/ viernes 9 de agosto de 2024

Crimen en Luna Park: un ebrio exmilitar mató al coronel Ponce Ramírez, pero éste, antes de caer, sacó su pistola

Exsargento borracho abatió a quemarropa a quien fuera jefe de los Servicios Especiales del Presidente

Un exsargento del Ejército, en estado de ebriedad, mató artera y alevosamente de tres balazos al teniente coronel Misael Ponce Ramírez, conocido polista y jefe de los Servicios del señor presidente de la República.

Con los tres tiros incrustados en la caja del cuerpo -uno en el tórax y otro en el vientre-, el teniente coronel Ponce Ramírez sacó su pistola y disparó -a una distancia aproximadamente de 75 metros contra el agresor- que corría desaforadamente, pretendiendo ocultar su identidad, y quien también cayó herido de muerte.

Un tiro le perforó la espalda con salida a la altura del corazón y otro proyectil le traspasó la muñeca de la mano derecha. El jefe de la guardia especial del señor presidente fue recogido por una ambulancia de la Cruz Roja, en estado agónico. Ni en el trayecto ni en el hospital de la benemérita institución pudo declarar.

Se dijo que fue balaceado alrededor de las 17:30 y aproximadamente a las 19:10 horas murió. Al ex militar homicida también lo encamaron en la Cruz Roja y, a pesar de la borrachera que se había puesto y de los dos balazos que recibió, al declarar ante los periodistas trató de inventar coartadas, haciéndose pasar como una víctima.

Sin embargo, todos los testigos presenciales de la tragedia estuvieron de acuerdo en que la agresión que sufrió el teniente coronel Ponce Ramírez, fue alevosa y cobarde.

Minutos antes de que sucediera la lamentable tragedia, el teniente coronel Misael Ponce Ramírez se encontraba platicando alegremente en el restaurante Luna Park, acompañado de polistas muy conocidos en aquella época, entre los que se contaban el joven Miguel Alemán Jr. (hijo del presidente) y Teresita Arenas, la reina de la Primavera, además de otras personas. Discutían acerca de la forma en cómo debía ser integrada la Selección de Polo que representaría a México en los próximos Juegos Centroamericanos.

De acuerdo con los informes que obtuvo el redactor de LA PRENSA, el teniente coronel Ponce Ramírez estuvo jugando polo en el Campo Marte a mediodía. Formaba parte del equipo Rayos de la Presidencia de la República, del cual eran miembros el propio hijo del señor presidente, el capitán José Gracidas, Roberto Borunda y Luis Viñals. Aquel día sostuvieron un encuentro contra el equipo Anáhuac, cuyos integrantes –que no eran de renombre pero que en la historia de la muerte del milico tuvieron un papel secundario- fueron Erwin Anis, Eduardo Rincón Gallardo, Charles Picker, el torero Chucho Solórzano, a quien dicen El Papi.

Los palcos estaban abarrotados de aficionados y algunos otros jugadores de polo, como Memo Granadas, los hijos del coronel Antonio Castillo, Creshel y otros más. También se encontraban presentes la reina de las Fiestas de la Primavera, la esposa del futbolista Horacio Kasarín, la esposa del capitán José Gracidas y otras personalidades.

Escucha aquí el podcast ⬇️

La reunión en el Luna Park

El partido terminó a favor del equipo presidencial, por lo que luego de llevarse la victoria se fueron al Luna Park a celebrar. Allí tomaron algunos refrescos y hablaron de los próximos juegos centroamericanos. Al respecto, tuvieron acuerdos tendientes a formar una buena selección de polo, a fin de que México estuviera debidamente representado en los eventos que habrán de celebrarse.

A las 17 horas, aproximadamente, poco a poco se fue desalojando el salón en que se hallaban los polistas. Al final, se quedaron el teniente coronel Ponce Ramírez, el matador de toros Chucho Solórzano y otro más, cuyo nombre no se pudo conocer en ese momento.

Cuando el jefe de los servicios del señor presidente salía del Luna Park, acompañado del diestro Chucho Solórzano, escucharon unos balazos. El teniente coronel Ponce Ramírez preguntó a sus acompañantes si tenían a qué podrían deberse tales detonaciones, pero ninguno supo. Entonces, un empleado del restaurante le informó que un militar ebrio o mariguano había disparado contra un camión de pasajeros de la línea Lomas de Chapultepec.

Fue entonces cuando la víctima montó en su Cadillac del 46, color canela, y se dirigió hacia el crucero que formaban las calles de Ferrocarril de Cuernavaca y Ejército Nacional. Alcanzó al sargento y le llamó la atención por el gravísimo delito que había cometido al disparar contra un vehículo que iba lleno de pasajeros.

Afortunadamente, las balas no alcanzaron a ningún pasajero; sin embargo, las criminales “diversiones” del exmilitar habían provocado gran disgusto en el ánimo del teniente coronel Ponce Ramírez y, por eso, se encaró con el borracho.

Ángel Chávez Morales, el nombre del exsargento, respondió de forma altanera al teniente coronel Ponce Ramírez, seguramente por no reconocerlo y creer que se trataba de un civil, pues vestía traje de deportista.

Chávez Morales no escuchó lo que le dijo el coronel vestido de polista y, por el contrario, haciendo un rápido movimiento, sacó su pistola escuadra calibre 45 y, poniéndosela en el pecho al teniente coronel Ponce Ramírez, le dijo: “Arriba las manos”.

Ponce Ramírez no se inmutó ni perdió la serenidad. Con buenas palabras dijo al agresor que se guardara la pistola y dejara de escandalizar. Por un instante, el borracho obedeció, bajó el arma y después se la ocultó bajo la camisa. Luego, siguió caminando por la Avenida Ejército Nacional.

