Lecumberri... Crujía C, celdas 12 y 14... En este lugar se escribió una de tantas historias acerca de ese tenebroso penal, que se hizo célebre con el nombre de El Palacio Negro, también Penitenciaría de la Ciudad y ahora convertido el recinto en el Archivo General de la Nación.
Las páginas de LA PRENSA dieron a conocer que entre las seis y siete de la mañana del miércoles 7 de agosto de 1957, aprovechándose del último escalón de la litera, celda 14, Crujía C de la Penitenciaría, al cual ató un cordel que luego pasó por su cuello, “se ahorcó el recluso de origen español Benito Rey Doce o Julio Quiñones, que alguna vez llegó a ser conocido como ‘El Rey del Amparo’”.
El occiso, originario de Pontevedra, España, tenía nueve ingresos a la Peni, pero sobre todo por los delitos de fraude y contra la salud. Ingresó por primera vez el 29 de enero de 1948, cuando dijo tener 55 años de edad, por lo cual contaba a la época de su muerte con 64 años.
La primera corte penal lo sentenció a tres años de prisión y multa de quinientos pesos o dos veces más de cárcel, por fraude, teniendo procesos pendientes en los juzgados 4.o y 13.o Penales , así como en el 2.o de Distrito en materia penal.
Era un verdadero pájaro de cuenta; estaba como encargado de la tienda de la Crujía C y, al parecer, no dejó carta alguna explicando los motivos que lo orillaron a suicidarse, pues el licenciado Héctor Falcón Calderón, agente del Ministerio Público de la Primera Delegación, no encontró papel escrito alguno sobre el particular.
El martes 6 de agosto, según dijeron los reos, se veía Rey Doce muy enfermo, pues debido a su avanzada edad, padecía del corazón, de reumas, tenía la presión arterial muy elevada y los pies sumamente hinchados.
No salió de su celda
El mayor Enrique Muñoz González, jefe del Servicio de Sobrevigilancia, fue quien avisó que el citado recluso no había salido de su celda, por lo que el teniente coronel Renato Vega Amador, jefe del cuerpo de vigilancia y subdirector de la prisión, ordenó que se fracturara el candado que estaba cerrado por dentro, descubriendo que dicho individuo se había ahorcado.
Junto con el mayor Muñoz González, acudió el comandante de la Segunda Compañía, Antonio Juárez Montes de Oca y uno de los médicos del servicio interior, quien dio fe de que el recluso se encontraba ya sin vida. El cadáver fue enviado al Hospital Juárez para la autopsia de rigor.
Pero el domingo 11 de agosto de 1957 se indicó que Benito Rey Doce o Julio Quiñones fue asesinado dentro de la Penitenciaría; no se suicidó como todo mundo había pensado al principio, cuando fue encontrado dentro de su celda colgado, según informó LA PRENSA.
Trascendió que primero fue golpeado brutalmente al grado que tenía el cráneo fracturado y después, para despistar a las autoridades, fue ahorcado para simular el suicidio y no levantar sospechas.
Tal revelación fue hecha al periódico que dice lo que otros callan por un pasante de medicina -que afirmó haber presenciado la autopsia del famoso delincuente español- y, asimismo, dijo que había ido al anfiteatro del Hospital Juárez como parte de su práctica en medicina legal.
Por su parte, el certificado firmado por el legista Salvador Sánchez, señalaba que Benito Rey Doce murió a consecuencia de asfixia por “ahorcamiento en un individuo con traumatismo craneal y abdominal”, lo cual quiso decir que recibió golpes en la cabeza y caja del cuerpo antes de ser colgado.
El principal informante explicó que el occiso presentaba fractura de cráneo; que tenía congestionadas las meninges y que recibió muchos golpes, ya que presentaba contusiones en varias partes del cuerpo.
De acuerdo con el certificado de la necropsia, el delincuente español fue atacado fundamentalmente en la cabeza, el tórax y el estómago.
