/ domingo 22 de diciembre de 2019

¡Ah, los músicos!

Quiero pensar que es un inconsciente rechazo cultural por una inpasible parte de la insensibilizada sociedad mexicana el maquinal e irreflexivo desprecio a un gremio al cual me siento muy orgulloso de pertenecer: los músicos y ejecutantes de México.

Y es que, querido bohemio lector, con base en mi experiencia acumulada en los años que llevo siendo fortuitamente juez y parte en los menesteres relacionados al fascinante y seductor mundo de la industria de los espectáculos, puedo colegir que en este y muchos otros países de nuestra América existe una doble moral con base en el trato que les damos a quienes con con mucho esfuerzo, años de preparación y caudales de talento por un lado idolatramos a niveles cuasi seculares de elevación en el discurso político y de prácticamente toda relación pública como un referente obligado, mientras que, por otro, en la práctica, existe una evidente discriminación desinformada acerca de quienes se encargan de enarbolar la bandera de la sensibilidad y la pasión volcada en la expresión manifiesta de la cultura y las bellas artes. Concretamente, me refiero a la nula cultura por darle el mínimo y humano merecido lugar a los trabajadores de la industria del espectáculo y ejecutantes, llámense músicos, grupos, orquestas, solistas, mariachis, ensambles, cantantes, tríos, actores, intérpretes etc...

Hace menos de un mes tuve el gusto de ser invitado a la primer entrega de los premios a los ejecutantes mexicanos, en donde fueron reconocidos algunos de los más ilustres exponentes del arte lírico en nuestro país: Rigoberto Alfaro, Víctor Ruíz Pazos “Vitillo”, Roberto Pérez Vázquez, Tilico, Los Macorinos, Daniel López Infanzón, Fernando De Santiago, Pepe Hernández, César Gómez y una pléyade de destacados arreglistas, instrumentistas y filarmónicos, quienes al recibir dicha presea precisaron que son en general los cantantes quienes se llevan el reconocimiento y el aplauso de las audiencias; quedando los músicos en una suerte de rezago y heroico anonimato. Y es que no tomamos en cuenta que los compañeros no cuentan con prestaciones laborales, seguridad social, derechos de ley y aún así nos vemos obligados a cumplir, como todo mexicano, con las obligaciones tributarias correspondientes aún cuando nuestro trabajo, en unos casos, apenas y nos da para sobrevivir y mantener a nuestras familias.

Hasta cumplidos mis 16 años, fecha en que tuve la oportunidad de viajar a Cuba y vivir de cerca otro mundo en donde las personalidades de la cultura son tratadas al nivel de jefes de estado, yo pensaba que era normal encontrarme con comentarios y acciones tales como las siguientes (aunque usted no lo crea):

- “Ah, ¿son músicos? Ustedes entran por la cocina”

- “¡Dios mío! ¿Pero van a ser tantos en el escenario y dónde pongo mi sala?

- “La comida es para los invitados. Ustedes vienen a trabajar...”

- “¡Ah! Qué también hay que darles de tomar. ¿Qué no traen sus refrescos?”

- “¿Habitaciones triples están bien?”

- “¿Viáticos para qué?”

- “Muchachos, que nadie los vea. No entren a la casa hasta que no les toque. Esperen afuera en el jardín”

- “¿Camerino?”

- “¿México-Coahuila en camión está bien?”

- “Ta muy aburrida su música. ¡Toque pa’ bailar!”

- “¡Bájenle! No se puede platicar”

- “¿Para qué necesita equipo de sonido? Así solito con su piano está bien. Queremos platicar”

- “ Las bebidas son para los invitados. A ustedes no les puedo servir.”

- “Cántense otra, al fin ya les dimos su taco”

- “Ya la última. Échense un popurrí”

- “Cuánto me dejas la otra hora. Al fin ya están aquí”

- “Metan su coche, descargan y lo sacan. Por cierto no hay estacionamiento.”

- “Oiga pero no tenemos donde sentarnos

- “Hay un programa de televisión y no te van a cobrar.”

- “Mira, ve al evento del partido y te das a conocer.”

- “¿Y el cóver qué incluye?”

- “¿y aparte de la música a qué te dedicas, tienes alguna profesión?”

- “Ya terminamos señor, ¿nos paga? Sí, sólo que estoy ocupado. ¿Aguántame mañana, no?”

- “No muy fuerte. El bebé está dormido”

- “Señora, quite a los niños del escenario”

- “¿Cómo va el canto? ¿Cuándo harás algo en serio?”

- “Cualquiera canta...”

La decisión de ser artista, por sí misma, implica muchos retos y una lucha constante por ejercer una profesión que a pesar de ser necesaria para el bienestar social y anímico de los seres humanos no es valorada en patrones económicos. No hay mal humor que la música no cambie. Muy poca gente se imagina lo que hay detrás del Garrick que cada artista lleva dentro. Siempre dispuesto a presentarse con la mejor sonrisa no deja de ser fascinante y apasionada la vida del escenario para un artista. Recuerde, querido amigo bohemio irrefrenable, que ser músico implica componer, escribir, tocar, cantar, no comer, no dormir, desvelarse, arreglar, producir, mezclar, masterizar, grabar, hacer videos, actuar, relaciones públicas, enviar mensajes y correos y hacer llamadas, hacer radio televisión y prensa, promover, llevar agendas y calendarios, montar canciones de un día para otro, ir a ensayos, pruebas de sonido, luchas constantes con ingenieros de sonido y muchos sacrificios que en el espectáculo no se ven.

Vaya pues esta columna dedicada a los colegas que hacen nuestra vida mejor gracias a la firme convicción de haber elegido la música como motor indispensable de su vida.

¡Ni una línea más!