ALFREDO SOSA | La Prensa
Pedro entró al santuario como todas las mañanas, lo hizo aprisa, pues iba retrasado quince minutos. Su tarea cotidiana consistía en asistir al padre Juanito -cómo lo llamaban los feligreses-, en la misa de ocho y nueve.
En las bancas de enfrente, tres pequeñas niñas de entre 10 y 12 años se encontraban sentadas: -¡Buenos días, pequeñas! ¿Cómo están? –Ellas contestaron al saludo con sus tiernas vocecitas.
-¿Ya salió el padre Juanito? –volvió a preguntarles.
-No, ya llevamos un buen rato, pero no ha salido. Quizás ya no tarde –señaló la mayorcita.
-Iré a buscarlo a su despacho, tal vez se siente mal nuestro padrecito, ya ven que está delicado de salud –enfatizó el acólito.
El señor Pedro se internó en el pasillo que conducía a las habitaciones, pasó junto al baño y enfrente se encontraba el despacho del padre Juan Fullana Taberner, quien nació en Marruecos en 1887 y se ordenó como sacerdote en España.
Al cruzar la puerta, el universo del caos se reveló ante los ojos del acólito. Los cajones de los escritorios estaban tirados por toda la sala, objetos rotos y el cable del teléfono cortado. Estaba sorprendido al ver todo en desorden y comenzó a sudar. Giró hacia su izquierda y entró al cuarto del padre, la misma escena, la cama desecha y el colchón removido, las gavetas saqueadas y objetos esparcidos por todo el suelo.
Al no hallar al sacerdote se dirigió hacia el comedor y la cocina. El corazón se le aceleró y las manos le comenzaron a temblar, pero trataba de mantenerse cuerdo, su objetivo era encontrar al padre Juanito. A cada paso, pensaba lo peor, el miedo se apoderaba de él.
ENLOQUECEDORA MUERTE DE UN RELIGIOSO TEATINO
Cobijados bajo el manto oscuro de la noche, varios sujetos entraron al templo, ataron de pies, manos y dieron tortura despiadada al padre Juan Fullana Taberner, hasta quitarle la vida; escaparon con cuantioso botín
MOSAICOS ROJOS… ¡CUADRO GROTESCO!
Empujó ligeramente la puerta con la mano izquierda, cerró los ojos y dudó en dar paso, sin embargo lo hizo, susurró para sí: -¡No, Señor, Dios mío! ¡Por favor, no! Abrió los ojos y sintió un calor que le recorrió todo el cuerpo de pies a cabeza y el sudor que hasta hace unos segundos era caliente, se tornó frío.
Se topó con la realidad cruda, con una imagen que sólo en sueños lo había perturbado en algunas ocasiones, la de un cadáver de alguien desconocido frente a él, pero en esta ocasión, ni era un sueño y mucho menos un extraño, se trataba del padre Juan Fullana Taberner, su amigo y guía espiritual.
Éste, se encontraba boca abajo, atado de pies y manos y amordazado. En un charco de sangre que emergía de su cabeza y con el rostro amoratado. En sus labios, una costra grande, casi negra, del mismo líquido pero ya coagulada. Alrededor de su cuello, un pañuelo blanco, como los que usaba, el cual ligaba fuertemente esa parte de su cuerpo.
El señor Cortés salió despavorido para pedir ayuda, en su camino se encontró con las tres jovencitas, pero sólo gritaba: -¡Mataron al padre! ¡Dios mío, lo mataron!
Las mujercitas se hicieron a un lado para que pasara el acólito. Guiadas por la curiosidad, entraron a la cocina y observaron el espeluznante cuadro: su guía espiritual pálido, maltrecho por la tortura a la que fue sometido y sobre una mancha enorme de sangre. Fue inevitable que contuvieran el grito y el llanto. Impulsadas por su impresión, salieron también corriendo hacia el santuario, con aquel terrible recuerdo en sus cabezas.
En su desesperada carrera, el acólito Pedro Cortés corrió hacia el domicilio del señor Salvador González Farías, ubicado en la calle de Coahuila, éste era padre de dos monaguillos del santuario y le comunicó la tragedia, así que de inmediato llamaron a la Jefatura de Policía.
