Durante la madrugada del domingo 28 de noviembre de 1948, La Sirena, el viejo edificio de tres pisos, ubicado en la calle 16 de Septiembre 71, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, estalló en llamas. El incendió se registró en la famosa tlapalería y ferretería La Sirena.
Fue una verdadera tragedia en aquellos días -relató Enrique Metinides, reconocido fotógrafo, quien trabajó varios años en esta casa editora-, aquel fue un lamentable suceso en el que perdieron la vida 12 bomberos.
Con su cámara, don Enrique recorrió todos y cada uno de los escenarios que se desarrollaron tras aquella tragedia, desde la lucha de los tragahumo por controlar las llamas, posteriormente la remoción de escombros, hasta finalmente el cortejo fúnebre de los elementos del heroico Cuerpo de Bomberos, caídos en cumplimiento de su deber, hacia su última morada.
A partir de diversos ángulos Metinides mostró un trabajo fotográfico que recogió las huellas y el sentir de un pueblo que vivió y sufrió en carne viva el dolor de los deudos, al perder a sus familiares aquella madrugada de 1948.
Ardiente pesadilla
Era una noche apacible cuando de pronto el cielo del centro de la ciudad se iluminó de rojo y amarillo. Vecinos de las calles aledañas a 16 de Septiembre despertaron súbitamente al escuchar un estruendo producido por un estallido alrededor de las 3 de la madrugada del 28 de noviembre. Luego, vendría el ruido de las ambulancias y camiones de bomberos.
Mientras tanto, en la central de bomberos sonó el teléfono y pronto quien contestó puso una cara de asombro y terror. Alguien del otro lado pedía a gritos auxilio, pues se había desatado un infierno.
Eran las primeras horas de la madrugada cuando el ring de la alarma sonó para alertar a los tragahumo -pues algunos comenzaban a caer en las manos de Morfeo-, quienes siempre alerta a pesar de la aparente tranquilidad se alistaron para salir con sus herramientas y sus trajes con los cuales enfrentaban las llamas.
Luego, sin demorarse un instante más, abordaron los vehículos y a toda velocidad enfilaron rumbo al siniestro que iluminaba el cielo nocturno.
La madrugada abrazaba con frío sutil los rostros de los bomberos mientras se dirigían a las calles donde el infierno comenzaba a aumentar. En cierto sentido, fue una fortuna que la estación y el siniestro estuvieran relativamente cercanos, por lo cual, a través de las calles solitarias llegaron en pocos minutos.
Fue el comandante Saavedra, quien llevaba las riendas del armatoste contra incendios a toda prisa. Todos confiaban en él, lo consideraban un héroe y bajo su mando iban numerosos elementos, pero sobre todo jovencillos de entre 19 a 21 años, quienes habían aprendido todo lo que sabían gracias a él.
Al estar cerca del incendio, el comandante estacionó el camión y le pidió al capitán Ponciano Quiroz Herrera encargarse de los preparativos, en tanto pedía a otros que con sus hachas rompieran la puerta o alguna de las dos cortinas del establecimiento para ingresar.
No pasó mucho cuando lograron derribar la puerta y una de las cortinas. Entonces, listos con las mangueras, los elementos se disponían a entrar cuando una de las mangueras se atoró y un civil ayudó a los bomberos.
Los refuerzos no estaban muy lejos, pero necesitaban contener las llamas para que no llegaran a una de las bodegas, donde se almacenaban sustancias que ponían en serio peligro a todos.
Esto es un infierno
El comandante Saavedra llamó a un bombero al que le decían Indio, a quien le dijo que fuera a pedir otras mangueras, porque con las que llevaban era insuficiente para controlar la marejada de llamas insaciables a todo lo que consumían a su paso.
El Indio salió a toda prisa, pero cuando iba a reingresar, una fuerte explosión hizo colapsar la estructura del edificio que inmediatamente se vino abajo, sepultando entre los escombros a los héroes que pretendían acabar con un infierno, pero lo único que lograron fue llegar puntuales a una cita con la muerte.
El Indio, Juan León Saavedra, el único sobreviviente de aquel grupo de bomberos, quedó paralizado ante el suceso, no daba crédito a lo que miraba. Pero al recobrar conciencia entre el humo, el polvo, las sombras, corrió hacia los escombros humeantes para retirar las piedras y rescatar a sus compañeros de entre la nada que había quedado de lo que fue La Sirena.
Su frustración fue mayúscula ante la imposibilidad de combatir contra la muerte que emergió de entre las llamas, quería internarse en el fuego y salir victorioso con todos los que se quedaron atrapados. Pero era imposible.
Lo sujetaron con fuerza y a rastras con las quemaduras de la tragedia en el alma, lo encerraron en uno de los camiones, mientras a lo lejos el canto de las sirenas de las ambulancias se acercaba.
