/ viernes 26 de abril de 2024

Enigma en la Peralvillo: investigan a presunto estrangulador serial tras muerte de una mujer en hotel

La policía multiplicaba esfuerzos, en mayo de 1963, porque suponía que había aparecido nuevo estrangulador en serie que cometía sus crímenes en cuartos de hoteles y retaba a los agentes

La policía multiplicaba esfuerzos, en mayo de 1963, porque suponía que había aparecido un nuevo estrangulador en serie, luego de que se habían conocido las atrocidades del “Jak Mexicano” (sic) y de “El Tapado”, quienes mataron a mujeres en cuartos de hotel, y con el registrado el martes 14 de aquel mes, surgió otro asunto policiaco envuelto en el misterio.

Los hechos se registraron un poco antes de las 14 horas, ya que, en ese momento al percatarse de la escena, un empleado del Hotel Cortés –ubicado en Calzada de los Misterios y Montiel, cerca de La Villa- descubrió en el cuarto 34 los muebles fuera de su lugar y, colgada del cuello con el cordón de una persiana, a una mujer que de momento no fue identificada.

En una primera versión, se mencionó que la identidad de la fémina probablemente sería Adriana González Romero, detenida en diversas ocasiones; aunque con base en estas suposiciones, no se estableció por qué se creyó que se trataba de esa persona en específico.

Los detectives infirieron que fue víctima de un sujeto que, el día previo en la madrugada, solicitó un cuarto en aquel hotel. Se presentó y dijo que la mujer era su esposa, según el empleado Luis Casiano Méndez, un joven de 17 años.

Casiano dijo al comandante Arriaga que ni el hombre ni la mujer aparentaban estar ebrios y que, transcurrido un tiempo, no escuchó voces, gritos ni nada que revelara un disgusto o pelea entre los extraños.

Un asesino "olvidadizo"

La policía descartó el suicidio y en forma resuelta se enfrentó a un difícil caso de homicidio. La hipótesis de los investigadores de derivó de la declaración del joven Casiano, quien junto con otras dos personas quedó detenido en la Jefatura de Policía

De acuerdo con los interrogatorios a que fue sometido Luis Casiano se supo que el sujeto que dio el nombre de Aurelio Hernández se presentó en la administración del hotel a las siete de la mañana y expresó:

-Sigue el cuarto ocupado. Yo regresaré enseguida; solo voy a comprar un jabón de baño.

A partir de este punto, los investigadores establecieron la hora de los hechos alrededor de las siete horas y siete horas después el empleado descubrió el cuerpo de la mujer sin vida a causa de estrangulamiento; entonces, llamó a la policía, que llegó alrededor de las 16 horas y dos horas más tarde llegó personal del laboratorio, sin que el individuo que salió a comprar jabón hubiera regresado.

Agentes de la Policía Judicial al mando del teniente coronel Edmundo Arriaga López –personaje muy importante para la resolución de caso, ya que había resuelto el de “El Jak Mexicano” y el de “El Tapado”- empezaron a investigar el caso de la mujer estrangulada con el cordón de la persiana en el Hotel Cortés.

La media filiación correspondía al de una mujer entre los 25 y 30 años, que vestía ropas de mediana calidad, blusa de nylon de color blanco, suéter rojo, zapatos de tacón color negro, muy usados.

Al ser trasladada al anfiteatro de la Decimotercera Delegación, uno de los empleados de la cárcel manifestó:

-Me parece haber visto en anteriores ocasiones a esa mujer. Creo que se llama Adriana González Romero.

El empleado explicó que Adriana había estado detenida por diversas causas y como la había visto en reiteradas ocasiones, por eso la recordaba, aunque aseguró no recordarla como una mala persona, sino de mal juicio, tal vez, por elegir mal a sus amistades. Su muerte le causó asombro.

El cuarto 24 se ubicaba en la parte alta del hotel. La habitación contaba con tres camas y una de las ventanas –en la que apareció estrangulada la mujer- daba a la calle.

Junto a la puerta del cuarto se ubicaba una de las camas y sobre ésta había ropa y sobre ésta se encontraba un pañuelo de mujer. Al fondo de la pieza, alineadas una junto a otra, estaban las otras dos camas. La del lado derecho estaba en completo desorden, en tanto que la del lado izquierdo estaba extrañamente “bien tendida” y sobre la colcha la policía encontró un arete y una llave.

