/ viernes 5 de julio de 2024

De héroes y villanos: En dos minutos, cuatro jóvenes roban más de un cuarto de millón de pesos del Banco Continental

Martín Cruz López y Mauro Morales López hicieron gran investigación para detener al primer sospechoso del asalto y que dio como resultado la captura del resto de la banda

Modestos policías fueron comisionados en los Servicios Especiales de la Jefatura de Policía, en 1967, para investigar el asalto ocurrido al Banco Continental y resultaron ser los héroes en el esclarecimiento del mismo. Mauro Morales López y Martín Cruz López, placas 553 y 509, respectivamente, dieron muestras de talento y de lo que es un trabajo tesonero; “con su labor aplastaron a los detectives capitalinos”, relataba el reportero policiaco Jorge Valenzuela Herrera aquel jueves 26 de enero.

Habían pasado doce días del robo a la sucursal bancaria, ubicada en Avenida División del Norte 122, en la colonia del Valle y la gran investigación de estos agentes puso en alto la labor del Servicio Secreto, al descubrir a los responsables del asalto.

Mauro Morales y Martín Cruz iniciaron su investigación el 23 de diciembre de 1966, al enterarse que unos individuos que tripulaban un auto Volkswagen verde pistache seguían a una camioneta bancaria. Por aquellos días, se temió un asalto similar al que sufrió una camioneta del Banco de Londres y México, en la esquina del Eje 1 Poniente y Viaducto Piedad, el 12 de noviembre de 1966. Los mencionados policías nunca olvidaron la pista de los sospechosos individuos. Por el contrario, los buscaron antes y después del asalto a la sucursal del Banco Continental.

En esos días, Juan Duarte Jiménez, portero y velador de la empresa constructora COVASA, situada en Avenida Universidad y Copilco, se dio cuenta de que el Volkswagen verde pistache seguía a la camioneta bancaria durante varios días y se estacionaba frente a la empresa donde él trabajaba. Duarte, quien con su declaración hundió a los asaltantes, apuntó el número de las placas, datos que sirvieron a nuestros agentes para localizarlo.

En la Dirección General de Tránsito, ese automóvil estaba a nombre de Fernando López Monís, quien dio como domicilio Atenor Salas 71, departamento 2, colonia Viaducto Piedad. Para no despertar sospechas, Mauro y Martín establecieron una vigilancia de cuatro días sin preguntar a nadie, sin embargo, Fernando López se había cambiado de domicilio y los investigadores siguieron sus huellas hasta llegar a los Laboratorios CIBA, ubicados en Calzada de Tlalpan 1779, donde el sospechoso trabajaba como agente de ventas.

Después de varios días de largas esperas y paciente vigilancia, nuestros héroes por fin tuvieron en la mira a Fernando López Monís. Los agentes ya no estarían dispuestos a perder su presa y corrieron hacia él. Tras un breve interrogatorio, Fernando aceptó ser dueño del Volkswagen verde, pero negó haber tenido participación en asaltos bancarios. Pese a ello, quedó detenido.

Para entonces, no sólo el vigilante Duarte había reconocido a López Monís a través de los retratos hablados de Sergio Jaubert, sino que también el taxista José Luis Covarrubias Olvera, lo identificó al igual que a los otros tres sujetos que subieron a su “cotorra”, placas 1-27-10 y que lo drogaron durante el recorrido para despojarlo del vehículo y huir en él después de cometido el asalto al Banco Continental.

Con la detención de Fernando López Monís, la madeja se fue desenredando y los demás cómplices fueron cayendo poco a poco. Primero fue Carlos López Monís, hermano de Fernando, quien llegó a la Jefatura de Policía a preguntar por aquel y de inmediato fue detenido y sujeto a diversos interrogatorios.

Los hermanos cayeron en graves contradicciones que acabaron por hundirlos y “cantar” el nombre del tercer cómplice: Miguel Sánchez Ordóñez, quien fue detenido en Apizaco, Tlaxcala.

Y con la confesión de los tres acerca de su participación en el asalto, se logró saber que el cuarto asaltante era Gerardo Rogel Ortiz, ubicado en su domicilio de Avenida Central 325, colonia Euskadi.