Pronto, la noticia funesta se difundió entre los vecinos de la Colonia Roma, quienes se agolparon en gran número a las afueras del Santuario de Nuestra Señora de Fátima, ubicado en la calle de Chiapas, número 107, para comprobar por sí mismos, si era verdad lo que había ocurrido al padre Juanito.
Hacia las 8:30 de la mañana, en la citada dirección, más de 40 elementos de la Policía del Servicio Secreto y de la Judicial intervinieron para comenzar con las investigaciones. El ambiente en el lugar, era de repudio y consternación, pues el sacerdote era muy querido por los feligreses de aquellos rumbos de la ciudad capital.
¡ESPELUZNANTE CRIMEN Y ROBO SACRÍLEGO!
La nula inteligencia de los delincuentes los llevó a cometer muchos errores: dejaron sus huellas por todo el lugar, varios testigos los vieron y estaban convencidos de que en el templo se hallaba un gran tesoro; al final, su frustración y odió los pagó el padre Fullana Taberner con su vida
ALFREDO SOSA | La Prensa
Entre aquella muchedumbre agolpada a las afueras del Santuario de Nuestra Señora de Fátima, en la colonia Roma, el sagaz reportero de LA PRENSA, César Silva Rojas, de inmediato se dio a la tarea de buscar los antecedentes de la tragedia, así es, estimados lectores, porque no hay hecho repugnante sin antecedentes.
Por ello, guiado por su sentido agudo de investigador, se acercó a varias personas allegadas al padre Juan Fullana, para recopilar información que le resultara valiosa.
EL REPORTERO Y SUS CINCO TEORÍAS DEL CRIMEN
Después de hacer varias entrevistas, entre ellas al sacerdote Moisés Ugalde y a la señora María Juana Molina de Velázquez, el periodista pudo armar varias hipótesis que podrían llevar a la identidad de los asesinos y el móvil del crimen.
La primera señalaba como principal sospechoso a un joven de nombre Antonio “N”, de 17 años, quien era protegido del padre Juan, pero que lo traicionó, cuando intentó robar dinero de la iglesia, esa situación orilló al sacerdote a echarlo del templo y éste no tenía hogar, por lo que se dedicó a robar y por ello fue recluido en el tutelar para menores, lugar desde donde envió constantes amenazas de muerte por escrito al clérigo.
La segunda apuntaba hacia una señora de nombre Carmen, quien se encontraba en esos momentos presa en la Penitenciaría de Lecumberri, acusada por el mismo padre Juan del delito de fraude. Al parecer, esta mujer falsificaba su firma y la utilizaba para recolectar fondos y beneficiarse, con el argumento de que el dinero era para arreglar la construcción del Santuario.
La tercera ponía el dedo acusador sobre unos albañiles, quienes dos días antes del crimen, habían ido a trabajar en la restauración de algunas imágenes del altar, pues una de sus herramientas de trabajo había sido utilizada para abrir una de las habitaciones de los sacerdotes. Lo sospechoso también radicaba, en que tenían que volver los días siguientes para continuar con su tarea, pero desde entonces, no se sabía nada de ellos.
La cuarta imputaba a los sobrinos de una mujer llamada Sara Zamora, quien vivía por los rumbos desolados de la colonia Gertrudis Sánchez. Ella, prestó sus servicios como trabajadora doméstica en el Santuario de Nuestra Señora de Fátima, pero fue despedida por el padre Fullana Taberner un año atrás. Esta situación la molestó tanto, que lo amenazó con enviarlo a golpear con sus parientes, ya que éstos eran muy malos y despiadados, no por nada, se dedicaban al atraco y otras fechorías.
Y en la quinta, se sospechaba de un grupo de pandilleros, cuya procedencia no se tenía clara, pero que habían cometido varios asaltos en la incipiente colonia Roma y colonias anexas, lo único certero que se sabía, era que frecuentaban a un amigo con domicilio en la calle de Coahuila.
Así que, mientras casi un centenar de elementos policiacos estaban tras las pistas que pudieran esclarecer el caso, el periodista Silva Rojas dio con un testigo muy importante y que la policía desdeñó en su momento.
