/ domingo 28 de julio de 2024

Opinión por Luis Wertman Zaslav | Cables, cables y más cables

La escena, supongo, es una de las que se repite todos los días, cientos de veces, en el Valle de México: un eficiente técnico de la Comisión Federal de Electricidad hace la reparación del cableado eléctrico desde la góndola de una grúa, en medio de una maraña de cables de otros servicios que abarrotan el poste.

Lo observo durante la luz roja del semáforo, junto con sus compañeros que apenas lo miran por lo normal de la tarea, aunque no hay nada de normal al respecto. ¿Cómo sabe, entre tanto cable, cuáles son los que necesita identificar como suyos para repararlos? No solo es una hazaña cotidiana de los trabajadores de la CFE, sino que revela el problema del cableado aéreo en los municipios conurbados y en las alcaldías de la Ciudad de México.

Sin importar la zona, las “arañas” de cableado están presentes en cada esquina. Compañías de televisión restringida, de telefonía, “diableros” que se roban energía eléctrica, entre otros portadores de cables, terminan por formar auténticos nudos gordianos que nos perjudican a todos. Bueno, ni siquiera las poblaciones de ardillas son beneficiarias de estos improvisados puentes colgantes, porque muchas veces son trampas que terminan por electrocutarlas al paso.

La mayoría de las grandes ciudades del planeta instalan cableado subterráneo. Pueden existir varios argumentos acerca de esta medida en una zona sísmica, pero existen ejemplo de urbes que están en una, como Tokio y Los Ángeles, que han establecido medidas para conectar diferentes servicios públicos y privados a los hogares, sin que los postes se atiborren de cables. Una política pública que debemos pedirle a las autoridades es la obligación de que las empresas que ya no usen sus cables, porque un cliente cancela el servicio o los sustituyen con antenas inalámbricas, los retiren.

Otra buena opción es revisar la calidad del subsuelo y, en donde sea factible, bajar los cables de los postes y enterrarlos. Sobre todo, en la periferia de las ciudades del Valle de México. Muchos municipios harían un servicio a sus gobernados y un enorme favor a sus administraciones, porque dejarían un legado para los siguientes periodos. Tener cableado inútil afecta la transmisión de energía eléctrica, complica la oferta de otros servicios necesarios en los hogares y termina por afectar a transeúntes, ciclistas y conductores.

Una de mis posesiones más preciadas es mi tarjeta de Ecobici. Aunque no uso la bicicleta tanto como quisiera, cuando lo hago he tenido que aprender a esquivar los cables que terminan colgando de las marañas y que son un riesgo permanente. Ante la cantidad de éstos, muchos automovilistas tienen que hacer lo mismo, igual que los peatones. Son extensiones de varios metros, con interior metálico, que a cierta velocidad pueden enredarse fácilmente y “chicotear” hasta dejar una lesión o provocar un choque. ¿Quién es responsable cuando algo así sucede? Tal vez contar con la respuesta no sea importante cuando leemos este texto, pero cuando nos ocurra (espero que nunca) será la fuente de una enorme frustración y enojo, porque como sociedad no ayudamos a solucionarlo de una vez y por todas.

La tecnología ha evolucionado tanto que los cables aéreos lucen como una reliquia de otro tiempo. Es difícil comprender por qué los seguimos usando y las compañías privadas tampoco ofrecen alguna explicación lógica. Es posible que sigan siendo rentables, pero ¿y si no lo son? La contaminación visual, como cualquier otro tipo de contaminación, deteriora nuestra calidad de vida. Lo vimos con los anuncios espectaculares y con algunas instalaciones de pantallas gigantes que terminaron por obligar a una regulación urgente que ha recuperado las vistas de una ciudad, como la nuestra, que tiene mucho qué admirar.

Pero no es solo una cuestión de estética urbana, como la posibilidad de vivir mejor en las calles y en los espacios públicos que son de todas y de todos. Una auténtica cultura de protección civil y de la prevención nunca estará reñida con la convivencia en espacios limpios a la vista.

También es una cuestión de seguridad. Cableado arriba, tuberías de gas doméstico abajo o en el exterior de edificios, camiones de altura en calles angostas, son una combinación para un accidente de consecuencias reservadas. Somos de las pocas ciudades que todavía conservan ese tipo de infraestructura y acceso vial, la modernidad de la zona metropolitana depende de que, unidos ciudadanos y autoridades, demos el siguiente paso hacia el futuro de nuestras ciudades, particularmente de la capital del país.