Precisamente, en el espacio que quedaba entre esta cama y la pared, fue encontrado el cuerpo de la mujer, que pendía del cordón de la persiana que presentaba unos nudos.

La occisa tenía uno de sus brazos apoyado en el suelo y sus piernas estaban en extensión. Se encontraba vestida, pero uno de sus viejos zapatos fue hallado junto a una de las patas de la cama y el otro cerca de la pared.

Pistas: una colilla de cigarro y unos cabellos

Al ser trasladada al anfiteatro de la Delagación, el legista dijo que la mujer presentaba únicamente escoriaciones y surcos de compresión alrededor del cuello. Esto es, no se apreciaron otras huellas de golpes o lesiones.

El agente del MP, Enrique Cocina Martínez, asistió a la diligencia en la que personal del laboratorio de la Judicial tomó cabellos, pedazos de uña y huellas para someterlos a investigación.

La policía contaba con esas pistas, además de la colilla del cigarrillo, marca Del Prado, un arete, una llave y unas pastillas de eucalipto.

Una observación puntual de los investigadores, encabezados por el experto Miguel Rodríguez Lazcano, fue que a la mujer le faltaba el arete del lado izquierdo; asimismo, que en la habitación, sobre una repisa, había varias botellas de refresco.

Derivado de la recabación inicial de todos los indicios, se detuvo a tres personas: Luis Casiano, Joel Casiano y Gregorio Vargas, todos empleados del hotel.

Carlota Cortés, dueña del hotel, no se encontraba en la ciudad en ese momento, pero la encargada, se aprestó a ayudar en todo lo posible.

El inquilino del cuarto 35 dijo no haber escuchado ruidos de lucha ni gritos que indicaran pleito.

De acuerdo con la versión de los empleados, los agentes supieron que el sospechoso tenía aspecto de “ranchero”, de unos 32 años, moreno, nariz aguileña, cabello lacio, vestía chamarra de piel café y pantalón beige.

La policía realizó recorridos por zonas rojas de la ciudad de aquel entonces, en busca de indicios sobre el crimen. También recorrieron lugares frecuentados por drogadictos para interrogar a aquellos que pudieran saber algo de lo que ocurría en el bajo mundo del vicio y el crimen, en la ciudad del pecado.

Autoridades buscaban a tres sospechosos

Agentes del Servicio Secreto lograron localizar a dos personas, Hilaria Martínez y Antonio de la Concha, quienes dijeron conocer a la víctima, así como a varios individuos con los que mantenía una relación cercana, no sabían si amorosa o amistosa, pero continuamente se reunía con ellos.

Y con los datos aportados por estos dos testigos, uno de los mejores dibujantes de la época, Sergio Jaubert, hizo el retrato hablado del probable asesino.

No obstante estos datos, los agentes apreciaban dificultoso dar con el hombre que se registró con el nombre de Aurelio Hernández y ocupó el cuarto 34.

Por otra parte, se dio a conocer el informe de la necropsia en donde se estableció lo siguiente:

“Descubrimos lesiones externas e internas en el cuello. Se vio con claridad que la señora fue estrangulada. El criminal debe tener manos fuertes, ya que ocasionó las heridas internas. El cordón de la persiana no causó mayores daños.

Es seguro –puntualizó el legista que el asesino la mató y después simuló una escena en la cual pareciera que la mujer se habría suicidado, pero debido a la forma en que el cuerpo se encontró, fue descartado el suicidio”.

Y fueron Hilaria y Antonio quienes identificaron el cuerpo, aunque no lo reclamaron y por ello estuvo muchas horas la occisa en el Servicio Médico Forense, porque nadie la reclamaba legalmente.

Pistas y supuestos

La policía logró establecer que la víctima salió con varios individuos, con quienes quizá formalizó alguna relación. Quienes la conocieron, afirmaron que se relacionó con un estudiante de medicina, con un chofer de ruleteo, con un comerciante y, al parecer, con un soldado.

Las indagatorias señalaron que un individuo que estuvo entre los detenidos en la Decimotercera Delegación como sospechoso, también tuvo un “desliz” amoroso con la mujer no identificada; no obstante, debido a que sus señas particulares no coincidían con las del supuesto criminal, quedó libre, pero no descartado del todo.

