Crimen en las Lomas: Roseminda fue asesinada con un picahielo por sus empleados

Los homicidas tramaron una venganza de sangre y el 20 de septiembre de 1940 llevaron a cabo la trama mortal en la que acabaron con Roseminda de Lund

Carlos Álvarez | La Prensa

  · viernes 18 de noviembre de 2022

Fotos Archivo Biblioteca, Hemeroteca y Fototeca "Mario Vázquez Raña" y La Prensa

Hacia el año de 1940, LA PRENSA informó acerca de un crimen atroz cometido contra una adinerada mujer, originaria de Bolivia, que llegó a México junto con su esposo e hijo para instalarse en una palaciega residencia de la calle Sierra Madre 545, en la aristocrática colonia Lomas de Chapultepec.

Un día a la vez, su vida fue tornándose dulce y luego dio un vuelco de fortuna hacia lo amargo. Podría decirse que la suya era completa y simétrica. Disfrutaba los deleites de una situación acomodada, pero también los sinsabores de quienes no armonizaban con su forma de ver las cosas.

Así, para ella, la servidumbre era algo como un objeto que debía funcionar de acuerdo con su criterio voluble. Pero ese mismo sentido irreconciliable con la bondad y la empatía guió el curso de su tragedia.

Roseminda Roda de Lund contaba con 45 años de edad cuando fue atacada brutalmente con un picahielo. Las sospechas no traspasaron los muros de su residencia, por lo cual recayeron sobre dos sirvientes, quienes desaparecieron luego del crimen y cuyo móvil se pensó que fue el robo.

En el palacete, regiamente amueblado, vivían -además de la víctima-, su hijo Gustavo Lund, teniendo por sirvientes a un individuo a quien conocían sólo con el nombre de Margarito y otra sirvienta llamada Concepción.

El macabro hallazgo lo hizo el joven Gustavo el sábado 21 de septiembre cuando regresó de la escuela, encontrando a su madre en el hall de la casa sobre un gran charco de sangre.

Cerca de ella había un florero roto y, en su alcoba, se notaban señales de lucha; había sillas volteadas y en desorden.

El detective Crispín Aguilar, comandante de agentes de la Policía Judicial, aseguraba que los sirvientes, supuestos asesinos, estaban a punto de caer en sus manos.

No se precisaba en esos momentos a cuánto ascendía el monto de lo robado en la casa, ya que las llaves de los roperos y las cajas no aparecían por ningún lado, suponiéndose que los criminales, después de cometer su crimen y saquear todo, se llevaron consigo las llaves.

En tanto, el cadáver de la señora Lund fue conducido a la Sección Médica de la onceaba Delegación.

Durante la rigurosa revisión del cadáver, se le pudieron apreciar 45 entradas de arma punzocortante, más punzante que nada, pues se trató de un picahielo el que atravesó en repetidas ocasiones en diferentes partes del cuerpo.

Gustavo Lund, hijo de la infortunada mujer, quien contaba entonces con 18 años, dijo ser alumno de la Academia Pitman.

El marido estaba en Jalapa

Gran consternación causó entre vecinos de la aristocrática zona residencial aquel horrible crimen. Las primeras investigaciones arrojaron datos interesantes.

El esposo de la víctima, Gustavo Lund, era un dinámico comerciante cafetalero. La mayor parte del tiempo la pasaba en Jalapa, por requerirlo así sus negocios. Fue llamado por las autoridades policiacas de la Ciudad de México para las averiguaciones previas de rigor.

Mientras tanto, se informó también que, gracias a eficaces sabuesos policiacos, fueron detenidos Florencio Torres Díaz y suprimo, Miguel Jiménez Díaz. Estos hombres prestaban sus servicios en la casa de la señora de Lund, pero hacía 8 días se separaron, entrando en su lugar una mujer llamada Concepción, así como el jardinero.

