“Un decorado de pesadilla”, así daba a conocer LA PRENSA -en su edición del miércoles 6 de septiembre de 1972- los terribles acontecimientos ocurridos en la celebración de la XX edición de los Juegos Olímpicos, celebrados en Alemania. Se trató del primer atentado terrorista de la historia, cometido contra los atletas.
Aproximadamente a 35 kilómetros de la ciudad de Múnich, las detonaciones de algunos disparos rasgaron la quietud de la madrugada en el aeropuerto de Fürstenfeldbruck, alumbrado por luces de reflectores y llamas.
Los periodistas que habían acudido a cubrir un evento deportivo, de pronto se encontraban atestiguando un acto sin precedentes. Alrededor del aeropuerto militar de Fürstenfeldbruck, desde la media noche del martes, la policía había acordonado la zona debido a los fedayines (guerrilleros árabes -especialmente palestinos- que luchan contra la ocupación israelí), que con sus ráfagas de ametralladoras rompían el silencio de la noche y de la incertidumbre.
Fue el día más largo y trágico que se hubiera suscitado en alguna justa olímpica hasta ese entonces; y su culminación, aunque se vislumbraba lejana -porque el tiempo se alarga en los momentos cruciales- ocurrió sólo en unas pocas horas, al cabo de las cuales se conoció el desenlace negativo y triste.
Unos disparos aislados fueron la señal de que los llamados “tiradores de élite” alemanes estaban en acción durante un desesperado enfrentamiento. Alrededor de la medianoche, la luz de los reflectores se dirigió hacia un punto específico. Había un helicóptero en llamas que ardía sin tregua. Se levantaba hacia el cielo y en columna el humo de la nave caída.
Entonces arribaron algunos camiones de bomberos que dispararon chorros de nieve carbónica sobre la aeronave deshecha. La oscuridad no cedía un milímetro y esparcía su red por todo el lugar -o era el amanecer que se confundía quizás con las llamas inclementes de la furia de los fedayines-, ni el enfrentamiento entre ambas fuerzas que intercambiaban disparos sin saber hacia dónde o hacia quién.
Pasado un tiempo sobrevino una calma siniestra que duró alrededor de 10 minutos; no obstante, nuevamente retumbó el aire con gemidos de ametralladoras.
Poco después, mientras se oían algunas palabras amplificadas por un altavoz, un reflector iluminó todo el campo; se pudo distinguir a algunos soldados que patrullaban con sus perros y, no muy lejos de la batalla, los reactores de un avión Douglas DC-8 que seguían gimiendo con su sonido como ruido de fondo sobre la batalla.
Lo que se planteaban los Juegos Olímpicos, que habían comenzado hacía dos semanas, era un esfuerzo para que el ambiente plural en la villa fuera “amistoso”, como si se quisiera, de algún modo, borrar la imagen de los juegos de 1936, cuando se vivió bajo el régimen hitleriano.
La Villa Olímpica parecía una ciudad muerta, excepto por los atletas que sin haber descansado y un poco preocupados comentaban sobre el atentado y sus consecuencias. No faltó quien dijera en voz alta que quería regresar a su casa.
Pendientes a todo, los fotógrafos observaban a través de la lente de sus cámaras la escena donde antes había ocurrido todo y reconstruían, como si miraran a través del tiempo detenido, la actuación en la tragedia de cada uno de los bandos: allá a lo lejos, sobre las terrazas, los tiradores de élite; sobre la calle vacía, rastros de sangre de los atletas heridos o muertos; y alrededor de todo, cientos de ojos a la espera de saber más. Allí era tierra de nadie, pero las calles de los israelíes.
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Amanecer sangriento
Durante la noche del cuarto al quinto día de septiembre de 1972, a las 4:55 horas, diversas unidades de patrullaje del servicio de seguridad escucharon ruidos similares a los de disparos desde la dirección de Connollystrasse 31, donde se alojaba el equipo olímpico israelí, aproximadamente a 80 metros de distancia de la cerca exterior.