Aparte de este y los pocos datos recabados al inicio de la investigación, nada pudo saber la policía sobre el caso, es decir, se quedaban sin pistas.

Muchos sujetos fueron llevados ante la autoridad en calidad de sospechosos o posibles testigos, pero si que se les hallara algún indicio de culpabilidad a unos y con poco que aportar a la investigación los otros.

De todos los datos aportados por todos aquellos que fueron entrevistados, el único que parecía cobrar relevacia fue el apodo de un sujeto, El Mantequilla, pues al parecer había sido pareja sentimental de la occisa y, lo más importante, sus facciones correspondían con las del retrato hablado, cuyos datos fueron aportados por el empleado del hotel, el único que vio a aquel sujeto.

Los días pasaban y la mujer aún permanecía en el servicio medico. Supuestamente, ya se había logrado identificar su identidad; respondía al nombre Silvia, vagaba por las colonias Martín Carrera y Gustavo A. Madero; jugaba futbol en la vía pública con varios jóvenes y se decía que había sido poliamorosa, pero la policía no lograba dar con ninguno de sus supuestos amantes.

Caso, a punto de quedar impune

La mujer que supuestamente había sido identificada como la mujer que apareció muerta en el Hotel Cortés apareció tres días después de ocurridos los hechos. Se trataba de Adriana Cortés Romero, que también usaba el nombre de Silvia, o así dijo que le decían algunas personas; en realidad usaba varios nombres.

Debido a ello, el Servicio Secreto tuvo que aceptar que el rumbo de su investigación estaba errado, por lo cual tuvo que dejar en libertad a muchos sospechosos que creyó estaban relacionados con la muerte de una mujer que en realidad estaba viva.

En verdad, parecía que los agentes estaban más que desorientados, perdidos completamente.

Decidieron investigar nuevamente a los muchachos empleados del hotel, a los primos Luis y José Casiano, puesto que a esas alturas consideraron pertinente ponerlos hasta el puesto número uno en la lista de sospechosos.


Pero, por otra parte, no descartó que se continuaba con la búsqueda del soldado a quien apodaban El Mantequilla, cuyas señas particulares eran las únicas que coincidían con las que aportó el empleado del hotel en su declaración y para el dibujante Jaubert.

La verdadera identidad de la supuesta muerta era Raquel Montoya Orozco, quien contaba en aquel momento con 19 años y residía en Privada Reforma 11, Portales.

De acuerdo con su narración, llegó al entonces Distrito Federal, procedente de Veracruz y durante algún tiempo deambuló por los lugares antes mencionados. Y que si no utilizaba su verdadero nombre era porque se dedicaba a la “vida galante”.

Raquel indicó que estuvo detenida en la 13ª. Delegación, donde un individuo pagó la multa que se le impuso.

De ello derivó que el agente Rodolfo Candiani pensó que dicha mujer era la víctima y localizó a dos personas que “identificaron” el cadáver. Y sobre ese dato partieron las investigaciones, pero pronto se desvanecieron.

A partir de entonces, algunos agentes pensaron que, de no ser reclamado pronto el cadáver, el crimen estaría en camino de quedar impune.

Sin embargo, cuando comenzaban a perder la esperanza, cuando sucedió el milagro que esperaban los agentes.

Por fin, el sábado 18 de mayo de 1963 fue identificada y reclamada como Enriqueta Celis Iniestra, alegre mesera de un centro nocturno denominado Cabaret Jardín, ubicado en la colonia Guerrero.

Los investigadores hicieron saber que la desventurada mujer dejó cuatro hijos en la orfandad, siendo el menor de tan solo tres meses de nacido.

La señora residía en Labradores 23, departamento 8, colonia Morelos. Esos eran los datos que esperaban los detectives encontrar y que fueran certeros para, a partir de estos, redondear el crimen con un cierre espectacular con la detención del responsable.

De inmediato se hicieron las primeras detenciones, todas llevadas a cabo en el Cabaret Jardín, en la Guerrero, donde Enriqueta prestaba sus servicios, pero la identidad de los detenidos permaneció sin revelarse para evitar entorpecer el caso.