Había sospechas de que estos dos empleados eran los autores materiales del asesinato, pues desaparecieron sin dejar rastro, aunque la policía les seguía los pasos muy de cerca, esperando echarles el guante de un momento a otro.

Dicho y hecho, a altas horas de la noche, la guardia de reporteros policiacos de LA PRENSA recibió una llamada telefónica desde la ciudad de Puebla. La voz del otro lado daba buenas noticias.

El reportero tomó nota de que el mayor Leandro Castillo Venegas y el comandante Rafael Alvarado Hernández, habiendo procedido con una actividad digna de elogio, lograron en aquella ciudad la aprehensión de los hermanos Mauricio y Blas Castellano Cruz, presuntos culpables del crimen registrado un día antes en la residencia de Lomas de Chapultepec.

Uno de los capturados quedó confeso plenamente de su intervención en el crimen y, el otro, aunque se mantenía en una negativa titubeante, pronto se resolvió a declarar. Desde Puebla fueron traídos a esta ciudad.

Resuena el asesinato

El hijo de la extinta señora Roda de Lund rindió su declaración de la que se desprendían interesantes revelaciones que sirvieron para encauzar la investigación de la justicia.

Dijo el joven que el día 20 de septiembre llegó a su casa cerca de las 22:00 horas y que, como de costumbre, ya no llegó a saludar a su madre, sino que siguió hasta su habitación, tomó la cena que siempre le dejaban sobre el buró y en seguida se acostó a dormir tranquilamente.

Por la noche no percibió absolutamente ningún ruido extraño. A la mañana siguiente, tenía prisa por salir de casa, tomó del refrigerador un racimo de uvas y salió casi corriendo rumbo a la Academia Pitman.

Cerca de las 13:00 horas del día 21 de septiembre, Gustavo regresó a casa para tomar sus alimentos del mediodía, pero como escuchó que el teléfono de la planta alta de la casa sonaba incesantemente, subió, y grande fue su espanto y horror al ver a su madre muerta.

Se hallaba atravesada precisamente en la entrada del hall, hacia la recámara donde dormía. Gustavo apreció en aquellos momentos de angustia y de sorpresa, terribles lesiones en el cuerpo de su madre y, casi loco de espanto, salió corriendo dando gritos que fueron escuchados por los vecinos.

Las personas de las casas contiguas a la de la señora de Lund dieron aviso a la policía cerca de las 14:00 horas de aquel sábado.

Llegó el esposo

Después de haber sido descubierto el crimen, le fue comunicada el mismo día -por telégrafo- la noticia fatal al esposo de la víctima, el alemán Gustavo Williams Lund, rico cafetero de la región de Coatepec.

Sin pérdida de tiempo, emprendió el viaje en automóvil hasta esta ciudad, apremiando a su chofer para que hiciera la menor cantidad de tiempo posible.

Cuatro horas y media tardó en llegar de Jalapa a México. El hombre venía aturdido. Su rostro presentaba huellas de haber vertido lágrimas abundantemente. Su dinero, su casa, sus negocios, ya no le importaban nada -decía al reportero-, pues todo cuanto él tenía en el mundo ya le había sido arrebatado.

-Esto será la ruina moral de don Gustavo -comentaba al diarista una amistad íntima del señor Lund-, de por sí sus negocios andaban mal a últimas fechas en el ramo del café, y ya hasta pensaba en entregar la negociación a los obreros cafeteros porque las exigencias de éstos eran cada día mayores.

Eco de la tragedia

El señor Gustavo Williams Lund, rico cafetero de la región de Coatepec y esposo de la infortunada víctima, viajó desde Jalapa a la ciudad, entonces Distrito Federal, en cuanto le fue dada la noticia fatal.

Se supo que la fortuna de don Gustavo era incalculable y que, desde hacía tiempo, residía en aquella ciudad atendiendo sus negocios cafetaleros, mientras que su esposa e hijo vivían en su mansión en aquella zona residencial.