Por fin, la ardua investigación, comenzada por dos humildes policías, había rendido sus frutos. En la Jefatura de Policía, el general Luis Cueto Ramírez sintió un alivio por primera vez en muchos días y penosas noches al ser esclarecido uno de los dos escandalosos asaltos en la Ciudad de México. Los valerosos agentes Mauro Morales López y Martín Cruz López serían luego reconocidos y premiados.

En dos minutos se perpretó el robo

Apenas habían transcurrido los primeros días del año 1967 cuando LA PRENSA informó, a través del reportero Jorge Herrera Valenzuela, que el 15 de enero la sucursal del Banco Continental, en la colonia del Valle, fue asaltada por cuatro jóvenes armados con pistolas y navajas.

En dos minutos se llevaron 255,689 pesos en efectivo. Huyeron en un auto de alquiler de los llamados “cotorras”, que abandonaron luego en la colonia Narvarte.

En las oficinas, ubicadas en Avenida División del Norte 122, colonia del Valle, estaban cuatro empleados. En aquellos días, las sucursales de esa institución no contaban con vigilancia bancaria.

Los ladrones aprovecharon el momento en que no quedaba ningún cliente en las oficinas. La operación fue matemática, en cuestión de segundos sometieron a las señoritas María de Lourdes Valle Mejía y Clementina Franco López, así como a Miguel Ortiz Palafox y Ángel Morelos Martínez.

Estaban ya los hampones posesionados del banco y uno de ellos colocó las fajillas con billetes dentro de una caja de cartón, mientras otro amagaba a los empleados arrinconados junto a la puerta del cuarto de baño. Tras ordenar que nadie los siguiera, salieron a la calle con mucha tranquilidad.

-Nos acaban de asaltar, se están subiendo a una “cotorra” -comunicaba telefónicamente Clementina Franco al comandante Jorge Udave, del Servicio Secreto. El local del banco se encontraba al poco tiempo abarrotado de policías, reporteros, fotógrafos y camarógrafos.

Mientras los detectives iniciaban sus indagaciones, el chofer de la “cotorra” fue detenido para investigación; en un principio, se sospechó que hubiera tenido participación en los hechos, lo que después fue descartado.

José Luis Covarrubias Olvera, de 29 años en 1967, narró cómo fue sometido e inyectado en las venas dentro del taxi, y que además le hicieron beber medio litro de tequila. Una señora, Raquel Arteaga Ramírez, vio cómo de la “cotorra” bajaban al individuo y lo dejaban abandonado en la esquina de Cerro Dos Conejos y Avenida de la Luz, colonia Romero de Terreros, en Coyoacán. Como ninguna ambulancia lo quiso atender, decidió llevar al desconocido a la delegación. Añadió la señora que “algo le estaba ocurriendo, no podía levantarse, quedó tirado y al parecer sufría alguna enfermedad o estaba ebrio...”

LA PRENSA supo después que las tres inyecciones que los asaltantes le aplicaron al ruletero fueron de Largactil, que no requería receta para su compra y era usada por psiquiatras como tranquilizante. Milagrosamente, el hombre no falleció, al aumentar la potencialidad del alcohol al mezclarse la droga con el tequila.

Cuando el chofer de ruleteo explicó con detalles lo que le hicieron en el taxi -una vez repuesto en el Hospital de Traumatología de Xoco-, se desató una intensa cacería de los asaltantes del Banco Continental, pues ya se tenían los retratos hablados hechos por Sergio Jaubert.

Para las autoridades, se estaba frente a una banda de “gente nueva, bien presentada, preparada...” De acuerdo con la descripción que se había hecho de cada uno de los asaltantes, éstos vestían ropa de buena calidad y con ciertos modales de educación.

El martes 17 de enero, la investigación policial tomó un sesgo especial al saberse que las atractivas cajeras Clementina Franco López y María de Lourdes Valle Mejía habían recibido llamados telefónicos anónimos para aterrorizarlas. Se determinó entonces otorgarles protección policiaca.

Y la inseguridad en bancos era tema de ocasión en aquellos días. Urgían más vigilancia y sistemas de alarmas en las sucursales alejadas del centro de la ciudad. También hacía falta coordinar las policías, decía el entonces Procurador General de la República, Antonio Rocha.

Pero lo único cierto es que, pese a la coordinación entre la Policía Judicial y el Servicio Secreto, sólo había pistas falsas acerca de los ladrones del Banco Continental.

