleva a la destrucción de uno o de ambos.

El caso fue investigado por los agentes Gilberto Hernández, Francisco Vilslegas Rodríguez y Carlos Barrón Santana, a quienes dirigía el comandante Edmundo Arriaga.

El 10 de octubre se llevó a cabo la reconstrucción de los hechos en donde participaron los sospechosos, quienes aparecían demacrados. A las 2:30 del sábado 7 de octubre de 1961 regresaron a casa de José, donde riñó con Laura; luego, comenzó a desmoronarse la relación con su amasia y, finalmente, ésta bebió (o le dieron) veneno por licor suave. El 9 de octubre se informó sobre el dictamen de la necropsia, el cual determinó que Laura presentaba quemaduras en el rostro con la sustancia tóxica que le ocasionó la muerte.

A diario le gustaba estar con una mujer diferente

En agosto de 1960, el novelista conoció a la zacatecana Laura Esperanza Córdoba Navarro, cuando ella trabajaba en una mueblería como secretaria. Posteriormente, la invitó a una fiesta, se hicieron novios y ella aceptó vivir con él en unión libre.

La señora Córdoba comentaba que su amigo era muy morboso y que pregonaba que a diario le gustaba estar con una mujer diferente; las amigas de Laura le aconsejaban que abandonara al editor. Pero ella era de buen carácter y muy segura de sí misma, además de que estaba deslumbrada con la fortuna de José G. Cruz.

Laura Esperanza era periodista en su natal Zacatecas y como su familia era de condición humilde, ella vino al Distrito Federal para ganar más dinero. Por su parte, José G. Cruz comenzó a tener éxito con la revista “Pepín”; fue actor, pintó cuadros y se calculaba su fortuna en cinco millones de pesos.

El lunes 9 de octubre de 1961 sería practicada la autopsia respectiva y se esperaban importantes resultados; tal vez daría la clave para saber si se trató de un suicidio o podía especularse en torno a un asesinato.

Como la necropsia que se practicó al cadáver de Laura Esperanza -informó Félix Fuentes Medina- reveló que ella sufrió quemaduras en el rostro con la sustancia tóxica que le ocasionó la muerte, el detenido, José G. Cruz, podía recuperar su libertad de un momento a otro.

De todos modos, los agentes de la Policía Judicial sospechaban que el conocido editor de historietas pudo obligar a su amasia a que ingiriera la materia venenosa.

José Cruz había sido objeto de estrechos interrogatorios. Los investigadores se enfocaban sobre la también detenida Consuelo, la que tal vez formaba parte del triángulo amoroso disuelto; creían que daría la clave de todo.

El médico Miguel Gilbón Maitrett, director del Servicio Médico Forense, estuvo presente hasta que concluyó la autopsia. Sabía el profesionista que un error ocasionaría graves consecuencias en la aplicación de la justicia.

Laura Esperanza sufrió una congestión visceral generalizada y lo que inicialmente se tomó por indicios de golpes, en realidad eran quemaduras por la misma sustancia que le provocó la muerte.

El doctor aventuró una especulación: “Probablemente se trata de ácido cianhídrico, nombre científico del ácido prúsico, tóxico violentísimo”.

Amparo y libertad

El médico creía que nadie la había forzado a tomar el cianuro, porque si la hubieran obligado “habría huellas de escurrimiento por las comisuras de los labios; las huellas de las quemaduras eran de forma irregular, pero punteadas”.

Las manos de José y Consuelo no presentaban quemaduras por ácido prúsico. El historietista reconoció que había tenido un disgusto con Laura Esperanza, a quien reprendió “porque no sabía comportarse como una dama de sociedad”.

Aclaró que la señora Consuelo Cámara “es casada y su esposo le permitió pasar unos días con nosotros”... En un arranque de histeria, Laura “corrió hacia la planta superior de la residencia y luego descendió con dificultad. Se colocó en un sillón y subió los pies al mueble. Se escucharon unos estertores y Laura comenzó a convulsionarse”...