Rechinaron los cerrojos de la celda número 4 en la Penitenciaría. Los presos en las otras celdas asomaban parte de sus rostros por las ventanillas de sus respectivas mazmorras.

El carcelero llamó a Agustín Tapia y a Carlos Ortiz para ser entrevistados por el reportero de LA PRENSA, Miguel Gil, quien dio seguimiento puntual a los acontecimientos.

El primero en hablar fue Agustín, de 20 años. Era de fuerte complexión y en sus ojos había el estrabismo de los asesinos.

-¿Cuántos piquetes le diste a la señora?

-Ni me di cuenta, sólo sentí blandito... Le di con el picahielo hasta que dejó de moverse.

Por su parte, Carlos Ortiz, también de 20 años y originario de Oaxaca, dijo que mataron a la señora boliviana por dinero. Los dos criminales dijeron que no pudieron dormir la noche del crimen y daban vueltas en un petate.

Con estos dos asesinos, ya sumaban cinco los implicados en aquel crimen, pues también fueron culpables los hermanos Mauricio y Blas Castellanos, así como la sirvienta Concepción Calzada.

Los homicidas, Agustín y Carlos fueron capturados mientras dormían en una construcción situada en Alpes 565, a unos cuantos metros de la residencia fatídica.

Primeramente, los detectives echaron el guante a Blas Castellanos, y éste, que en principio negó haber visto a su hermano Mauricio, confesó al fin que le había facilitado dinero para que se trasladara a la ciudad de Puebla.

Hacia allá se fueron inmediatamente los detectives y aprehendieron a Mauricio, no sin grandes dificultades, pues Blas no quería entregar a su hermano.

¿Pero cómo supieron los sagaces sabuesos policiacos quiénes eran los asesinos de la señora Lund?

El mayor Leandro Castillo Venegas dio su versión al reportero.

Dijo que los asesinos planearon el crimen el día 17 de septiembre de aquel año.

Mauricio Castellanos había entrado ese mismo día al servicio de la señora Lund como jardinero.

Al día siguiente ya no se presentó a trabajar porque la señora no estuvo conforme con su trabajo y lo maltrató con sus palabras.

Carlos Ortiz había trabajado, también un día, en la misma casa. Agustín Tapia era ajeno al conocimiento de la señora y de la casa, pero los tres vivían en un predio en construcción.

Mauricio manifestó que la señora Lund maltrataba mucho a la servidumbre y tal situación sirvió a modo de "aperitivo" a los instintos criminales de Agustín para que estallaran y diera terrible muerte a la dama.

El autor intelectual del asesinato parecía ser Carlos Ortiz; esto, naturalmente, sin perjuicio de haber tomado parte activa en el crimen, pues fue quien detuvo a la señora, tapándole la boca para que Agustín la atacase con el picahielo.

El plan era sencillo de seguir.

Los bandidos sabían que la señora Lund estaba sola con su criada, Concepción, a las 20:00 horas; de manera que, habiendo conversado con la empleada y convenido en la forma en que atacarían a la señora, se trasladaron a la casa. Pero no entraron por la puerta principal.

Dieron vuelta por la calle Monte Everest, saltaron por una verja y amparados por la penumbra que tenía dicha calle, cayeron al jardín, donde se encontraron con la criada Concepción.

Mauricio Castellanos se había quedado en la esquina para "echar aguas".

Convencieron a la empleada doméstica -prometiéndole buena paga- para que los dejara entrar a las habitaciones.

-Yo iré adelante para abrirles la puerta y ustedes se las arreglan después -dijo Concepción y así lo hizo.

Carlos Ortiz y Agustín Tapia la siguieron. Andando de puntillas, los tres criminales llegaron hasta la escalerilla que conducía al hall que daba acceso a la puerta de la recámara que ocupó en vida la señora Lund, quien en aquellos momentos salía de su habitación, quizá por el ruido que oyó en el jardín, o porque se dirigía al cuarto de baño.

