Por Luis Wertman Zaslav
Aquel sábado la discusión en una conocida red social con cientos de motociclistas comenzó temprano. Un día antes había expresado en un foro legislativo al que me invitaron que era momento de tomar algunas medidas de identificación de conductores de motocicletas y motonetas para seguridad de todos los capitalinos.
Algunas propuestas ya se aplicaban en otras capitales del continente. Una era grabar los cascos con la matrícula de la moto y, otra, portar un chaleco con la misma denominación.
Éstas, al igual que las demás, provocaron un agrio debate inicial. El colmo fue respaldar la postura del entonces gobierno capitalino para prohibir el ingreso de motocicletas de bajo cilindraje a vías rápidas.
Felizmente, también todo era un malentendido y después de dos horas de posteos, acordamos una reunión en la sede de la organización ciudadana que en esa época tenía el honor de dirigir. Llegaron poco más de 30 asociaciones y clubes de motociclistas de la Ciudad y del Estado de México. Hablamos una mañana completa y al final nos tomamos una fotografía de recuerdo. Entre todas y todos hicimos propuestas y planteamos soluciones que terminaron en el Congreso capitalino para facilitar el tránsito no solo de las motocicletas, sino de todos los vehículos automotores.
Al paso de los años, cada escenario que se imaginó, en ese y en otros encuentros, se cumplió. Hoy, el crecimiento de motocicletas y motonetas ha sido exponencial y ha superado, por ejemplo, a la venta de automóviles. Muchas familias han incorporao este tipo de vehículo a su patrimonio, por su precio, comodidad y facilidad para sobrellevar el tráfico cotidiano.
En una ocasión tuve la oportunidad de ir al frente de una amplia delegación comercial que viajó a la India. Ahí atestigué la importancia de las motos en el transporte de personas y su papel, clave, en el desarrollo y calidad de vida de miles de familias. También, en las maneras en que podemos ordenar el tránsito cuando la mayoría se mueve en dos ruedas.
Es suficiente mirar cada alto para comprobar que, pronto, el parque vehicular de motos igualará al de automóviles. Si la circulación de una sola persona al volante contribuye a la pesadilla de los embotellamientos y las horas pico, tal vez la de una o dos personas en dos ruedas podría significar un futuro menos complejo para las vialidades capitalinas.
Sin embargo, por el momento, las motos zigzaguean entre camiones, camionetas y autobuses, muchas veces ignorando las luces de los semáforos, gracias a su agilidad y capacidad de maniobra. Del aumento en su uso para repartir mercancías de todo tipo, mejor ni hablar en algunos horarios.
¿Podríamos convertirnos en una capital de motociclistas? Cada día es más probable. Solo que eso requiere de un compromiso mayor como conductores y ciudadanos para evitar accidentes y tragedias asociadas a un manejo inadecuado de la velocidad y de la violación constante de las señales de tránsito, simplemente porque es posible.
En uno de los diálogos que tuvimos con los clubes y asociaciones, recuerdo la exposición de un participante que argumentaba que es es más seguro circular en moto, porque su conductor está obligado a ser más responsable, porque no goza de las distracciones de un automovilista.
Su posición era válida en un entorno en el que las motos eran todavía minoría y las motocicletas a gran cilindraje lo eran aún más. Hoy no estoy tan seguro.
Observo a cientos de conductores de motonetas y motos de reparto desarrollar una enorme habilidad para hablar por teléfono celular apretado al casco, escuchar música, y hasta ver videos y mensajes mientras esperan en cada crucero.
Una solución puede convertirse rápidamente en un nuevo problema, distinto al que intentaba resolver. India y China son dos ejemplos de que dos ruedas son mejor que cuatro, pero lleva tiempo lograr que ese principio se aplique, porque lo primero que ocurre puede ser el caos del manubrio.
Todo depende de la manera en nos pongamos de acuerdo como conductores y ciudadanos. Además, de la regulación de las autoridades, la corresponsabilidad de los fabricantes y, en general, de la conducta vial y peatonal de todas y todos.
Todavía creo que podemos solucionar inteligentemente el tráfico de la Ciudad de México para reducir los tiempos de traslado y mejorar la calidad de vida de la mayoría de los capitalinos.
Un camino siempre abierto es la cortesía y la civilidad en dos, cuatro, seis u ocho ruedas. Entre ciclistas y motociclistas; peatones y conductores. Como he compartido antes, cada uno tenemos un espacio en la vía pública y, al ocuparlo, favorecemos a toda una sociedad que merece no pasar tanto tiempo esperando a llegar casa o al trabajo.