La guerra contra el huachicol cobró sus primeras víctimas en Hidalgo, mientras el país atravesaba por un problema que se relacionó con el desabasto de gasolina. Para muchos, consistió en un llamado para lo que sobrevendría, como si se hubiera tratado de un castigo ejemplar para los menos afortunados, como siempre sucede.
Hace ya dos años, en San Primitivo, en Tlahuelilpan, un cuantioso número de personas -entre ellas niños, adolescentes y adultos- llegaron procedentes desde diferentes municipios como Tetepango,Tlaxcoapan y Tezontepec de Aldama, en busca del combustible que era extraído ilegalmente de un ducto de Petróleos Mexicanos (Pemex), sin embargo, muchos sólo encontraron la muerte.
El estallido de ese ducto, que era ordeñado -pues había sido perforado por personas para robar combustible en esta localidad-, dejó un saldo inicial de 21 personas muertas y 71 lesionadas de gravedad, en tan sólo los primeros minutos de ocurrido el evento.
La explosión de gran magnitud ocasionó que el hidrocarburo que salía a gran presión y como una fuente se convirtiera en una gigantesca flama, posteriormente, el fuego abrasador acabó con todo a su paso.
Dicen los que presenciaron la tragedia y lograron salvar la vida que literalmente era el infierno en la tierra
Han pasado dos años y el fuego no se olvida; además, luego del doloroso incidente, aún hoy se vive una especie de tristeza, quizá por la memoria que hiere. Pareciera como si nadie ya quisiera mirar la herida por el temor de revivir el miedo, la angustia y el dolor vividos en aquel entonces.
Los cientos de personas que allí se encontraban no fueron conscientes del peligro que implicaba estar allí y, despreocupados, se les miraba con cubetas y bidones llevarse el combustible que se había estancado en las tierras de cultivo.
Hubo, sí, presencia militar, no obstante, la multitud ignoró la advertencia (y la voz de desalojo quizá fue laxa), por lo cual también muchos lograron acercar sus vehículos para llevarse los bidones de combustible llenos que habían robado para llevarlos a sus casas.
Dos cuestiones deberían resaltarse: uno, la falta de atención inmediata de un problema crucial por parte de las autoridades (municipales, estatales, federales); y dos, la ignorancia o displicencia de la gente.
De acuerdo con testimonios de los tlahuelilpanenses, tras el fuerte estruendo se escucharon los gritos de desesperación de la gente que vio a decenas de personas correr para escapar del fuego o a aquellos que se arrastraban y se revolcaban para tratar de apagar las llamas que les quemaban.
Muy pronto, sobre la tierra ennegrecida por la conflagración pero también por la tragedia, la muerte y la noche, se contabilizaba la multitud de afectados tendidos con quemaduras graves mientras imploraban ayuda con las pocas fuerzas que aún les quedaban.
Los más afortunados lograron recibir ayuda pronta; a algunos los cargaron para trasladarlos a la carretera, donde patrullas y otros vehículos pudieron trasladarlos a hospitales cercanos; en tanto que los más graves, tiempo después, serían llevados en helicóptero.
Para el momento en que la realidad alcanzó dimensiones contundentes y había rebasado las capacidades de las autoridades, diversas dependencias del sector salud comenzaron a recibir a personas heridas. En tanto, personal especializado de Petróleos Mexicanos, en coordinación con otras autoridades, comenzó a atender el estallido, el cual se presentó en el kilómetro 226 en el municipio de Tlahuelilpan, Hidalgo.
Asimismo, personal especializado de contraincendios de la empresa de los sectores de Tlaxcala, Venta de Carpio, Valle de México, Mendoza, Salamanca y Catalina, acudió al lugar para apoyar con todas las acciones necesarias para sofocar la conflagración
MIEDO, ANGUSTIA Y DOLOR POR EL FUEGO
A dos años de la explosión
Inicialmente había 25 soldados que trataron de contener a más de 600 pobladores durante las cuatro horas en las que Pemex tardó en cerrar el ducto...
