/ jueves 22 de diciembre de 2022

OPINIÓN FRIDA GÓMEZ | Nostalgia de Navidad

Hay un recuerdo que late en la memoria mexicana de las antiguas navidades en casas de abuelos con hogares llenos de familia. Recuerdos de las primas bailando con luces de bengala, primos corriendo por todos lados, a veces con cuetes, a veces con balones o, simplemente, escondiéndose. Los olores del ponche y el pavo mezclándose con la pólvora, entre el tufo de tequilas y licores de los mayores.

Crecer implica entender que aquellas reuniones dadas por sentado eran regalos únicos que nunca más volverían a repetirse, al menos, no de la misma manera. Que los abuelos se van, los tíos se aíslan, los primos crecen y hacen sus familias, que si aún no tienes la tuya, probablemente preferirás viajar, pasarla con amigos o quedarte en casa únicamente con tus padres si es que cuentas con el privilegio de tenerlos con vida. Envejecer también regala una perspectiva distinta cada diciembre: ¡Qué caro es el relato de Santa! ¡Qué cara resulta la cena con inflación!

¿Cómo le hicieron las madres obreras, los padres precarizados, los que no recibieron aguinaldos o los que perdieron sus empleos? ¿Cómo le hicieron nuestros propios padres para que las fiestas no faltaran, la comida sobrara y los regalos existieran? ¿Cuántas otras realidades nos quedamos sin mirar mientras nuestras familias no eran precisamente ricas, pero hicieron de estos rituales su prioridad?

La Navidad es nostalgia empaquetada que fue regalo de la infancia, adornada con un moño con la advertencia: “Temporal, aproveche antes del atardecer de su vida”. Una semilla poco valorada antes de tener la conciencia de su temporalidad, una que va sembrando los recuerdos más lejanos antes de saber que los querríamos preservar. No todos guardan buenos recuerdos de las fiestas decembrinas.

Un sinfín de adolescentes enfrenta episodios de abuso frente al tío borracho o al abuelo aprovechado. Otro tanto, recuerda haber perdido a algún ser amado. A veces, la cena navideña destaca más por los ausentes. ¿Cómo se llenan las sillas de los que faltan? ¿En qué arbolito se dejan los regalos de los niños que murieron o de los bebés que no alcanzaron a crecer?

Ese es el espíritu navideño propio. El que nos ahoga cuando cobramos conciencia de contenido y significado que a nuestras vidas son los cierres, pues independientemente de la religión y las familias, el solsticio de invierno anuncia la temporada natural de cerrar los ciclos, permitir morir lo viejo para ver nacer lo nuevo. Sentir en los propios cuerpos como el frío cala más, igual que la crisis o que el sentimiento.

Sentirlo con comodidad ayuda bastante, sin culpa por tener ánimos escépticos, sin limitar el nudo en la garganta o las ganas de llorar. Sin forzar nada. Agradeciendo el invierno de la madurez al que llegan los adultos que pueden. Y si es que tienen infantes en casa, aprovechando la oportunidad de entender el concepto de inocencia y adorarlo como los antiguos adultos, que ahora son abuelos o de plano, ya no están.

La inocencia solamente puede ser reconocida por quienes la han perdido. Quienes la están gozando, no se hacen conscientes de ella, pues no conocen una manera distinta de ver el mundo. Cada momento que vivimos fue milagroso. Posiblemente, el sentido de la Navidad es hacerla mágica para alguien más. Feliz navidad, queridas y queridos lectores.

Frida Gómez / Abogada y periodista. Desarrollo estrategias para cerrar brechas de género, impulsar a las mujeres e incidir en políticas - Twitter: @FridaFerminita

Hay un recuerdo que late en la memoria mexicana de las antiguas navidades en casas de abuelos con hogares llenos de familia. Recuerdos de las primas bailando con luces de bengala, primos corriendo por todos lados, a veces con cuetes, a veces con balones o, simplemente, escondiéndose. Los olores del ponche y el pavo mezclándose con la pólvora, entre el tufo de tequilas y licores de los mayores.

Crecer implica entender que aquellas reuniones dadas por sentado eran regalos únicos que nunca más volverían a repetirse, al menos, no de la misma manera. Que los abuelos se van, los tíos se aíslan, los primos crecen y hacen sus familias, que si aún no tienes la tuya, probablemente preferirás viajar, pasarla con amigos o quedarte en casa únicamente con tus padres si es que cuentas con el privilegio de tenerlos con vida. Envejecer también regala una perspectiva distinta cada diciembre: ¡Qué caro es el relato de Santa! ¡Qué cara resulta la cena con inflación!

¿Cómo le hicieron las madres obreras, los padres precarizados, los que no recibieron aguinaldos o los que perdieron sus empleos? ¿Cómo le hicieron nuestros propios padres para que las fiestas no faltaran, la comida sobrara y los regalos existieran? ¿Cuántas otras realidades nos quedamos sin mirar mientras nuestras familias no eran precisamente ricas, pero hicieron de estos rituales su prioridad?

La Navidad es nostalgia empaquetada que fue regalo de la infancia, adornada con un moño con la advertencia: “Temporal, aproveche antes del atardecer de su vida”. Una semilla poco valorada antes de tener la conciencia de su temporalidad, una que va sembrando los recuerdos más lejanos antes de saber que los querríamos preservar. No todos guardan buenos recuerdos de las fiestas decembrinas.

Un sinfín de adolescentes enfrenta episodios de abuso frente al tío borracho o al abuelo aprovechado. Otro tanto, recuerda haber perdido a algún ser amado. A veces, la cena navideña destaca más por los ausentes. ¿Cómo se llenan las sillas de los que faltan? ¿En qué arbolito se dejan los regalos de los niños que murieron o de los bebés que no alcanzaron a crecer?

Ese es el espíritu navideño propio. El que nos ahoga cuando cobramos conciencia de contenido y significado que a nuestras vidas son los cierres, pues independientemente de la religión y las familias, el solsticio de invierno anuncia la temporada natural de cerrar los ciclos, permitir morir lo viejo para ver nacer lo nuevo. Sentir en los propios cuerpos como el frío cala más, igual que la crisis o que el sentimiento.

Sentirlo con comodidad ayuda bastante, sin culpa por tener ánimos escépticos, sin limitar el nudo en la garganta o las ganas de llorar. Sin forzar nada. Agradeciendo el invierno de la madurez al que llegan los adultos que pueden. Y si es que tienen infantes en casa, aprovechando la oportunidad de entender el concepto de inocencia y adorarlo como los antiguos adultos, que ahora son abuelos o de plano, ya no están.

La inocencia solamente puede ser reconocida por quienes la han perdido. Quienes la están gozando, no se hacen conscientes de ella, pues no conocen una manera distinta de ver el mundo. Cada momento que vivimos fue milagroso. Posiblemente, el sentido de la Navidad es hacerla mágica para alguien más. Feliz navidad, queridas y queridos lectores.

Frida Gómez / Abogada y periodista. Desarrollo estrategias para cerrar brechas de género, impulsar a las mujeres e incidir en políticas - Twitter: @FridaFerminita