Al igual que 8 de cada 10 mexicanos, crecí en un hogar católico. Cada domingo mi abuela solía levantarnos muy temprano para asistir a misa, por las noches me instruía a rezar el “Padre nuestro” antes de dormir.
Al igual que muchas niñas y niños, ella brindó los cuidados incondicionales que mi madre no podía mientras trabajaba, esos que mi padre fue incapaz de procurar.
Con el tiempo, el feminismo, la universidad y la literatura, se me acabó lo católico y me nació lo subversivo. Acompañé por años las manifestaciones de mujeres lanzando consignas contra la iglesia por estigmatizar el aborto, exigiendo que “sacaran sus rosarios de nuestros ovarios”. Lancé y escribí maldiciones, acusaciones, mensajes de no olvido y no perdón denunciando la pederastia en la iglesia y en los grupos sectarios como el de Maciel.
Me creí tanto mi propia teoría de emancipación religiosa que a las mujeres de convento o mujeres “súper numerarias” y “numerarias” del Opus Dei intenté “liberar”, inmiscuyéndome en el feminismo teológico de la Cátedra de Teología Feminista de la Ibero, entendiendo a las “católicas por el derecho a decidir” y, finalmente, respetándolas sin intentar cambiarlas.
Ahora sucede algo curioso. Cuando experimento ansiedad o miedo, incertidumbre o nerviosismo, repito en mi cabeza con los dientes apretados la vieja frase que me enseñó la abuela: “Dios te salve María llena eres de gracia, el señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”. Si el momento es detonante de crisis, a la letanía agrego un padre nuestro. ¿Ahora soy católica?
No lo creo. Descubrí que nuestro cerebro guarda un registro temporal-espacial de nuestros momentos. Como una especie de “inteligencia artificial con realidad virtual” que se instala en el aquí y ahora con el esfuerzo de evocar alguna memoria que nos lleve a ese momento. Un olor, palabras, una persona, una luz. Recuerdo que aquellos rezos al inicio me fastidiaban, pero terminaban durmiéndome, tranquila y segura de que ahí estaría ella. Hoy el feminismo guarda distintos motores, todos válidos.
Algunos tienen el coraje o el dolor como móvil, otros tienen el amor o la academia. Descubrí que evocar el camino hacia nuestras ancestras madres, abuelas, bisabuelas sin juzgarlas, sin intentar cambiarlas y rescatando la paz que nos proporcionaron es otro camino válido para vivir el feminismo sin juicios ni presiones, sin imponernos encajar en la “perfecta feminista” y sin odiar una postura tan solo porque nos identificamos como religiosas.
Descubrí que la tranquilidad nace de la evocación a ese breve recuerdo con la luz tenue de la veladora que todas las noches acompañaban la virgen del buró, a un costado de su cama matrimonial. Esos 5 segundos bastan para devolver mi corazón a su lugar, rezando sin ser religiosa o tal vez, conectándome con el espíritu de ella que me calma desde el otro plano. El feminismo es una herramienta de liberación, no de juicio propio ni cancelación ajena.
Frida Gómez / Abogada y periodista. Desarrollo estrategias para cerrar brechas de género, impulsar a las mujeres e incidir en políticas - Twitter: @FridaFerminita