/ viernes 2 de agosto de 2024

Crimen encubierto: Filiberto asesinó a su hermano, lo hizo parecer un suicidio

Filiberto manejaba las cuentas de la empresa familiar y sus hermanos le pedían que les diera la parte justa; pero como no llegaron a un acuerdo, asesinó a uno de ellos para luego alegar que se trató de un suicidio

Después de una absurda discusión sobre intereses comunes, el señor Filiberto González Villarreal dio muerte a su hermano Mauro luego de que este, supuestamente amenazándolo con una pistola y en estado de ebriedad, le exigió la liquidación de cuentas.

Así dicen que dijo el fallecido antes de encontrar su fin a manos de su consanguíneo, porque el muerto ya no podía defenderse de sus acusaciones. Estaba por demás lo que dijeran los o el homicida.

Por ello, el caso fue conocido inicialmente como un delito que fue encubierto con disfraz de suicidio; no obstante, las investigaciones que la policía metropolitana llevó a cabo condujeron a esclarecer la verdad de los sucesos, y, por tal motivo se procedió a capturar algunos días después al responsable, quien según se dijo inicialmente, otorgó su plena confesión.

Desde que se cometió el crimen hasta la captura del presunto homicida, el caso se mantuvo con bajo perfil, casi no tuvo resonancia, máxime que ocurrió en un lugar alejado del ajetreo citadino. Sin embargo, el tremendo drama fue quedando al descubierto mediante las averiguaciones realizadas por la Jefatura de Policía, hasta que finalmente condujeron a la captura del señor Filiberto González Villarreal como presunto matador de su hermano Mauro, hecho que se habría registrado el día 9 de abril de aquel año de 1938 en el pueblo de Tepatepec o de Tepelpa, del Estado de Hidalgo, y que se había hecho aparecer como suicidio.

El jefe de las Comisiones de Seguridad, señor Torres H. y el comandante López Hernández, secundados por los detectives 14 y 103 obtuvieron algunos informes que denunciaron el caso, por lo que desde luego se dieron a la localización de un tercer hermano, llamado Carlos, quien, apenado por el drama en que le tocó figurar como testigo, se resolvió a hacer una confesión del hecho.

Lo cierto fue que un informante anónimo dio una pista para que los sabuesos acudieran a visitar a Carlos, quien (lo sabía el informante) terminaría confesando porque la culpa lo carcomía por dentro.

Fue por ello que Carlos González Villarreal aseguró el 12 de mayo de ese año que aquel día de los trágicos acontecimientos, su hermano Mauro llegó por la mañana al citado lugar a bordo de un auto de alquiler, y notó algo particularmente extraño en su actitud, se percató que se encontraba en completo estado de embriaguez. Y pensó que esa era una mala señal para tratar los asuntos familiares, pero sobre todo, para hablar de negocios.

De acuerdo con lo que narró a los oficiales, algunas horas después también arribó al mismo sitio su otro hermano, Filiberto, persona que era quien tenía entre sus manos los negocios de la familia.

Para los agentes no quedaba claro algo en los tiempos o acaso la concatenación de los eventos no había sido bien narrada por Carlos. Supuestamente, Mauro arribó temprano a la finca, sin estipular una hora precisa; no obstante, y era de llamar la atención, llegó en estado inconveniente. Pero lo más extraño fue que durante dos horas (tiempo que tardó en llegar Filiberto), Mauro tuvo dos opciones para actuar: uno, seguir en ese estado etílico, pero de ser así, en esas dos horas probablemente no hubiera podido mantenerse en pie y mucho menos intervenir en una riña al cabo de la cual recibiría un balazo mortal.

Escucha aquí el podcast ⬇️

Por otra parte, si durante ese tiempo hubiera dejado que el efecto de la borrachera le pasara, quizá las cosas hubieran sido algo diferentes, ya que o su ánimo se hubiera enfocado en terminar con las querellas para continuar con su juerga o, bien, dormir un buen rato. Aquello fue lo que comentaron los agentes dado el conocimiento que tenían sobre aspectos del bajo mundo y de aquellos seres que deambulan por él.