De inmediato, por radio se informó sobre esta situación a los vigilantes de la policía criminal de la Villa Olímpica. Entonces, el servicio de seguridad y la policía, sin perder tiempo, se dirigieron al sitio. Pero cuando quisieron entrar fueron retenidos en el pasillo por unos individuos que portaban pistolas. Se trataba de una célula conformada por ocho hombres de la organización Septiembre Negro, quienes se habían hecho pasar por atletas.
5:30 horas
Pasada media hora después de las 5:00 h, un hombre con la cara encapuchada y con lentes para el sol apareció en el balcón del segundo piso y dijo en alemán que los atletas del equipo israelí serían retenidos y cautivos como rehenes.
Y solamente después de que se cumplieran ciertas demandas, que habían puesto por escrito, serían liberados. Acto seguido, el hombre arrojó por la ventana el manuscrito con las condiciones que exigían:
“Primero: la República Federal Alemana (RFA) debería anunciar su aceptación de tomar a los israelíes presos en cualquier lugar designado por nuestras fuerzas revolucionarias en la Villa Olímpica. Segundo: la RFA tiene que proporcionar a nuestras fuerzas tres aviones, a bordo de los cuales los israelíes prisioneros con nuestras fuerzas armadas serán trasladados…
”Tercero: cualquier intento de frustrar nuestra operación terminará con la liquidación de todos los israelíes prisioneros y la RFA será responsable. Cuarto: este ultimátum expirará en tres horas y de ahora en adelante toda la responsabilidad de las consecuencias recae en la RFA. Quinto: al final de este ultimátum, si nuestra demanda de salir de territorio alemán no se acepta, nuestras fuerzas revolucionarias cumplirán las órdenes de adoptar la violencia para dar una lección muy severa a los caudillos de la maquinaria militar israelí…”
Los nombres de aproximadamente 200 árabes en cautiverio israelí fueron incluidos como un apéndice en el documento. Y, de este modo, se logró reconocer a los atacantes, quienes efectivamente eran comandos palestinos, miembros del grupo Septiembre Negro.
Comenzó un diálogo que se mantuvo en suspenso. De tal suerte que su portavoz respondió afirmativamente a la pregunta de si había heridos en la casa; por lo cual, se informó al servicio médico.
Al poco tiempo, casi instantáneamente, la seguridad a las puertas de la Villa Olímpica se reforzó. Desde el balcón, el orador exigió que todos los oficiales de policía en el rango de su vista fueran retirados, de lo contrario, amenazó con fusilar a los rehenes y abrir fuego a la policía.
Los perpetradores, sin embargo, aceptaron la presencia de dos miembros del servicio de seguridad (incluidos una empleada que era una oficial de policía criminal) como personas de contacto.
También exigieron que un israelí supuestamente herido seriamente fuera llevado a los servicios médicos. La muerte del rehén liberado fue determinada por el médico de urgencias que había sido llevado para atenderlo, pero al final sólo certificó su deceso y se le permitió llevarse el cuerpo.
Una investigación posterior reveló que los palestinos probablemente habían viajado en dos o tres grupos a las cercanías de la Villa Olímpica aproximadamente a las 4:00 horas a través del camino Kusoczinski Damm, que corre a lo largo de la parte sur de la villa.
Esperaron allí hasta que pasó una vigilancia de patrullaje del servicio de seguridad y luego subieron a la puerta en grupos mientras les entregaban las bolsas con sus armas desde afuera.
En dos unidades, y siguiéndose de cerca, avanzaron por el pasillo subterráneo hacia la casa de los atletas israelíes. Los primeros cuatro árabes se abrieron paso desde el pasillo hacia el edificio y dispararon a un deportista israelí que ofreció resistencia.
5:40 horas
Aproximadamente antes de las 6:00 horas, el presidente del Comité Organizador, Willi Daume, las autoridades de seguridad del comité y el presidente de la policía de Múnich, Dr. Schreiber, se reunieron.