UN ESCUINCLE MUY AVISPADO
En el momento en que el reportero de esta casa editora se abría paso entre la multitud para recopilar más testimonios, a él se le acercó un pequeño de unos 10 años, quien lo jaló del saco por la parte de atrás y con tono grave le dijo: -Señor, yo vi a los asesinos del padre Juanito, se lo juro, que no le miento.
Así que muy atento, César Silva le contestó: -¿Es verdad lo que dices, chiquillo? Sería muy interesante escuchar lo que viste. Cuéntame, ¿qué fue lo que viste o escuchaste?
-Los asesinos del padre –dijo-, contaban con unos cómplices que viajaban en un automóvil claro.
-¿Cómo lo supiste? –cuestionó el reportero.
-Porque escuché ruidos como a las 12 de la noche. Oí que abrían la puerta del jardín.
El chico muy vivaz, como pocos, continuó:
-Mire, yo ya estaba acostado. Mi cuarto es el que se ve ahí –y señaló con su índice, a una ventana de la casa marcada con el número 111, de la calle de Chiapas, la cual, era contigua al Santuario-, cuando escuché el sonido de un claxon. Como los toquidos eran muy insistentes, me levanté para ver de qué se trataba. Lo vi muy bien, era un coche de la marca Buick, con placas 10-00-24. Como no se callaban, les grité que se callaran por medio de un sonido así: ¡ssshhh! ¡ssshhh! Entonces el auto se arrancó rápidamente y se fueron. Yo pienso que esperaban a alguien, pero como los vi, se fueron. El Buick estaba estacionado justo afuera de la entrada de la iglesia –concluyó el pequeño.
El reportero lo tomó de los hombros, lo miró a sus tiernos ojos y le dijo:
-Lo que me acabas de contar es muy valioso para esta investigación, así que voy a pedirte un gran favor –sí, lo que usted me diga- respondió el niño.
-Esto es muy importante que lo sepa la policía –continuó el reportero-, así que te voy a pedir que se los cuentes todo, como me lo has dicho a mí, porque tu testimonio podría llevar a la captura de los asesinos, ¿me entiendes? –Enfatizó César.
-Sí, como usted me diga señor. ¡No es justo lo que le hicieron al padre Juanito, él era muy bueno y aquí, todos lo queríamos mucho! –Señaló el niño, desbordado en llanto.
-No te preocupes, -acentuó el periodista, verás cómo la policía hará justicia, -y le dio un fuerte abrazo al perspicaz pequeñín.
MARÍA JUANA MOLINA TAMBIÉN ESCUCHÓ RUIDOS
Por otra parte, la señora María Juana Molina también relató a César Silva que escuchó mucho movimiento por la madrugada:
-Yo vivo también en el 111, señor, mi ventana da hacia el jardín de la iglesia. Recuerdo que anoche escuché varios ruidos, primero cómo a las ocho y media, el Duque, perro propiedad del padre Fullana, ladró varias veces, entonces me asomé, pero debido a la oscuridad no pude ver nada, así que me acosté de nuevo. Más tarde, cómo a la una y media, oí claramente, las pisadas de varias personas sobre las hojas secas y también, percibí cómo arrastraban y tiraban muebles; entonces, volví a asomarme, pero otra vez, no vi nada.
Por último, añadió que a la mañana siguiente, se dirigía a misa de ocho, cuando se encontró en las puertas del Santuario, a tres muchachitas que le dieron la terrible noticia.
Mientras tanto, la Policía del Servicio Secreto a cargo de los tenientes Manuel Mendoza y Simón Estrada y del comandante Alfonso García Limón, así como del comandante de la Policía Judicial, Francisco Aguilar Santaolalla, realizaron las primeras diligencias en la escena del crimen. Recopilaron huellas dactilares, de sangre y tomaron varias fotos del lugar, así como del estado en el que se encontró al sacerdote Juan Fullana Taberner.
Alrededor de las diez de la mañana de aquel 9 de enero de 1957, el espeluznante asesinato llegó a los oídos de los habitantes de la ciudad, quienes se llenaron de consternación y de rabia, por la forma en que se dio muerte al padre teatino Juan Fullana Taberner, de 70 años.
CON RABIA ATROZ FUE ATACADO EL INDEFENSO PADRE
ALFREDO SOSA | La Prensa
¡CAYERON LOS CRIMINALES!