Y fue hasta el 24 de enero cuando se informó acerca de la detención de los cuatro asaltantes: los hermanos Carlos y Fernando López Monís, Miguel Sánchez Ordóñez y Gerardo Rogel Ortiz.

También se detuvo a Santiago Reachi González y Carlos Flores Morán, quienes estaban considerados como cómplices de los hampones.

Y mientras que con sus propias declaraciones se hundían los detenidos, la plana mayor del Servicio Secreto coordinaba la investigación en torno al robo de la camioneta del Banco de Londres y México, registrado en noviembre de 1966.

La policía creía que Santiago Reachi y Carlos Flores sabían quiénes la habían asaltado. Reachi tenía 28 años de edad y era estudiante de ingeniería. Ambos eran amigos de los asaltantes de la sucursal del Banco Continental y habían cometido una serie de fraudes tanto en nuestro país, como en Estados Unidos.

Se supo también que, en el proceso a los asaltantes del Banco Continental, quien tendría una situación muy complicada sería Miguel Sánchez Ordóñez, quien estaba marcado como jefe de la banda y autor intelectual del golpe.

Tranquilos, de ágil pensamiento y sarcásticos, en un principio, los hermanos López Monís, Miguel Sánchez Ordóñez y Gerardo Rogel, refirieron a nuestro reportero que fue frente al Panteón Francés de San Joaquín donde se repartieron los 248,000 pesos que robaron en las oficinas del Banco Continental. Tenían la confianza de que la policía difícilmente podría capturarlos, por no tener antecedentes y haberse maquillado. Estaban seguros de su impunidad.

Devolvieron el botin

Narraron los hampones que una vez afuera de la sucursal bancaria, ya consumado el asalto, recorrieron unos cuantos metros de la Avenida División del Norte, siguieron por San Francisco y se pasaron el alto en esa calle para seguir hasta la Avenida Coyoacán. Llegaron a La Morena y estacionaron “la cotorra” robada a 30 metros de donde estaba el Volvo de Carlos López Monís, en el cual se dirigieron hacia la calle Anaxágoras, donde Fernando López se pasó a su Volkswagen verde pistache junto con Gerardo Rogel. Carlos se siguió con Miguel en el Volvo y habían determinado encontrarse a las puertas del Panteón Francés.

Pero el dinero robado regresaba a las arcas de la institución bancaria. Carlos López Monís devolvió 39,000 pesos que guardaba bajo el colchón de su mamá. Dijo que parte de ese dinero le correspondía a su hermano Fernando. Y Miguel Sánchez devolvió 20,400 pesos. Gerardo Rogel regresó 54,000 pesos que ocultaba dentro de un trofeo de un hermano suyo. El resto se recuperó luego.

El portero de la empresa COVASA -a donde acudieron los acusados en busca de informes sobre la camioneta bancaria que llegaba a ese lugar-, Juan Duarte Jiménez, identificó plenamente a Fernando López Monís y a Gerardo Rogel Ortiz. Dijo que ambos llegaron en un Volkswagen verde pistache placas 744-CV. Con su declaración, el empleado hundió a los asaltantes del Banco Continental.

Los bandidos fueron también identificados por el chofer Covarrubias, al que drogaron y despojaron de su “cotorra”. Asimismo, las cajeras, Clementina Franco López y María de Lourdes Valle Mejía, reconocieron plenamente a los acusados. Dijeron que habían vivido una gran pesadilla al recibir las llamadas amenazadoras que las pusieron en crisis nerviosa. También los otros empleados del banco señalaron a los cuatro hampones como los autores del asalto y robo al Banco Continental del 14 de enero de 1967.

Y el viernes 3 de febrero, en un fallo que mereció felicitaciones para el juez Héctor Terán Torres, los cuatro asaltantes, Fernando y Carlos López Monís, Miguel Sánchez Ordoñez y Gerardo Rogel Ortiz, fueron declarados formalmente presos, y a los presuntos coautores sólo se les encontró responsables del delito de encubrimiento.

En consecuencia, a Santiago Reachi González y Carlos Flores Morán se les impuso una fianza de 150,000 pesos a cada uno para que obtuvieran su libertad.

