La caída de “El Negro” Durazo
La tarde-noche del 29 de junio de 1984, a las 19:00 horas, fue detenido en el aeropuerto Internacional Isla Verde de Puerto Rico, Arturo Durazo Moreno, mejor conocido como “El Negro”, exjefe policiaco de la Dirección General de Policía y Tránsito (DGPyT), quien era un prófugo desde 1982 y a quien se le había acusado de diversos delitos.
De acuerdo con la autoridades, Durazo habría cometido delitos como acopio de armas, fraude y evasión fiscal por mencionar algunos; y, por otra parte, se le acusó de haber adquirido al menos veinte lujosas mansiones, tanto en México como en Estados Unidos y Canadá.
La captura de este personaje se dio luego de una búsqueda internacional, pues Durazo huyó de México tras finalizar el sexenio de José López Portillo. Su detención se llevó a cabo mediante la intervención del agente Crossman del FBI, al momento en que el prófugo se encontraba en la oficina de migración con la intención de realizar algunos trámites.
Tras aprehenderlo, fue conducido ante los alguaciles federales y confinado en la Penitenciaria Estatal de ese país, conocida como “Oso Blanco”, donde permaneció hasta su extradición.
Cuando Durazo Moreno abandonó México fue porque alguien le avisó que habría una “renovación moral” e irían tras su cabeza y le fincarían cargos. Por lo tanto, huyó a diversas ciudades como Los Ángeles, Las Vegas, Miami, San Francisco, Nueva York y Puerto Rico. Aunque diversas informaciones señalaban que aparte de radicar en esas ciudades estadounidenses, también había pasado por Canadá, España e Italia y, debido a ello, la justicia mexicana lo acusó de pertenecer a la mafia internacional.
Muy pronto, “El Negro” Durazo se convirtió en leyenda y comenzaron a surgir rumores respecto a su paradero; se dijo que había adquirido la nacionalización canadiense y que las autoridades mexicanas, el FBI y la Interpol lo buscaban por todo el mundo.
Se decía que vivía en Francia y otros rumores lo situaban en la jungla africana; también se decía que lo habían visto en el festival de Río de Janeiro y que, incluso, había ido a La Habana como amigo de Castro Ruz.
A pesar de todo, ese hombre convertido en leyenda, después de haberse escabuído, simplemente fue aprehendido en San Juan de Puerto Rico. Allí, el magistrado federal de la justicia puertorriqueña, Jesús A. Castellanos, ordenó que Durazo Moreno no tenía derecho a fianza.
Pero su detención no fue tan sencilla, pues meses antes, la Procuraduría General de la República, a través de Interpol, había seguido la pista de Durazo hasta la ciudad de Sao Paulo, Brasil, ciudad hasta donde viajó un grupo de agentes mexicanos, encabezados por el comandante Florentino Ventura y, con apoyo de autoridades brasileñas, documentaron los movimientos del ex jefe policiaco hasta la ciudad de Río de Janeiro. Entonces, cuando las probabilidades de atraparlo en ese lugar eran casi totales, por una extraña situación logró evadir nuevamente a la justicia.
Dicen que dos horas antes de que fuera detenido, alguien -no se sabe si mexicano o brasileño- le “dio el pitazo”, por lo cual logró salir rumbo a Puerto Rico sin que la justicia lo sorprendiera. El soplón, dicen, habría recibido 10 millones de recompensa por salvarle el pellejo a “El Negro”.
Sin embargo, de inmediato se dio aviso al FBI en la isla caribeña y, con el apoyo de agentes especiales, encabezados por Crossman, el alguacil especial de esta ciudad de San Juan de Puerto Rico, lograron su detención la noche del viernes 29 de junio de 1984.
El prófugo quedó bajo la custodia de alguaciles federales en espera de una visa para su traslado a Los Ángeles, California, lugar donde se siguió el proceso de extradición, según informó el FBI.
AMIGO DE LÓPEZ PORTILLO Y LUIS ECHEVERRÍA
Tan pronto como ascendió al poder el presidente José López Portillo, se llevó a su amigo Arturo “El Negro” Durazo Moreno, a quien nombró jefe de la Dirección General de Policía y Tránsito (DGPyT).