El saldo de aquella desgracia fue de 12 bomberos y varios civiles muertos, aunque el conteo final arrojó la cifra de más de treinta personas que perdieron la vida aquella madrugada fatídica.
En toda su historia, hasta ese entonces, aquel fue el peor episodio registrado para el cuerpo de bomberos, pues jamás hubo tantos muertos en un solo evento.
La Sirena, fundada cerca de 1859, que surtía a la capital de herramientas de trabajo, desinfectantes como creolina y bolitas de naftalina para los roperos, entre otros tantos artículos útiles para el hogar, dejaba de existir para siempre.
Manos criminales, causa del incendio
El gerente de La Sirena sospechaba que habían sido ladrones quienes provocaron aquel siniestro y decía tener pruebas de que así debió haber sido, ya que, de otro modo, no se explicaba que por sí solo se hubiera desatado aquel infierno.
El local era grande y tenía techo de bóveda catalana, sostenido por grandes vigas, a la usanza del siglo XIX. Para la pequeña ciudad de entonces, era casi la única que abastecía de herramientas a la ciudad. Después, sería La Casa Boker, que aún existe en calle 16 de Septiembre 58.
No se supo a ciencia cierta cómo ocurrió el incendio, es decir, no se pudo saber con certeza porque no existían los peritajes como en la actualidad, pero claro que hubo hipótesis que trataron de dar una explicación plausible.
Se dijo que pudo deberse a una bujía o un quinqué (lámpara portátil que funciona con petróleo o aceite), o quizá una vela mal puesta que al caerse “accidentalmente” provocó quizá un pequeño incendio en algún producto, pero que como no logró extinguirse tal como inició “fortuitamente”, entonces comenzó a propagarse a otros objetos hasta alcanzar dimensiones insospechadas.
Lo que sí fue una certeza fue que el incendio se vio por todo el Zócalo, incluso desde La Merced, y que en muy poco tiempo devoró a la tlapalería.
Con mucho esfuerzo, los bomberos lograron apagarlo, pero al remover todo, la estructura sentida, cayó sobre ellos. En aquella época el siniestro resultó espeluznante.
El lunes 29 de noviembre de 1948, LA PRENSA GRÁFICA ilustraba con las fotografías de Enrique Metinides la búsqueda frenética de los desaparecidos.
Se informaba que, con periódica regularidad, las estaciones de radio de la capital pedían el auxilio de personas que supiesen manejar palas mecánicas, para que ayudasen a remover los escombros del edificio que se derrumbó con motivo del incendio más pavoroso que registraban los anales capitalinos, ocurrido en la tlapalería La Sirena.
Así fue como los metropolitanos se dieron cuenta de las enormes proporciones de la catástrofe.
En la calle 16 de Septiembre, lugar del trágico siniestro, se congregaron cerca de 700 personas, entre miembros del Ejército, policías, bomberos y camilleros de las cruces, roja y verde. Removían entre todos el lodo y despojos en busca de más personas desaparecidas.
Posteriormente, el entonces presidente Miguel Alemán, conmovido, como toda la ciudad por aquella tragedia, hizo acto de presencia en el lugar del duelo donde se alinearon los restos de los heroicos bomberos caídos.
Por otra parte, lo que quizá era de mayor trascendencia pero que no se difundió con mayor vehemencia, fue lo que informó el apoderado y gerente de la famosa ferretería, Federico E. Albert, quien afirmó categóricamente que “manos criminales” causaron el incendio que destruyó la vieja negociación y arrojó enorme saldo de vidas humanas.
Declaró también que -según como los bomberos le habían informado-, “una persona estaba en el interior del edificio, cuando fueron avisados que estaba envuelto en llamas. Como nosotros no tenemos velador -agregó el señor Albert- y ninguna persona queda en el interior del edificio cuando éste se cierra, pudo tratarse de un ladrón”.
La única hipótesis con más precisión sobre cómo o porqué se originó el incendio, fue que “aprovechando el cierre de nuestras oficinas, algún hampón pudo haberse introducido y provocar, por desconocimiento, el desastre”, dijo el señor Albert.
En consecuencia y como parte de las inquisiciones para aclarar la tragedia, Carlos Reichert, gerente de La Gran Sedería y uno de los principales accionistas de La Sirena, declaró que la ferretería contaba con 32 empleados y estaba en un edificio viejo. Las pérdidas en mercancías se estimaban en no menos de un millón de pesos, por lo cual, el atraco no sólo se frustró para los hampones, sino que frustró la vida de bomberos, empleados y para la propia sociedad.
El primer cuerpo de bomberos en México
El grado de heroico Cuerpo de Bomberos le fue otorgado a la agrupación civil por mandato presidencial después de su participación en el incendio de la tlapalería y ferretería La Sirena, el peor en la historia de la Ciudad de México.