El fiscal Adolfo Caso y Caso comentó a LA PRENSA que los asaltantes alcanzarían una pena de diez a doce años de prisión, según se desprende de los delitos que se les imputaban: robo con violencia, asociación delictuosa, lesiones y portación de arma prohibida, en el caso de Gerardo Rogel, quien amenazó con la pistola al taxista para que bebiera el tequila.

En la cárcel, los delincuentes lloraron y se arrepintieron, pero ya era demasiado tarde. Horas amargas les esperaban entre las frías celdas de la Penitenciaría. No pudieron disfrutar entonces del dinero hurtado en dos minutos y, en cambio, sufrieron muchísimo más por sus erróneos actos. Finalmente, pagaron su deuda con la sociedad y nada se supo ya de ellos.

Don Mauro y el amor de la camiseta

Entrevistado por LA PRENSA 45 años después, Mauro Morales López recordó aquel caso del asalto bancario tan vivo en su mente, como muchas tareas que le fueron encomendadas durante su paso por las filas del Servicio Secreto.

Don Mauro visitó en la Redacción de LA PRENSA y evocó aquel día cuando festejaba con un almuerzo en su humilde hogar el triunfo en la investigación del asalto al Banco Continental.

Fue un ágape sencillo, como sencillo fue él durante su brillante carrera policiaca. Recordó cómo junto con su compañero Martín Cruz López fueron ascendidos a sargentos-detectives de la Jefatura de Policía, merced a su hazaña.

Muy orgulloso, el veterano policía mostró sus reconocimientos y diplomas. Entre sus recuerdos, conservaba la credencial que lo acreditaba como Agente de la Policía Judicial en el Estado de Guerrero, en 1957.

Don Mauro Morales, de sonrisa franca, tenía en la sangre el ímpetu oaxaqueño. Ambos agentes, en su juventud estuvieron ligados al comercio. Mauro, de 35 años en 1967, terminó la Primaria en Tlacolula, Oaxaca, y luego fue dependiente de una tienda donde ganaba 30 pesos al mes. Por el año de 1942 era cargador de bultos en la terminal camionera de su pueblo, y a veces ganaba hasta ocho pesos diarios.

En 1946, Mauro Morales llegó a la capital del país en busca de mejores horizontes. Trabajó de machetero y fue en aquella época que conoció a Manuel Vázquez G., viejo investigador y fundador de la revista “Policía Internacional”.

Fue él quien lo adentró al quehacer policiaco. Trabaron una buena amistad y Mauro gustaba de ir a la vieja Jefatura de Policía en la calle Revillagigedo.

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-Manuel Vázquez logró que yo fuera mandadero de los separos. Iba a comprar cigarros o pasaba alimentos a los detenidos. Ganaba dinero suficiente para vivir y me gustaba estar en la policía. Así estuve durante doce años y eso me permitió conocer a muchos delincuentes.

Posteriormente, Mauro Morales trabajó en la Policía Judicial de Acapulco y luego en la de Reynosa, Tamaulipas. De vuelta a la capital del país, fue el jefe de vigilancia de la primera tienda de autoservicio que hubo en México, en Lucas Alamán y Bolívar.

En 1961 se puso el uniforme azul de policía y lo destacaron en la 18a. Compañía. Seis meses después lo comisionaron en los Servicios Especiales de la Jefatura de Policía con un sueldo de 660 pesos al mes. Ahí siguió su brillante labor policiaca a la que se fueron sumando penas y alegrías, ya que dentro de su carrera le tocó vivir experiencias muy fuertes, incluso en algunas de ellas por poco pierde la vida, como es el caso que el mismo narró:

-Era julio de 1954. Estaba trabajando con Jesús Guevara Fonseca, agente 67 del Servicio Secreto. Por radio dieron una emergencia. En las calles de Xola y Bolívar se registraba una balacera, estábamos cerca y acudimos. Detuvimos a un individuo armado y otro que trató de rescatarlo me disparó con intenciones de matarme. Perdí el conocimiento. Cuando desperté estaba en el sanatorio de las calles de Manzanillo 96, colonia Roma. El dueño era José Hoyomontes. Me dijo que había yo vuelto a nacer porque creyó que la bala me había dado en la espina dorsal.

Con 22 años de edad en aquella época, don Mauro comentó que 10 días después fue operado y el mismo cirujano le dijo, ya en la sala de recuperación: “mira muchacho, la bala se me soltó de las pinzas, ah’ te la dejé, no te va a pasar nada...”. Y, en efecto, hasta la fecha, don Mauro asegura no haber tenido molestias, pese a que la bala sigue alojada en la punta del diafragma.