En el hall, Carlos Ortiz tomó un sarape blanco y esperó el momento de abalanzarse sobre su víctima.

La señora Lund, al ver a los hampones, quiso huir, pero al no poder hacerlo, gritó. Pero su grito agudo, de espanto, se acalló pronto porque Carlos le tapó la cara. La dama boliviana movió sus pies y brazos; aplicó todas sus fuerzas para desasirse de los asaltantes, pero no lo pudo lograr.

En aquella lucha desesperada, la señora cayó al piso, pero Carlos la sujetó por detrás, tapándole la boca para que no gritara, y la incorporó.

-¿Dónde está el dinero? -preguntó con voz ronca.

-No tengo dinero...

-Dígame dónde, porque la vamos a matar.

En esos precisos momentos, Agustín Tapia empezó a introducir el picahielo que tenía en la diestra en el cuerpo de la infortunada señora, quien traía en su cuello una chalina rosa.

Con esa misma chalina, Carlos la estranguló, rematando así la incalificable fechoría.

El cuerpo de la señora cayó al fin, sin vida, sobre el piso, cerca de la habitación donde guardaba algunos objetos de valor, alhajas y dinero.

Sus asesinos registraron dicha recámara y hallaron las llaves de todas las habitaciones de la residencia, lo cual les iluminó el rostro al creer que podrían abrir la puerta de un tesoro descomunal.

¡Había tanto que llevarse! Pero ellos querían las joyas y el dinero y se dieron a la tarea de buscar.

Se dirigieron a la habitación de la señora Lund; abrieron los roperos y cuantos muebles estaban a su alcance. Fueron después al escritorio y abrieron sus cajones. Como no encontraban lo que querían, regresaron al hall.

Registraron después la habitación del señor Lund y, teniendo en sus manos las llaves del cuarto donde estaban los valores, no se atrevieron a abrirlo, quizá por no pasar junto al cadáver.

Durante una hora estuvieron dentro de la casa registrándolo todo y al fin huyeron, saliendo por la misma verja que habían escalado y se fueron a la casa en construcción de la calle Alpes, desencantados de no haberse apoderado de lo que les hubiese podido satisfacer.

Capturan a las fieras

En las Lomas de Chapultepec existía una policía privada que la Jefatura reconocía como auxiliar. Enviaban al grupo de veladores y detectives. El mayor Leandro Castillo Venegas y el comandante Rafael Alvarado Hernández eran los responsables de la seguridad en la aristocrática zona.

-Enterados del crimen -relataron los policías al reportero Miguel Gil- nos lanzamos a la investigación en cumplimiento de nuestro deber, dando parte de nuestra decisión al coronel Régulo Garza, jefe nato del cuerpo policiaco. Nos pusimos en acción. Nos trasladamos a la casa donde se había cometido el crimen y allí supimos que había trabajado como jardinero Florencio Jiménez. El 17 de septiembre entró en su lugar Mauricio Castellanos, quien junto con la sirvienta Concepción, desapareció a raíz del crimen.

El oficial hizo una pausa como para concatenar correctamente los acontecimientos y luego prosiguió:

-Supusimos que Mauricio y Concepción eran los autores del crimen y empezamos su persecución. Investigamos y logramos saber que Mauricio había trabajado en la casa 1440 del Paseo de la Reforma, en la misma colonia, y que posteriormente había también prestado sus servicios como jardinero en la calle Monte Everest 1070, a las órdenes del licenciado Javier Torres, de donde había pasado a la residencia de la señora Lund.