Un dato que obtuvieron de aquel allanmiento fue que la alegre mesera últimamente mantenía una relación amistosa con el zapatero Roberto Ayala.

Por su parte, Nicolasa Iniestra López, madre de la occisa, dijo no tener datos útiles para la policía, en relación con el asesinato de su hija. Reconoció que días antes habían discutido amargamente y la había corrido de su casa, por lo que ignoraba lo que había sucedido con su hija.

Pero dijo que el marido le daba mala vida (José Luis Molina), aunque la atractiva empleada “no se comportaba del todo bien”.

Obviamente, algunos policías arrestaron a Molina como “sospechoso principal”, incluso porque en estado de ebriedad dijo que a su mujer “se la había llevado el diablo”.

Sin embargo, aunque se trataba de un mal sujeto, no fue el asesino, por lo cual todavía un cabo que atar en relación con la muerte de Enriqueta.

"Volvería a apretarle el cuello", dijo

Finalmente, el 21 de mayo de 1963 fue arrestado el ferrocarrilero Aurelio Valdés Hernández, conocido como “El Toluco”, de 25 años, quien se ocultaba en Atlacomulco, Estado de México.

“Me robó los ahorros de mi vida durante la parranda –dijo-, así que volvería a apretarle el cuello si retornara a la vida”.

Aseguró, luego de que fue detenido por los detectives y conducido a la delegación, que “ella confesó cuando la agarré de los cabellos y después la ahorqué y la colgué de un cordón de la persiana”.

Dijo que lo había hecho así para simular un suicidio, pero no pudo arreglar la habitación porque no tuvo tiempo suficiente.

Fue a raíz de una parranda. Siete trabajadores de la zona ferroviaria de Pantaco, departieron con cuatro chicas del centro nocturno Jardín, hasta que decidieron seguir su diversión en el cabaret Variedades, de la carretera México-Laredo.

Jorge Vargas Martínez, taxista, se encargaba de llevar noctámbulos y les cobraba barato. El trabajador del volante llevó a 11 personas al Variedades y les prometió que regresaría por ellas, pocas horas después.

El ruletero hizo varias vueltas para regresar a los parroquianos a sus destinos, pero en el último viaje no regresaron Aurelio y Enriqueta, sino que salieron del Variedades y se fueron al hotel Cortés.

Allí pidieron una habitación para descansar y por 15 pesos les asignaron la habitación número 34.

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Y ya en el interior del cuarto, el ferrocarrilero “se percató que le faltaban 4,800 pesos que traía envueltos en un papel y guardados en la bolsa de la camisa”; entonces se enfureció porque el dinero –según afirmó- era para comprar un terreno y cederlo a sus hijos.

Aparentemente, Enriqueta fue la responsable de la desaparición misteriosa de los billetes. El ferrocarrilero trató de hacer confesar “por las buenas” a Enriqueta, quien lo negó, pero cuando el hombre perdió la paciencia y quiso saber la verdad “por las malas”, la tomó por fuerza de los cabellos hasta que “la hizo chillar” y entonces confesó que, en efecto, se los había robado, pero que “los había entregado a una amiga, para repartirlos luego”.

Entonces, el ferroviario la sujetó de los brazos con las rodillas y le hundió los pulgares en el cuello hasta que Enriqueta dejó de respirar, después la colgó con un cordón de persiana, para dar la impresión de que se había suicidado.

Se apresuró a abandonar la habitación y cuando iba a salir del hotel, se cruzó con el joven Casiano a quien le dijo que regresaría más tarde, pues iría a comprar comida, pero ya no regresó.

Los detenidos en la redada del cabaret dieron el nombre de Aurelio, como uno más de los que participaron aquel día en la parranda. Entonces, los detectives investigaron sobre el sujeto y descubrieron que trabajaba en los archivos generales de la Estación de Pantaco, hasta donde se dirigieron.

Una vez allí, platicaron con el jefe del departamento, quien les informó que Aurelio se había presentado en Pantaco para pedir un “permiso” por un año, a lo que Juan Ramírez Coba, su jefe, incluso le preguntó en broma si “no sería a él a quien buscaba la policía”.