Pero no, lo de Mauro parecía no responder a ninguna de las postulaciones anteriores, más bien dado el resultado, lo que menos parecía intervenir en la historia era la versión de haberse enfrentado a un ebrio a quien enfrentaron, acusándolo de violento, pero al que finalmente asesinaron.

Con anterioridad, ya habían surgido algunos disgustos entre Mauro y Filiberto, porque aquél se quejaba de que no se le habían rendido cuentas de los negocios y menos se le había hecho entrega de las utilidades, que se hacían ascender a más de cuarenta mil pesos.

Filiberto pasaba cierta renta a sus hermanos, pero nunca les dijo cuánto era lo que daban de ganancia los negocios familiares. Filiberto se convirtió en el albacea, por llamarlo de algún modo, tras el fallecimiento de sus padres, siendo el mayor y, seguramente, a quien consideraron más apto para tal encomienda.

Sus padres nunca imaginaron lo que aquella decisión implicaría para los tres, ya que cada uno tenía un temperamento diferente. Filiberto era calculador, controlador, frío, seco; Carlos, el menor, tenía demasiada inseguridad para emprender cualquier acto y siempre estaba bajo el cobijo, principalmente, de Filiberto, quien la mayoría del tiempo le decía qué hacer. En tanto que Mauro era más inclinado a los placeres, le gustaba divertirse, aunque era consciente de que el manejo que llevaba su hermano sobre los negocios parecía turbio, ya que no los dejaba intervenir ni les rendía cuentas claras, quizá pensando que al pasarles cierta cantidad de dinero regularmente los mantendría tranquilos.

El día de los hechos, según se dijo que refirió Carlos (quién más habría de ser si sólo estaban los hermanos reunidos), juntos los tres en el despacho del negocio de forrajes que existía en aquel lugar, Mauro reclamó airadamente a Filiberto en tono violento que le entregara un camión y el dinero, pues que, según parecía, trataba de independizarse en los negocios.

Mauro se sentía cansado de ver cómo Filiberto al frente de la empresa parecía estar llevándola a la ruina. Algo que no sabían los demás, pero Mauro sí, es que Filiberto estaba lleno de deudas, debido no a que los negocios no funcionaran, sino a que su hermano gastaba más de lo que ganaba.

De pronto parecía como si se hubiera acostumbrado a una vida de lujos y placeres, de la vida nocturna y el despilfarre en cuestiones efímeras. Un día, pensó Mauro, se quedarían en banca rota por culpa de Filiberto y él, que también gustaba de las mismas delicias que su hermano, no toleraba ver cómo se esfumaba la mina de oro.

Filiberto respondió a esa exigencia del modo más neutral que pudo y le dijo que en pocos días después le entregaría sus intereses y algo más, pero entonces Mauro, de mala manera, exclamó: “Sí…, te voy a esperar…”, al mismo tiempo que se encaminaba hacia una pieza contigua, para sacar de un veliz una pistola calibre .38, con la que apuntó a su cercano pariente.

Otra observación más que denotaron los sabuesos inmediatamente. El caso es que, de acuerdo con la versión del menor de los González Villarreal, Mauro llegó temprano el día de los hechos, hecho polvo por el alcohol que había ingerido y fue conducido hasta la finca en un auto de alquiler, es decir un taxi.

Luego entonces de dónde apareció el citado veliz donde había un arma de la cual solo sabía su existencia una persona que no estaba en sus cinco sentidos. Para los agentes, aquella versión apuntaba a que Mauro habría planeado todo con antelación, desde llevar antes una maleta y ocultar dentro una pistola para amenazar a su hermano el día que se reunieran. Aparentemente, algo posible, pero lejos de toda lógica.

Si el plan de Mauro hubiera sido matar o amenazar a su hermano, el estado etílico no era propicio y, seguramente, él lo sabría; pues para ciertas labores hay que mantenerse sobrio, aunque después venga el arrepentimiento de no haberse tomado tan solo un trago para calmar los nervios.