El Dr. Schreiber asumió el liderazgo del operativo policial, que a partir de ese momento tuvo la responsabilidad de todas las acciones. Unidades policiales armadas fueron asignadas a los diversos puntos alrededor del objetivo. Asimismo, se notificó al alcalde de la Villa Olímpica, Walther Tröger, tras lo cual iniciaron los procedimientos administrativos correspondientes, como si la muerte fuera un mero trámite.
Entre las 7:00 y las 8:00 horas
Altos funcionarios del gobierno alemán, así como organizadores de COI sostuvieron una reunión, de la cual se decidió que, de acuerdo con el fallo de las leyes pertinentes, el ministro bávaro del interior asumiera la responsabilidad general de las medidas de seguridad adecuadas. La ganancia del tiempo se situó en el primer plano.
La mente maestra del siniestro atentado
Un hombre de 35 años aproximadamente, llamado Abu Daoud, se había encargado del planeamiento previo hasta el último detalle; tanto de los accesos como de la disposición de la Villa Olímpica y las medidas de seguridad.
En maletas deportivas, ocultas bajo la ropa que llevaban consigo, se encontraba un arsenal de Kalashnikovs (la mortal Avtomat Kalashnikova 1947, mejor conocida como AK-47) y granadas de mano. La idea de la operación surgió como respuesta a la negativa del Comité Olímpico Internacional de aceptar una delegación olímpica palestina y, en su lugar, tan sólo recibir la participación israelí.
Los máximos representantes del ataque terrorista, Fakhri al-Umari, Abu Daoud y el propio Abu Iyad decidieron tomar parte en las Olimpiadas a sangre y fuego, lo cual representaba secuestrar al máximo número posible de atletas israelíes y luego intercambiarlos, sobre la amenaza de ejecutarlos si no eran liberados los presos palestinos que se encontraban en cárceles israelíes.
Fue en los meses de junio y julio de 1972 cuando Abu Daoud viajó a Sofía, capital de Bulgaria, para conseguir las armas que habrían de utilizar en el atentado. Posteriormente, se trasladó a Múnich para recabar información sobre vuelos a la ciudad y lugares en los cuales hospedarse. Mientras, Abu Iyad se encargó de seleccionar a los miembros de la célula, y con la ayuda del jefe operativo de Septiembre Negro, Ali Hassan Salameh, eligieron como líderes de la operación a dos experimentados guerrilleros de Al-Fatah, Luttif Atif “Issa”, y Tony, quienes habían estudiado en Alemania y luego regresaron a Oriente Medio poco antes de la Guerra de Seis Días en 1967.
En tanto el grupo de ocho hombres recibía un curso de entrenamiento especial en Trípoli (Libia), las armas eran introducidas de contrabando en Múnich por Abu Daoud y Abu Iyad, que guardaron escondidas en diversos puntos de la ciudad. Y ya en agosto de 1972, los fedayines se encaminaron hacia Múnich por diversas rutas. No obstante, Issa y Tony no habían revelado los verdaderos planes la operación, denominada en clave “Iqrit and Bir’im”.
El desarrollo táctico de la operación había sido meticulosamente preparado por Issa y su lugarteniente, Yusuf Nazzal “Tony”, quienes habían trabajado de forma encubierta en la Villa Olímpica, aprovechando estos trabajos para reunir toda la información tanto de la Villa como del propio edificio de Connollystrasse 31, en que se encontraba la delegación israelí.
Errores mortales
El trágico día de la matanza, tras llegar al apartamento 1, donde dormían siete atletas israelíes, el más joven de los terroristas se quedó montando guardia en la puerta, mientras los otros trataban de abrirla con una llave conseguida por Issa y Tony durante sus meses de trabajo en la villa.
Yossef Gutfreund, árbitro de lucha libre, se despertó al oír el sonido de la llave tratando de abrir. Se acercó a la puerta y por una rendija vio al grupo de árabes con sus Kalashnikovs. Sin pensarlo, recargó sus 133 kilos sobre la puerta y alertó al resto de sus compañeros, permitiendo que al menos uno de ellos lograra escapar por una ventana.