Y los agentes judiciales Conrado Rodríguez y Gilberto Hernández Ponce dijeron que lo buscaron inicialmente en su domicilio de la colonia Agrícola Oriental, pero se había ido con su familia al Estado de México, donde finalmente fue capturado y llevado ante la justicia.

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La policía multiplicaba esfuerzos, en mayo de 1963, porque suponía que había aparecido un nuevo estrangulador en serie, luego de que se habían conocido las atrocidades del “Jak Mexicano” (sic) y de “El Tapado”, quienes mataron a mujeres en cuartos de hotel, y con el registrado el martes 14 de aquel mes, surgió otro asunto policiaco envuelto en el misterio.

Los hechos se registraron un poco antes de las 14 horas, ya que, en ese momento al percatarse de la escena, un empleado del Hotel Cortés –ubicado en Calzada de los Misterios y Montiel, cerca de La Villa- descubrió en el cuarto 34 los muebles fuera de su lugar y, colgada del cuello con el cordón de una persiana, a una mujer que de momento no fue identificada.

En una primera versión, se mencionó que la identidad de la fémina probablemente sería Adriana González Romero, detenida en diversas ocasiones; aunque con base en estas suposiciones, no se estableció por qué se creyó que se trataba de esa persona en específico.

Los detectives infirieron que fue víctima de un sujeto que, el día previo en la madrugada, solicitó un cuarto en aquel hotel. Se presentó y dijo que la mujer era su esposa, según el empleado Luis Casiano Méndez, un joven de 17 años.

Casiano dijo al comandante Arriaga que ni el hombre ni la mujer aparentaban estar ebrios y que, transcurrido un tiempo, no escuchó voces, gritos ni nada que revelara un disgusto o pelea entre los extraños.

Un asesino "olvidadizo"

La policía descartó el suicidio y en forma resuelta se enfrentó a un difícil caso de homicidio. La hipótesis de los investigadores de derivó de la declaración del joven Casiano, quien junto con otras dos personas quedó detenido en la Jefatura de Policía

De acuerdo con los interrogatorios a que fue sometido Luis Casiano se supo que el sujeto que dio el nombre de Aurelio Hernández se presentó en la administración del hotel a las siete de la mañana y expresó:

-Sigue el cuarto ocupado. Yo regresaré enseguida; solo voy a comprar un jabón de baño.

A partir de este punto, los investigadores establecieron la hora de los hechos alrededor de las siete horas y siete horas después el empleado descubrió el cuerpo de la mujer sin vida a causa de estrangulamiento; entonces, llamó a la policía, que llegó alrededor de las 16 horas y dos horas más tarde llegó personal del laboratorio, sin que el individuo que salió a comprar jabón hubiera regresado.

Agentes de la Policía Judicial al mando del teniente coronel Edmundo Arriaga López –personaje muy importante para la resolución de caso, ya que había resuelto el de “El Jak Mexicano” y el de “El Tapado”- empezaron a investigar el caso de la mujer estrangulada con el cordón de la persiana en el Hotel Cortés.

La media filiación correspondía al de una mujer entre los 25 y 30 años, que vestía ropas de mediana calidad, blusa de nylon de color blanco, suéter rojo, zapatos de tacón color negro, muy usados.

Al ser trasladada al anfiteatro de la Decimotercera Delegación, uno de los empleados de la cárcel manifestó:

-Me parece haber visto en anteriores ocasiones a esa mujer. Creo que se llama Adriana González Romero.

El empleado explicó que Adriana había estado detenida por diversas causas y como la había visto en reiteradas ocasiones, por eso la recordaba, aunque aseguró no recordarla como una mala persona, sino de mal juicio, tal vez, por elegir mal a sus amistades. Su muerte le causó asombro.

El cuarto 24 se ubicaba en la parte alta del hotel. La habitación contaba con tres camas y una de las ventanas –en la que apareció estrangulada la mujer- daba a la calle.

Junto a la puerta del cuarto se ubicaba una de las camas y sobre ésta había ropa y sobre ésta se encontraba un pañuelo de mujer. Al fondo de la pieza, alineadas una junto a otra, estaban las otras dos camas. La del lado derecho estaba en completo desorden, en tanto que la del lado izquierdo estaba extrañamente “bien tendida” y sobre la colcha la policía encontró un arete y una llave.