Entonces, Filiberto, quien permanecía tranquilo del otro lado de la habitación, al verse amenazado saltó del asiento que ocupaba y se abalanzó sobre Mauro. Fue en ese momento de tensión cuando se entabló un forcejeo encarnizado, al cabo del cual Filiberto logró voltear al arma hacia su hermano (o el arma se volteó incidentalmente tras el ajetreo entre amos) y se escuchó un disparo que hizo enmudecer todo al rededor.

Al ver que Mauro caía muerto sobre el frío piso de la finca, Filiberto, dirigiéndose hacia Carlos, lo interrogó con ojos desorbitados: “¿Y ahora qué hago?”

Tan solo pasaron unos segundos, quizá un par de minutos y, todavía medio aturdido por lo que acababa de ocurrir pensó en que ya no tendría que rendirle cuentas; después espabiló, echó una última mirada a su hermano muerto, la sangre, el olor a pólvora, y decidió huir del pueblo; sin embargo, regresó luego de aproximadamente unos cuarenta y cinco minutos.

Al parecer se había ido a toda velocidad a otra zona, que era conocida como Progreso, donde fue a buscar a una persona de su entera confianza, y regresó a la finca en compañía de un amigo de apellido Pérez.

Luego, quizá ya con la mente fría y los nervios sosegados, el propio Filiberto comisionó a un mozo para que se diera prisa en llamar a las autoridades. Pero para ese momento, ya había manipulado la escena del crimen y el arma homicida, la cual colocó en la diestra del cadáver.

Al regresar el mozo, le dijo a Filiberto que las autoridades le dijeron que no había en ese momento alguien que pudiera atender el llamado, pero que a la brevedad irían a validar los hechos.

Todo fue propicio para encubrir las circunstancias en que había fallecido su hermano. Por eso, trató de esperar un tiempo, para ver su aparecía alguna autoridad competente, pero al ver que nadie acudiría, decidió llevar aquel inanimado cuerpo a la Cabecera del Distrito de Actopan, donde refirió que su hermano se había suicidado y que en había dado aviso a las autoridades, pero que no habían acudido.

Filiberto contaba que, como parte de lo referido era completamente cierto, los responsables de Actopan creerían todo cuanto les dijera. Algo muy curioso que refirió Carlos fue el hecho de que cuando Filiberto regresó de con su amigo ya se había cambiado de ropas e incluso parecía como si se hubiera bañado, porque parecía traer el cabello mojado.

Con la venia de las autoridades y luego de llenar algunos papeles oficiales y cubrir ciertas formalidades burocráticas, Filiberto recogió el cadáver de su hermano únicamente presentaba un orificio de entrada del proyectil en la sien derecha.

Filiberto continuó fingiendo que todo se había tratado de un mortal accidente y decidió llevar el cuerpo de su hermano a la ciudad de México, para llevar a cabo el sepelio en el Panteón Civil, donde acudieron sus demás parientes y amigos.

Una vez que Torres H. y López Hernández terminaron de escuchar la verdad que Carlos les refirió sobre el tremendo drama, aprehendieron a Filiberto en su casa de la calle de Orizaba, adonde también, y dentro de un escritorio, se recogió la pistola con la que se cometió el crimen.

Durante cinco horas, Filiberto sostuvo enérgicamente la versión del suicidio; más al ver que su hermano Carlos había dicho ya la verdad, terminó por confesar el verdadero papel que desempeñó en el homicidio de su hermano.

En sus declaraciones, Filiberto aseguró que si obró en esa forma, delinquiendo, fue porque vio su vida amenazada de muerte.
Filiberto, abatido, trataba de esquivar todo interrogatorio, asegurando que él más que nadie lamentaba el trágico desenlace que tuvo el disgusto con su hermano, habiendo pasado por un verdadero calvario durante todo el tiempo que el crimen quedó en secreto.

Los hermanos González Villarreal dijeron que en la Jefatura de Policía aún palpitaba el alma de hermano fallecido, quien desde el más allá los acusaba.

No obstante, afirmaron haber sido sujetos a tormentos, como coacción para obtener una declaración de culpabilidad, dichos de los cuales la policía se defendió.