La agresión fue artera, cobarde

Cuando se había alejado unos cuantos pasos, el exsargento hizo ademanes de volver a sacar su pistola. Entonces el teniente coronel Ponce Ramírez llamó al torero Chucho Solórzano y le indicó que llamara a la policía, a fin de que el escandaloso fuera detenido.

En tanto que el torero regresaba al Luna Park para realizar la llamada; el teniente coronel Ponce Ramírez, a bordo de su coche, fue siguiendo a cierta distancia al escandaloso con intenciones de no perderlo de vista, en tanto llegaba la policía.

En un momento dado, el sargento se paró y, en forma de reto, dirigió hirientes palabras a su superior. Por amor propio, el teniente coronel respondió con firmeza, pero en tono conciliatorio. Cuando el teniente coronel Ponce Ramírez bajaba de su coche para enfrentarse al irrespetuoso exmilitar, éste, en forma violenta, sacó de nuevo su escuadra 45 y disparó a quemarropa para inmediatamente después darse a la fuga.

El teniente coronel Ponce se llevó las manos al vientre y al instante sus manos se mancharon de sangre. Entonces, quizá comprendió con certeza que la vida se le iba, y decidió castigar a su cobarde atacante. Con su gorrita de jugar polo puesta en la cabeza, fue dando algunos pasos hasta darle la vuelta a su coche. Ángel Chávez Morales corría y casi alcanzaba doblar por la calle Ferrocarril de Cuernavaca, con intenciones de esconderse en la parte trasera de la fábrica armadora de la General Motors, cuando el teniente coronel Ponce sacó una pistola Bulldog calibre 38, Smith & Wesson, y le disparó.

El exsargento fue alcanzado por dos tiros. Uno se le incrustó en la espalda y otro en la muñeca de la mano derecha. Sin embargo, siguió en su intento de huir. Pero sólo caminó unos cuantos pasos ya que, al cabo de un metro o dos, cayó. En esos momentos ya había llegado la patrulla policíaca número 54, la cual fue llamada por el torero Chucho Solórzano.

El teniente coronel Ponce yacía en suelo, después de disparar el último cartucho de su arma. Quedó con la cabeza sobre el pretil del camellón de la Avenida Ejército Nacional, a unos 20 metros de la glorieta que se forma al cruzarse con la calle Ferrocarril de Cuernavaca.

Respiraba con dificultad y sin decir palabra, solo con la vista recorriendo el cielo horizontal. No se quejaba.
Los patrulleros Juan Miguel y Rafael llegaron al lugar de la tragedia, cuando el exsargento huía herido. Le marcaron el alto y le gritaron a la vez: “No corra; tire la pistola o disparamos”.

El enloquecido individuo, lejos de atender a la policía, con la pistola que llevaba en la mano apuntó sobre los patrulleros y disparó dos balazos. Ninguno de los proyectiles dio en el blanco.

Hacía intentos de volver a disparar, cuando cayó al suelo, de bruces. El balazo que le perforó la espalda había hecho estragos en el interior de su cuerpo, y ya no podía sostenerse en pie. De haber tenido fuerzas suficientes, seguramente hubiera seguido disparando contra los patrulleros, pues su 45 todavía tenía tres cartuchos útiles.

El teniente coronel Ponce parecía haber entrado en estado comatoso. Los patrulleros avisaron a la Cruz Roja por medio del radio de la patrulla, y a los pocos instantes estaba presente la ambulancia número uno.

Ángel Chávez Morales hablaba como loco. Seguro que no sólo estaba borracho –pensaron los agentes que lo detuvieron-, sino quizás estaba también bajo los efectos de alguna droga.

Decía que algunos hombres, a bordo de dos carros, lo iban persiguiendo y luego lo balacearon. Manifestó que él no había disparado contra nadie; que no había hecho uso de su arma, en un claro intento por evadir su responsabilidad.

Los dos heridos fueron recogidos por los ambulantes y trasladados al hospital de la Cruz Roja.

El licenciado José María Flores, agente del Ministerio Público, adscrito a la Cruz Roja, fue avisado respecto a la tragedia que acababa de ocurrir. Pretendió interrogar a los heridos; pero se dio cuenta de que en esos momentos los médicos de guardia hacían lo posible por evitar un fatal desenlace y trabajaban con toda diligencia.

A continuación, el redactor de LA PRENSA entró a la sala de emergencia. El teniente coronel Ponce Ramírez ya se encontraba en estado agónico. Su mirada era fija. No se quejaba ni se movía. Estaba completamente rígido. La palidez de su rostro y sus miradas indicaban que sólo viviría unos cuantos minutos más, como en efecto sucedió.

Dos tiros fueron mortales

Acostado en una plancha de granito, el teniente coronel Ponce Ramírez dejo de existir a las 19:20 horas. Cerca de él se encontraban numerosos funcionarios de la presidencia de la República.

El médico de guardia en el Hospital de la Cruz Roja se encargó de atender al occiso. Al examinarle el cuerpo, encontró que dos de los tres tiros que había recibido, eran mortales. Los balazos fueron localizados en las siguientes partes: uno a la altura del sexto espacio intercostal izquierdo; otro en el octavo espacio intercostal del mismo lado. Otro más en la cresta de la fosa iliaca izquierda; el proyectil que causó esta herida quedó alojado en los tejidos subcutáneos de la región lumbar. Los primeros dos tuvieron orificio de salida.

