/ martes 13 de agosto de 2024

Opinión por Luis Wertman Zaslav | Agua perdida

Las imágenes son conocidas, aunque cada temporada de lluvias igual de impactantes: bajopuentes inundados en Periférico norte; avenidas principales de municipios mexiquenses convertidos en canales; colonias de la Ciudad de México que sufren de cascadas y de acumulación de agua de tormentas que irremediablemente parecen perderse en el drenaje.

Valdría la pena conocer la cantidad de litros que representan las últimas tormentas en estos momentos, para compararla con el tamaño de la escasez que se padece en los mismos lugares donde la acumulación del líquido hace estragos. Reflexionar sobre las maneras en que podemos -y debemos- aprovechar las precipitaciones para cosechar agua es un paso de política pública urgente. No es sostenible pasar de temporadas prolongadas de sequía a temporadas de inundaciones, para regresar a las primeras de nuevo. ¿Qué hemos hecho para no perder el agua que torrencialmente cae en estos meses? Esa es una respuesta que sociedad y gobierno tiene que responder lo más pronto posible.

Es evidente que después de más de medio siglo de explosión urbana en el Estado de México y en la zona metropolitana del Valle de México, la infraestructura del drenaje está sobrepasada y que su mantenimiento requiere de mejoras. A pesar de que la situación es distinta en la capital del país, contar con un buen sistema de alcantarillado y de posible recuperación de agua pluvial es una tarea permanente a la que se debe destinar no solo recursos, sino también tecnología.

Si, de acuerdo con los cálculos que están disponibles públicamente, la mayoría de los capitalinos reducimos nuestro consumo del vital líquido en acciones sencillas de cuidado del agua al asearnos y utilizar el sanitario, en alcaldías como Iztapalapa no tendría que haber limitaciones para cubrir con este derecho; pensemos lo que podría ocurrir si además sumáramos la cosecha de lluvia a las reservas de agua de la región. Es una ecuación necesaria, pero que tiene que derivar en medias metropolitanas para que, al menos en vías primarias, contemos con sistemas de recuperación conectados a la red de potabilización y distribución que alimentan a municipios como Naucalpan, alcaldías como Azcapotzalco, entre otros centros urbanos, que cuentan con un servicio deficiente, o de plano ausente, durante la mayor parte del año.

Coincide también con una consideración errónea acerca del agua. No es un servicio que por pagarlo surge automáticamente en las tuberías; es un derecho indispensable para las comunidades, que debe protegerse al mismo tiempo que se asume la responsabilidad civil de cuidar el líquido que se recibe.

Falta mucho todavía para consolidar una cultura del cuidado del agua, pero sus efectos en los últimos dos años han sido reveladores acerca del cambio en los ciclos climáticos. A temperaturas históricamente altas, siguen meses de precipitaciones que arrasan con vecindarios y paralizan municipios. Lo que tendría que ser más que una bendición de la naturaleza -la lluvia- debe transformarse en una estrategia de aprovechamiento que, por fin, resuelva con diferentes acciones concretas la falta de agua en muchos de los sitios donde las imágenes de inundación se repiten cada agosto y septiembre.

Según los especialistas, las temporadas de ciclones y huracanes se harán más intensas cada año, a la par de que los meses de lluvia se irán recorriendo. No más esperar las aguas de mayo, para mejor prepararnos a las aguas de octubre y hasta de las de principios de noviembre. Lo que sigue sin respuesta es la manera de gestionar la lluvia que llegará de esos fenómenos meteorológicos en temporadas que ya no son las tradicionales.

Como ciudadanía tenemos un papel en esta coyuntura y una primera acción de corresponsabilidad es insistir a nuestras autoridades que se haga la inversión que se necesita para cosechar el agua de lluvia. Una segunda es contribuir con el cuidado del agua. Vivir es esta dicotomía entre la sequía y la inundación nos hacer perder foco sobre el problema a solucionar: que a nadie le falte el agua.


Opinión por Luis Wertman Zaslav