Entretanto, el general F. Montes ordenó que se llevara a cabo una rigurosa investigación en ese interesante asunto. Cabe recordar que en aquel entonces no existía una figura como la de Asuntos Internos, la entidad que se encarga de investigar a los policías que incurren en malas prácticas.

En acta que se levantó en la Sexta Oficina del Ministerio Público, los señores Carlos y Filiberto González Villarreal negaron rotundamente haberse confesado autores del homicidio de su hermano Mauro, afirmando además que fueron "atormentados" por agentes de la Jefatura de Policía para que relataran los hechos tal y como los detectives lo deseaban, obligándoseles, asimismo, a estampar sus firmas en los documentos que se redactaron al efecto.

Y ante la escandalosa denuncia, en la Jefatura de Policía el jefe de las Comisiones de Seguridad José Torres H., y el vigésimo comandante de agentes José López Hernández protestaron diciendo que era inexacto el cargo.

El asunto se complicó extraordinariamente porque, en tanto que los hermanos González Villarreal, para respaldar su dicho mostraron un certificado médico en el que se hacía constar que Filiberto presentaba algunas lesiones en el cuello; los jefes policíacos, a su vez, tenían en su poder otro certificado, según parecía, expedido por el mismo puesto de socorros, en el que se asentaba categóricamente que examinados los hermanos de que se trataba, no presentaban huella de lesión exterior. “¿Cuál de los dos documentos diría la verdad?”, cuestionaba el reportero de LA PRENSA.

Carlos González Villarreal dijo en la declaración que rindió ante el delegado del Ministerio Público que fue capturado en su pueblo y se le hizo subir a un coche que partió hacia un paraje solitario, donde se le descendió para en seguida colgarlo de un árbol y golpearlo bárbaramente, teniendo antes cuidado de colocarle unos periódicos en los brazos, a fin de que las reatas no dejaran huellas en esas partes del cuerpo. Fue en esa forma, dijo Carlos González Villarreal, como se le hizo todo lo que quisieron, conduciéndolos después a los separos de la Jefatura de Policía.

Por su parte, Filiberto González Villarreal asentó que también fue golpeado, añadiendo que el comandante de agentes lo trató con toda dureza durante los interrogatorios.

El señor José Torres H. dijo a los periodistas que tan pronto como tuvo noticias de que los hermanos González Villarreal se quejaban de haber sido "atormentados", trasladó a los separos e interrogó a los detenidos, quienes en un principio le manifestaron que ningunos malos tratos habían sufrido, variando posteriormente toda esa declaración.

Por su parte, el general Federico Montes, jefe de la Policía, ordenó se hiciera una averiguación, independientemente de las investigaciones que lleve adelante el agente del Ministerio Público, ignorándose si mientras duraba esa averiguación se retenía en esta capital a los hermanos González Villarreal o se los enviaba ante las autoridades del Estado de Guerrero, que eran las indicadas para conocer del tremendo delito que se les imputaba.

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No obstante, pese a que el caso dejó de estar presente en las primeras páginas de LA PRENSA, se tuvo conocimiento de que los hermanos quedaron libres debido a la presión que ejercieron tanto las autoridades como los medios, respecto a los malos tratos que los agentes supuestamente les infligieron.

Un año más tarde, la Policía Judicial del Distrito ordenó la captura del rico hacendado Filiberto González Villarreal, sobre quien pesaba todavía en ese entonces, el cargo de haber dado muerte a su propio hermano y cuyo homicidio se registró en abril del año 1938 en un lugar denominado Tepelpa, del Estado de Hidalgo.

Filiberto González Villarreal estuvo detenido en la Jefatura de Policía donde según declaró fue sujetado a tormentos en forma inhumana por algunos agentes, pero quienes no lograron hacerlo confesar haber dado muerte a su hermano Mauro.

Villarreal finalmente fue puesto en libertad por las autoridades penales del Estado de Hidalgo que lo reclamó la Jefatura de Policía de esta capital, pero fue recapturado para que respondiera por el delito de homicidio en contra de su hermano ante las autoridades de la Procuraduría General del Distrito.