Y en una reconstrucción de hechos, se encontró en la residencia un bote de hojalata que contenía cianuro, el que se supuso había tomado Laura. No tenía huellas dactilares aprovechables, ni siquiera las de ella.

El cianuro hizo contacto con el ácido clorhídrico del estómago y se convirtió en ácido cianhídrico, altamente cáustico. Por su parte, José G. Cruz lloró en los separos ante su impotencia para demostrar que no había dañado a Laura Esperanza.

El cianuro era del dibujante, quien pretendía experimentar en el proceso de fotografía. Y la lata del tóxico se hallaba en el baño de la alcoba de un segundo piso.

Es decir, estaba en la alcoba de donde salió Laura para después sentarse en un sillón donde dejó de existir. Un químico de la Procuraduría dijo que eran 300 gramos de cianuro en el bote de hojalata.


Por cierto, el bote estaba oxidado y nadie lo pudo abrir. Quien extrajo el poderoso veneno echó mano de un abrelatas e hizo un pequeño agujero en la base del recipiente metálico. El abrelatas apareció en un botiquín del mismo baño.

A pesar de todo, los detectives sospechaban de José Guadalupe Cruz, pero no le habían demostrado alguna responsabilidad en el deceso misterioso de Laura Esperanza, quien también había ingerido una pequeña dosis de barbitúricos.

Inesperadamente, la Procuraduría decidió consignar por homicidio al célebre dibujante y como copartícipe en la comisión del delito, iría Consuelo Cámara. Entre las supuestas pruebas del crimen, destacaba “la fama pública del sujeto, cuya conducta revelaba desviaciones mentales y sexuales”... También las declaraciones de sus cuñados José Manuel y Roberto Córdoba Navarro.

La sustancia tóxica fue identificada finalmente como “sulfocianuro de potasio” y no había duda que el recado póstumo fue escrito por Laura Esperanza, quien asimismo ingirió algunos seconales (barbitúrico que se clasifica como un sedante hipnótico. Se usa para tratar el insomnio, para reducir la ansiedad o para ayudar a calmar a los pacientes antes de la cirugía).

Se rumoró entonces que era cierto que José G. Cruz reunía mujeres galantes e individuos de dudosa reputación, para organizar orgías en la residencia del editor, quien tenía problemas con Laura Esperanza porque siempre se negó a procrear hijos con ella, pero “le agradaba tener relaciones sexuales con más de una mujer al mismo tiempo”...

Por su parte la señora Consuelo Cámara Rojas dijo ser madre de cinco hijos y no tener responsabilidad alguna en el asunto, pero fue enviada a Lecumberri junto con el historietista que inmortalizó a “Santo, El Enmascarado de Plata”, con la magia de sus trazos y pinceles.

Y dos testigos de descargo comentaron en Lecumberri como dato curioso, que Laura “preguntó a su reloj”, durante dos horas, “si todavía la quería o ya la había abandonado”... y que deseaba morir porque estaba cansada de la vida...

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La distorsión mental de la señora se “daba con un par de copas y habría que recordar que la noche de la tragedia regresaron de una parranda donde abundó el licor”. Y no sólo esos antecedentes “raros” tenía, sino que con frecuencia pretendía cocinar huevos y arrojaba yemas y claras fuera del sartén para freír las cáscaras...

El juez Ramón Franco Romero anunció el martes 17 de octubre de 1961: “Se decreta la formal prisión a José G. Cruz y a Consuelo Cámara Rojas como presuntos responsables en el envenenamiento de Laura Esperanza Córdoba Navarro”.

Sin embargo, la congoja de la pareja no duró mucho: en diciembre del mismo año fue amparada por un juez y recuperó la libertad, al considerarse que la Procuraduría de Justicia del Distrito se había equivocado rotundamente al consignarlos como presuntos responsables de homicidio de Laura.

José G. Cruz abandonó el Palacio Negro de Lecumberri, donde estuvo a punto de pasar mucho tiempo en espera de una sentencia injusta, según se dijo al final del drama.

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