Lo que mal inicia, mal acaba, tal como el acto de rapiña que cientos de personas perpetraron aquel entonces que, al cabo del tiempo, se convirtió en la tragedia que ha marcado al municipio de Tlahuelilpan, Hidalgo.
Al venero donde se encontraba el combustible se había dado cita alrededor de un centenar de personas; y no eran sólo pobladores del San Primitivo, sino de otras localidades cercanas como Teltipan, Munitepec, El Huitel, entre otros.
La noticia sobre la fuga de gasolina se había difundido con prontitud durante la tarde del viernes 18 de enero de 2019, principalmente a través de las redes sociales, aunque también de boca en boca. Con base en la cronología de los hechos, difundida por el secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, aproximadamente a las 14:30 horas fue cuando se detectó la toma clandestina sobre el kilómetro 226 del ducto Tuxpan-Tula en la comunidad de San Primitivo, campo de cultivo ubicado a 4 kilómetros de la cabecera municipal de Tlahuelilpan, Hidalgo.
A las 15:45, una multitud que parecía alegre -tal como se pudo constatar en algunos videos que circularon a través de Internet aquel día- comenzó a aglomerarse. Estaban en lo que parecía ser una zanja, donde comenzó a estancarse el hidrocarburo (gasolina de alto octanaje que salía como fuente, disparada con fuerza) y su objetivo consistía en reunir alguna cantidad del combustible para llevarla a sus domicilios.
De acuerdo con algunas fuentes, elementos de Petróleos Mexicanos (Pemex) habrían notificado a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) sobre la toma clandestina a las 16:50 horas.
Pasadas las 17:00 horas de la tarde del viernes 18 de enero de 2019, llegó personal de la Gendarmería Nacional, aunque las autoridades no precisaron cuántos elementos y, posteriormente, arribaron dos pelotones del Ejército, de 60 soldados en total, más elementos de la Policía Militar.
Esto quiere decir que, al menos, 85 soldados, más elementos de la Gendarmería y de la Policía Militar ya estaban en la zona antes de que se produjera la explosión del ducto, quienes se supone apoyarían en la labor de contención de los pobladores que, además, no estaban armados, según dijo Luis Crescencio Sandoval, titular de Sedena.
La finalidad de los militares fue la de disuadir a la población para que se alejara del lugar, pues era un riesgo inminente para la salud; sin embargo, la población que se mantuvo y los intentos de persuasión no surtieron efecto, ya que incluso hubo momentos de tensión cuando algunos individuos se opusieron expresamente a los uniformados.
Mientras los ánimos se caldearon, la fuga se hizo más grande por lo cual comenzó a lanzar chorros de gasolina a presión, ante lo cual se elevó el número de personas que decidieron acudir con sus bidones y cubetas.
Alrededor de las 18:20, de acuerdo con la información que se presentó posteriormente, las autoridades habrían tomado la determinación de suspender el bombeo en el ducto. De tal manera que 10 minutos después se habrían cerrado las válvulas de seccionamiento, con el objetivo de que el área por donde se extendía la fuga se redujera.
Sin embargo, ya había pasado demasiado tiempo durante el cual cientos de personas habían transitado por el área sin ninguna medida de seguridad, incluyendo vestimenta adecuada -puesto que, como se comentó con posterioridad, muchas personas usaban prendas de nailon, la cual mediante la fricción aumenta la probabilidad de un chispazo.
Así pues, hacia las 18:52 horas, el Cuerpo de Bomberos de Tlahuelilpan recibió el “reporte de explosión e incendio”, el cual se había suscitado nada menos que en esa región. Tan pronto como se prendieron las alarmas y salieron los primeros rescatistas a brindar apoyo, las llamadas no dejaron de llegar: había varias personas con quemaduras que se encontraban en los alrededores de la toma de combustible y habían sido alcanzadas por las llamas.