Precisamente, en el espacio que quedaba entre esta cama y la pared, fue encontrado el cuerpo de la mujer, que pendía del cordón de la persiana que presentaba unos nudos.

La occisa tenía uno de sus brazos apoyado en el suelo y sus piernas estaban en extensión. Se encontraba vestida, pero uno de sus viejos zapatos fue hallado junto a una de las patas de la cama y el otro cerca de la pared.

Pistas: una colilla de cigarro y unos cabellos

Al ser trasladada al anfiteatro de la Delagación, el legista dijo que la mujer presentaba únicamente escoriaciones y surcos de compresión alrededor del cuello. Esto es, no se apreciaron otras huellas de golpes o lesiones.

El agente del MP, Enrique Cocina Martínez, asistió a la diligencia en la que personal del laboratorio de la Judicial tomó cabellos, pedazos de uña y huellas para someterlos a investigación.

La policía contaba con esas pistas, además de la colilla del cigarrillo, marca Del Prado, un arete, una llave y unas pastillas de eucalipto.

Una observación puntual de los investigadores, encabezados por el experto Miguel Rodríguez Lazcano, fue que a la mujer le faltaba el arete del lado izquierdo; asimismo, que en la habitación, sobre una repisa, había varias botellas de refresco.

Derivado de la recabación inicial de todos los indicios, se detuvo a tres personas: Luis Casiano, Joel Casiano y Gregorio Vargas, todos empleados del hotel.

Carlota Cortés, dueña del hotel, no se encontraba en la ciudad en ese momento, pero la encargada, se aprestó a ayudar en todo lo posible.

El inquilino del cuarto 35 dijo no haber escuchado ruidos de lucha ni gritos que indicaran pleito.

De acuerdo con la versión de los empleados, los agentes supieron que el sospechoso tenía aspecto de “ranchero”, de unos 32 años, moreno, nariz aguileña, cabello lacio, vestía chamarra de piel café y pantalón beige.

La policía realizó recorridos por zonas rojas de la ciudad de aquel entonces, en busca de indicios sobre el crimen. También recorrieron lugares frecuentados por drogadictos para interrogar a aquellos que pudieran saber algo de lo que ocurría en el bajo mundo del vicio y el crimen, en la ciudad del pecado.

Autoridades buscaban a tres sospechosos

Agentes del Servicio Secreto lograron localizar a dos personas, Hilaria Martínez y Antonio de la Concha, quienes dijeron conocer a la víctima, así como a varios individuos con los que mantenía una relación cercana, no sabían si amorosa o amistosa, pero continuamente se reunía con ellos.

Y con los datos aportados por estos dos testigos, uno de los mejores dibujantes de la época, Sergio Jaubert, hizo el retrato hablado del probable asesino.

No obstante estos datos, los agentes apreciaban dificultoso dar con el hombre que se registró con el nombre de Aurelio Hernández y ocupó el cuarto 34.

Por otra parte, se dio a conocer el informe de la necropsia en donde se estableció lo siguiente:

“Descubrimos lesiones externas e internas en el cuello. Se vio con claridad que la señora fue estrangulada. El criminal debe tener manos fuertes, ya que ocasionó las heridas internas. El cordón de la persiana no causó mayores daños.

Es seguro –puntualizó el legista que el asesino la mató y después simuló una escena en la cual pareciera que la mujer se habría suicidado, pero debido a la forma en que el cuerpo se encontró, fue descartado el suicidio”.

Y fueron Hilaria y Antonio quienes identificaron el cuerpo, aunque no lo reclamaron y por ello estuvo muchas horas la occisa en el Servicio Médico Forense, porque nadie la reclamaba legalmente.

Pistas y supuestos

La policía logró establecer que la víctima salió con varios individuos, con quienes quizá formalizó alguna relación. Quienes la conocieron, afirmaron que se relacionó con un estudiante de medicina, con un chofer de ruleteo, con un comerciante y, al parecer, con un soldado.

Las indagatorias señalaron que un individuo que estuvo entre los detenidos en la Decimotercera Delegación como sospechoso, también tuvo un “desliz” amoroso con la mujer no identificada; no obstante, debido a que sus señas particulares no coincidían con las del supuesto criminal, quedó libre, pero no descartado del todo.

