La manera de medir a la Ciudad de México es distinta a la que podemos usar para otras metrópolis similares en el mundo. Por ejemplo, tendríamos que reflexionar si debemos tomar la densidad poblacional de sus residentes (8 millones 855 mil habitantes en 16 alcaldías); la que se compone por la suma de la población flotante diaria (unos dos millones 300 mil personas que acuden a cualquier actividad, principalmente a un trabajo o comercio en pequeño) o el total de quienes viven en lo que llamamos la Zona Metropolitana del Valle de México (unos 19 millones 200 mil, que comprenden 59 municipios del Estado de México y uno de Hidalgo, sin embargo podríamos dialogar sobre sí serían más por las recientes obras del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles).
Sin duda, la movilidad de la Ciudad de México se percibe en ocasiones como si 20 millones de personas concurrieran diariamente en sus avenidas, sistemas de transporte público, centros de trabajo y de recreación. En una metrópoli que rivaliza con Nueva York (8 millones 463 mil), Río de Janeiro (13 millones 730 mil), entre otras, la manera de medirla con exactitud sería incluyendo su zona metropolitana y dialogar acerca de si la cercanía, por ejemplo, de varios municipios de Morelos hace que la composición poblacional de la capital sea mucho más amplia que la de el número de sus residentes.
Ya son millones de mexicanos que hacen de sus casas dormitorios y de la Ciudad de México su hogar. Son jornadas de diez a 12 horas en diferentes alcaldías, con la consecuente participación de los servicios y de su contribución a la economía chilanga. No por nada, todavía no aparecen los primeros rayos de luz y miles de comerciantes están puntuales afuera de estaciones del metro o de esquinas concurridas para ofrecer una variedad de productos a quienes viajan a la capital. Para las nueve de la mañana, muchas y muchos de ellos terminaron esa jornada y regresan a trabajar en la manufactura de alimentos o comienzan un segundo turno de trabajo en alguna otra actividad. Contar bien a este importante segmento de la sociedad metropolitana nos ayudaría con la planeación urbana, el cuidado de los recursos y los ajustes que tendremos que hacer a la infraestructura de la Ciudad de México en los próximos años.
Es una tarea urgente contemplar a estos millones de usuarios de la capital y también a los miles de nuevos residentes que llegan de otros países y que están habitando barrios y colonias. Estoy en contra de la gentrificación, pero responsabilizar a las y los nuevos habitantes es un prejuicio que no tiene ningún fundamento real. Lo que tenemos que vigilar es que nadie se quede apartado del desarrollo y que éste no evada ciertas zonas. Un ejemplo de lo que podría intentarse, una vez más, es el rescate de polos céntricos comerciales y de vivienda que tienen mucho potencial, como la llamada Zona Rosa.
Recientemente en España, se ha dado un debate nacional en varias provincias para detener la apertura indiscriminada de vivienda para uso turístico y regular mejor a las plataformas que ofertan servicios de hospedaje. Lo que inició como una buena idea para generar ingresos de habitaciones, terrazas, sótanos y desvanes que pudieran alojar cómodamente a turistas, ahora es una competencia desleal hacia los hoteles y una concentración de departamentos y casas en unas cuantas manos. Algo muy parecido a lo que nos ocurre con las aplicaciones de transporte, las cuales prometieron ser una solución de movilidad y terminaron como un servicio de taxis por teléfono móvil, con los mismos problemas que sus antiguos competidores y ningún alivio al tránsito de la ciudad.
Creo que la Ciudad de México todavía cuenta con espacio suficiente para cubrir la demanda de vivienda, particularmente para las y los jóvenes que deben buscar construir un patrimonio, y con alternativas para que los millones reales que somos en la zona metropolitana podamos beneficiarnos del surgimiento de la capital como el polo económico, cultural y social del continente y uno de los más atractivos del mundo.
Todas las ciudades se enfrentan a este problema tarde o temprano. Nueva York atraviesa por una de sus crisis notables porque deberá invertir millones de dólares que no tiene en renovar el Metro y hacer adecuaciones mayores a su infraestructura porque la presencia de migrantes la han puesto a prueba en cuanto a espacio y disponibilidad de servicios. Hacia dónde puede crecer es todavía una pregunta que no tiene respuesta, pero la hora de cero de la “gran manzana” y de otras urbes como Londres y París parece haber llegado. Nosotros, pienso, estamos a tiempo. Sin embargo, el momento de solucionar estos retos empezó hace varios años, pero en la próxima década tendrá que haber cambios radicales para que sigamos teniendo viabilidad como una de las ciudades más bellas e importantes del planeta.