“El Rey del Amparo” llevaba muchos años preso y sus antecedentes abarcaban una lista muy larga, sobre todo por los delitos de fraude y contra la salud, o sea, tráfico de drogas.
La mañana del 7 de agosto de 1957 fue encontrado muerto dentro de su celda, ubicada en la Crujía C del Penal de Lecumberri. Suspendido de un cordel, atado al último escalón de una litera, razón por la cual todo mundo dio por creer la historia del suicidio, pese a que no se encontró carta de suicida, como acostumbra dejar la mayoría de quienes optan por arrebatarse la vida de esta forma.
Pero algo parecía desfamiliar, pues según los reclusos (y allí podía estar la clave) la noche anterior a su muerte, Quiñones “parecía estar muy enfermo”, dijeron.
Pero ¿por qué se apresuraron a dar esas explicaciones? ¿Para justificar la versión del suicidio?
No se suicidó, lo asesinaron
Lo cierto fue que al principio la versión sobre la enfermedad pareció natural y verosímil, sin embargo, cuando los reos insistieron en esta versión, se encendieron las alarmas sobre algo sospechoso.
Tampoco se sospechó sobre algún atentado contra el preso de la Crujía C porque las autoridades del penal encontraron la celda cerrada por dentro. Pero tras el resultado de la necropsia, no hubo duda respecto a su muerte que no fue suicidio. Nadie hubiera podido ser capaz de afirmar que el español se ahorcó solo después de haber sido golpeado.
El redactor de LA PRENSA José Ángel Aguilar, uno de los mejores escritores que ha tenido el periodismo mexicano, informó el lunes 12 que el más denso misterio envolvía la muerte del recluso español.
Los hechos en sí mismos representaban toda refutación a la verdad exhibida, pero no confirmada, pues en el análisis de la evidencia surgían posibilidades que desconcertaban, que hacían más intrincado el problema y más difícil, por tanto, su solución.
Tan fue así que para dirimir el problema, las autoridades le apostaban únicamente a un “soplo” o un “chivatazo”, como se dice en el lenguaje carcelario, cuando algún recluso da información a cambio de un trato con la autoridad.
Entre los presos de la Crujía C, se dijo de manera unánime que Benito Rey Doce era un tipo hecho para el trabajo, incansable, a pesar de encontrarse enfermo. Se decía que tenía dinero ahorrado y que era desconfiado y extremadamente avaro.
Sin embargo, en la celda no se encontró centavo alguno, ni siquiera el importe de las ventas del día anterior. Ante tal escenario los agentes formularon la hipótesis: ¿fue asesinado por el afán de robo?
Pero hubo coincidencia absoluta de que, siendo irascible, no era “un dejado de nadie”, más claramente, era capaz de liarse a golpes con cualquiera sin temor y, además, dijeron sus compañeros de prisión que su desconfianza era notable y “a lo mejor no dormía bien, por cuidarse”.
Confesó que saldría libre
Pero había dicho que ya estaba por salir en libertad y que en enero de 1958, a más tardar, trataría de rehacer su vida. Esto significaba que su reclusión no fue o no representó el tema del suicidio.
Empero, alguien lo escuchó comentar con amargura el próximo traslado de los reos sentenciados, como era él, a la nueva prisión de Santa Martha Acatitla, en Iztapalapa. Esto lo afectaba directamente pues se acabaría su negocio, es decir, la tienda de la Crujía C.
También alguno comentó el afán del hispano de cambiar billetes chicos por grandes, seguramente con propósitos de ahorro. Este punto fue crucial, pues también establecía la posibilidad de que tuviera dinero, en cierta cantidad, que hasta entonces no aparecía, pese a que comentaban los presos que tenía en su “tuza”, es decir, en un escondite.
Nadie ignoraba que los delitos de sangre dentro del penal tenían como denominador común, o el cuchillo o la “punta”, y que para llevar a cabo este crimen debió procederse violentamente, puesto que de acuerdo con el certificado de defunción dictaminado por el médico forense, se estableció que fue agredido “El Rey del Amparo” y luego se le ahorcó en vida.