Aparte de este y los pocos datos recabados al inicio de la investigación, nada pudo saber la policía sobre el caso, es decir, se quedaban sin pistas.

Muchos sujetos fueron llevados ante la autoridad en calidad de sospechosos o posibles testigos, pero si que se les hallara algún indicio de culpabilidad a unos y con poco que aportar a la investigación los otros.

De todos los datos aportados por todos aquellos que fueron entrevistados, el único que parecía cobrar relevacia fue el apodo de un sujeto, El Mantequilla, pues al parecer había sido pareja sentimental de la occisa y, lo más importante, sus facciones correspondían con las del retrato hablado, cuyos datos fueron aportados por el empleado del hotel, el único que vio a aquel sujeto.

Los días pasaban y la mujer aún permanecía en el servicio medico. Supuestamente, ya se había logrado identificar su identidad; respondía al nombre Silvia, vagaba por las colonias Martín Carrera y Gustavo A. Madero; jugaba futbol en la vía pública con varios jóvenes y se decía que había sido poliamorosa, pero la policía no lograba dar con ninguno de sus supuestos amantes.

Caso, a punto de quedar impune

La mujer que supuestamente había sido identificada como la mujer que apareció muerta en el Hotel Cortés apareció tres días después de ocurridos los hechos. Se trataba de Adriana Cortés Romero, que también usaba el nombre de Silvia, o así dijo que le decían algunas personas; en realidad usaba varios nombres.

Debido a ello, el Servicio Secreto tuvo que aceptar que el rumbo de su investigación estaba errado, por lo cual tuvo que dejar en libertad a muchos sospechosos que creyó estaban relacionados con la muerte de una mujer que en realidad estaba viva.

En verdad, parecía que los agentes estaban más que desorientados, perdidos completamente.

Decidieron investigar nuevamente a los muchachos empleados del hotel, a los primos Luis y José Casiano, puesto que a esas alturas consideraron pertinente ponerlos hasta el puesto número uno en la lista de sospechosos.


Pero, por otra parte, no descartó que se continuaba con la búsqueda del soldado a quien apodaban El Mantequilla, cuyas señas particulares eran las únicas que coincidían con las que aportó el empleado del hotel en su declaración y para el dibujante Jaubert.

La verdadera identidad de la supuesta muerta era Raquel Montoya Orozco, quien contaba en aquel momento con 19 años y residía en Privada Reforma 11, Portales.

De acuerdo con su narración, llegó al entonces Distrito Federal, procedente de Veracruz y durante algún tiempo deambuló por los lugares antes mencionados. Y que si no utilizaba su verdadero nombre era porque se dedicaba a la “vida galante”.

Raquel indicó que estuvo detenida en la 13ª. Delegación, donde un individuo pagó la multa que se le impuso.

De ello derivó que el agente Rodolfo Candiani pensó que dicha mujer era la víctima y localizó a dos personas que “identificaron” el cadáver. Y sobre ese dato partieron las investigaciones, pero pronto se desvanecieron.

A partir de entonces, algunos agentes pensaron que, de no ser reclamado pronto el cadáver, el crimen estaría en camino de quedar impune.

Sin embargo, cuando comenzaban a perder la esperanza, cuando sucedió el milagro que esperaban los agentes.

Por fin, el sábado 18 de mayo de 1963 fue identificada y reclamada como Enriqueta Celis Iniestra, alegre mesera de un centro nocturno denominado Cabaret Jardín, ubicado en la colonia Guerrero.

Los investigadores hicieron saber que la desventurada mujer dejó cuatro hijos en la orfandad, siendo el menor de tan solo tres meses de nacido.

La señora residía en Labradores 23, departamento 8, colonia Morelos. Esos eran los datos que esperaban los detectives encontrar y que fueran certeros para, a partir de estos, redondear el crimen con un cierre espectacular con la detención del responsable.

De inmediato se hicieron las primeras detenciones, todas llevadas a cabo en el Cabaret Jardín, en la Guerrero, donde Enriqueta prestaba sus servicios, pero la identidad de los detenidos permaneció sin revelarse para evitar entorpecer el caso.

Un dato que obtuvieron de aquel allanmiento fue que la alegre mesera últimamente mantenía una relación amistosa con el zapatero Roberto Ayala.

