Julio Alfredo Jaramillo Laurido nació en Guayaquil, Ecuador un 1º de octubre de 1935. A los 12 años por estar peleandoo en una calle ingresó por primera vez a un calabozo, esta ingrata experiencia la repetiría a lo largo de su vida pues fue un pendenciero nato. Primero, ambicionaba ser contador, pero debido a la pobreza tuvo que retirarse al poco tiempo y se dedicó a desempeñar los oficios de albañil, zapatero, ebanista y constructor de guitarras.
Su hermano Pepe Jaramillo le enseñó las primeras notas en la guitarra y de esta manera se convirtió en un cantante de bares y trovador de serenatas, pero desempeñaba -ahora sí- un oficio más vinculado con su afición musical. La radio fue el primer escalón importante en donde se dio la transición del cantante de barrio al de ciudad. Entonces sus sueños cambiaron abruptamente: Ya no quería seguir siendo cantante de ciudad, sino cantante del mundo.
Su origen popular y rasgos mestizos, además del éxito de sus canciones lo convirtieron en un verdadero ídolo popular. Jamás olvidó su origen pobre, su barrio, sus amigos y sus aventuras juveniles, como cuando anduvo con la mujer de un policía, a la edad de 16 años, y cuando éste los encontró juntos, no disparó por considerar aún muy joven al amante furtivo.
Pudiéramos decir que Pedro Infante es a México lo que Jaramillo a Ecuador y gran parte de Sudamérica. Su primer éxito importante, según sus propias palabras, fue “Fatalidad” en 45 revoluciones por minuto, realizado a la edad de 17 años, vals que ya había popularizado Olimpo Cárdenas. Un empresario, al ver el éxito que tenía Olimpo en Latinoamérica, le propuso que lo imitara, a lo que él le contestó: “no voy a imitarlo, lo voy a superar”. A propósito de Olimpo Cárdenas y Julio Jaramillo, entrañable bohemio lector, tal vez no existan dos intérpretes y compositores más ligados al medio geográfico, social y familiar y, sobretodo, a una época de barrio, de cantina y de trasnocho, como ellos dos con excepción de Daniel Santos.
Julio realizó un puente entre la música criolla y tradicional ecuatoriana como el pasillo, el vals y el bolero y también cantó pasodobles, bambucos, alvazos, guajiras, rancheras y grabo cerca de 550 discos de larga duración. Entre sus más grandes éxitos podemos destacar el bolero puertorriqueño de Benito de Jesús “Nuestro juramento”, considerado un segundo himno en el Ecuador. Otras de sus interpretaciones entrañables son: Arrepentida, El Divorcio, Alma mía, Por la vuelta, Rondando tu esquina, Temeridad, Ódiame, Sacrificio, Ya estamos iguales, Reminiscencias, Guayaquil de mis amores, Ay Mexicanita, Te odio y te quiero, Me duele el corazón, El vicio, Osito de felpa, Cuando llora mi guitarra, Bodas negras, De cigarro en cigarro, Deuda, El Aguacate, Amor sin esperanza o el pasillo “Sombras” con versos de la poetisa yucateca Rosario Sansores.
Jaramillo recorrió todos los países de América latina pero donde mayor aceptación tuvo fue en nuestro país, en donde vivió 15 años. De México fue expulsado dos veces: la primera por pegarle al jefe de la policía en estado de embriaguez al obligarlo a que le cantara rancheras con un mariachi, y la segunda por los celos de una argentina que, molesta, lo entregó a la policía secreta. También estuvo radicado en Colombia y Venezuela por varios años. Fue artista del sello Onix del Ecuador durante 11 años, firma con la que grabó 400 canciones. En casi todos los países que visitaba hacía grabaciones con diferentes casas disqueras.
Entonces, bohemio lector, ¿dónde están los sujetos del bolero y del tema popular del amor y del desamor? No están en la iglesia, ni en la sociedad, ni en la universidad. Siguen estando en la noche, en el aroma de las copas y en aquella zona prohibida en la que sólo pueden darse cita los amantes, el desengaño, el despecho y la pena. Y no hay circunstancia más completa que envuelva todos estos ingredientes que aquella en la que se dan cita la voz, la ebriedad y el desencanto. Esta es una de las verdaderas cortinas dramáticas y trágicas del bolero y de los intérpretes cuyo único proscenio es la cantina.
Haciendo este homenaje sentimental y poético del ruiseñor de América es necesario encender las luces mortecinas en un bar de la esquina, sitio de hombres, de tabaco y de alcohol; hogar verdadero de la bohemia y de la tristeza convertidas en canción, en el que asistimos a esa serenata interminable que nos aguza la pena, que no hace más que recrear la tragedia del desencuentro y el fracaso sentimental, cuyo eco las guitarras y la voz repiten en busca del amanecer, única frontera de la separación definitiva entre la felicidad y el deber.
Escríbame, bohemio lector, yo siempre contesto: rodrigodelacadena@yahoo.com
¡Ni una línea más!