/ domingo 5 de mayo de 2024

OPINIÓN POR LUIS WERTMAN ZASLAV | Conducir de noche

El relajamiento en la circulación de los automóviles comienza a observarse desde las diez de la mañana. En algunos días puede ser antes y, cuando comienza el fin de semana, el tráfico parece el mismo que a las horas denominadas “pico” en una noche de viernes cualquiera.

Circular cuando la mayoría de los automovilistas ha regresado a sus hogares da la falsa impresión de que puede aumentarse la velocidad. Ocurre lo mismo con los motociclistas, particularmente los que aprovechan para rodar unidades de alto cilindraje en avenidas principales. Otros, como los grupos de ciclistas, también toman la oportunidad de trasladarse en grupo y sobre carriles para automóviles; algunos contingentes de patinadores se les suman, además de quienes emplean estas populares bicicletas y motonetas eléctricas que están en esa frontera entre el vehículo motorizado y el ocupante de la ciclovía.

Nada de esto tendría que resultar especial en la Ciudad de México, ni en ninguna otra gran metrópoli, si no fuera porque la velocidad con la que se maniobra provoca accidentes graves e incluso tragedias en días en los que deberíamos disfrutar de traslados más breves.

Perder la noción de que conducir a altas horas de la noche cualquier vehículo representa mayor responsabilidad es perder o lastimar vidas valiosas. Justo cuando somos menos en las calles es cuando más cuidado debemos observar y no al revés.

Las ciclovías deben continuar como el carril específico de ciclistas y conductores de vehículos eléctricos y monopatines. Los carriles de baja velocidad lo son hasta que el sol vuelve a salir y los de alta tienen que servir para moderar el kilometraje, no para convertirlo en una pista de carreras.

Contrario a lo que puede pensarse de una urbe como la nuestra, la noche no es el lapso en el que podemos hacer cosas que no nos atreveríamos a plena luz del día. Perdemos facultades para conducir (el vehículo que sea) y de beber y conducir un auto, mejor ni hablar: queda terminantemente prohibido si queremos vivir en una ciudad con tranquilidad y en paz.

Podemos disfrutar de las noches sin mayores consecuencias cuando actuamos de manera corresponsable y no nos podemos en riesgo para no arriesgar a los demás. Lo deseable es que como ciudadanos ocupemos las calles por la noche y, en muchas zonas, que haya actividad hasta la madrugada. Esa es una de las muestras más relevantes sobre la seguridad de una ciudad. Sin embargo, eso no quiere decir que solo actuamos con civismo y respetamos las reglas elementales del espacio público durante el día.

Por eso es tan importante contar con un buen alumbrado público, señalización correcta y nomenclatura pública que oriente y dirija a los conductores y peatones las 24 horas del día. Si una metrópoli no duerme nunca, tampoco lo debe hacer la prevención y la supervisión permanente de ciudadanos y autoridades.

La composición del parque vehicular está cambiando en la capital de nuestro país, igual que en otras ciudades capitales y principales de la República. El tráfico pesado, el nuestro y el de carga, está ocupando cada vez más ciudades y municipios por el desarrollo económico que se registra en el sur, en el centro y en el norte de México. Necesitamos una cultura vial que vaya a la par de una cultura de la prevención.

Las motocicletas seguirán creciendo en número y sus variantes también. Lo ideal es que lo mismo suceda con las bicicletas. Pero eso solo ocurrirá si cada uno de nosotros comprende y respeta el espacio asignado a cada vehículo y da preferencia a las y los peatones.

Comparto un punto de referencia: los homicidios culposos (no intencionales) ha resurgido en los Estados Unidos, mientras que los dolosos descienden. La explicación científica es el descuido de los conductores en la noche ante la pérdida de reflejos, el volumen de los nuevos modelos (particularmente las camionetas) y la mala iluminación de calles, caminos, autopistas y avenidas en muchas de sus ciudades.

Si no queremos repetir este patrón, estamos a tiempo de actuar en sentido contrario a lo que nos indicaría la sabiduría convencional: que en cuanto se despeja el tráfico podemos llegar más rápido a nuestro destino si pisamos el acelerador. Eso es falso y, por lo general, nos pone en peligro a todos.