Los testimonios de los interrogados y la recopilación de huellas dactilares en la escena del crimen dieron frutos muy pronto. Al día siguiente de la tragedia, comenzó a correr la versión de que la policía capitalina había capturado, si no, a todos los implicados, sí a una parte de ellos.
El general de la Policía Secreta, Manuel Mendoza, dio a conocer al reportero de LA PRENSA, César Silva Rojas, que se había aprehendido a siete personas relacionadas en el crimen del padre Juan Fullana, que estaban tras la pista de otro par y que además, los detenidos habían confesado su crimen. Le informó que entre los detenidos se encontraba el joven Antonio Vázquez Manzano, quien se supo, amenazó en varias ocasiones de muerte al sacerdote, porque éste lo corrió del Santuario cuando lo sorprendió robando dinero. Del resto, no se dio a conocer su identidad.
Respecto al auto Buick, en el que supuestamente huyeron los criminales, se dijo que pertenecía a un sujeto de nombre Carlos García Pani, con domicilio en Avenida Insurgentes número 1,614. Sin embargo, y pese a la intensa movilización policiaca para esclarecer el caso, permeaba el hermetismo en los ciudadanos, quienes no hablaban de otro tema, más que del crimen acontecido en la colonia Roma.
IMPRESIONANTE DICTAMEN LEGISTA
El proceso de la autopsia, la cual se hizo en el Servicio Forense del Hospital Juárez, reveló la espantosa muerte que tuvo el padre Juan Fullana. El reporte de los médicos legistas señaló que el religioso fue golpeado de forma brutal en todas las extremidades de su cuerpo. Presentaba severas contusiones en tórax, estómago, piernas, brazos, cráneo, las cuales lastimaron órganos vitales. También, se asentó que los agresores salvajes intentaron estrangularlo con un alambre, el cual le laceró el cuello. Por último, le introdujeron un pañuelo en la garganta, para facilitar la asfixia. De este modo, el dictamen dejó muy claro, que los últimos minutos de vida del sacerdote estuvieron llenos de un martirio inhumano.
¿CUÁL ES EL MÓVIL DEL CRIMEN?
Pero las autoridades se esforzaban por tener claros los motivos que explicaran el ataque contra el sacerdote. La escena del crimen estaba toda revuelta y la víctima fue sometida a tortura antes de morir. ¿Qué explicaba entonces el actuar de los agresores?
Fue cuando por la cabeza del general Manuel Mendoza de la Policía Secreta, se cruzó la idea de que los criminales buscaban algo, y lo más lógico, era que buscaran objetos de valor y dinero. Ello explicaba la tortura a la que fue sometido el padre Juan Fullana, severos lapsos de suplicio in extremis y luego paraban. Aplicaban el castigo para que éste confesara algo que a ellos les interesaba y como no obtuvieron respuesta, lo mataron.
Por ello, en la Octava Jefatura de Policía, los siete detenidos eran interrogados y mientras tanto, la sociedad pedía que se diera lo más pronto posible con los criminales y que se les aplicara todo el peso de la ley.
EL PUEBLO DEVOTO DESPIDIÓ A SU GUÍA ESPIRITUAL
El cadáver del teatino Juan Fullana fue trasladado del Hospital Juárez a la Octava Delegación de Policía, para concluir los trámites correspondientes y lo enviaron de vuelta al Santuario de Nuestra Señora de Fátima, lugar que fue su hogar los últimos siete años de su vida.
Ahí, decenas de feligreses hicieron una interminable fila para despedir a su querido guía espiritual, el cual descansaba en un fino y elegante ataúd gris, con adornos de plata.
Fue a las 16:00 horas, cuando el cortejo fúnebre partió con rumbo al Panteón Español, entonces la muchedumbre se arremolinó y trataban de llegar hasta el féretro para despedirse por última vez de su querido padre Juanito, como le llamaban.
Fue tal el caos, que la policía tuvo que cerrar el tránsito en la calle de Chiapas para poder salir rumbo al camposanto. Cuando por fin, el ataúd del sacerdote era cubierto a paladas con la tierra, los llantos de los presentes se escucharon con más intensidad, mientras el padre Moisés Ugalde bendecía a su hermano y pidió al Eterno perdón para los despiadados criminales.
