Iba preparado para morir o asesinar a sangre fría; era alguien con profundo conocimiento de las armas y sabía que en la guerra y en el amor todo estaba permitido; por eso quizá -premeditado o en defensa propia, según alegó- acabó con la vida del hombre que se interponía entre él y la mujer a la que pretendía
En el céntrico Pasaje Savoy, el coronel Adolfo León Ossorio y Agüeros se convirtió en homicida al tenderle una celada a un marido engañado, quien recibió un tiro en el estómago y más tarde murió en el Hospital de la Cruz Roja.
El militar fue detenido por un sargento y alegó “defensa propia” (el occiso llevaba un arma que no pudo utilizar), lo que hizo valer para resultar absuelto en un proceso criticado por su aparente parcialidad.
La familia del español Ramón Segués Capell, el rico industrial sacrificado, se cansó de entregar pruebas contra el militar, quien, por cierto, se decía “gran amigo del general Humberto Mariles” y lo visitó en la cárcel.
A las 14:30 horas del 20 de enero de 1949, a las puertas del restaurante y sodería Larrys, en el Pasaje Savoy, Adolfo León Ossorio y Agüeros, el llamado “inquieto agitador de turbulenta vida”, hirió mortalmente al industrial Ramón Segués Capell y pretendió escapar, pero fue detenido por el sargento Justino García Rayón, placa 1994.
Al morir el herido en la Cruz Roja (donde los médicos le encontraron un arma de fuego entre la ropa, pistola que no utilizó), sus parientes dijeron que Adolfo León Ossorio era amante de Josefina Alcayaga de Segués, quien se vio sorprendida por el escándalo y no acertó a defenderse bien.
Como prueba de lo que se afirmaba, varias fotografías en que aparecían juntos el coronel y su amiga fueron entregadas al Ministerio Público para que hiciera notar las apasionadas dedicatorias.
Los padres de Segués dijeron que los tenía amenazados de muerte el agitador, desde que le dijeron que Josefina tenía relaciones con un doctor mexicano y con un cubano.
José Segués Subiés, nativo de Barcelona, España, nacionalizado mexicano, con estancia legal en el país desde 1905 y padre de Ramón, dijo que Ossorio le había llamado por teléfono para exigirle que presionara a su hijo para que accediera a “dejar libre” a Josefina, pues en caso contrario: “todos los Segués se arrepentirían”...
En cuanto a la señora Josefina Alcayata, dijo que “era la principal responsable de la tragedia; regó el veneno para que Ramón tuviera tan trágico fin. Tenemos pruebas, muchas pruebas de que le era infiel. No hay tal amistad sincera como ellos pregonan. Eran amantes. Tenemos fotografías donde Josefina aparece con Adolfo en un jardín, sobre el césped, en tanto que ella le acaricia la cabeza. Tenemos otras fotos, todas con dedicatorias ‘cariñosísimas’, lo que demuestra que no sólo eran amigos sinceros”.
León Ossorio manifestó que al matar al industrial lo hizo en legítima defensa:
Yo traté de evitar, hasta donde fue posible, una desgracia. Cuando me encontré con Ramón en el 0Savoy, me preguntó si lo andaba buscando, le respondí que sí, que los hombres no les pegan a las mujeres. Me gritó furioso, me dio un puñetazo en la frente y luego hizo ademán de sacar una pistola, inmediatamente saqué mi arma y le disparé, pero sin intenciones de matarlo, le apunté al hombro, pero por el nerviosismo, falló la puntería y el proyectil se le incrustó en el estómago.
Josefina Alcayata, viuda de Segués, fue entrevistada por LA PRENSA en su domicilio de la calle Río Nilo 18-A:
Todo lo que se diga respecto a mi conducta personal es una vil calumnia. Yo no sostengo relaciones amorosas con el coronel Adolfo León Ossorio. Somos buenos amigos. Nos liga una estrecha y sincera amistad, pero nada más. Si él ha tomado intervención en mi vida privada, es debido a que yo, incidentalmente, trabé amistad con él. Lo conozco desde hace cuatro años. Yo misma le había platicado todas las calamidades que sufría. Le dije que Ramón me había golpeado...