La escena, supongo, es una de las que se repite todos los días, cientos de veces, en el Valle de México: un eficiente técnico de la Comisión Federal de Electricidad hace la reparación del cableado eléctrico desde la góndola de una grúa, en medio de una maraña de cables de otros servicios que abarrotan el poste.

Lo observo durante la luz roja del semáforo, junto con sus compañeros que apenas lo miran por lo normal de la tarea, aunque no hay nada de normal al respecto. ¿Cómo sabe, entre tanto cable, cuáles son los que necesita identificar como suyos para repararlos? No solo es una hazaña cotidiana de los trabajadores de la CFE, sino que revela el problema del cableado aéreo en los municipios conurbados y en las alcaldías de la Ciudad de México.

Sin importar la zona, las “arañas” de cableado están presentes en cada esquina. Compañías de televisión restringida, de telefonía, “diableros” que se roban energía eléctrica, entre otros portadores de cables, terminan por formar auténticos nudos gordianos que nos perjudican a todos. Bueno, ni siquiera las poblaciones de ardillas son beneficiarias de estos improvisados puentes colgantes, porque muchas veces son trampas que terminan por electrocutarlas al paso.

La mayoría de las grandes ciudades del planeta instalan cableado subterráneo. Pueden existir varios argumentos acerca de esta medida en una zona sísmica, pero existen ejemplo de urbes que están en una, como Tokio y Los Ángeles, que han establecido medidas para conectar diferentes servicios públicos y privados a los hogares, sin que los postes se atiborren de cables. Una política pública que debemos pedirle a las autoridades es la obligación de que las empresas que ya no usen sus cables, porque un cliente cancela el servicio o los sustituyen con antenas inalámbricas, los retiren.

Otra buena opción es revisar la calidad del subsuelo y, en donde sea factible, bajar los cables de los postes y enterrarlos. Sobre todo, en la periferia de las ciudades del Valle de México. Muchos municipios harían un servicio a sus gobernados y un enorme favor a sus administraciones, porque dejarían un legado para los siguientes periodos. Tener cableado inútil afecta la transmisión de energía eléctrica, complica la oferta de otros servicios necesarios en los hogares y termina por afectar a transeúntes, ciclistas y conductores.

Una de mis posesiones más preciadas es mi tarjeta de Ecobici. Aunque no uso la bicicleta tanto como quisiera, cuando lo hago he tenido que aprender a esquivar los cables que terminan colgando de las marañas y que son un riesgo permanente. Ante la cantidad de éstos, muchos automovilistas tienen que hacer lo mismo, igual que los peatones. Son extensiones de varios metros, con interior metálico, que a cierta velocidad pueden enredarse fácilmente y “chicotear” hasta dejar una lesión o provocar un choque. ¿Quién es responsable cuando algo así sucede? Tal vez contar con la respuesta no sea importante cuando leemos este texto, pero cuando nos ocurra (espero que nunca) será la fuente de una enorme frustración y enojo, porque como sociedad no ayudamos a solucionarlo de una vez y por todas.

La tecnología ha evolucionado tanto que los cables aéreos lucen como una reliquia de otro tiempo. Es difícil comprender por qué los seguimos usando y las compañías privadas tampoco ofrecen alguna explicación lógica. Es posible que sigan siendo rentables, pero ¿y si no lo son? La contaminación visual, como cualquier otro tipo de contaminación, deteriora nuestra calidad de vida. Lo vimos con los anuncios espectaculares y con algunas instalaciones de pantallas gigantes que terminaron por obligar a una regulación urgente que ha recuperado las vistas de una ciudad, como la nuestra, que tiene mucho qué admirar.

Pero no es solo una cuestión de estética urbana, como la posibilidad de vivir mejor en las calles y en los espacios públicos que son de todas y de todos. Una auténtica cultura de protección civil y de la prevención nunca estará reñida con la convivencia en espacios limpios a la vista.

También es una cuestión de seguridad. Cableado arriba, tuberías de gas doméstico abajo o en el exterior de edificios, camiones de altura en calles angostas, son una combinación para un accidente de consecuencias reservadas. Somos de las pocas ciudades que todavía conservan ese tipo de infraestructura y acceso vial, la modernidad de la zona metropolitana depende de que, unidos ciudadanos y autoridades, demos el siguiente paso hacia el futuro de nuestras ciudades, particularmente de la capital del país.