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Modestos policías fueron comisionados en los Servicios Especiales de la Jefatura de Policía, en 1967, para investigar el asalto ocurrido al Banco Continental y resultaron ser los héroes en el esclarecimiento del mismo. Mauro Morales López y Martín Cruz López, placas 553 y 509, respectivamente, dieron muestras de talento y de lo que es un trabajo tesonero; “con su labor aplastaron a los detectives capitalinos”, relataba el reportero policiaco Jorge Valenzuela Herrera aquel jueves 26 de enero.

Habían pasado doce días del robo a la sucursal bancaria, ubicada en Avenida División del Norte 122, en la colonia del Valle y la gran investigación de estos agentes puso en alto la labor del Servicio Secreto, al descubrir a los responsables del asalto.

Mauro Morales y Martín Cruz iniciaron su investigación el 23 de diciembre de 1966, al enterarse que unos individuos que tripulaban un auto Volkswagen verde pistache seguían a una camioneta bancaria. Por aquellos días, se temió un asalto similar al que sufrió una camioneta del Banco de Londres y México, en la esquina del Eje 1 Poniente y Viaducto Piedad, el 12 de noviembre de 1966. Los mencionados policías nunca olvidaron la pista de los sospechosos individuos. Por el contrario, los buscaron antes y después del asalto a la sucursal del Banco Continental.

En esos días, Juan Duarte Jiménez, portero y velador de la empresa constructora COVASA, situada en Avenida Universidad y Copilco, se dio cuenta de que el Volkswagen verde pistache seguía a la camioneta bancaria durante varios días y se estacionaba frente a la empresa donde él trabajaba. Duarte, quien con su declaración hundió a los asaltantes, apuntó el número de las placas, datos que sirvieron a nuestros agentes para localizarlo.

En la Dirección General de Tránsito, ese automóvil estaba a nombre de Fernando López Monís, quien dio como domicilio Atenor Salas 71, departamento 2, colonia Viaducto Piedad. Para no despertar sospechas, Mauro y Martín establecieron una vigilancia de cuatro días sin preguntar a nadie, sin embargo, Fernando López se había cambiado de domicilio y los investigadores siguieron sus huellas hasta llegar a los Laboratorios CIBA, ubicados en Calzada de Tlalpan 1779, donde el sospechoso trabajaba como agente de ventas.

Después de varios días de largas esperas y paciente vigilancia, nuestros héroes por fin tuvieron en la mira a Fernando López Monís. Los agentes ya no estarían dispuestos a perder su presa y corrieron hacia él. Tras un breve interrogatorio, Fernando aceptó ser dueño del Volkswagen verde, pero negó haber tenido participación en asaltos bancarios. Pese a ello, quedó detenido.

Para entonces, no sólo el vigilante Duarte había reconocido a López Monís a través de los retratos hablados de Sergio Jaubert, sino que también el taxista José Luis Covarrubias Olvera, lo identificó al igual que a los otros tres sujetos que subieron a su “cotorra”, placas 1-27-10 y que lo drogaron durante el recorrido para despojarlo del vehículo y huir en él después de cometido el asalto al Banco Continental.

Con la detención de Fernando López Monís, la madeja se fue desenredando y los demás cómplices fueron cayendo poco a poco. Primero fue Carlos López Monís, hermano de Fernando, quien llegó a la Jefatura de Policía a preguntar por aquel y de inmediato fue detenido y sujeto a diversos interrogatorios.

Los hermanos cayeron en graves contradicciones que acabaron por hundirlos y “cantar” el nombre del tercer cómplice: Miguel Sánchez Ordóñez, quien fue detenido en Apizaco, Tlaxcala.

Y con la confesión de los tres acerca de su participación en el asalto, se logró saber que el cuarto asaltante era Gerardo Rogel Ortiz, ubicado en su domicilio de Avenida Central 325, colonia Euskadi.

Por fin, la ardua investigación, comenzada por dos humildes policías, había rendido sus frutos. En la Jefatura de Policía, el general Luis Cueto Ramírez sintió un alivio por primera vez en muchos días y penosas noches al ser esclarecido uno de los dos escandalosos asaltos en la Ciudad de México. Los valerosos agentes Mauro Morales López y Martín Cruz López serían luego reconocidos y premiados.