Volvió a hacer una pausa, frunció el seño y dijo:

-En la casa del licenciado Torres hallaron a un sujeto de nombre David Padilla, que se decía primo de Mauricio Castellanos, quien había dejado ropa, y al revisarla los detectives, fue hallado un retrato suyo, en el que aparecía con su mujer, María Vázquez, que también se ocupaba como sirvienta. Obtuvimos más datos de lo que nos pareció el hallazgo de la madeja de la investigación, que ya estaba haciéndose novelesca. Sin descansar un solo momento y sabedores de que Mauricio tenía un hermano de nombre Blas, nos trasladamos a su domicilio en Ayuntamiento 159, donde trabajaba como portero. Ahí lo descubrimos y nos llevó hacia Mauricio, en la ciudad de Puebla.

Mauricio cantó todo

-En la Jefatura de Policía de Puebla, interrogamos a Mauricio, quien dijo todo lo que sabía, agregando que cuando lo dejaron a “echar aguas” en la esquina de Sierra Madre y Monte Everest, le dio miedo y que después de que vio saltar a sus amigos por la verja, se fue a la casa donde dormía habitualmente y se acostó tranquilo sobre su petate, quedándose profundamente dormido a los pocos minutos.

Ya en posesión de los nombres de los asesinos y del lugar donde podrían ser hallados, Castillo Venegas y Alvarado Hernández regresaron a México cerca de las 3 de la madrugada, y sin pérdida de tiempo se trasladaron a la calle de Los Alpes 565 y aprehendieron a los criminales, Agustín Tapia, Carlos Ortiz, Blas y Mauricio Castellanos para ser llevados ante la justicia.

El crimen quedó esclarecido el sábado 28 de septiembre de 1940. Se dio un golpe magnífico al aprehender en Guanajuato a la criada, Concepción Calzada, principal cómplice de Las Bestias Humanas.

Concepción Calzada se encontraba ya en poder de la policía. Como se recordará, esta mujer señaló a los asesinos de la señora Lund el camino que deberían seguir para encontrar a la dama boliviana, a la que planearon matar para robar su residencia.

Por dinero mataron a la señora Lund en su residencia

Concepción fue interrogada en las oficinas del Servicio Secreto. Se supo que durmió en la casa de la señora Lund, no obstante saber que había sido atacada por los bandidos y al día siguiente esperó durante varias horas que los ladrones volviesen para hacerle entrega del dinero que le prometieron por ayudarlos.

Pero el tiempo transcurrió y los ladrones no daban señales de vida. Entonces Concepción hizo sus maletas y se marchó de la casa, alojándose en el domicilio de una amiga, de donde se dirigió a tomar el tren que debería conducirla hasta Querétaro, de donde se trasladó a la ciudad de Comonfort, donde vivía una tía suya.

Concepción no quería confesar su participación, aunque indirecta, en el crimen, y menos que había visto el cadáver de su patrona, pero habiéndosele sujetado a estrecho y hábil interrogatorio, acabó por confesar que habló con Mauricio Castellanos, Carlos Ortiz y Agustín Tapia, los criminales.

La criada infiel y perversa dijo a los detectives que trabajó un mes en la casa de la infortunada señora Lund.

Bestias humanas

Dijo Concepción que el día fatídico no supo por dónde se metieron los bandidos, pero que cuando se dio cuenta ya estaban dentro de la casa. LA PRENSA designó a tales criminales como Las Bestias Humanas.

Concepción se resistía a decir la verdad, pero al fin declaró que ella bajaba de las habitaciones de la casa e iba a entrar a la cocina cuando vio a los tres hombres, entre los cuales reconoció al jardinero que hacía poco había dejado su trabajo en la casa.

A punto estaba de dar un grito por la sorpresa recibida, pero alguno de ellos le dijo:

Sin gritar, porque si grita la matamos… ¿Dónde tiene el dinero la señora?

-No lo sé -respondió, nerviosa, la sirvienta.

Entonces los bandidos le hicieron una proposición que le pareció buena, consistente en que le darían cierta cantidad de dinero si guardaba silencio.