SOPLÓN DELATÓ AL LÍDER DE LA BANDA: PANCHO VALENTINO
ALFREDO SOSA | La Prensa
“QUIERO MI PARTE DEL BOTÍN O…”
-Pedro Linares apagó su cigarrillo, tiró la colilla y la aplastó con la suela de su zapato, jaló aire y tocó con los nudillos tres veces la puerta. Ricardo le abrió y le hizo un gesto con la mano para que entrara de inmediato.
-Ricardo, no vengo a perder mi tiempo, todo el país sabe que se llevaron mucho dinero de la iglesia de Fátima, y que se les pasó la mano con el padrecito ese, así es que, o me dan lo que me corresponde o se atienen a las consecuencias.
-De verdad que eres un cínico, todavía de que te rajaste, vienes a pedir dinero, pues fíjate que ya te puedes ir largando, porque el jefe nos dio la instrucción muy clara de no darte nada, y mejor ya vete antes de que… -¡Antes de qué, hijo de la chingada! –respondió Pedro y justo cuando se le abalanzaba, unos gritos interrumpieron su pelea: -¡Abran la puerta, somos la policía, abran o la tiramos!
En ese momento, de varias patadas los agentes lograron abrir la puerta y de inmediato sometieron al par de sujetos, quienes seguían insultándose mientras los sacaban de la vecindad y los conducían a las patrullas. Se trataba del comandante Manuel Mendoza, jefe de la Policía Secreta, y famoso por su sagacidad para resolver los crímenes más turbios.
REVELACIONES DE UN “INVITADO” AL CRIMEN
-No soy culpable, me invitaron a participar en el robo, pero no quise aceptar, porque era un asunto muy grande y sabía que no iba a terminar bien.
Así comenzó su narración Pedro Linares respecto al crimen contra el sacerdote Juan Fullana Taberner. En pocas palabras, tuvo miedo y se rajó. Aceptó que al enterarse del espantoso asesinato, supuso que sus compañeros del hampa habían obtenido un cuantioso botín, eso despertó su codicia y se sintió con el derecho de reclamar su parte, a cambio de no delatarlos.
En su confesión, Linares señaló que el líder de la banda y quien planeó el atraco al Santuario de Nuestra Señora de Fátima, era un hombre de origen extranjero, que se había fugado hacia Estados Unidos el mismo día del asesinato, junto con otro sujeto de su confianza.
El aprehendido narró al comandante Manuel Mendoza y a Miguel Molinar, jefe de la Policía del Distrito Federal, que “el jefe” planeó el asalto a dicha iglesia, debido a que según él, ahí el sacerdote José María Moll, compañero del padre Juan Fullana, escondía alrededor de un millón de pesos y muchos objetos de gran valor, por lo cual, llevaron a cabo dicho atraco. Con la captura de estos dos sujetos, la policía dio un paso importante en las investigaciones, pues en ese momento esclarecían el móvil y la identidad de los hampones partícipes.
POR MISERABLE BICOCA MATARON A FULLANA
-La única certeza comandante, es que en nuestro templo nunca ha habido una fortuna. Los despiadados asesinos se equivocaron, pues aquí no hay ningún tesoro como se ha especulado –Fueron las palabras que el sacerdote español José María Moll, residente también del Santuario de Fátima, dijo al comandante Manuel Mendoza.
La noche de los terribles hechos, el religioso se encontraba ausente, debido a un viaje que hizo a la ciudad de Morelia, pero en cuanto se enteró de su terrible muerte, viajó a la capital para coadyuvar en las investigaciones y despedir a su entrañable compañero.
El clérigo señaló que en efecto, estaba haciendo una colecta para arreglar y agrandar el santuario, pero que el dinero recaudado lo tenía depositado en el banco, y no, escondido dentro del templo. Sin embargo aceptó, que el monto robado, ascendía a varios millones de pesos, pero era difícil saberlo con certeza.
Mientras tanto, el reportero de LA PRENSA, César Silva Rojas, logró saber por medio del comandante Mendoza, que varios agentes buscaban por todo el país, al líder de la banda y a uno de sus cómplices, el primero llamado Pancho Valentino y el segundo Pedro Vallejo Becerra, alias “El México”.
CONTINUARÁ…