Una voz en el fondo de su mente le recordaba constantemente que el crimen se paga con la cárcel.

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Después de una absurda discusión sobre intereses comunes, el señor Filiberto González Villarreal dio muerte a su hermano Mauro luego de que este, supuestamente amenazándolo con una pistola y en estado de ebriedad, le exigió la liquidación de cuentas.

Así dicen que dijo el fallecido antes de encontrar su fin a manos de su consanguíneo, porque el muerto ya no podía defenderse de sus acusaciones. Estaba por demás lo que dijeran los o el homicida.

Por ello, el caso fue conocido inicialmente como un delito que fue encubierto con disfraz de suicidio; no obstante, las investigaciones que la policía metropolitana llevó a cabo condujeron a esclarecer la verdad de los sucesos, y, por tal motivo se procedió a capturar algunos días después al responsable, quien según se dijo inicialmente, otorgó su plena confesión.

Desde que se cometió el crimen hasta la captura del presunto homicida, el caso se mantuvo con bajo perfil, casi no tuvo resonancia, máxime que ocurrió en un lugar alejado del ajetreo citadino. Sin embargo, el tremendo drama fue quedando al descubierto mediante las averiguaciones realizadas por la Jefatura de Policía, hasta que finalmente condujeron a la captura del señor Filiberto González Villarreal como presunto matador de su hermano Mauro, hecho que se habría registrado el día 9 de abril de aquel año de 1938 en el pueblo de Tepatepec o de Tepelpa, del Estado de Hidalgo, y que se había hecho aparecer como suicidio.

El jefe de las Comisiones de Seguridad, señor Torres H. y el comandante López Hernández, secundados por los detectives 14 y 103 obtuvieron algunos informes que denunciaron el caso, por lo que desde luego se dieron a la localización de un tercer hermano, llamado Carlos, quien, apenado por el drama en que le tocó figurar como testigo, se resolvió a hacer una confesión del hecho.

Lo cierto fue que un informante anónimo dio una pista para que los sabuesos acudieran a visitar a Carlos, quien (lo sabía el informante) terminaría confesando porque la culpa lo carcomía por dentro.

Fue por ello que Carlos González Villarreal aseguró el 12 de mayo de ese año que aquel día de los trágicos acontecimientos, su hermano Mauro llegó por la mañana al citado lugar a bordo de un auto de alquiler, y notó algo particularmente extraño en su actitud, se percató que se encontraba en completo estado de embriaguez. Y pensó que esa era una mala señal para tratar los asuntos familiares, pero sobre todo, para hablar de negocios.

De acuerdo con lo que narró a los oficiales, algunas horas después también arribó al mismo sitio su otro hermano, Filiberto, persona que era quien tenía entre sus manos los negocios de la familia.

Para los agentes no quedaba claro algo en los tiempos o acaso la concatenación de los eventos no había sido bien narrada por Carlos. Supuestamente, Mauro arribó temprano a la finca, sin estipular una hora precisa; no obstante, y era de llamar la atención, llegó en estado inconveniente. Pero lo más extraño fue que durante dos horas (tiempo que tardó en llegar Filiberto), Mauro tuvo dos opciones para actuar: uno, seguir en ese estado etílico, pero de ser así, en esas dos horas probablemente no hubiera podido mantenerse en pie y mucho menos intervenir en una riña al cabo de la cual recibiría un balazo mortal.

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Por otra parte, si durante ese tiempo hubiera dejado que el efecto de la borrachera le pasara, quizá las cosas hubieran sido algo diferentes, ya que o su ánimo se hubiera enfocado en terminar con las querellas para continuar con su juerga o, bien, dormir un buen rato. Aquello fue lo que comentaron los agentes dado el conocimiento que tenían sobre aspectos del bajo mundo y de aquellos seres que deambulan por él.

Pero no, lo de Mauro parecía no responder a ninguna de las postulaciones anteriores, más bien dado el resultado, lo que menos parecía intervenir en la historia era la versión de haberse enfrentado a un ebrio a quien enfrentaron, acusándolo de violento, pero al que finalmente asesinaron.