Pero momentos después, los atacantes derribaron a Gutfreund y entraron al apartamento. Entonces, los atletas fueron sacados por los terroristas, no sin oponer resistencia, pero tras someter a uno, al final, todos terminaron atados de las muñecas y los tobillos y, mientras quedaban bajo la vigilancia, el resto de la célula se dirigió al siguiente apartamento israelí.
En él encontraron principalmente al equipo de lucha libre y halterofilia, con lo cual reunieron un total de doce rehenes a los que juntaron en el primer apartamento. Y en tanto eran trasladados, un atleta logró escapar corriendo a toda prisa. Este momento fue aprovechado por otro de sus compañeros para arrebatarle el Kaláshnikov a uno de los secuestradores; no obstante, el terrorista palestino que trataba de capturar al rehén que había escapado, regresó en el momento preciso para disparar una ráfaga de su Kalashnikov sobre Moshe Weinberg, entrenador de lucha libre, que se desplomó sobre el suelo, y cuya sangre se extendió sobre el pasillo como una mancha de agua derramada…
Luego, un segundo intento de liberación con el mismo desenlace fue el de Yossef Romano, ambos tiroteos alertaron a los israelíes del apartamento 2, que lograron ponerse a salvo. De tal modo, de trece rehenes dos lograron escapar, y otros dos murieron antes incluso de comenzar las negociaciones. Según los secuestradores, el plan inicial no contemplaba la muerte de ninguno de los rehenes israelíes.
Fue así como se selló el destino de la delegación olímpica israelí. El gobierno de Israel mantenía una política de no cesión al chantaje terrorista. Por ello, fue el alemán el que gestionó la crisis y sus negociadores lograron prolongar el plazo dado por la célula Septiembre Negro hasta que -sin nada que perder y en una maniobra de decepción para el país germano- aceptaron volar a un país árabe -posiblemente El Cairo-, donde se produciría el intercambio de prisioneros por rehenes, según lo habían demandado.
Alrededor de las 22:00 horas, tanto rehenes como secuestradores fueron trasladados en helicóptero al aeropuerto militar de Fürsten-feldbruck. Allí, la policía alemana había tratado de preparar una emboscada en la que en el mejor de los escenarios se lograría reducir a los terroristas y liberar a los rehenes, pero nada resultó según lo planeado; sin embargo, la escasa preparación alemana para este tipo de operaciones hizo que la inteligencia fuese insuficiente, que la parte principal de la emboscada, concentrada en el avión que supuestamente iba a trasladar a los terroristas y rehenes a El Cairo se demostrase impracticable y que como segunda opción sólo quedase reducir a los terroristas con cinco “tiradores selectos” de la policía, frente a ocho secuestradores, lo cual hacía su número totalmente insuficiente.
El desenlace se prolongó durante varias horas. Issa y Tony revisaron el avión vacío y cuando caminaban de regreso a los helicópteros los francotiradores de la policía abrieron fuego.
El prolongado tiroteo devino en que varias personas resultaran heridas, hasta que finalmente uno de los terroristas arrojó una granada de mano en el interior de uno de los helicópteros y otro disparó una ráfaga de AK-47 sobre los rehenes del segundo helicóptero. Para la 1:00 horas del 7 de septiembre, nueve cautivos habían muerto. Tres de los ocho secuestradores lograron salvar su vida y varios miembros de la policía alemana resultaron heridos.
Los juegos deben continuar
Ante la indignación y la mirada atónita de buena parte del mundo luego de los lamentables hechos ocurridos la víspera, se determinó que los juegos continuarían. La señal del luto fue marcada por tan sólo las banderas ondeando a media asta, pero 10 países árabes exigieron que sus enseñas regresaran al tope del mástil. Y así se hizo.