Los perpetradores del atentado procedieron con extremada cautela por las siguientes razones:
1. No había fractura en las cerraduras de las celdas comunicadas interiormente y, además, estaba cerrado desde adentro. Una de las puertas estaba obstruida con una hielera y otros objetos.
2. No se encontraron huellas de que hubiera acontecido una lucha o cualquier tipo de violencia en el interior.
3. La expresión facial del occiso no denotaba sorpresa, ni sobresalto, ni azoro.
4. Se calculaba que murió entre 6 y 7 de la mañana, tiempo en que todo mundo estaba de pie.
5. No era fácil el acceso a la tienda.
Además, se debió considerar que luego de golpear a Rey Doce, lo ahorcaron para simular un suicidio, creyendo que ello evitaría la autopsia y, por ende, quedaría impune el delito.
Por último, si se hubiera tratado de una venganza de hampones, éstos se habrían cobrado a la primera, a sangre fría, y no habrían elaborado un plan maestro para encubrir el crimen.
¿Cómo hicieron los asesinos para lesionarlo tan brutalmente sin que se defendiera ni gritara, sin dejar algún indicio extra de la violencia del ataque?
¿Cómo pudieron los criminales supuestos cerrar por dentro, cuando hubo necesidad de destrozar un candado para que pudieran entrar a la celda las autoridades?
Declaran los panaderos
Los panaderos Luis López Morales y su auxiliar, Agustín Betancourt, tenían cuatro días de trabajarle al hispano Benito Rey Doce.
-Me daba 20 centavos por un peso. Le hacíamos 250 piezas de bizcocho que vendía a 25 centavos cada una. Yo preparaba la levadura desde la víspera y otro día, después de la lista, nos presentábamos mi ayudante y yo a cocer el pan en los hornos eléctricos que tenía -dijo López Morales.
Dijo que al preparar la levadura la víspera del deceso de Benito, no notó nada extraño y que estuvo esperando con su ayudante inútilmente que abriera la tienda, hasta que llegaron las autoridades y se dieron cuenta del “homicidio”. También añadieron que previo a que ellos trabajaran para Benito, lo hicieron un tal Santiago, que hacía días permanecía en castigo en la Circular 2 y Sotero Varela, quien ya se encontraba en libertad.
El jefe de la Crujía C, Luis Zapata C., no proporcionó datos mayores que sirvieran para aclarar el caso que, de ser homicidio -como acusó el certificado de la autopsia-, difícilmente podría ser esclarecido.
La explicación más lógica era que, al dejarse caer de la litera con la soga atada al cuello, el recluso se golpeó en la cabeza y no pudo recuperar el sentido, pues sobrevino la asfixia. Los otros golpes incluso pudieron causárselos los camilleros, que nunca tenían ni tienen cuidado al manejar cadáveres.
Por otro lado, los legistas sólo expresaron que Benito murió a consecuencia de asfixia por ahorcamiento en un individuo con traumatismo craneal y abdominal. Tampoco necesariamente un dictamen así afirmaba o desmentía que el occiso hubiera recibido una golpiza y “fractura de cráneo”. Si hubiese habido fractura, indudablemente tenía que haber sido detallada en el acta médica... y no fue así.
La celda, cerrada por dentro, se tenía la plena certeza de que no la aseguró un fantasma... sino el mismo español, que a sus 64 años estaba muy enfermo del corazón. ¿Qué caso tenía matar a un individuo que quizá en poco tiempo podría fallecer por causas naturales?
Además, la información no la dieron los doctores que practicaron la autopsia, sino un “presunto estudiante de medicina que asistió para cubrir sus obligaciones escolares”. ¿Por qué no proporcionó su nombre?
Nebulosidad en el hecho
No obstante todo cuanto se había afirmado sobre el caso, sí hubo un dictamen elaborado por médicos legistas, quienes llegaron a una conclusión, la cual fue asentada en el documento oficial que enviaron a la Procuraduría del entonces Distrito Federal que, de forma textual decía:
“Benito Rey Doce o Julio Quiñones falleció de asfixia por ahorcamiento en un individuo con traumatismo craneano y abdominal”.