Los alaridos eran agónicos, las víctimas desaparecían entre las llamas y el fuego inmisericorde devoraba como una bestia hambrienta. Al cabo de una hora, a las 19:50, se conformó la atención de la emergencia en la Sala de Crisis de la División de Inteligencia de la Policía Federal.
A las 20:00 horas, los bomberos ya batallaban contra la iniquidad de la lumbre, previamente habían hecho los preparativos para sofocar el incendio. Mientras tanto, en otra parte y ya casi a las 20:30 horas, se había establecido el Comité Nacional de Emergencia, cuyo fin era coordinar las actividades.
Todo transcurría con celeridad, pero para los espectadores un minuto era largo como una jornada en el infierno; no podían hacer mucho por aquellos que estaban más cerca del epicentro de la tragedia; y los pocos que habían eludido a la muerte y salían de entre las llamas, lo hacían con las ropas desgarradas y la piel deshecha.
La noche era iluminada por una enorme llamarada y la calma y la quietud característica de esa tranquila región se llenó con los bramidos de las sirenas de las ambulancias y de los bomberos, así como por los helicópteros que llegaron y se fueron con los heridos de gravedad.
A las 21:50 horas, la cifra de heridos se contabilizaba en 71, en tanto que la de muertos ascendía a 20. Mientras tanto, Pemex informaba sobre la disminución de la “intensidad del incendio”.
Entre las 22:30 y las 23:00 horas, a 800 metros del incidente se instaló el Centro de Mando para la atención de las víctimas, las autoridades abrieron la carpeta de investigación y arribaron los peritos en criminalística y campo de la FGR.
La madrugada del sábado 19 de enero, a las 00:45 horas, el presidente Andrés Manuel López Obrador se presentó en el lugar de los hechos para supervisar las acciones de respuesta; asimismo, dio la instrucción para que se atendiera a los heridos en todas las instituciones de salud del estado, fueran o no derechohabientes.
Alrededor de las 2:45 horas del sábado, familiares de los involucrados en la explosión registrada en Tlahuelilpan ingresaron en multitud al sitio donde se encontraban los cuerpos.
La escena fue más terrorífica de lo que seguramente se imaginaban, pues hallaron cuerpos carbonizados, algunos irreconocibles. Quienes lograron identificar a sus seres queridos, rompieron en llanto y desesperadamente pedían a los militares que les dejaran llevar los cadáveres a casa, lo cual no les fue concedido.
Se registró un conato de riña con militares y elementos de la Marina, quienes por órdenes superiores no dejaron acceder a nadie más de lo que ya habían rebasado.
Algunos no soportaron la situación y salieron del terreno, pero otros más permanecieron hasta que los peritos de la PGJEH culminaron con las diligencias. Hasta este momento, ningún cadáver había sido remitido al Semefo, debido a la magnitud del evento.
Había cuerpos que se encontraban totalmente amorfos, carbonizados y que tenían un semblante de sufrimiento.
Por la mañana, el gobierno habilitó una página en Internet para mantener informada a la población sobre las víctimas, así como para recibir reportes de personas desaparecidas. Los familiares de los heridos, muertos o desaparecidos no sabían bien qué hacer, con quién hablar, a dónde buscar, a pesar de que se activaron siete mesas de apoyo a la población. La mañana transcurrió demasiado rápido y el olor a gasolina, a tierra quemada y a muerte se mantenía en el ambiente.
Por otra parte, familiares de los desaparecidos no permitían la salida de los vehículos de los peritos de la Procuraduría en los que transportaban los cadáveres calcinados de 63 de las 73 víctimas que hasta ese momento se habían encontrado.
La información contradictoria que se les dio, respecto a los sitios donde serían llevados y el proceso de identificación, generó molestia.