Por su parte, Nicolasa Iniestra López, madre de la occisa, dijo no tener datos útiles para la policía, en relación con el asesinato de su hija. Reconoció que días antes habían discutido amargamente y la había corrido de su casa, por lo que ignoraba lo que había sucedido con su hija.

Pero dijo que el marido le daba mala vida (José Luis Molina), aunque la atractiva empleada “no se comportaba del todo bien”.

Obviamente, algunos policías arrestaron a Molina como “sospechoso principal”, incluso porque en estado de ebriedad dijo que a su mujer “se la había llevado el diablo”.

Sin embargo, aunque se trataba de un mal sujeto, no fue el asesino, por lo cual todavía un cabo que atar en relación con la muerte de Enriqueta.

"Volvería a apretarle el cuello", dijo

Finalmente, el 21 de mayo de 1963 fue arrestado el ferrocarrilero Aurelio Valdés Hernández, conocido como “El Toluco”, de 25 años, quien se ocultaba en Atlacomulco, Estado de México.

“Me robó los ahorros de mi vida durante la parranda –dijo-, así que volvería a apretarle el cuello si retornara a la vida”.

Aseguró, luego de que fue detenido por los detectives y conducido a la delegación, que “ella confesó cuando la agarré de los cabellos y después la ahorqué y la colgué de un cordón de la persiana”.

Dijo que lo había hecho así para simular un suicidio, pero no pudo arreglar la habitación porque no tuvo tiempo suficiente.

Fue a raíz de una parranda. Siete trabajadores de la zona ferroviaria de Pantaco, departieron con cuatro chicas del centro nocturno Jardín, hasta que decidieron seguir su diversión en el cabaret Variedades, de la carretera México-Laredo.

Jorge Vargas Martínez, taxista, se encargaba de llevar noctámbulos y les cobraba barato. El trabajador del volante llevó a 11 personas al Variedades y les prometió que regresaría por ellas, pocas horas después.

El ruletero hizo varias vueltas para regresar a los parroquianos a sus destinos, pero en el último viaje no regresaron Aurelio y Enriqueta, sino que salieron del Variedades y se fueron al hotel Cortés.

Allí pidieron una habitación para descansar y por 15 pesos les asignaron la habitación número 34.

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Y ya en el interior del cuarto, el ferrocarrilero “se percató que le faltaban 4,800 pesos que traía envueltos en un papel y guardados en la bolsa de la camisa”; entonces se enfureció porque el dinero –según afirmó- era para comprar un terreno y cederlo a sus hijos.

Aparentemente, Enriqueta fue la responsable de la desaparición misteriosa de los billetes. El ferrocarrilero trató de hacer confesar “por las buenas” a Enriqueta, quien lo negó, pero cuando el hombre perdió la paciencia y quiso saber la verdad “por las malas”, la tomó por fuerza de los cabellos hasta que “la hizo chillar” y entonces confesó que, en efecto, se los había robado, pero que “los había entregado a una amiga, para repartirlos luego”.

Entonces, el ferroviario la sujetó de los brazos con las rodillas y le hundió los pulgares en el cuello hasta que Enriqueta dejó de respirar, después la colgó con un cordón de persiana, para dar la impresión de que se había suicidado.

Se apresuró a abandonar la habitación y cuando iba a salir del hotel, se cruzó con el joven Casiano a quien le dijo que regresaría más tarde, pues iría a comprar comida, pero ya no regresó.

Los detenidos en la redada del cabaret dieron el nombre de Aurelio, como uno más de los que participaron aquel día en la parranda. Entonces, los detectives investigaron sobre el sujeto y descubrieron que trabajaba en los archivos generales de la Estación de Pantaco, hasta donde se dirigieron.

Una vez allí, platicaron con el jefe del departamento, quien les informó que Aurelio se había presentado en Pantaco para pedir un “permiso” por un año, a lo que Juan Ramírez Coba, su jefe, incluso le preguntó en broma si “no sería a él a quien buscaba la policía”.

Y los agentes judiciales Conrado Rodríguez y Gilberto Hernández Ponce dijeron que lo buscaron inicialmente en su domicilio de la colonia Agrícola Oriental, pero se había ido con su familia al Estado de México, donde finalmente fue capturado y llevado ante la justicia.

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