Luego de interrogar al asesino, respondió que el teniente coronel Ponce había pretendido desarmarlo porque había aventado unos tiros al aire, por lo que él salió corriendo. Agregó que escuchó unos balazos y se sintió herido, entonces, en su defesa también aceptó haber disparado un balazo, pero nada más.

En seguida, el exmilitar manifestó que cuando se emborrachaba, acostumbraba disparar tiros al aire, por “puro gusto”. Siguió diciendo que acababa de tomarse unas copas cuando se le ocurrió sacar su 45 y echar tiros.

-Yo no sabía que quien quería desarmarme era teniente coronel –dijo-. Como no iba uniformado, no lo reconocí.

Después, el homicida dijo que dos coches lo habían seguido y que sus tripulantes le habían disparado.

En resumen, no daba una versión exacta de lo sucedido. Lo mismo decía que había disparado un balazo, que no haber hecho uso de su arma. Finalmente, estuvo insistiendo que no había tocado para nada su pistola.

El agente del Ministerio penetró a la sala de emergencia y logró tomarle declaración. En el acta se asentó que el exsargento confesó haber disparado al aire, de “puro contento”; que el teniente coronel Ponce trató de desarmarlo y por eso disparó sobre él un balazo.

El agresor, fuera de peligro

El exsargento Ángel Chávez Morales, según la opinión del médico que lo atendía, tuvo muchas probabilidades de salvarse. Dijo el galeno que estaba fuera de peligro con toda certeza.

Se encontraba en la misma sala en que agonizaba su superior jerárquico. Y para tratar de darse valor, Chávez Morales decía a todos cuantos se le acercaban que trabajaba bajo las órdenes del coronel y senador Carlos I. Serrano.

Mientras los médicos le hacían transfusiones de sangre, Ángel Chávez Morales repetía:

-Yo no disparé mi pistola. A mí me tiraron cuando corría. Yo iba corriendo… yo iba corriendo… Me tiraron por la espalda.

No obstante, a su versión se oponían los testimonios hechos por algunos testigos, como el señor Felipe de Vilmori, quien pasaba por el crucero donde ocurrió la trágica balacera, acompañado de su esposa. Iba manejando su coche. Declaró a LA PRENSA que vio cuando el exsargento corría y fue alcanzado por una de las balas que le disparó el teniente coronel Ponce Ramírez.

Manifestó que pudo ver cuando Ángel Chávez Morales disparaba contra el polista, pero aclaró que, por atender el volante de su carro y a su esposa, no pudo ver ciertos “detalles de la tragedia”.

-De lo que estoy seguro es que el teniente coronel era un hombre completo: valeroso a carta cabal. Herido de muerte, caminó alrededor de su coche; con la mano izquierda se apretaba el vientre; con la otra sujetaba, su pistola. Disparó contra su agresor, cuando éste corría a varios metros de distancia. Sin embargo, logró dar en el blanco.

Por otra parte, el testigo, empleado del Luna Park, informó a LA PRENSA que el exsargento disparó alevosamente contra el teniente coronel Misael Ponce Ramírez, aprovechándose de que éste bajaba del coche, completamente indefenso, puesto que de ninguna manera se imaginaba que el borracho iba a agredirlo.

Siguió relatando que cuando el teniente coronel Ponce fue tocado por los primeros dos balazos, cayó al suelo y, a continuación, su agresor le disparó otros dos balazos, cuando estaba tirado.

Posiblemente, aquella versión concordaba más con la evidencia hecha tras la necropsia, pues los médicos encontraron un balazo incrustado en la cresta de la fosa ilíaca izquierda, en el cuerpo del hoy occiso, lo cual indicaba que había sido agredido cuando se hallaba boca abajo.

Por otra parte, esa versión estuvo confirmada con el dicho de los dos patrulleros que fueron llamados por Chucho Solórzano, pues también refirieron que se dieron cuenta de que el exsargento disparaba contra el teniente coronel Ponce cuando estaba en el suelo.

El agente del Ministerio Público de la Novena Delegación, en cuyo perímetro ocurrió la tragedia, se trasladó al crucero de Ferrocarril de Cuernavaca y Avenida Ejercito Nacional donde dio fe de algunos aspectos del tremendo drama y recogió las pistolas que usaron los protagonistas de la tragedia.

La Smith & Wesson del teniente coronel Ponce tenía todos los cartuchos quemados. La escuadra 45 del exsargento Ángel Chávez Morales, tenía tres cartuchos útiles. Se encontraron tres cartuchos quemados de esta pistola.

Fue de regreso a la Delegación cuando otro ministerial procedió a tomar declaración al testigo José Revilla Notario. Por último, dicho funcionario determinó consignar al exmilitar por el delito de homicidio, una vez que fue enterado del fallecimiento del teniente coronel Ponce Ramírez.

Falleció en la Cruz Roja

Minutos después de que el teniente coronel Misael Ponce Ramírez fue llevado al hospital de la Cruz Roja, infinidad de amigos de él llegaron a dicho establecimiento con el objeto de enterarse de su estado de salud.

Entre las personas que estuvieron en la Cruz Roja, hasta que el jefe de los servicios del señor presidente falleció, se encontraban el joven Miguel Alemán Jr., el licenciado Enrique Parra, el doctor Leonardo Silva, oficial mayor de la Secretaría de Bienes Nacionales; el señor Jorge Pasquel, el general Santiago Piña Soria, jefe de ayudantes del Primer Mandatario del país.

Casi todos los ayudantes del señor presidente se reunieron en los patios del hospital de la institución, en espera de que los médicos que atendían al herido emitieran alguna opinión favorable. La tristeza se notaba en todos los rostros de los funcionarios de Los Pinos. Cuando un médico salió de la sala de emergencia y dio la fatal noticia del fallecimiento, hubo un fuerte choque nervioso en el organismo de los presentes.