-Yo no me interesaba por dinero, pero…

Después de mucha resistencia, Concepción confesó de plano su participación en el crimen. Después que habló con los bandidos, subió a ver a la señora, con la que conversó cerca de media hora.

La señora aprovechó aquel momento para exhortarla a que se manejara bien, diciéndole que como ya había comprendido, duraría en la casa.

Concepción fue después fue a echar alguna ropa en jabón, dirigiéndose al cuarto de baño que tiene entrada por el hall de la casa, y luego bajó, mirando que ya estaba cerrada la cocina, por lo que comprendió que los bandidos se habían introducido a ella, encerrándose por dentro. Y ya no vio más, porque se fue a su cuarto y se durmió.

-¿Pero, pudo usted conciliar el sueño?

-No mucho, estaba con la tentación.

-¿Y vio cuando llegó el hijo de la señora Lund?

Concepción contestó que no, pero dijo que a las 23:00 horas se asomó a ver si ya había llegado su patrón, y creyó que sí, porque vio luz en su habitación.

-¿Pero es posible que sabiendo que su patrona había sido atacada no diera aviso a su hijo? ¿Por qué?

Concepción no contestó concretamente esa pregunta, por lo que dedujimos que estaba interesada en lo que deberían darle los ladrones. Continuaba guardando silencio.

Dijo que se levantó a las 6 de la mañana de aquel sábado. Subió al hall, donde encontró a la señora Lund tirada en el piso, inmóvil y cubierta con un sarape blanco. Ni en ese momento quiso avisar al hijo de la señora, pensando en la recompensa por su silencio, y descendió nuevamente, hallando la puerta de la cocina abierta, por lo que cree que por allí salieron los asesinos.

-¿Y continuó usted en la casa?

-Sí, hasta la una de la tarde, y como no volvían -se refiere a los criminales- y yo tenía mucha hambre, me salí. Luego me fui al número 475 de la calle Volcán, donde vive una muchacha llamada Rosario. Ella me prestó dinero para completar mi pasaje a Querétaro.

-¿Y por qué a las 6 de la mañana, en que viste a la señora tendida, no avisaste a su hijo?

-Porque sentiría feo de ver a su mamá muerta.

-¿Y estás arrepentida?

-¡Cómo no! Porque haya sido como haya sido la señora con sus criados, pues ya está muerta.

Salta a la vista la contradicción de aquella criada en relación con lo que decían Las Bestias Humanas, pues en tanto que aseguraba Concepción que en cuanto acordó ya estaban dentro de la casa los bandidos, amagándola de muerte, ellos aseguraban que al saltar por la verja ya los esperaba ella, a quien dijeron:

-Venimos a darle a la vieja…

Lo que indica que la criada sabía que iban a matar a su patrona para robarla.

-¿Te dijeron o no que iban a eso los bandidos?

Concepción no quería confesar, pero al fin convino que sí; que le dijeron que a eso iban, por lo que su complicidad en el crimen es manifiesta, pues no fue el asalto ninguna sorpresa para ella; seguramente estaba en el secreto con mucha anticipación.

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Y hubo un detalle que también demuestra aquella complicidad. Ordinariamente se presentaba el lechero; pero en la noche del crimen, la criada amarró la verja diciendo que fue por orden de su patrona, para que el lechero supiera al día siguiente que no iba a comprársele leche.

Posiblemente Concepción no recibió tal orden, pero le convenía que nadie llamara a la casa, y comenzó por aislar al lechero.

Al día siguiente del crimen, se presentó un señor queriendo ver a la señora, y sorprendió a Concepción cuando hacía sus maletas. La criada dijo a aquel hombre que no podía hablar con su patrona, porque ella había dado órdenes de que nadie la molestara.

Así, el primer comandante de agentes, Simón Estrada, levantó el acta, y como ya estaban en poder de la justicia todas Las Bestias Humanas, fueron consignadas y pasaron a la Penitenciaría de la ciudad a purgar sus condenas.

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