Aquella mañana del 28 de noviembre, cuando se incendiaba el edificio de tres pisos, el auto número 8 de la estación de bomberos de Tacubaya salió al llamado de auxilio. Al llegar, el incendio estaba fuera de control. El saldo oficial fue de 13 muertos: 12 bomberos y un civil, aunque hay quienes aseguran que el número de víctimas superó las 30 personas.
Existen diversos informes acerca del primer Cuerpo de Bomberos en México. Informes señalan que surgió en 1871 por decreto publicado en el Diario Oficial de la Nación, que ordenó la formación de una compañía de bomberos, integrada por la guardia civil municipal. Para ello se adquirieron dos bombas y otros utensilios para combatir y controlar incendios. Esta compañía quedó bajo la responsabilidad del Ayuntamiento.
Otras versiones afirman que el primer cuerpo de bomberos del país fue creado en Veracruz, en agosto de 1873. La primera versión se basa en un decreto oficial, (aunque tal vez solo fue un decreto que no se cumplió) mientras que la segunda se sustenta en el hecho de que el 22 de agosto (día de la formación de los bomberos en Veracruz) se ha tomado como el día del bombero.
Dolorosa procesión
La trágica muerte de los 12 bomberos dio motivo a que todos los nobles sentimientos de nuestra sociedad se desbordaran en un gesto póstumo de reivindicación en favor de los deudos caídos. Hubo colectas públicas para beneficiar a sus familiares.
El presidente de la República, Miguel Alemán, ordenó el establecimiento del seguro del bombero.
El actor Mario Moreno "Cantinflas", organizó y actuó en un gran festival, cuyas entradas fueron destinadas para auxiliar a las familias de los héroes caídos.
Y el pueblo se mostraba en una imponente manifestación de duelo. El dolor piadoso de los capitalinos se volcó durante el sepelio de los bomberos que cayeron en el arduo cumplimiento de su deber.
Toda la ciudad se inclinó al paso del cortejo fúnebre en un gesto de homenaje final a su abnegación, desde el Presidente de la República, que hizo una guardia solemne ante los féretros, junto con secretarios de Estado, hasta la gente humilde, que se apretujaba a la salida del cortejo del Edificio de Bomberos, construido en 1908 en la calle Revillagigedo -hoy Museo de Policía.
A lo largo de las avenidas metropolitanas, el dolor era visible en todos los rostros.
La procesión luctuosa fue encabezada por el entonces regente de la ciudad, Fernando Casas Alemán. El entierro de aquellos valerosos hombres significó la más importante manifestación de duelo registrada en la capital.
En contraste, PRENSA GRÁFICA informaba acerca de la bochornosa injusticia que sufrían los bomberos en aquella época.
La Ciudad de México, con casi tres millones de habitantes en 1948, sólo contaba con 133 bomberos para proteger su seguridad contra los amagos del fuego. Un número insuficiente de bomberos mal pagados tenía que luchar demasiado para mantener su prestigio de héroes.
La abnegación de los bomberos producía casos como el de Francisco Zúñiga, quien después de 23 años de servicio, contrajo en el cumplimiento de su deber, una enfermedad de la vista, que lo dejó incapacitado para su trabajo como bombero y para cualquier otro oficio. Aquel hombre tenía un sueldo de apenas 9 pesos diarios y debía mantener a su mujer y cuatro hijos.
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Bombero caído, abuelo de Kate del Castillo
Cabe destacar que uno de los bomberos que perdió la vida en aquel incendio, el sargento segundo Claudio del Castillo, resultó ser el padre del actor Eric del Castillo, y, por consiguiente, abuelo de la hermosa actriz, Kate del Castillo, a decir de Enrique Metinides.
-Claudio fue uno de los valientes bomberos que enfrentó a las llamas sin control, durante la madrugada del 28 de noviembre de 1948 en la tlapalería y ferretería La Sirena -relató el destacado fotógrafo.
Otras de las víctimas de aquella catástrofe fueron el teniente coronel José Saavedra del Razo; el capitán Ponciano Quiroz Herrera y los bomberos José Balbuena Vera, Jorge Ruiz Reyes, Gustavo Salazar Bejarano, Daniel Hernández Popoca, Eduardo Negrete Rivera, Ramón Arriaga Aceves.
A estos desaparecidos se sumaron en las últimas horas del siniestro, los cuerpos calcinados del sargento Manuel Zamora Juárez, Juan Ramírez Mancera y Benito Fernández Arrieta, que fueron rescatados en la mañana del lunes 29 de noviembre por las numerosas partidas de salvamento que contribuyeron a la búsqueda de los bomberos desaparecidos.
Los restos de los infortunados servidores civiles reposan en el Panteón de San Joaquín.
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