Sin embargo, durante todo el sexenio lopezportillista (1976-1982), Durazo hizo una fama negra debido a los abusos no sólo con la ciudadanía, sino incluso con los propios elementos de la corporación a su cargo.
Debido a ello, al terminar el sexenio, tan pronto como asumió la dirigencia del país el nuevo presidente, se le formularon cargos y fue acusado por los delitos de defraudación fiscal, contrabando equiparable, amenazas de extorsión cumplidas y acopio de armas.
Pero la historia de “El Negro” se remonta y se vincula con muchos personajes de la política, de la farandula, del crimen organizado. No obstante, en lo que respecta a la parte judicial, la historia de la caída del criminal comenzó el 12 de enero de 1984, cuando un sujeto de nombre Anatalio Magaña Bautista -a quien se consignó como administrador de Durazo en el Ajusco- fue detenido por portar un arma de alto poder.
Al momento de su declaración, entre la espada y la pared, Magaña refirió que había sacado el arma de la casa del Ajusco, propiedad de Durazo, puesto que el exjefe de la policía guardaba allí todo un arsenal.
Por tal motivo, la Procuraduría General de la Republica realizó un cateo en la residencia. De tal suerte, se encontró más de lo que se habían imaginado -a pesar de que por la fachada ostentosa de la “casita” en el Ajusco se preveía que esa mansión no correspondía con la de un servidor público.
Allí se encontraron 19 automóviles, de los cuales algunos eran de colección, 43 armas de alto poder, equipo electrónico propiedad del Departamento del Distrito Federal, una discoteca semejante al Estudio 54 de Nueva York y 15 caballos pura sangre.
Para ese entonces, Durazo ya había abandonado el país desde diciembre de 1982 y había contratado los servicios del penalista Juan Velázquez Erbert, puesto que anticipó los movimientos de las autoridades, pues sabía que irían por su cabeza.
El 18 de enero de 1984, el juez segundo de Acapulco, Guerrero, giró una orden de cateo para el Partenón de Zihuatanejo, propiedad también de “El Negro” Durazo, en donde se presumió que también había acopio ilegal de armas y artículos de contrabando.
El 20 de enero, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público formuló ante la Procuraduría General de la República una denuncia contra Arturo Durazo Moreno por el delito de evasión fiscal, por 46 millones de pesos por la venta de las propiedades.
El 23 de enero se ordenó el asesoramiento fiscal de los bienes del exjefe policiaco y el día 26 del mismo mes, el juez octavo de distrito en materia de lo penal, Fortino Valencia Sandoval, giró la orden de aprehensión contra “EI Negro” Durazo por los delitos de evasión fiscal y acopio de armas y contrabando equiparado.
A principios de marzo, su abogado defensor Juan Velázquez presentó ante el juez cuarto en materia de lo penal una solicitud de amparo en favor de su cliente, recurso del que se desestimó el 28 del mismo mes, aduciendo que el juez vigésimo sexto penal de primera instancia del Distrito Federal había girado otra orden de aprehensión contra Durazo Moreno, como presunto responsable del delito de amenazas cumplidas (extorsión).
Este último incidente legal obedeció a que el nuevo jefe de la policía capitalina, Ramón Mota Sánchez, presentó pruebas ante la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, por ese delito. Por lo que hace a la evasión fiscal, quienes habían adquirido el inmueble del Ajusco lo entregaron a la Secretaría de Hacienda.
LA TEMIBLE PANDILLA DE LA DEL VALLE
Vecinos en la Colonia Del Valle, José y Arturo habían asistido juntos a la escuela primaria Benito Juárez, ubicada en la Colonia Roma, donde en aquel entonces no había tantas construcciones sino llanos polvorientos; allí los chicos solían jugar futbol, beisbol o simplemente disputar un duelo de canicas. Entre esos jóvenes se encontraba Luis Echeverría, quien trabó una fuerte amistad con José López Portillo y éste, a su vez, con Arturo Moreno; y “El Negro” con ambos.
De niños, Arturo era quien se rompía la madre por sus camaradas, al parecer, así fue encumbrándose hacia el terreno de las trompadas y la infamia. Por ese etonces también era conocido como “El Moro de Cumpas”, a causa de su origen sonorense.