Los familiares dijeron que querían que los cuerpos no fueran llevados a las funerarias, argumentando que estas pretendían hacer negocio y pedían que tampoco trasladaran los cuerpos a Mixquiahuala, sino al Centro Cultural de Tlahuelilpan.
No tenemos dinero para ir hasta allá, ni hay gasolina gritaba Maribel Vera.
También causó enojo en la población que, tras el retiro de los cuerpos calcinados, los peritos comenzaron a retirarse. La gente exigió que regresaran y abrieran la zanja que la noche anterior habían llenado de tierra para apagar el incendio.
“Que no se vayan, ahí quedaron cuerpos enterrados en toda la zanja. Vino la maquinaria y les echó tierra. Hagan su trabajo”, gritaba Mario, quien exigía que buscaran a su hermano.
EL LUTO DE UN PUEBLO
Tlahuelilpan, herida abierta
La tragedia comenzó a las 14:30 horas y todos se preguntan cómo fue posible que durara tanto tiempo sin que ni el ducto fuera cerrado, ni los militares hicieran algo más para evitar el percance mortal
El sábado 19 de enero, alrededor de las 17:50 horas, tanto personal de Pemex como peritos daban por concluidas las labores en el sitio, pese a que parecía que aún quedaba mucho por hacer; sin embargo, comenzó el éxodo de autoridades y poco a poco sólo un vago rumor se instaló en el ambiente.
Después de tanta actividad durante las últimas horas, tan sólo quedaban llantos apagados, la congoja y miradas perdidas buscando en la nada lo que imaginaban podría ser el cuerpo de un familiar, pero era sólo tierra.
Aquel fin de semana registró la última movilización alrededor de las 7:00 horas del domingo 20 de enero. Eran cincuenta integrantes de la división de especialistas en proximidad de apoyo psicológico de la Gendarmería Nacional, que llegó a la localidad para ofrecer asesorías.
Después del accidente, tanto el gobierno federal como el local informaron que apoyarían con gastos médicos, traslado, terapias y féretros, así como dinero a los familiares de las personas que perdieron la vida o resultaron lesionadas. Un tema que surgió, derivado de este evento, fue si sería necesario o no indemnizar a los familiares de las víctimas.
Con el paso de los días, la noticia se fue diluyendo, mientras la cifra de decesos aumentaba. Las autoridades abandonaron el lugar, tras haber terminado de levantar los cuerpos y contener la tragedia. Los familiares o conocidos de los fallecidos, heridos o desaparecidos, buscaban en hospitales, o en la funeraria.
Luego, la zona cero quedó en abandono. Un páramo yermo. Así sucedieron los meses y se cumplió un año. Durante ese tiempo algunos familiares levantaron, en honor de las víctimas, algunas capillas que hoy, dos años después de la tragedia, se observan deterioradas o en el olvido.
En el sitio se construiría un memorial por las víctimas, aunque aun hoy los familiares continúan a la espera de que algo suceda; ellos simplemente colocaron algunas cruces, pero la maleza ha crecido y basura se ha acumulado en todo este tiempo. Quizá lo único que atestigua lo que ocurrió allí son las cruces enterradas.
Una madre que perdió a su hijo y le lleva flores y cuida su tumba contó que ni la primera piedra del supuesto memoria quedó, pues de acuerdo con su testimonio, “durante el primer aniversario, cuando asistieron al lugar autoridades federales y estatales, se colocó la primera piedra, la cual, al término del evento, se llevaron”.
Han pasado dos años del trágico suceso que cambió la vida de los habitantes de la región -como ha ocurrido en el pasado en otros lugares, como en San Juanico, por mencionar un caso similar-, y todavía buscan olvidar, pero no hallan paz ni consuelo ni las familias de las víctimas ni el mismo pueblo, que es recordado por la catástrofe.
Este año se había previsto celebrar la misa de aniversario, no obstante, debido a que la pandemia por el Covid-19 está en una situación crucial, eso impidió que se llevara a cabo. Tlahuelilpan espera que la pesadilla pare.