Con anterioridad, ya habían surgido algunos disgustos entre Mauro y Filiberto, porque aquél se quejaba de que no se le habían rendido cuentas de los negocios y menos se le había hecho entrega de las utilidades, que se hacían ascender a más de cuarenta mil pesos.

Filiberto pasaba cierta renta a sus hermanos, pero nunca les dijo cuánto era lo que daban de ganancia los negocios familiares. Filiberto se convirtió en el albacea, por llamarlo de algún modo, tras el fallecimiento de sus padres, siendo el mayor y, seguramente, a quien consideraron más apto para tal encomienda.

Sus padres nunca imaginaron lo que aquella decisión implicaría para los tres, ya que cada uno tenía un temperamento diferente. Filiberto era calculador, controlador, frío, seco; Carlos, el menor, tenía demasiada inseguridad para emprender cualquier acto y siempre estaba bajo el cobijo, principalmente, de Filiberto, quien la mayoría del tiempo le decía qué hacer. En tanto que Mauro era más inclinado a los placeres, le gustaba divertirse, aunque era consciente de que el manejo que llevaba su hermano sobre los negocios parecía turbio, ya que no los dejaba intervenir ni les rendía cuentas claras, quizá pensando que al pasarles cierta cantidad de dinero regularmente los mantendría tranquilos.

El día de los hechos, según se dijo que refirió Carlos (quién más habría de ser si sólo estaban los hermanos reunidos), juntos los tres en el despacho del negocio de forrajes que existía en aquel lugar, Mauro reclamó airadamente a Filiberto en tono violento que le entregara un camión y el dinero, pues que, según parecía, trataba de independizarse en los negocios.

Mauro se sentía cansado de ver cómo Filiberto al frente de la empresa parecía estar llevándola a la ruina. Algo que no sabían los demás, pero Mauro sí, es que Filiberto estaba lleno de deudas, debido no a que los negocios no funcionaran, sino a que su hermano gastaba más de lo que ganaba.

De pronto parecía como si se hubiera acostumbrado a una vida de lujos y placeres, de la vida nocturna y el despilfarre en cuestiones efímeras. Un día, pensó Mauro, se quedarían en banca rota por culpa de Filiberto y él, que también gustaba de las mismas delicias que su hermano, no toleraba ver cómo se esfumaba la mina de oro.

Filiberto respondió a esa exigencia del modo más neutral que pudo y le dijo que en pocos días después le entregaría sus intereses y algo más, pero entonces Mauro, de mala manera, exclamó: “Sí…, te voy a esperar…”, al mismo tiempo que se encaminaba hacia una pieza contigua, para sacar de un veliz una pistola calibre .38, con la que apuntó a su cercano pariente.

Otra observación más que denotaron los sabuesos inmediatamente. El caso es que, de acuerdo con la versión del menor de los González Villarreal, Mauro llegó temprano el día de los hechos, hecho polvo por el alcohol que había ingerido y fue conducido hasta la finca en un auto de alquiler, es decir un taxi.

Luego entonces de dónde apareció el citado veliz donde había un arma de la cual solo sabía su existencia una persona que no estaba en sus cinco sentidos. Para los agentes, aquella versión apuntaba a que Mauro habría planeado todo con antelación, desde llevar antes una maleta y ocultar dentro una pistola para amenazar a su hermano el día que se reunieran. Aparentemente, algo posible, pero lejos de toda lógica.

Si el plan de Mauro hubiera sido matar o amenazar a su hermano, el estado etílico no era propicio y, seguramente, él lo sabría; pues para ciertas labores hay que mantenerse sobrio, aunque después venga el arrepentimiento de no haberse tomado tan solo un trago para calmar los nervios.

Entonces, Filiberto, quien permanecía tranquilo del otro lado de la habitación, al verse amenazado saltó del asiento que ocupaba y se abalanzó sobre Mauro. Fue en ese momento de tensión cuando se entabló un forcejeo encarnizado, al cabo del cual Filiberto logró voltear al arma hacia su hermano (o el arma se volteó incidentalmente tras el ajetreo entre amos) y se escuchó un disparo que hizo enmudecer todo al rededor.