También se descartó la posibilidad de que “El Rey del Amparo” se hubiera golpeado al caer, porque en primera instancia era imposible, y, en último caso, no había explicación respecto a las contusiones en el abdomen.
El jefe de la Crujía C, Luis Zapata C., no proporcionó datos mayores que sirvieran para aclarar el caso que, de ser homicidio -como acusó el certificado de la autopsia-, difícilmente podría ser esclarecido.
La explicación más lógica era que, al dejarse caer de la litera con la soga atada al cuello, el recluso se golpeó en la cabeza y no pudo recuperar el sentido, pues sobrevino la asfixia. Los otros golpes incluso pudieron causárselos los camilleros, que nunca tenían ni tienen cuidado al manejar cadáveres.
Por otro lado, los legistas sólo expresaron que Benito murió a consecuencia de asfixia por ahorcamiento en un individuo con traumatismo craneal y abdominal. Tampoco necesariamente un dictamen así afirmaba o desmentía que el occiso hubiera recibido una golpiza y “fractura de cráneo”. Si hubiese habido fractura, indudablemente tenía que haber sido detallada en el acta médica... y no fue así.
La celda, cerrada por dentro, no la aseguró un fantasma... sino el mismo español, que a sus 64 años de edad estaba muy enfermo del corazón. ¿Qué caso tenía matar a un individuo que quizá en poco tiempo rendiría tributo a la madre naturaleza?
Además, la información no la dieron los doctores que practicaron la autopsia, sino “presunto estudiante de medicina que asistió para cubrir sus obligaciones escolares”. ¿Por qué no proporcionó su nombre?
No obstante lo anterior, sí hubo un dictamen elaborado por médicos legistas, quienes llegaron a una conclusión, asentada en el documento oficial que enviaron a la Procuraduría del entonces Distrito Federal, que de forma textual decía:
“Benito Rey Doce o Julio Quiñones falleció de asfixia por ahorcamiento en un individuo con traumatismo craneano y abdominal”.
También se descartó la posibilidad de que “El Rey del Amparo” se hubiera golpeado al caer, porque en último caso, no había explicación respecto a las contusiones en el abdomen.
El crimen, un denso misterio
Total, el sábado 17 de agosto de 1957 se dijo que habían sido identificados y denunciados formalmente los asesinos de Benito Rey Doce “El Rey del Amparo", a quienes se interrogó largamente en el interior de la Peni.
Supuestamente, un celador de apellido Chávez vio entrar a la celda del español a dos reos una noche y, al día siguiente, los volvió a ver, notoriamente intoxicados con mariguana, repartiéndose algunos fajos billetes del hispano.
Se trató de dos pájaros de cuenta -¿o dos incautos?-, Teódulo Velázquez Gómez “El Negro” y José Ruiz Herrera “El Pelón”.
Para empezar, a las 7:00 de la noche se pasaba lista y pobre de aquel que no estuviera en su lugar a esa hora. Se le remitía a la celda de castigo, excepto a varios privilegiados que por amistad o dinero podían deambular a diferentes horas por el penal... siempre y cuando no adoptaran una actitud sospechosa de fuga o motín.
Privilegiados, adinerados, amigos... y no dos viciosos que sin dudar se drogaban con mariguana y podían “hablar de más” en cuanto a las oportunidades que se les concedieran.
Por otra parte, quedaba la interrogante: ¿por qué el celador chismoso, en lugar de hablar luego de “ahogado el niño”, no impidió que los viciosos visitaran una celda en horario prohibido por el reglamento? Era indudable que alguien quería hacerse publicidad gratuita con las investigaciones.
El domingo 18 de agosto se dijo que Manuel Montoya Miranda, alias “El Pescado” y “El Negro Magnolio”, eran los verdaderos asesinos del “Rey del Amparo” (¿por fin?).