En dos minutos se perpretó el robo

Apenas habían transcurrido los primeros días del año 1967 cuando LA PRENSA informó, a través del reportero Jorge Herrera Valenzuela, que el 15 de enero la sucursal del Banco Continental, en la colonia del Valle, fue asaltada por cuatro jóvenes armados con pistolas y navajas.

En dos minutos se llevaron 255,689 pesos en efectivo. Huyeron en un auto de alquiler de los llamados “cotorras”, que abandonaron luego en la colonia Narvarte.

En las oficinas, ubicadas en Avenida División del Norte 122, colonia del Valle, estaban cuatro empleados. En aquellos días, las sucursales de esa institución no contaban con vigilancia bancaria.

Los ladrones aprovecharon el momento en que no quedaba ningún cliente en las oficinas. La operación fue matemática, en cuestión de segundos sometieron a las señoritas María de Lourdes Valle Mejía y Clementina Franco López, así como a Miguel Ortiz Palafox y Ángel Morelos Martínez.

Estaban ya los hampones posesionados del banco y uno de ellos colocó las fajillas con billetes dentro de una caja de cartón, mientras otro amagaba a los empleados arrinconados junto a la puerta del cuarto de baño. Tras ordenar que nadie los siguiera, salieron a la calle con mucha tranquilidad.

-Nos acaban de asaltar, se están subiendo a una “cotorra” -comunicaba telefónicamente Clementina Franco al comandante Jorge Udave, del Servicio Secreto. El local del banco se encontraba al poco tiempo abarrotado de policías, reporteros, fotógrafos y camarógrafos.

Mientras los detectives iniciaban sus indagaciones, el chofer de la “cotorra” fue detenido para investigación; en un principio, se sospechó que hubiera tenido participación en los hechos, lo que después fue descartado.

José Luis Covarrubias Olvera, de 29 años en 1967, narró cómo fue sometido e inyectado en las venas dentro del taxi, y que además le hicieron beber medio litro de tequila. Una señora, Raquel Arteaga Ramírez, vio cómo de la “cotorra” bajaban al individuo y lo dejaban abandonado en la esquina de Cerro Dos Conejos y Avenida de la Luz, colonia Romero de Terreros, en Coyoacán. Como ninguna ambulancia lo quiso atender, decidió llevar al desconocido a la delegación. Añadió la señora que “algo le estaba ocurriendo, no podía levantarse, quedó tirado y al parecer sufría alguna enfermedad o estaba ebrio...”

LA PRENSA supo después que las tres inyecciones que los asaltantes le aplicaron al ruletero fueron de Largactil, que no requería receta para su compra y era usada por psiquiatras como tranquilizante. Milagrosamente, el hombre no falleció, al aumentar la potencialidad del alcohol al mezclarse la droga con el tequila.

Cuando el chofer de ruleteo explicó con detalles lo que le hicieron en el taxi -una vez repuesto en el Hospital de Traumatología de Xoco-, se desató una intensa cacería de los asaltantes del Banco Continental, pues ya se tenían los retratos hablados hechos por Sergio Jaubert.

Para las autoridades, se estaba frente a una banda de “gente nueva, bien presentada, preparada...” De acuerdo con la descripción que se había hecho de cada uno de los asaltantes, éstos vestían ropa de buena calidad y con ciertos modales de educación.

El martes 17 de enero, la investigación policial tomó un sesgo especial al saberse que las atractivas cajeras Clementina Franco López y María de Lourdes Valle Mejía habían recibido llamados telefónicos anónimos para aterrorizarlas. Se determinó entonces otorgarles protección policiaca.

Y la inseguridad en bancos era tema de ocasión en aquellos días. Urgían más vigilancia y sistemas de alarmas en las sucursales alejadas del centro de la ciudad. También hacía falta coordinar las policías, decía el entonces Procurador General de la República, Antonio Rocha.

Pero lo único cierto es que, pese a la coordinación entre la Policía Judicial y el Servicio Secreto, sólo había pistas falsas acerca de los ladrones del Banco Continental.

Y fue hasta el 24 de enero cuando se informó acerca de la detención de los cuatro asaltantes: los hermanos Carlos y Fernando López Monís, Miguel Sánchez Ordóñez y Gerardo Rogel Ortiz.