Ante tal situación y desasosiego, el muy herido equipo olímpico israelí abandonó Múnich el 7 de septiembre; en tanto que al egipcio prácticamente se le obligó a retirarse debido a las medidas de represión.
La tristeza era infinita; la afrenta imperdonable. Por tal motivo, Golda Meir, la entonces primera ministra de Israel, y el Comité de Defensa israelí ordenaron -en el más completo secreto- al Mossad, matar a los terroristas de Septiembre Negro y del Frente Popular para la Liberación de Palestina, ideólogos y artífices de la matanza de los atletas judíos, según su servicio de inteligencia y las averiguaciones lo demostraban.
De tal modo, nació la Operación Cólera de Dios -cuya fecha de inicio no establecida inicia cuando fallece el primer atleta israelí en el acto terrorista- y, poco después, su similar Primavera de Juventud, que entre la década de los setenta y hasta el nuevo milenio -mediante agentes secretos- se dedicaron a matar a catorce responsables directos e indirectos de la masacre.
Cada operación llevada a cabo para ultimar a los actores consistió en diversos métodos, tales como cartas explosivas; bombas activadas por control remoto; desembarco y ataque contra terroristas en una playa del Líbano; coches bomba; destrucción total de cuarteles y fábricas de explosivos de Al-Fatah.
Sólo un presunto responsable, Mohammed Daoud Oudeh (Abu Daoud) -mente maestra del asalto a la Villa Olímpica-, murió el 3 de julio de 2010 en el hospital Al Andalus de Damasco, Siria, a causa de una insuficiencia renal.
Israel invade Líbano; Egipto acusa a Alemania
Tan solo dos días después de acontecido el trágico ataque, ya se llevaban a cabo las primeras acciones en represalia. De tal suerte que fuerzas israelíes penetraron Líbano por la región meridional para perseguir a guerrilleros árabes hasta la aldea de Yarum.
Por otra parte, Egipto acusó a Alemania Occidental como responsable absoluta por la muerte de los guerrilleros árabes y sus rehenes israelíes en la base aérea de Fürstenfeldbruck.
Un portavoz del gobierno egipcio afirmó que una declaración formulada por un funcionario de Bonn, considerando a su país “parcialmente culpable” de la matanza, constituía “una tergiversación de los hechos que Egipto jamás aceptaría.”
En relación con el gobierno alemán, éste declaró que la sucesión de acontecimientos trágicos se debió a que el gobierno de Israel no quiso negociar con los terroristas la vida de los atletas por la de algunos guerrilleros.
Mientras los funcionarios alemanes ofrecían su primera declaración conjunta sobre la jornada más violenta en la historia moderna del deporte, en el estadio olímpico proseguía el primer programa atlético completo desde el incidente; en tanto que unas pocas horas antes, un avión había despegado con rumbo a Tel Aviv con los sobrevivientes de la delegación israelí, así como con los restos de sus camaradas que perecieron en las Olimpiadas de Múnich.
Orden de aprehensión contra sobrevivientes; ultimátum de septiembre negro
Tres fedayines supervivientes y capturados por las autoridades alemanas aseguraron haber participado en el atentado en la Villa Olímpica, aunque negaron haber realizado ningún disparo ni en la villa, ni en el aeropuerto.
De los detenidos, dos de ellos habían recibido impactos de bala, por lo cual fueron trasladados al hospital; sin embargo, las autoridades judiciales emitieron la orden de detención por secuestro y asesinato contra los implicados.
Por su parte, la organización Septiembre Negro emitió un comunicado en el cual le daba un ultimátum al gobierno alemán para que liberara a los palestinos heridos durante el atentado; asimismo, le pidió que devolviera los cuerpos de los fallecidos, a quienes consideraban héroes.
Según consta en el documento que entregó la organización terrorista a France-Press, si el gobierno alemán se rehusaba a cumplir sus demandas, Septiembre Negro amenazó con vengarse de Alemania Federal y de sus “dirigentes traidores”, a los que “sabr(ía) obligarlos a aceptar sus peticiones”.
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