Se había pensado en trasladar al herido a un sanatorio particular. Cuando la ambulancia llegó, el chofer de dicho vehículo fue informado por un ayudante del presidente Alemán, que se regresara, puesto que todo era inútil ya.

Como a las 20 horas, el cadáver del teniente coronel Ponce fue sacado del hospital y trasladado a la funeraria Gayosso.

Lluvia y lágrimas

El 20 de junio, escribió el redactor de LA PRENSA: “al ser bajado el féretro que contenía el cadáver de quien tan villanamente cayera sin vida a manos de un ebrio, llovió copiosamente en el Cementerio Español, como si la naturaleza rindiera su tributo de dolor a quien era limpia naturaleza y con lágrimas de lluvia, vimos correr las de los hombres y las de los jóvenes. Miguelito Alemán el joven hijo del Presidente de la República no pudo evitar, en la hora en que un clarín militar daba el "toque de queda" junto al sepulcro, que las lágrimas corrieran por sus mejillas, como tampoco pudieron evitarlo sus antiguos compañeros del Estado Mayor presidencial y quienes con él recorrieron en triunfo América y Europa, admirando con sus proezas de jinetes mexicanos.

En cuanto a la familia, su esposa, cuatro hijos, su abuelita, sus hermanas, cuando los relojes marcaron las cinco de la tarde, fue también la naturaleza (un cielo cargado de nubes y de tristeza), quien recogió su infinito dolor; un dolor inefable capaz de partir el alma. Sus cuatro hijos quedaron en la orfandad.

Fue una manifestación de pesadumbre enorme la que recibió en su última hora el militar, vinculado a los altos círculos políticos y oficiales; a los deportivos; a los militares y a los civiles. Se podía decir que todo México concurrió a montar guardia ante su cadáver, instalado en una capilla baja de la funeraria Gayosso del Paseo de la Reforma

Alrededor de las diez de la mañana se presentó en la funeraria el presidente de la República, montando guardia ante quien fuera su fiel servidor y amigo, en compañía de varios de sus ayudantes y compañeros antiguos del extinto. Presidieron el duelo, la viuda de Ponce, las hermanas del militar fenecido, su abuelita.

Aproximadamente a las cuatro en punto de la tarde, se rindió la última guardia ante el féretro del teniente coronel Misael Ponce Ramírez; la formaron sus compañeros de lides ecuestres desde hacía diez años. Poco después, estas mismas personas lo llevaron en hombros hasta la carroza que, rodeada por los ayudantes de la Presidencia, lo acompañaron a pie hasta su recorrido al Cementerio Español.

Después del acompañamiento formaron los contingentes de un Batallón Motorizado. Más de una hora tardó en su recorrido desde el Paseo de la Reforma hasta el cementerio, el cortejo fúnebre cuya extensión atestiguaba las consideraciones de cariño y afecto de que gozó en vida el extinto.

Al homicida le esperaba una larga condena

Una semana después, el exsargento Ángel Chávez Morales continuaba encamado en la Cruz Roja y se fingía grave para no rendir su declaración ante el juez penal. Aunque herido de dos balazos, su estado no era tan grave como para no hablar, según lo había certificado un médico de esa institución, a cuyo establecimiento se trasladó el juez instructor de la causa.

Después de muchos actos de fingimiento, el homicida se resolvió a declarar. Nada nuevo o importante añadió a sus declaraciones. Más bien se concretó a decir una cadena de mentiras. Decía que no se acordaba de nada.

El caso fue consignado al licenciado Luis G. Saloma, juez 13o. de la quinta corte penal, quien no había podido tomar declaración al homicida, en vista de que éste aseguraba encontrarse sumamente grave.

Pero el viernes 23 de junio de 1950, cuando el juez se presentó a la Cruz Roja, se dio cuenta que Chávez Morales platicaba tranquilamente con una muchacha que resultó ser hija suya, sin dar mayor importancia a las heridas que tenía.

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El juez G. Saloma, que iba acompañado del agente del Ministerio Público, Fernando Barrera, se acercó al homicida y le pidió que rindiera de una vez su declaración preparatoria. Como por arte de magia, en esos momentos, el exsargento comenzó a decir que los dolores producidos como consecuencia de las heridas que tenía no lo dejaban hablar. Al mismo tiempo, comenzó a quejarse lastimeramente, dando la impresión de que se estaba muriendo.

El juez se asombró por la repentina gravedad del homicida, y solicitó la intervención del doctor Mario Valle, cuyo galeno informó que Chávez Morales podía perfectamente rendir su declaración.

Fue entonces cuando el homicida se decidió a hablar. Escuchó con atención la lectura de las declaraciones que rindió el día de la tragedia.

A continuación, el exsargento manifestó que fue dado de baja del Ejército, hacía cinco años, por haber cometido un acto de insubordinación. Agregó que era entonces jornalero.

Respecto a la tragedia, dijo que ese día, desde las 6:00 horas, había comenzado a emborracharse, tomando pulque, cerveza y licores fuertes. Añadió que no se acordaba de nada de lo que sucedió aquel día.

El juez resolvió ese día sobre la detención del homicida, desde luego, y fue un hecho que se le dictó formal prisión.

Asimismo, el agente del Ministerio Público, al darse cuenta que el exsargento estaba “haciendo teatro” para eludir los interrogatorios, pidió que fuera trasladado al Hospital Juárez.