Extrañamente, el subdirector de la Cárcel de Lecumberri, Renato Vega Amador, no volvió a referirse a la fractura intencional del candado que cerraba por dentro la celda… Asimismo, avaló una versión en el sentido de que el panadero Sotero Varela también había participado en el “asesinato”.
Aunque se le olvidó checar las fechas de permanencia de Sotero en el penal: ya estaba en libertad cuando ocurrió el misterioso caso, por lo tanto ninguna culpa tenía en el asunto.
“El Negro Magnolio” dio su versión de lo ocurrido. El día 6 de agosto de 1957, alrededor de las 7:00 de la noche, “El Pescado” lo invitó a un asalto en perjuicio de Benito Rey Doce:
-Más o menos como a las 12:00 de la noche salimos de la carpintería. Llamamos a la celda de Benito y Manuel le aplicó “la llave china” y lo jalamos para otra celda. Yo le pegué en el estómago con una botella llena de limonada. (Poco antes había dicho que fue con una manopla de aluminio, envuelta en trapos). Entonces el español se golpeó la cabeza contra un escalón de fierro de la litera.
Aunque su versión trataba de aclara los eventos, no parecía del todo convincente, entonces añadió:
-Manuel me dijo que colgara un mecate como de cinco hilos medio flojos que se encontraba en el suelo, me dijo también que lo amarrara del último escalón para subir a la litera de la celda donde estábamos y Manuel cargó el cuerpo por los brazos y yo por las piernas, para subirlo, pero antes Manuel le ató la soga al cuello. Inconsciente, Benito fue dejado caer y se ahorcó.
Luego de dejarlo así, registramos la tienda para buscar dinero, moviendo las cajas y las botellas, algunas de las cuales se cayeron y encontramos como sesenta pesos en monedas, entonces pusimos el candado y cerramos por dentro.
-¿Cómo salieron si cerraron por dentro?
-Es que esforzándonos habíamos metido un brazo por el postigo.
La pregunta no quedó contestada con los del “esfuerzo”, pero “El Negro Magnolio” siguió expresando sus embustes, mientras “El Patitas” decía que encontrándose de rondín, entre las 4 y 5 de la mañana, al llegar a la celda 12 oyó ruidos de cajas y botellas, “di unas palmadas en la puerta y me advirtieron que no hiciera más ruido porque me mataban”...
La nota final del caso señalaba que “por primera vez podía aclararse un crimen de esa naturaleza en Lecumberri”.
¿Cómo explicaron las autoridades que en el acta inicial y en las fotografías del caso, nunca se vio señal alguna de saqueo ni de violencia en la celda de Benito Rey Doce?
Simple: dejaron que la gente creyera los rumores que en todas las cárceles se generan los días de visita. El hispano se quitó la vida, pero mucha gente “prosperó” con la investigación de su presunto “homicidio”.
Ni siquiera se les ocurrió a las autoridades, en su momento, decir que Benito era repartidor y vendedor de heroína y que en una ocasión fue sorprendido con más de 140 de las ahora llamadas “grapas”.
El 9 de agosto de 1958, trascendió que -de acuerdo con los presuntos asesinos, quienes siempre afirmaron ser inocentes- otros dos habrían matado al “Rey del Amparo”; los verdaderos homicidas eran Fernando Guerrero y Luis Herrera González, “El Garfil”, el primero aún preso en ese entonces y el otro ya libre.
Tal afirmación se dio en la Secretaría de Acuerdos y se hizo a la abogada Bety Pavia, quien luego llevó a los reos ante el presidente de la primera corte penal, el juez 2o., Héctor Terán. Manuel Montoya Miranda “El Pescado” y Teódulo Vázquez González “El Negro Ebanolio” fueron notificados de que se había cerrado el proceso en su contra por el delito de homicidio en la persona de Benito Rey Doce y, precisamente en ese momento, dijeron que tenían pruebas suficientes para afirmar que los verdaderos asesinos eran las personas a quienes habían mencionado.