Cuando le mencionó a este diario sobre las fotografías que tenía en su poder el Ministerio Público, visiblemente turbada, contestó la señora que “nada tienen de particular unas imágenes…”
Luego dijo que Ramón ya no podía vivir tranquilo, siempre lo veía muy preocupado, sufría mucho por su enfermedad:
Padecía reblandecimiento medular, por eso tenía que portar una faja de metal que le impedía inclinarse. No es cierto que tuviera disgustos con él por las relaciones que, aseguran, yo tenía con Ossorio. En las últimas fechas éramos felices, aunque vivíamos separados, yo aquí, él en la calle Balsas 32, altos 20. Casi todos los días comíamos y cenábamos juntos. Él tenía a nuestras dos hijas, no quería que estuviera solo. Hace como tres semanas me dijeron que tenía una enfermedad contagiosa y le quité a las menores. Pero antes me pegó en la nariz, provocándome fuerte hemorragia. Ossorio se enteró y prometió que lo castigaría...
Aclaró la mujer que Ramón se casó con ella por bienes separados. Pero al mes, tuvieron el primer disgusto y le pegó porque ella perdió un billete de cien pesos. Luego la acusó de robo por doce mil pesos. En los últimos días del industrial, éste se emborrachaba con frecuencia hasta que el 30 de noviembre de 1948 decidieron divorciarse...
Triángulo amoroso, un trágico epílogo
Pese a que los implicados en el romance negaban todos los hechos, había pruebas de la relación que sostenían pese a estar casada Josefina; y Ossorio, sin el mayor interés en destruir un matrimonio
En una fotografía entregada en el Juzgado 15, se leía la dedicatoria: “León, reina de tu amor, soy tu esclava. Manda y te obedeceré. Josefina”. Y en una carta le decía:
Amado mío, no han pasado todavía tres días en que sentía que el mundo se había errado para mí. Qué amargas horas y qué crueles sufrimientos. No te especificaré éstos porque tú que me quieres ya sabes algo de ellos. Pero sí te puedo asegurar que me alegra todo lo que padecí en estos días, pues me ha hecho conocer el intenso amor que siento por ti. Puedes creer que aunque tantas veces dicha por los poetas, esta frase, aplicada a ti, sintetiza perfectamente mi idea:
La vida sin ti no es vida.
Por lo tanto, amor mío, comprendes todas las amarguras de mi corazón y convéncete, como creo que por mi actitud de ahora ya estarás, que mi felicidad, mis esperanzas y mi vida, toda, completamente toda, eres tú. Qué vana he sido al pensar que podía vivir sin ti. Pero viendo claro en mi corazón y desechando prejuicios y vanidades, he podido conocer todo lo que eres para mí. Mi mala pluma, jamás podría expresar el sentir de mi alma. Te diré sencillamente que toda mi felicidad eres tú, que toda mi alma de mujer se estremece sólo al verte, y que vivo únicamente por el deseo que llena mi alma y mi ser, de dar la dicha eternamente. Hubiera querido decirte todo esto, anteayer, mientras estaba entre tus brazos, pero la emoción me ahogaba. Ahora te lo he dicho todo.
Siempre tuya. Josefina...
Hubo una presunta carta previa fue fechada el 17-18 de noviembre de 1947:
Josefina... al escribirte esta carta no espero nada de ti. Comprendo que todo ha terminado. Una reconciliación me dejaría en un lugar inaceptable ya que, después de mis humillaciones y de tus palabras, el hilo de mi seguridad ha quedado roto. Yo te amé locamente. Te amé como a una novia. Te cuidé como amante. Te elevé ante mis ojos como amiga. Fuiste poema en mi tristeza, canción en mi soledad, arrullo en mi noche, nube blanca en el cielo encapotado de mi existencia.
Fuiste durante tres meses la única inquietud de mi alma, la única luz de mis noches. Yo no viví contigo un juego de amor, viví contigo un sueño de aventura. Te recordaré siempre, pero llevaré conmigo la tremenda amargura de tus mentiras. Esas no las indultaré jamás. Yo hubiese indultado todas tus veleidades, pero a la luz gloriosa de tus confesiones... ¡Iluso de mí! Tú amas las joyas y los perfumes costosos, como los que te dan cada mes.
Este poema adjunto, guárdalo también. Son mis ansias y mis angustias que salieron a la luz, porque me quemaban el corazón. Son dos noches únicamente tuyas, con tus recuerdos, con tus reproches, con tus caricias. Que Dios te cuide…
Se anexó al expediente un informe que rindió el bufete del reconocido detective Valente Quintana al extinto Ramón Segués Capell, quien en su oportunidad entregó el folleto sobre León Ossorio, en cuyas páginas finales se hace alusión a los amoríos de Ossorio y Josefina.