Finalmente, el juez ordenó que la policía vigilara a Chávez Morales, en vista de que, hasta ese día no estaba vigilado por ninguna autoridad. No sólo fue custodiado, sino que pasó a formar parte de la lista de presos en la Penitenciaría del Distrito Federal.

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Un exsargento del Ejército, en estado de ebriedad, mató artera y alevosamente de tres balazos al teniente coronel Misael Ponce Ramírez, conocido polista y jefe de los Servicios del señor presidente de la República.

Con los tres tiros incrustados en la caja del cuerpo -uno en el tórax y otro en el vientre-, el teniente coronel Ponce Ramírez sacó su pistola y disparó -a una distancia aproximadamente de 75 metros contra el agresor- que corría desaforadamente, pretendiendo ocultar su identidad, y quien también cayó herido de muerte.

Un tiro le perforó la espalda con salida a la altura del corazón y otro proyectil le traspasó la muñeca de la mano derecha. El jefe de la guardia especial del señor presidente fue recogido por una ambulancia de la Cruz Roja, en estado agónico. Ni en el trayecto ni en el hospital de la benemérita institución pudo declarar.

Se dijo que fue balaceado alrededor de las 17:30 y aproximadamente a las 19:10 horas murió. Al ex militar homicida también lo encamaron en la Cruz Roja y, a pesar de la borrachera que se había puesto y de los dos balazos que recibió, al declarar ante los periodistas trató de inventar coartadas, haciéndose pasar como una víctima.

Sin embargo, todos los testigos presenciales de la tragedia estuvieron de acuerdo en que la agresión que sufrió el teniente coronel Ponce Ramírez, fue alevosa y cobarde.

Minutos antes de que sucediera la lamentable tragedia, el teniente coronel Misael Ponce Ramírez se encontraba platicando alegremente en el restaurante Luna Park, acompañado de polistas muy conocidos en aquella época, entre los que se contaban el joven Miguel Alemán Jr. (hijo del presidente) y Teresita Arenas, la reina de la Primavera, además de otras personas. Discutían acerca de la forma en cómo debía ser integrada la Selección de Polo que representaría a México en los próximos Juegos Centroamericanos.

De acuerdo con los informes que obtuvo el redactor de LA PRENSA, el teniente coronel Ponce Ramírez estuvo jugando polo en el Campo Marte a mediodía. Formaba parte del equipo Rayos de la Presidencia de la República, del cual eran miembros el propio hijo del señor presidente, el capitán José Gracidas, Roberto Borunda y Luis Viñals. Aquel día sostuvieron un encuentro contra el equipo Anáhuac, cuyos integrantes –que no eran de renombre pero que en la historia de la muerte del milico tuvieron un papel secundario- fueron Erwin Anis, Eduardo Rincón Gallardo, Charles Picker, el torero Chucho Solórzano, a quien dicen El Papi.

Los palcos estaban abarrotados de aficionados y algunos otros jugadores de polo, como Memo Granadas, los hijos del coronel Antonio Castillo, Creshel y otros más. También se encontraban presentes la reina de las Fiestas de la Primavera, la esposa del futbolista Horacio Kasarín, la esposa del capitán José Gracidas y otras personalidades.

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La reunión en el Luna Park

El partido terminó a favor del equipo presidencial, por lo que luego de llevarse la victoria se fueron al Luna Park a celebrar. Allí tomaron algunos refrescos y hablaron de los próximos juegos centroamericanos. Al respecto, tuvieron acuerdos tendientes a formar una buena selección de polo, a fin de que México estuviera debidamente representado en los eventos que habrán de celebrarse.

A las 17 horas, aproximadamente, poco a poco se fue desalojando el salón en que se hallaban los polistas. Al final, se quedaron el teniente coronel Ponce Ramírez, el matador de toros Chucho Solórzano y otro más, cuyo nombre no se pudo conocer en ese momento.

Cuando el jefe de los servicios del señor presidente salía del Luna Park, acompañado del diestro Chucho Solórzano, escucharon unos balazos. El teniente coronel Ponce Ramírez preguntó a sus acompañantes si tenían a qué podrían deberse tales detonaciones, pero ninguno supo. Entonces, un empleado del restaurante le informó que un militar ebrio o mariguano había disparado contra un camión de pasajeros de la línea Lomas de Chapultepec.

Fue entonces cuando la víctima montó en su Cadillac del 46, color canela, y se dirigió hacia el crucero que formaban las calles de Ferrocarril de Cuernavaca y Ejército Nacional. Alcanzó al sargento y le llamó la atención por el gravísimo delito que había cometido al disparar contra un vehículo que iba lleno de pasajeros.

Afortunadamente, las balas no alcanzaron a ningún pasajero; sin embargo, las criminales “diversiones” del exmilitar habían provocado gran disgusto en el ánimo del teniente coronel Ponce Ramírez y, por eso, se encaró con el borracho.

Ángel Chávez Morales, el nombre del exsargento, respondió de forma altanera al teniente coronel Ponce Ramírez, seguramente por no reconocerlo y creer que se trataba de un civil, pues vestía traje de deportista.

Chávez Morales no escuchó lo que le dijo el coronel vestido de polista y, por el contrario, haciendo un rápido movimiento, sacó su pistola escuadra calibre 45 y, poniéndosela en el pecho al teniente coronel Ponce Ramírez, le dijo: “Arriba las manos”.

Ponce Ramírez no se inmutó ni perdió la serenidad. Con buenas palabras dijo al agresor que se guardara la pistola y dejara de escandalizar. Por un instante, el borracho obedeció, bajó el arma y después se la ocultó bajo la camisa. Luego, siguió caminando por la Avenida Ejército Nacional.