Lo cierto es que Moreno Durazo siempre fue un ser despreciable, en virtud de que privó siempre en él la violencia sobre la razón. Porque para hablar hace falta alguien que piense (ya no sólo que escuche), y lo que menos hacía Durazo era pensar (menos escuchar), ni en el presente ni en el futuro, y creyó que la gallina de los huevos de oro era eterna, hasta que se dio cuenta de que nada es por siempre.
Y aunque su fama lo precede como alguien déspota, zafio, machista, sin escrúpulos e ingenuo, cierto diccionario enciclopédico consigna que realizó estudios en la Escuela Superior de Comercio y Administración del Politécnico y luego trabajó en el Banco de México. Pero como es fama lo que se dice, “el que confía en imbéciles termina comportándose como un imbécil”.
No obstante, su historia se remonta a lo turbio de la realidad, donde se esconde el misterio y nace la leyenda de personajes oscuros. De tal suerte, cuando Durazo no estaba liado en trifulcas, era un pobre más en las filas de niños sin futuro, que vivía en una vieja vecindad en Tacubaya.
Y antes de ser el “generalísimo” (bien le valdría ese epíteto), lo único que hacía para ganarse -con el sudor de su frente- el dinero para sobrevivir, era ensuciarse los puños con la sangre de los parroquianos que asistían a “cabaretuchos”, donde ya pasados de copas, Durazo se encargaba de sacarlos, en aras de la justicia, evitando los “ilícitos”, ya que (y no es mentira) siempre lo confesó, a él le molestaban.
Pero quiso el destino reivindicar su futuro y luego de ser sacaborrachos se convirtió en mensajero y después en chofer; más tarde encontraría un puesto como matasellos en una administración de correos y, finalmente, en esa primera etapa de su vida, entraría a trabajar a un banco, donde cegado por el brillo del poderoso caballero “don dinero”, nació en él el deseo de riqueza y poder.
De tal modo, “El Negro” tuvo claro que con el ascenso de sus más queridos amigos, podría ascender él también, ¿cuánto? Sólo él podría decidirlo. Así pues, luego de estar por un tiempo en el banco, pasó a ser inspector de tránsito en el Distrito Federal.
Sin embargo, a partir del sexenio echeverrista vio que nada podría detenerlo, al ser nombrado primer comandante de la Policía Judicial Federal, aunque tiempo antes ya había sido comisionado en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (entonces Distrito Federal), donde dio protección a malandrines e hizo de la vista gorda en la operación de narcóticos.
Luego, ya sin nada que se interpusiera entre él y su futuro prometedor en el campo de la ignominia, su otro amigo del alma, José López Portillo, se lo llevó a su campaña electoral. Y, finalmente, cuando llegó a la presidencia, el primer mandatario no dudó en nombrarlo director de Policía y Tránsito del entonces Distrito Federal, pero no sin antes convertirlo en “general de división”, “general de cinco estrellas” por decreto, siendo el grado máximo y el único que puede ostentar nada más y nada menos que el jefe supremo de las Fuerzas Armadas de México.
IMPUNIDAD A FLOR DE FUEGO
Ya encumbrado en el poder, Durazo “El Negro” recuerda al joven Durazo banquero que, sin la venia del poderoso caballero “don dinero” quería ser parte de algo más grande. Y con todo lo acumulado por su paso en Aduanas, en la Judicial y luego en la DGPyT, se le formuló en el pensamiento ser Presidente o senador o ya mínimamente se conformaba con un banco.
Pero para poder representar lo que no era y lo que nunca llegaría a ser, Durazo se colocó una máscara para fingir que podría llegar a puestos más elevados. Y para ello, comenzó a construir una carrera no sólo delictiva, sino se construyó algunas casas, según él, con dinero de “sus negocios” que tenía y de mucho ahorro que logró con sacrificios y gracias a que, como él lo afirmó en una entrevista: “yo creo que ese dinero lo he aprovechado, porque yo no soy ni vago, ni soy vicioso, ni soy…, soy un hombre de bien”.