También se anexaron recortes de periódicos del 7 de abril de 1948, en los que se lee que León Ossorio trató de matar al autor, disparándole un balazo al encontrarlo en la esquina que forman las calles de Sinaloa y Valladolid, en la colonia Condesa.
Al respecto, el coronel Ossorio dijo que el autor Agustín Jiménez Campaña era un mal agradecido, “cuando regresé de Portugal, le di dinero y le tramité su pasaporte para que viniera a México. Aquí lo ayudé económicamente. Le conseguí un trabajo en el gobierno, después lo empleé en el Museo de Armas que poseo. Como recompensa a lo que hice, terminó poniéndose a las órdenes de la familia Segués y se dedicó a inventar falsos en mi contra”...
Adolfo León Ossorio y Agüeros ya estaba en la prisión de Santiago Tlatelolco. El sábado 22 de enero de 1949, el Juzgado 15 de la Quinta Corte Penal resultaba asfixiante, gran cantidad de gente entraba y salía.
A las puertas del tribunal, los curiosos se arremolinaban ansiosos de no perder el menor detalle de las diligencias. Se platicaba en todos los tonos alrededor de esta tragedia que había conmovido al país.
El coronel León Ossorio estaba nervioso. Segundo a segundo se humedecía los labios. Sobre la solapa del uniforme militar que portaba, se le veían varias insignias y pequeñas banderas con los colores patrios.
Dijo que hacía cuatro años conoció a Josefina. Y mencionó que quien metía en problemas a la gente era el refugiado español, Agustín Jiménez Campaña, quien publicó un folleto para desprestigiarlo, al calificarlo de “supuesto revolucionario”...
Pero quién fue León Ossorio
Humberto Musacchio informa en su obra Diccionario Enciclopédico de México, del editor Andrés León, que Adolfo León Ossorio y Agüeros nació en Monterrey, Nuevo León, en 1895. Que fue correo entre Aquiles Serdán y Madero y que participó en diversas acciones civiles contra la dictadura de Porfirio Díaz.
En 1911 fue un activista de la campaña electoral de Francisco I. Madero y, con éste en la Presidencia de la República organizó un grupo de choque que atacaba las manifestaciones de sus enemigos políticos.
Después del golpe de Estado de 1913, se exilió en Cuba, donde escribió y publicó Rastros de Sangre (crónica del cuartelazo de Huerta). En 1914 regresó a México y se incorporó a las fuerzas de Pablo González. Combatió a la Convención en Puebla, Yucatán y Campeche. Colaboró en la campaña presidencial de Carranza en 1917.
En los últimos meses de la Primera Guerra Mundial se puso a la cabeza de un grupo de propaganda germanófila, al frente del cual intentó incendiar el diario El Universal, que simpatizaba con los aliados.
Fue orador en el sepelio de Amado Nervo (noviembre de 1919). A pesar de ser director del periódico El Tribunal, que apoyaba la candidatura de González, acompañó a Carranza hasta Tlaxcalantongo, en 1920.
Al triunfo de la rebelión de Agua Prieta, se exilió y estuvo en España y en varios países americanos, entre 1929 y 1934. A su regreso, se dirigió a organizar y dirigir actividades anticomunistas y antisemitas, lo que desembocó, a principios de 1939, en la fundación del Partido Nacional de Salvación Pública, al que se adhirieron Los Dorados y otros núcleos filonazis.
En enero de ese año, fue detenido brevemente bajo acusación de dirigir un asalto contra negociaciones de judíos. Apoyó la candidatura presidencial de Juan Andrew Almazán, pero rompió con él porque éste, supuestamente “se había vendido al dinero judío”.
Durante el sexenio de Miguel Alemán fue agregado militar en Lisboa. Se supo también que Adolfo León Ossorio poseía extraordinaria colección de armas antiguas valuada en 20 millones de pesos y una mansión que parecía museo.
Asimismo, fundó el Museo Militar en la Secretaría de la Defensa. Escribió el libro El Pantan”, en el que criticaba la gestión de Miguel Alemán, pero la imprenta fue asaltada y la edición confiscada.