La agresión fue artera, cobarde

Cuando se había alejado unos cuantos pasos, el exsargento hizo ademanes de volver a sacar su pistola. Entonces el teniente coronel Ponce Ramírez llamó al torero Chucho Solórzano y le indicó que llamara a la policía, a fin de que el escandaloso fuera detenido.

En tanto que el torero regresaba al Luna Park para realizar la llamada; el teniente coronel Ponce Ramírez, a bordo de su coche, fue siguiendo a cierta distancia al escandaloso con intenciones de no perderlo de vista, en tanto llegaba la policía.

En un momento dado, el sargento se paró y, en forma de reto, dirigió hirientes palabras a su superior. Por amor propio, el teniente coronel respondió con firmeza, pero en tono conciliatorio. Cuando el teniente coronel Ponce Ramírez bajaba de su coche para enfrentarse al irrespetuoso exmilitar, éste, en forma violenta, sacó de nuevo su escuadra 45 y disparó a quemarropa para inmediatamente después darse a la fuga.

El teniente coronel Ponce se llevó las manos al vientre y al instante sus manos se mancharon de sangre. Entonces, quizá comprendió con certeza que la vida se le iba, y decidió castigar a su cobarde atacante. Con su gorrita de jugar polo puesta en la cabeza, fue dando algunos pasos hasta darle la vuelta a su coche. Ángel Chávez Morales corría y casi alcanzaba doblar por la calle Ferrocarril de Cuernavaca, con intenciones de esconderse en la parte trasera de la fábrica armadora de la General Motors, cuando el teniente coronel Ponce sacó una pistola Bulldog calibre 38, Smith & Wesson, y le disparó.

El exsargento fue alcanzado por dos tiros. Uno se le incrustó en la espalda y otro en la muñeca de la mano derecha. Sin embargo, siguió en su intento de huir. Pero sólo caminó unos cuantos pasos ya que, al cabo de un metro o dos, cayó. En esos momentos ya había llegado la patrulla policíaca número 54, la cual fue llamada por el torero Chucho Solórzano.

El teniente coronel Ponce yacía en suelo, después de disparar el último cartucho de su arma. Quedó con la cabeza sobre el pretil del camellón de la Avenida Ejército Nacional, a unos 20 metros de la glorieta que se forma al cruzarse con la calle Ferrocarril de Cuernavaca.

Respiraba con dificultad y sin decir palabra, solo con la vista recorriendo el cielo horizontal. No se quejaba.
Los patrulleros Juan Miguel y Rafael llegaron al lugar de la tragedia, cuando el exsargento huía herido. Le marcaron el alto y le gritaron a la vez: “No corra; tire la pistola o disparamos”.

El enloquecido individuo, lejos de atender a la policía, con la pistola que llevaba en la mano apuntó sobre los patrulleros y disparó dos balazos. Ninguno de los proyectiles dio en el blanco.

Hacía intentos de volver a disparar, cuando cayó al suelo, de bruces. El balazo que le perforó la espalda había hecho estragos en el interior de su cuerpo, y ya no podía sostenerse en pie. De haber tenido fuerzas suficientes, seguramente hubiera seguido disparando contra los patrulleros, pues su 45 todavía tenía tres cartuchos útiles.

El teniente coronel Ponce parecía haber entrado en estado comatoso. Los patrulleros avisaron a la Cruz Roja por medio del radio de la patrulla, y a los pocos instantes estaba presente la ambulancia número uno.

Ángel Chávez Morales hablaba como loco. Seguro que no sólo estaba borracho –pensaron los agentes que lo detuvieron-, sino quizás estaba también bajo los efectos de alguna droga.

Decía que algunos hombres, a bordo de dos carros, lo iban persiguiendo y luego lo balacearon. Manifestó que él no había disparado contra nadie; que no había hecho uso de su arma, en un claro intento por evadir su responsabilidad.

Los dos heridos fueron recogidos por los ambulantes y trasladados al hospital de la Cruz Roja.

El licenciado José María Flores, agente del Ministerio Público, adscrito a la Cruz Roja, fue avisado respecto a la tragedia que acababa de ocurrir. Pretendió interrogar a los heridos; pero se dio cuenta de que en esos momentos los médicos de guardia hacían lo posible por evitar un fatal desenlace y trabajaban con toda diligencia.

A continuación, el redactor de LA PRENSA entró a la sala de emergencia. El teniente coronel Ponce Ramírez ya se encontraba en estado agónico. Su mirada era fija. No se quejaba ni se movía. Estaba completamente rígido. La palidez de su rostro y sus miradas indicaban que sólo viviría unos cuantos minutos más, como en efecto sucedió.

Dos tiros fueron mortales

Acostado en una plancha de granito, el teniente coronel Ponce Ramírez dejo de existir a las 19:20 horas. Cerca de él se encontraban numerosos funcionarios de la presidencia de la República.

El médico de guardia en el Hospital de la Cruz Roja se encargó de atender al occiso. Al examinarle el cuerpo, encontró que dos de los tres tiros que había recibido, eran mortales. Los balazos fueron localizados en las siguientes partes: uno a la altura del sexto espacio intercostal izquierdo; otro en el octavo espacio intercostal del mismo lado. Otro más en la cresta de la fosa iliaca izquierda; el proyectil que causó esta herida quedó alojado en los tejidos subcutáneos de la región lumbar. Los primeros dos tuvieron orificio de salida.

Luego de interrogar al asesino, respondió que el teniente coronel Ponce había pretendido desarmarlo porque había aventado unos tiros al aire, por lo que él salió corriendo. Agregó que escuchó unos balazos y se sintió herido, entonces, en su defesa también aceptó haber disparado un balazo, pero nada más.