Al ver que Mauro caía muerto sobre el frío piso de la finca, Filiberto, dirigiéndose hacia Carlos, lo interrogó con ojos desorbitados: “¿Y ahora qué hago?”

Tan solo pasaron unos segundos, quizá un par de minutos y, todavía medio aturdido por lo que acababa de ocurrir pensó en que ya no tendría que rendirle cuentas; después espabiló, echó una última mirada a su hermano muerto, la sangre, el olor a pólvora, y decidió huir del pueblo; sin embargo, regresó luego de aproximadamente unos cuarenta y cinco minutos.

Al parecer se había ido a toda velocidad a otra zona, que era conocida como Progreso, donde fue a buscar a una persona de su entera confianza, y regresó a la finca en compañía de un amigo de apellido Pérez.

Luego, quizá ya con la mente fría y los nervios sosegados, el propio Filiberto comisionó a un mozo para que se diera prisa en llamar a las autoridades. Pero para ese momento, ya había manipulado la escena del crimen y el arma homicida, la cual colocó en la diestra del cadáver.

Al regresar el mozo, le dijo a Filiberto que las autoridades le dijeron que no había en ese momento alguien que pudiera atender el llamado, pero que a la brevedad irían a validar los hechos.

Todo fue propicio para encubrir las circunstancias en que había fallecido su hermano. Por eso, trató de esperar un tiempo, para ver su aparecía alguna autoridad competente, pero al ver que nadie acudiría, decidió llevar aquel inanimado cuerpo a la Cabecera del Distrito de Actopan, donde refirió que su hermano se había suicidado y que en había dado aviso a las autoridades, pero que no habían acudido.

Filiberto contaba que, como parte de lo referido era completamente cierto, los responsables de Actopan creerían todo cuanto les dijera. Algo muy curioso que refirió Carlos fue el hecho de que cuando Filiberto regresó de con su amigo ya se había cambiado de ropas e incluso parecía como si se hubiera bañado, porque parecía traer el cabello mojado.

Con la venia de las autoridades y luego de llenar algunos papeles oficiales y cubrir ciertas formalidades burocráticas, Filiberto recogió el cadáver de su hermano únicamente presentaba un orificio de entrada del proyectil en la sien derecha.

Filiberto continuó fingiendo que todo se había tratado de un mortal accidente y decidió llevar el cuerpo de su hermano a la ciudad de México, para llevar a cabo el sepelio en el Panteón Civil, donde acudieron sus demás parientes y amigos.

Una vez que Torres H. y López Hernández terminaron de escuchar la verdad que Carlos les refirió sobre el tremendo drama, aprehendieron a Filiberto en su casa de la calle de Orizaba, adonde también, y dentro de un escritorio, se recogió la pistola con la que se cometió el crimen.

Durante cinco horas, Filiberto sostuvo enérgicamente la versión del suicidio; más al ver que su hermano Carlos había dicho ya la verdad, terminó por confesar el verdadero papel que desempeñó en el homicidio de su hermano.

En sus declaraciones, Filiberto aseguró que si obró en esa forma, delinquiendo, fue porque vio su vida amenazada de muerte.
Filiberto, abatido, trataba de esquivar todo interrogatorio, asegurando que él más que nadie lamentaba el trágico desenlace que tuvo el disgusto con su hermano, habiendo pasado por un verdadero calvario durante todo el tiempo que el crimen quedó en secreto.

Los hermanos González Villarreal dijeron que en la Jefatura de Policía aún palpitaba el alma de hermano fallecido, quien desde el más allá los acusaba.

No obstante, afirmaron haber sido sujetos a tormentos, como coacción para obtener una declaración de culpabilidad, dichos de los cuales la policía se defendió.