En 1959 fue enviado a Las Islas Marías (o las Revillagigedo), acusado por sedición por un manifiesto que envió al gobierno estadounidense, en el que acusaba al expresidente Ruiz Cortines de servir a la Política de Eisenhower.
En 1967, el Senado de la República rechazó su ascenso a general de brigadier. Escribió poesía y ensayos como Resonancias de Libertad, Armas de la Edad de Bronce, La Guerra Antigua e Histórica Gráfica del Ejército Mexicano.
Movió todas sus influencias para quedar en libertad
Manuel Castelazo Herrera fue el juez que dictó auto de formal prisión contra Adolfo León Ossorio y Agüeros, mientras el ingeniero Ramón Muñoz Guerrero declaraba que “fue un asesinato alevoso; yo tuve que esconderme al ver que el indefenso industrial caía, porque temí que el homicida siguiera disparando como una bestia”...
Ángel Prado Ornelas, de la Cruz Roja, declaró que al recoger al lesionado en el Pasaje Savoy notó que tenía bien abrochados los botones tanto del chaleco como del saco. Y que en la ambulancia un doctor ordenó que desabrochara dichos botones y notaron que Segués traía una pistola, calibre 38, con cinco cartuchos útiles, arma que no pudo utilizar en su defensa.
Con la ingenuidad o cinismo que caracteriza a algunas autoridades, se dijo que ni las influencias políticas ni las maniobras ilícitas “sacarían de la cárcel al criminal”...
Se publicó en LA PRENSA el jueves 27 de enero de 1949 que “la veleidosa Josefina Alcayaga Ibáñez, viuda de Segués, la mujer por cuyos devaneos amorosos fue arteramente asesinado su marido, el industrial Ramón Segués Capell (presunto socio de la empresa chocolatera Larín), atentado que fue consumado por el agitador León Ossorio, a toda costa trata de eludir su comparecencia ante el juzgador que investiga el alevoso crimen”...
Se decía que la familia Segués era adinerada y que Josefina pretendía quedarse con la mitad de la fortuna de Ramón. Y que un problema que debía atenderse era el de las niñas, Beatriz y Mercedes Segués Alcayaga, cuya progenitora tenía tantos conflictos que debía dejarlas un tiempo al cuidado de los abuelos paternos.
Y como por coincidencia, todas las andanzas y amoríos de Adolfo León Ossorio y Josefina Alcayaga Ibáñez fueron revelados el jueves 27 de enero de 1949 por el chofer que sirvió en tales escapatorias a la pareja de amantes, Cuauhtémoc Rivero Gómez.
Temeroso de ser asesinado por los pistoleros del acusado, el testigo de referencia pidió al juez penal que asentara en autos que culpaba a Ossorio de cualquier atentado que sufriera.
Rivero Gómez dijo que Ossorio le había comentado que “tenía que echarse al plato a Ramón Segués”, lo que demostraba la premeditación del crimen y no la supuesta defensa propia en el Pasaje Savoy.
En una ocasión, los llevó a un hotel denominado Pan American Courts, en la ciudad de Puebla. Josefina le pedía frecuentemente a Ossorio que abandonara a su esposa, pero el coronel se negaba rotundamente, a pesar de “querer mucho” a la mujer ajena. Otras ocasiones los llevaba a Sunset Courts.
Para concluir, el chofer declaró que era testigo de que “Ossorio casi no salía de la casa de Josefina; en ocasiones se quedaba hasta altas horas de la noche”...
Los celos del militar eran extraordinarios, a grado tal que “un día compró unas barbas postizas y se hizo pasar como anciano minusválido, para espiar más cerca a la señora”, dijo Carlos Ávila, otro chofer al servicio del coronel y poeta, cuya residencia era conocida como “La Casa de los Delfines”, en San Ángel Inn.
También se informó que “los antecedentes penales que tenía Adolfo León Osorio y Agüeros demostraban que era un individuo sumamente peligroso para la sociedad. Y que, en efecto, dado su carácter violento y agresivo, había estado sujeto a proceso en muchas ocasiones, principalmente por los delitos de lesiones, amenazas de muerte, injurias y disparos de arma de fuego. La turbulenta vida del coleccionista de armas se encontraba salpicada de sangre”.
El asunto es que Adolfo León Ossorio y Agüeros recuperó posteriormente su libertad, gracias a su influyentismo y en medio de la indignación pública. Falleció en la ciudad de México en 1981.