En seguida, el exmilitar manifestó que cuando se emborrachaba, acostumbraba disparar tiros al aire, por “puro gusto”. Siguió diciendo que acababa de tomarse unas copas cuando se le ocurrió sacar su 45 y echar tiros.

-Yo no sabía que quien quería desarmarme era teniente coronel –dijo-. Como no iba uniformado, no lo reconocí.

Después, el homicida dijo que dos coches lo habían seguido y que sus tripulantes le habían disparado.

En resumen, no daba una versión exacta de lo sucedido. Lo mismo decía que había disparado un balazo, que no haber hecho uso de su arma. Finalmente, estuvo insistiendo que no había tocado para nada su pistola.

El agente del Ministerio penetró a la sala de emergencia y logró tomarle declaración. En el acta se asentó que el exsargento confesó haber disparado al aire, de “puro contento”; que el teniente coronel Ponce trató de desarmarlo y por eso disparó sobre él un balazo.

El agresor, fuera de peligro

El exsargento Ángel Chávez Morales, según la opinión del médico que lo atendía, tuvo muchas probabilidades de salvarse. Dijo el galeno que estaba fuera de peligro con toda certeza.

Se encontraba en la misma sala en que agonizaba su superior jerárquico. Y para tratar de darse valor, Chávez Morales decía a todos cuantos se le acercaban que trabajaba bajo las órdenes del coronel y senador Carlos I. Serrano.

Mientras los médicos le hacían transfusiones de sangre, Ángel Chávez Morales repetía:

-Yo no disparé mi pistola. A mí me tiraron cuando corría. Yo iba corriendo… yo iba corriendo… Me tiraron por la espalda.

No obstante, a su versión se oponían los testimonios hechos por algunos testigos, como el señor Felipe de Vilmori, quien pasaba por el crucero donde ocurrió la trágica balacera, acompañado de su esposa. Iba manejando su coche. Declaró a LA PRENSA que vio cuando el exsargento corría y fue alcanzado por una de las balas que le disparó el teniente coronel Ponce Ramírez.

Manifestó que pudo ver cuando Ángel Chávez Morales disparaba contra el polista, pero aclaró que, por atender el volante de su carro y a su esposa, no pudo ver ciertos “detalles de la tragedia”.

-De lo que estoy seguro es que el teniente coronel era un hombre completo: valeroso a carta cabal. Herido de muerte, caminó alrededor de su coche; con la mano izquierda se apretaba el vientre; con la otra sujetaba, su pistola. Disparó contra su agresor, cuando éste corría a varios metros de distancia. Sin embargo, logró dar en el blanco.

Por otra parte, el testigo, empleado del Luna Park, informó a LA PRENSA que el exsargento disparó alevosamente contra el teniente coronel Misael Ponce Ramírez, aprovechándose de que éste bajaba del coche, completamente indefenso, puesto que de ninguna manera se imaginaba que el borracho iba a agredirlo.

Siguió relatando que cuando el teniente coronel Ponce fue tocado por los primeros dos balazos, cayó al suelo y, a continuación, su agresor le disparó otros dos balazos, cuando estaba tirado.

Posiblemente, aquella versión concordaba más con la evidencia hecha tras la necropsia, pues los médicos encontraron un balazo incrustado en la cresta de la fosa ilíaca izquierda, en el cuerpo del hoy occiso, lo cual indicaba que había sido agredido cuando se hallaba boca abajo.

Por otra parte, esa versión estuvo confirmada con el dicho de los dos patrulleros que fueron llamados por Chucho Solórzano, pues también refirieron que se dieron cuenta de que el exsargento disparaba contra el teniente coronel Ponce cuando estaba en el suelo.

El agente del Ministerio Público de la Novena Delegación, en cuyo perímetro ocurrió la tragedia, se trasladó al crucero de Ferrocarril de Cuernavaca y Avenida Ejercito Nacional donde dio fe de algunos aspectos del tremendo drama y recogió las pistolas que usaron los protagonistas de la tragedia.

La Smith & Wesson del teniente coronel Ponce tenía todos los cartuchos quemados. La escuadra 45 del exsargento Ángel Chávez Morales, tenía tres cartuchos útiles. Se encontraron tres cartuchos quemados de esta pistola.

Fue de regreso a la Delegación cuando otro ministerial procedió a tomar declaración al testigo José Revilla Notario. Por último, dicho funcionario determinó consignar al exmilitar por el delito de homicidio, una vez que fue enterado del fallecimiento del teniente coronel Ponce Ramírez.

Falleció en la Cruz Roja

Minutos después de que el teniente coronel Misael Ponce Ramírez fue llevado al hospital de la Cruz Roja, infinidad de amigos de él llegaron a dicho establecimiento con el objeto de enterarse de su estado de salud.

Entre las personas que estuvieron en la Cruz Roja, hasta que el jefe de los servicios del señor presidente falleció, se encontraban el joven Miguel Alemán Jr., el licenciado Enrique Parra, el doctor Leonardo Silva, oficial mayor de la Secretaría de Bienes Nacionales; el señor Jorge Pasquel, el general Santiago Piña Soria, jefe de ayudantes del Primer Mandatario del país.

Casi todos los ayudantes del señor presidente se reunieron en los patios del hospital de la institución, en espera de que los médicos que atendían al herido emitieran alguna opinión favorable. La tristeza se notaba en todos los rostros de los funcionarios de Los Pinos. Cuando un médico salió de la sala de emergencia y dio la fatal noticia del fallecimiento, hubo un fuerte choque nervioso en el organismo de los presentes.