Según cuenta Durazo, en la propiedad del Ajusco llevaba viviendo alrededor de 15 años; no obstante -y eso ya no lo refirió él-, ya como jefe de policía se adueñó de terrenos ejidales en el Ajusco y, decidido, sin pensar en los costos, asentó su pequeña mansión que contaba con galgódromo, caballerizas, helipuerto, lagos y una discoteca -réplica de la famosa Estudio 54 de Nueva York-, además de un extenso estacionamiento que resguardaba su colección de autos, y para llegar allí, la única vía de acceso era a traves de un helicóptero, porque -se cuenta-, su esposa detestaba tener que codearse con el pueblo. Ahora se sabe que ese predio fue cedido a la Academia Mexicana de Ciencias, pero en el largo trayecto a lo que ahora es, fue un sitio turístico por breve tiempo y luego permaneció cerrado, hasta la actualidad como recinto que alberga la ciencia.
Para levantar ese imperio de corrupción con sede en la nada, Durazo se valió de mano de obra de la misma DGPyT; es decir, ocupó a los mismos policías como albañiles. Y tal como lo hiciera un faraón egipcio, tiranizando a sus vasallos, los hacía acarrear los materiales a través de varios kilómetros, puesto que no había carreteras para acceder al lugar.
Allí organizaba fiestas e invitaba a sus amigos más cercanos, quienes se quedaban asombrados, perplejos. Y quien no fuera malpensado creería que era producto de mucho trabajo del jefe de la policía; pero cualquier mortal tenía derecho a pensar que se trataba de una obra cimentada en la corrupción.
El mismo Presidente José López Portillo quedó magnificado con esta obra de su “hermano”, confesándole que quería una igual. Así pues, el resultado de ese deseo fue para López Portillo lo que se conoce como “La Colina del Perro”, una magna obra construida con base en la impunidad.
Por otra parte, Durazo mandó construir un templo para su descanso cuando el deber no lo llamara; y a semejanza de un famoso templo ateniense surgió el Partenón, con una superficie de 10,521 metros cuadrados: “lo único que vale la pena son las 42 columnas tipo jónico cubiertas de cantera, el mármol traventino de los pisos y la escultura de bronce que representa a un fauno; lo demás es chafa y naco”, declaró su diseñador, Carlos Carreño Cano. El Partenón irrumpió la hermosa vista de la bahía de Zihuatanejo para deleite de los Durazo, pero en la actualidad esta construcción estilo "kitsch" cayó en olvido. En 2011 se pretendía que quedara bajo el auspicio de la Universidad Autónoma de Guerrero, en beneficio de los residentes, no obstante, esto no ocurrió y poco a poco se ha ido desmoronando, al mismo tiempo que algunos atrevidos la saquean.
LA MASACRE DEL RÍO TULA
Francisco Sahagún Baca fue un sujeto calculador, cuyos nexos con el crimen organizado lo llevaron a convertirse en un fantasma, ya que tras su supuesta muerte, aún ahora mucha gente descree que haya dejado de existir
Quizá uno de los acontecimientos más oscuros que conmocionó a la opinión pública cuando “El Negro” Durazo se desempeñó como funcionario jefe policiaco, fue el sangriento asesinato de 12 individuos, quienes -se dijo- pertenecían a una banda de ladrones.
Los hechos se reportaron el 14 de enero de 1981, y ocurrieron en el emisor central del sistema de drenaje profundo, ubicado en San José Acoculco, municipio de Atotonilco de Tula, Hidalgo. Los presuntos delincuentes pertenecían a una banda de asaltabancos colombianos; y lo asombroso del caso fue que los restos hallados presentaban severas marcas de tortura.
Fue hasta 1983, con el arribo a la presidencia de Miguel de la Madrid Hurtado, que se vinculó a Durazo Moreno con el caso del río Tula, en el cual los 12 sujetos aparecieron con huellas de tortura y el tiro de gracia.
Se cuenta que cuando Durazo se enteró de que aquel grupo delictivo, denominado “La Banda de los Tiras”, había logrado consolidarse como una de las más prolíficas, corroído por la ambición de ejercer su poder sobre todos, tanto “buenos como malos”, encargó a su grupo de acción letal, los “Jaguares”, detenerlos y extorsionarlos.