También se detuvo a Santiago Reachi González y Carlos Flores Morán, quienes estaban considerados como cómplices de los hampones.

Y mientras que con sus propias declaraciones se hundían los detenidos, la plana mayor del Servicio Secreto coordinaba la investigación en torno al robo de la camioneta del Banco de Londres y México, registrado en noviembre de 1966.

La policía creía que Santiago Reachi y Carlos Flores sabían quiénes la habían asaltado. Reachi tenía 28 años de edad y era estudiante de ingeniería. Ambos eran amigos de los asaltantes de la sucursal del Banco Continental y habían cometido una serie de fraudes tanto en nuestro país, como en Estados Unidos.

Se supo también que, en el proceso a los asaltantes del Banco Continental, quien tendría una situación muy complicada sería Miguel Sánchez Ordóñez, quien estaba marcado como jefe de la banda y autor intelectual del golpe.

Tranquilos, de ágil pensamiento y sarcásticos, en un principio, los hermanos López Monís, Miguel Sánchez Ordóñez y Gerardo Rogel, refirieron a nuestro reportero que fue frente al Panteón Francés de San Joaquín donde se repartieron los 248,000 pesos que robaron en las oficinas del Banco Continental. Tenían la confianza de que la policía difícilmente podría capturarlos, por no tener antecedentes y haberse maquillado. Estaban seguros de su impunidad.

Devolvieron el botin

Narraron los hampones que una vez afuera de la sucursal bancaria, ya consumado el asalto, recorrieron unos cuantos metros de la Avenida División del Norte, siguieron por San Francisco y se pasaron el alto en esa calle para seguir hasta la Avenida Coyoacán. Llegaron a La Morena y estacionaron “la cotorra” robada a 30 metros de donde estaba el Volvo de Carlos López Monís, en el cual se dirigieron hacia la calle Anaxágoras, donde Fernando López se pasó a su Volkswagen verde pistache junto con Gerardo Rogel. Carlos se siguió con Miguel en el Volvo y habían determinado encontrarse a las puertas del Panteón Francés.

Pero el dinero robado regresaba a las arcas de la institución bancaria. Carlos López Monís devolvió 39,000 pesos que guardaba bajo el colchón de su mamá. Dijo que parte de ese dinero le correspondía a su hermano Fernando. Y Miguel Sánchez devolvió 20,400 pesos. Gerardo Rogel regresó 54,000 pesos que ocultaba dentro de un trofeo de un hermano suyo. El resto se recuperó luego.

El portero de la empresa COVASA -a donde acudieron los acusados en busca de informes sobre la camioneta bancaria que llegaba a ese lugar-, Juan Duarte Jiménez, identificó plenamente a Fernando López Monís y a Gerardo Rogel Ortiz. Dijo que ambos llegaron en un Volkswagen verde pistache placas 744-CV. Con su declaración, el empleado hundió a los asaltantes del Banco Continental.

Los bandidos fueron también identificados por el chofer Covarrubias, al que drogaron y despojaron de su “cotorra”. Asimismo, las cajeras, Clementina Franco López y María de Lourdes Valle Mejía, reconocieron plenamente a los acusados. Dijeron que habían vivido una gran pesadilla al recibir las llamadas amenazadoras que las pusieron en crisis nerviosa. También los otros empleados del banco señalaron a los cuatro hampones como los autores del asalto y robo al Banco Continental del 14 de enero de 1967.

Y el viernes 3 de febrero, en un fallo que mereció felicitaciones para el juez Héctor Terán Torres, los cuatro asaltantes, Fernando y Carlos López Monís, Miguel Sánchez Ordoñez y Gerardo Rogel Ortiz, fueron declarados formalmente presos, y a los presuntos coautores sólo se les encontró responsables del delito de encubrimiento.

En consecuencia, a Santiago Reachi González y Carlos Flores Morán se les impuso una fianza de 150,000 pesos a cada uno para que obtuvieran su libertad.

El fiscal Adolfo Caso y Caso comentó a LA PRENSA que los asaltantes alcanzarían una pena de diez a doce años de prisión, según se desprende de los delitos que se les imputaban: robo con violencia, asociación delictuosa, lesiones y portación de arma prohibida, en el caso de Gerardo Rogel, quien amenazó con la pistola al taxista para que bebiera el tequila.