Se había pensado en trasladar al herido a un sanatorio particular. Cuando la ambulancia llegó, el chofer de dicho vehículo fue informado por un ayudante del presidente Alemán, que se regresara, puesto que todo era inútil ya.

Como a las 20 horas, el cadáver del teniente coronel Ponce fue sacado del hospital y trasladado a la funeraria Gayosso.

Lluvia y lágrimas

El 20 de junio, escribió el redactor de LA PRENSA: “al ser bajado el féretro que contenía el cadáver de quien tan villanamente cayera sin vida a manos de un ebrio, llovió copiosamente en el Cementerio Español, como si la naturaleza rindiera su tributo de dolor a quien era limpia naturaleza y con lágrimas de lluvia, vimos correr las de los hombres y las de los jóvenes. Miguelito Alemán el joven hijo del Presidente de la República no pudo evitar, en la hora en que un clarín militar daba el "toque de queda" junto al sepulcro, que las lágrimas corrieran por sus mejillas, como tampoco pudieron evitarlo sus antiguos compañeros del Estado Mayor presidencial y quienes con él recorrieron en triunfo América y Europa, admirando con sus proezas de jinetes mexicanos.

En cuanto a la familia, su esposa, cuatro hijos, su abuelita, sus hermanas, cuando los relojes marcaron las cinco de la tarde, fue también la naturaleza (un cielo cargado de nubes y de tristeza), quien recogió su infinito dolor; un dolor inefable capaz de partir el alma. Sus cuatro hijos quedaron en la orfandad.

Fue una manifestación de pesadumbre enorme la que recibió en su última hora el militar, vinculado a los altos círculos políticos y oficiales; a los deportivos; a los militares y a los civiles. Se podía decir que todo México concurrió a montar guardia ante su cadáver, instalado en una capilla baja de la funeraria Gayosso del Paseo de la Reforma

Alrededor de las diez de la mañana se presentó en la funeraria el presidente de la República, montando guardia ante quien fuera su fiel servidor y amigo, en compañía de varios de sus ayudantes y compañeros antiguos del extinto. Presidieron el duelo, la viuda de Ponce, las hermanas del militar fenecido, su abuelita.

Aproximadamente a las cuatro en punto de la tarde, se rindió la última guardia ante el féretro del teniente coronel Misael Ponce Ramírez; la formaron sus compañeros de lides ecuestres desde hacía diez años. Poco después, estas mismas personas lo llevaron en hombros hasta la carroza que, rodeada por los ayudantes de la Presidencia, lo acompañaron a pie hasta su recorrido al Cementerio Español.

Después del acompañamiento formaron los contingentes de un Batallón Motorizado. Más de una hora tardó en su recorrido desde el Paseo de la Reforma hasta el cementerio, el cortejo fúnebre cuya extensión atestiguaba las consideraciones de cariño y afecto de que gozó en vida el extinto.

Al homicida le esperaba una larga condena

Una semana después, el exsargento Ángel Chávez Morales continuaba encamado en la Cruz Roja y se fingía grave para no rendir su declaración ante el juez penal. Aunque herido de dos balazos, su estado no era tan grave como para no hablar, según lo había certificado un médico de esa institución, a cuyo establecimiento se trasladó el juez instructor de la causa.

Después de muchos actos de fingimiento, el homicida se resolvió a declarar. Nada nuevo o importante añadió a sus declaraciones. Más bien se concretó a decir una cadena de mentiras. Decía que no se acordaba de nada.

El caso fue consignado al licenciado Luis G. Saloma, juez 13o. de la quinta corte penal, quien no había podido tomar declaración al homicida, en vista de que éste aseguraba encontrarse sumamente grave.

Pero el viernes 23 de junio de 1950, cuando el juez se presentó a la Cruz Roja, se dio cuenta que Chávez Morales platicaba tranquilamente con una muchacha que resultó ser hija suya, sin dar mayor importancia a las heridas que tenía.

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El juez G. Saloma, que iba acompañado del agente del Ministerio Público, Fernando Barrera, se acercó al homicida y le pidió que rindiera de una vez su declaración preparatoria. Como por arte de magia, en esos momentos, el exsargento comenzó a decir que los dolores producidos como consecuencia de las heridas que tenía no lo dejaban hablar. Al mismo tiempo, comenzó a quejarse lastimeramente, dando la impresión de que se estaba muriendo.

El juez se asombró por la repentina gravedad del homicida, y solicitó la intervención del doctor Mario Valle, cuyo galeno informó que Chávez Morales podía perfectamente rendir su declaración.

Fue entonces cuando el homicida se decidió a hablar. Escuchó con atención la lectura de las declaraciones que rindió el día de la tragedia.

A continuación, el exsargento manifestó que fue dado de baja del Ejército, hacía cinco años, por haber cometido un acto de insubordinación. Agregó que era entonces jornalero.

Respecto a la tragedia, dijo que ese día, desde las 6:00 horas, había comenzado a emborracharse, tomando pulque, cerveza y licores fuertes. Añadió que no se acordaba de nada de lo que sucedió aquel día.

El juez resolvió ese día sobre la detención del homicida, desde luego, y fue un hecho que se le dictó formal prisión.

Asimismo, el agente del Ministerio Público, al darse cuenta que el exsargento estaba “haciendo teatro” para eludir los interrogatorios, pidió que fuera trasladado al Hospital Juárez.

Finalmente, el juez ordenó que la policía vigilara a Chávez Morales, en vista de que, hasta ese día no estaba vigilado por ninguna autoridad. No sólo fue custodiado, sino que pasó a formar parte de la lista de presos en la Penitenciaría del Distrito Federal.

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