Para tal hazaña se abocó al exjefe de la desaparecida Dirección de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD), Francisco Sahagún Baca, brazo derecho de Arturo Durazo y, como se sabe, aquél se dedicaba a extorsionar y controlar delincuentes para que le pagaran sus cuotas, así como vender estupefacientes y cometer asesinatos impunemente.
De tal modo, luego de un tiempo, el grupo de agentes dio con el paradero de los asaltantes e identificó uno a uno a todos, lo cual logró debido a la colaboración de uno de sus miembros -el único mexicano de la banda-, Armando Magallón.
Luego de la tortura de rigor para doblegarlo, aunque quizá no hubiera sido necesaria, pues de cualquier modo terminaría cantando, éste los guio hacia el norte de la ciudad, donde supuestamente se hospedaban en un hotel de paso.
Al saber sobre esto, de inmediato Durazo ordenó a Sahagún Baca, que junto con los “Jaguares”, montara una emboscada para capturarlos.
Se dirigieron al lugar y sin el mínimo reparo ni la mínima vergüenza, entraron al Panorama -hotel donde se escondían-, cruzaron los corredores de dos pisos, sosteniendo en sus manos pistolas y escopetas, y derribando puertas y a quien se interpusiera en su camino, entraron a las habitaciones donde estaban los colombianos, logrando su captura.
Se dice que los llevaron a un centro clandestino destinado a ofrecer los rigores de la tortura, ubicado en Balbuena, donde con el paso de los años y las décadas se convirtió en un lugar de culto oscuro, porque las atrocidades que allí se registraron quedaron constatadas en sus paredes y techos escurridos de sangre, vómito, heces y muerte.
Tras las mutilaciones a las que fueron sometidos los cautivos, pues eran constantes los maltratos -ya que aún faltaban cinco de los miembros por ser capturados, además del botín que tenían acumulado- finalmente uno no pudo más y reveló todo cuanto querían saber los agentes.
De tal modo, un buen día regresó Sahagún Baca de muy buen humor, pues había logrado recuperar lo robado y con él iban los colombianos restantes.
En ese momento los cautivos comprendieron que todo había terminado y se hicieron a la idea de que el único camino para ellos era el de la muerte.
Y así ocurrió. Durante la madrugada los sentenciados fueron conducidos a su último destino, andar; eran como rastrojo de humanos, pero ya sin alma. Despaciosamente, uno y luego otro, llegaron hasta las lindes de los respiraderos del canal del río Tula, que es el desagüe; allí, les metieron una bala en la cabeza y entonces cayeron en la enorme alcantarilla que fue su tumba.
Y como la impunidad era en ese entonces, como ahora, un vicio caro que se paga con la vida de inocentes, durante largos años Durazo Moreno fue señalado, pero luego de ser sujeto a proceso no se le imputó responsabilidad alguna por esa matanza.
Por otra parte, varios de sus agentes y jefes fueron culpados también por ese crimen, pero tampoco fructificó, pues a nadie le interesaba la vida de aquellos delincuentes torturados, asesinados y arrojados a una cloaca.
El principal señalado por ese y otros delitos fue Sahagún Baca, nativo de Sahuayo, Michoacán, cuya fortuna y crueldad se hicieron también leyenda. Así como su tumba vacía, pues se cuenta que cuando en 1989 se giró una orden de aprehensión en su contra, éste fue detenido en su rancho Las Ranas en Sahuayo, Michoacán.
Luego, algunos aventurados hicieron correr la versión de que había fallecido, tal como él le dio muerte a tantos otros en el pasado, a través de graves torturas.
A raíz de ese rumor se construyó un mausoleo en su honor, pero tiempo después se comprobó que estaba vacío. El entonces subprocurador de la Procuraduría General de la República (PGR) declaró que en realidad nunca se logró la captura de Sahagún Baca.
Quienes viven los cambios del tiempo sin mudar de residencia en Sahuayo, afirman que nunca se realizaron las pompas fúnebres por este individuo y en el Registro Civil de la localidad no existe certificado de defunción ni comprobante del entierro.