Entretanto, el general F. Montes ordenó que se llevara a cabo una rigurosa investigación en ese interesante asunto. Cabe recordar que en aquel entonces no existía una figura como la de Asuntos Internos, la entidad que se encarga de investigar a los policías que incurren en malas prácticas.

En acta que se levantó en la Sexta Oficina del Ministerio Público, los señores Carlos y Filiberto González Villarreal negaron rotundamente haberse confesado autores del homicidio de su hermano Mauro, afirmando además que fueron "atormentados" por agentes de la Jefatura de Policía para que relataran los hechos tal y como los detectives lo deseaban, obligándoseles, asimismo, a estampar sus firmas en los documentos que se redactaron al efecto.

Y ante la escandalosa denuncia, en la Jefatura de Policía el jefe de las Comisiones de Seguridad José Torres H., y el vigésimo comandante de agentes José López Hernández protestaron diciendo que era inexacto el cargo.

El asunto se complicó extraordinariamente porque, en tanto que los hermanos González Villarreal, para respaldar su dicho mostraron un certificado médico en el que se hacía constar que Filiberto presentaba algunas lesiones en el cuello; los jefes policíacos, a su vez, tenían en su poder otro certificado, según parecía, expedido por el mismo puesto de socorros, en el que se asentaba categóricamente que examinados los hermanos de que se trataba, no presentaban huella de lesión exterior. “¿Cuál de los dos documentos diría la verdad?”, cuestionaba el reportero de LA PRENSA.

Carlos González Villarreal dijo en la declaración que rindió ante el delegado del Ministerio Público que fue capturado en su pueblo y se le hizo subir a un coche que partió hacia un paraje solitario, donde se le descendió para en seguida colgarlo de un árbol y golpearlo bárbaramente, teniendo antes cuidado de colocarle unos periódicos en los brazos, a fin de que las reatas no dejaran huellas en esas partes del cuerpo. Fue en esa forma, dijo Carlos González Villarreal, como se le hizo todo lo que quisieron, conduciéndolos después a los separos de la Jefatura de Policía.

Por su parte, Filiberto González Villarreal asentó que también fue golpeado, añadiendo que el comandante de agentes lo trató con toda dureza durante los interrogatorios.

El señor José Torres H. dijo a los periodistas que tan pronto como tuvo noticias de que los hermanos González Villarreal se quejaban de haber sido "atormentados", trasladó a los separos e interrogó a los detenidos, quienes en un principio le manifestaron que ningunos malos tratos habían sufrido, variando posteriormente toda esa declaración.

Por su parte, el general Federico Montes, jefe de la Policía, ordenó se hiciera una averiguación, independientemente de las investigaciones que lleve adelante el agente del Ministerio Público, ignorándose si mientras duraba esa averiguación se retenía en esta capital a los hermanos González Villarreal o se los enviaba ante las autoridades del Estado de Guerrero, que eran las indicadas para conocer del tremendo delito que se les imputaba.

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No obstante, pese a que el caso dejó de estar presente en las primeras páginas de LA PRENSA, se tuvo conocimiento de que los hermanos quedaron libres debido a la presión que ejercieron tanto las autoridades como los medios, respecto a los malos tratos que los agentes supuestamente les infligieron.

Un año más tarde, la Policía Judicial del Distrito ordenó la captura del rico hacendado Filiberto González Villarreal, sobre quien pesaba todavía en ese entonces, el cargo de haber dado muerte a su propio hermano y cuyo homicidio se registró en abril del año 1938 en un lugar denominado Tepelpa, del Estado de Hidalgo.

Filiberto González Villarreal estuvo detenido en la Jefatura de Policía donde según declaró fue sujetado a tormentos en forma inhumana por algunos agentes, pero quienes no lograron hacerlo confesar haber dado muerte a su hermano Mauro.

Villarreal finalmente fue puesto en libertad por las autoridades penales del Estado de Hidalgo que lo reclamó la Jefatura de Policía de esta capital, pero fue recapturado para que respondiera por el delito de homicidio en contra de su hermano ante las autoridades de la Procuraduría General del Distrito.

Una voz en el fondo de su mente le recordaba constantemente que el crimen se paga con la cárcel.

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