Así es, querido bohemio lector, se acerca la Navidad tanto que ya está aquí. Se nos dejó venir encima. He insistido mil veces -y lo seguiré haciendo- que la Navidad no es una noche, no es un día, no es una fecha; es un período, el tiempo del solsticio de invierno, el de las noches largas. Y ya empezó. Dentro de poco se va a producir la noche más larga del año, el solsticio astronómico del 21 de diciembre en el calendario gregoriano, el primero nivoso en el calendario revolucionario. Y con la navidad, de inmediato comienzan las evocaciones y añoranzas a los seres queridos que se nos han adelantado en el camino. La nostalgia de la muerte presente en cada fin de año se aguza conforme a la madurez y el paso inexorable del tiempo en cada uno de nosotros. Aquí valdría la pena una reflexión que en esta ocasión pongo a su consideración: la muerte que libera.
Pienso que la muerte de un ser querido siempre representa una liberación. Se libera uno siempre, por querido que sea el ser; es más, cuanto más lo quiere uno, su muerte más nos libera porque el amor, porque el cariño son cadenas, pues. Nos tiene cautivados o cautivos -como ustedes quieran decirlo- y su desaparición, cosa que no anula el dolor (Cuidado, el dolor existe y este puede ser terrible, insoportable, desgarrador) pero junto a ese dolor, junto a ese sentimiento de perdida, de soledad y de tristeza existe el sentimiento liberador y el hecho que entristece aún más es el de saber que estaremos cada día menos tristes y que cada día avanzará esta inenarrable abyección del olvido, la amnesia, el desapego necesario que nos permite seguir viviendo.
Recuerdo esa pequeña historia, ese cuento corto de Sió, un cuentista, creo catalán:
Se muere el viejo y en el entierro está la viuda anciana, su hija, su yerno y sus nietos. Después de las pompas fúnebres se van a la casa. La hija abraza la madre y le dice:
- Mamá, ahora te vas a venir a vivir con nosotros, verdad?
- No querida, no, prefiero...
- No quiero que te quedes sola. Además, en esa casa que compartiste con papá y todos los recuerdos te van a traer tristeza... Ven con nosotros.
- De ninguna manera hija, quiero estar sola.
- Pero te vas a deprimir.
- Tal vez, hija, pero prefiero vivir el duelo de tu padre en soledad.
- Bueno pero te vienes aunque sea 15 días a la casa, juegas con los niños, te despejas un poco...
-No, hija. Después hablamos. De momento déjenme sola. Entiéndanme.
Y el nuero le dice:
- Déjala, mujer, ya la conoces, no la vas a convencer. Déjala en paz.
- Bueno mamá, pero cualquier cosa nos hablas por favor.
- Sí, hija.
Se va y en cuanto se queda sola la abuela viuda, se queda viendo a su alrededor en la casa, se quita el sombrero y el velo negro, se despoja del vestido de luto, se enjuaga la cara, se pone un vestido beige más veraniego, unas sandalias cómodas y baja al bar de la esquina a hacer lo que siempre había querido hacer y nunca había podido.
Se sienta en la barra y dice:
- Un gin tónic, por favor.
Escríbame. Yo siempre contesto, bohemio mío: rodrigodelacadena@yahoo.com
¡Ni una línea más!