En la cárcel, los delincuentes lloraron y se arrepintieron, pero ya era demasiado tarde. Horas amargas les esperaban entre las frías celdas de la Penitenciaría. No pudieron disfrutar entonces del dinero hurtado en dos minutos y, en cambio, sufrieron muchísimo más por sus erróneos actos. Finalmente, pagaron su deuda con la sociedad y nada se supo ya de ellos.

Don Mauro y el amor de la camiseta

Entrevistado por LA PRENSA 45 años después, Mauro Morales López recordó aquel caso del asalto bancario tan vivo en su mente, como muchas tareas que le fueron encomendadas durante su paso por las filas del Servicio Secreto.

Don Mauro visitó en la Redacción de LA PRENSA y evocó aquel día cuando festejaba con un almuerzo en su humilde hogar el triunfo en la investigación del asalto al Banco Continental.

Fue un ágape sencillo, como sencillo fue él durante su brillante carrera policiaca. Recordó cómo junto con su compañero Martín Cruz López fueron ascendidos a sargentos-detectives de la Jefatura de Policía, merced a su hazaña.

Muy orgulloso, el veterano policía mostró sus reconocimientos y diplomas. Entre sus recuerdos, conservaba la credencial que lo acreditaba como Agente de la Policía Judicial en el Estado de Guerrero, en 1957.

Don Mauro Morales, de sonrisa franca, tenía en la sangre el ímpetu oaxaqueño. Ambos agentes, en su juventud estuvieron ligados al comercio. Mauro, de 35 años en 1967, terminó la Primaria en Tlacolula, Oaxaca, y luego fue dependiente de una tienda donde ganaba 30 pesos al mes. Por el año de 1942 era cargador de bultos en la terminal camionera de su pueblo, y a veces ganaba hasta ocho pesos diarios.

En 1946, Mauro Morales llegó a la capital del país en busca de mejores horizontes. Trabajó de machetero y fue en aquella época que conoció a Manuel Vázquez G., viejo investigador y fundador de la revista “Policía Internacional”.

Fue él quien lo adentró al quehacer policiaco. Trabaron una buena amistad y Mauro gustaba de ir a la vieja Jefatura de Policía en la calle Revillagigedo.

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-Manuel Vázquez logró que yo fuera mandadero de los separos. Iba a comprar cigarros o pasaba alimentos a los detenidos. Ganaba dinero suficiente para vivir y me gustaba estar en la policía. Así estuve durante doce años y eso me permitió conocer a muchos delincuentes.

Posteriormente, Mauro Morales trabajó en la Policía Judicial de Acapulco y luego en la de Reynosa, Tamaulipas. De vuelta a la capital del país, fue el jefe de vigilancia de la primera tienda de autoservicio que hubo en México, en Lucas Alamán y Bolívar.

En 1961 se puso el uniforme azul de policía y lo destacaron en la 18a. Compañía. Seis meses después lo comisionaron en los Servicios Especiales de la Jefatura de Policía con un sueldo de 660 pesos al mes. Ahí siguió su brillante labor policiaca a la que se fueron sumando penas y alegrías, ya que dentro de su carrera le tocó vivir experiencias muy fuertes, incluso en algunas de ellas por poco pierde la vida, como es el caso que el mismo narró:

-Era julio de 1954. Estaba trabajando con Jesús Guevara Fonseca, agente 67 del Servicio Secreto. Por radio dieron una emergencia. En las calles de Xola y Bolívar se registraba una balacera, estábamos cerca y acudimos. Detuvimos a un individuo armado y otro que trató de rescatarlo me disparó con intenciones de matarme. Perdí el conocimiento. Cuando desperté estaba en el sanatorio de las calles de Manzanillo 96, colonia Roma. El dueño era José Hoyomontes. Me dijo que había yo vuelto a nacer porque creyó que la bala me había dado en la espina dorsal.

Con 22 años de edad en aquella época, don Mauro comentó que 10 días después fue operado y el mismo cirujano le dijo, ya en la sala de recuperación: “mira muchacho, la bala se me soltó de las pinzas, ah’ te la dejé, no te va a pasar nada...”. Y, en efecto, hasta la fecha, don Mauro asegura no haber tenido molestias, pese a que la bala sigue alojada en la punta del diafragma.

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