Sombría amenaza de El Pescado
-Si yo soy sentenciado por esta bronca, voy a tener que matar a este y a los testigos: yo no tuve que ver nada. Llevo 14 años en la cárcel y sí he matado, pero ya se sabe cómo fue. Si me sentencias por lo que no he hecho, voy a convertirme en un perro del mal y no me importa lo que venga; mato a este o este me mata a mí.
Y, dados los antecedentes del “Pescado”, era para creer en su palabra. No eran simples amenazas. Pero ¿por qué aguardar un año en silencio y luego contar “la verdad”?
-Este me acusó a mí, pero fue porque lo presionaron y ahora ya sabemos quiénes fueron los que mataron a Rey Doce, que en paz descanse. Uno es Fernando Carrillo, sentenciado a 20 años y el otro Luis Herrera González “El Garfil”, que salió libre a los pocos días del homicidio.
Por su parte, Teódulo Vázquez reiteró que era inocente y dijo que dos oficiales del Cuerpo de Vigilancia de la pasada administración de la cárcel lo hicieron que se declarara culpable, gracias al testimonio de dos testigos: Refuguio Chávez Pimentel y Moisés González Rendón.
En aquel momento, se le hizo creer a Teódulo que Miranda Chávez estaba muerto para que diera su versión y efectivamente lo señaló como el culpable del crimen ocurrido en la celda 14 de la crujía C. Pero cuando se enteró que “El Pescado” estaba vivo, se dio cuenta de la trampa en que había caído, quedando ambos como los presuntos culpables.
El domingo 7 de septiembre de 1958, LA PRENSA publicó: “Desesperado esfuerzo de los Asesinos del Rey del Amparo”. En la nota se dio cuenta de lo siguiente:
“Por primera vez en la historia de las Cortes Penales, la vista pública formal en un proceso sirvió para que aparezcan oficialmente dos presuntos homicidas frente a los dos que están siendo juzgados por un crimen.
Los nombres de Fernando Carrillo y Luis Herrera, recluso el primero y ex recluso el segundo, quedaron asentados en el acta de la diligencia, en el momento en que se cerraba toda esperanza de salvación para los acusados [...]”
Sin embargo, todo apuntaba a que el caso se cerraría tal como había iniciado, con los presuntos culpables tras las rejas quizá de por vida, pues terminó el año y no hubo ningún avance en la investigación; terminó la década y los inculpados seguían tras las rejas, pero aún no recibían la sentencia definitiva.
Hasta que el lunes 3 de diciembre de 1962 a través de las páginas del diario de las mayorías se dio a conocer que Teódulo y Manuel fueron sentenciados a 26 años de prisión por el crimen de Rey Doce.
El caso fue un verdadero embrollo en toda la cadena de eventos, desde el guardia que no hizo rondín aquel día, hasta los oficiales que supuestamente habrían hecho confesar a un recluso un crimen que no cometió, máxime que todo ocurrió a la vista del director de la Peni.
Lo que hundía a Teódulo y Manuel era la primera declaración que hicieron en la cual aceptaron haber dado muerte a Benito Rey Doce y, además, dieron datos de cómo lo hicieron.
Luego, un año después se retractaron y aportaron cierta evidencia que no pareció del todo convincente, dado que pese a sus esfuerzos por demostrar su inocencia, finalmente fueron sentenciados.
Pero en un giro inesperado en el caso, el lunes 21 de octubre de 1963, se dio a conocer el fin del proceso a través de las páginas de LA PRENSA, que durante todos estos años siguió el caso, e incluso, algunos de sus reporteros se presentaron a declarar.
Montoya Miranda y Vázquez González fueron absueltos por el homicidio de Benito Rey Doce, y su sentencia fue revocada por la Sexta Sala del Tribunal Superior de Justicia.
En el curso del proceso, Felipe Martínez Martínez, un reo también como todos los involucrados, se declaró culpable del crimen y sería procesado.